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Desde dichas tempranas referencias y a partir de observaciones y documentaciones hechas por diversos investigadores desde mediados del siglo XIX (p. ej. Ancízar, 1852; Triana, 1922; Guisletti,1954; Silva Celis,1968; Cabrera, 1946, 1969; Becerra, 1990 o Botiva, 2000) se ha venido configurando una caracterización que tiende a considerar que el arte rupestre de la Sabana de Bogotá fue plasmado, en su mayoría, mediante la técnica de pintura –por sobre la de grabado–, y con base en pigmentos de color rojo ocre –más que en naranjas, amarillos, blancos, negros u otros– . Preeminencia de observaciones de rojo ocre El predominio de pinturas realizadas con pigmento rojo ocre o almagre en el arte rupestre de la Sabana (y en general del altiplano cundiboyacense) ha sido advertido y reseñado ampliamente en la bibliografía existente: “Hallase también esta misma figura de la Santa Cruz, bien hecha y formada con un almagre tan fuerte que la antigüedad ni las aguas lo han podido borrar en algunas peñas altas, que las hallaron hechas cuando entraron los españoles, de que yo he visto algunas cerca del pueblo de Bosa y Soacha.” (Simón, 1892 [ca.1625]).
“Fuimos a verlos [imágenes de santos, cerca al pueblo de Los Santos], y con efecto, en la concavidad formada por la rotura de un estrato de arenisca, junto a un arroyuelo, se notan varias figuras confusas que humedeciéndolas con agua resultan aclaradas. Examinadas de cerca se comprende su origen: la mano de algún ocioso trazó con almagre rayas imitando caracteres hebreos, y dos malos contornos de fraile; santos aparecidos que se quedaron en cierne y salieron hueros” (Ancizar, 1853). “[El plano N.E. de la “piedrapintada” de Saboyá] está cubierto de jeroglíficos pintados como a pincel con tinta morada indeleble que desde el principio penetró y llenó los poros de la roca”. (Ancizar, 1853).
“Solamente hay piedras pintadas con tinta roja en la altiplanicie del ramal oriental de los Andes que ocupaban los chibchas y que hoy forma la parte plana de los departamentos colombianos de Cundinamarca y Boyacá” (Triana, 1984 [1922]).
“Los pictógrafos están hechos con tintura seguramente del tipo del achiote y presentan una tonalidad rojiza como manchas de sangre arterial” (Cabrera, 1946). “[…] hoy reconocemos que la pintura pudo ser ejecutada con otra substancia y aun nos atrevemos a lanzar una opinión bastante atrevida sobre la observación de muchos pictógrafos en rojo: que pudieron ser pintados con sangre fresca arterial y venosa pues sus tonalidades corresponden exactamente con esos colores […] Quizá fuera la sangre de ciertas víctimas, no necesariamente humanas[…]” (Cabrera, 1969). “A propósito de los pigmentos, valdría la pena preguntarse sobre las causas de la utilización, casi exclusiva, del ocre rojo, en las culturas indígenas del altiplano.¿Posee éste propiedades específicas o su empleo obedece a parámetros puramente estéticos o religiosos?”. (Becerra, 1990). “En Colombia la mayoría de las pictografías están pintadas con un pigmento rojo, preparado con base en óxidos de hierro o cinabrio natural”. (Botiva, 2000). De esta manera se ha venido naturalizando que el rojo ocre es el color de pintura rupestre preeminente en la región y que la ocurrencia de otros colores resulta excepcional; por lo que su descripción, documentación o análisis no ha merecido mayor atención ni mención en la bibliografía existente hasta la fecha (5).
Más allá del rojo En 2004, Arguello y Martínez (ver artículo) presentaron por primera vez un panorama general de la presencia de pinturas rupestres elaboradas con base en pigmentos blancos y negros, con la intención de ampliar el espectro y matizar ciertos supuestos y generalidades sobre el arte rupestre de la región. Con base en la identificación de 2 sitios con arte rupestre en Sutatausa que presentan policromías (en rojo, negro y blanco) y la referencia a otros sitios similares o con presencia de pinturas en colores diferentes al rojo en el altiplano cundiboyacense (Sáchica, Sogamoso, Tibirita, Machetá y Facatativá), los autores proponen que “la profusión de pinturas rojas en la región, se puede explicar por la conservación diferencial de ellas respecto a otros pigmentos cuya adhesión no fue exitosa”. Mediante la aplicación de la lógica tafonómica (Bednarik, 1994), afirman que la permanencia de pinturas en rojo, en contraste con la probable desaparición de otros colores,“es un factor que altera ostensiblemente la percepción que se tiene de la obra rupestre en el presente, ya que genera una imagen incompleta o diferente de la que seguramente se observaba en el momento de su ejecución.” (Arguello y Martínez, 2004).
Ampliando el espectro Con base en lo anterior se podría considerar que una gran cantidad de pinturas y murales rupestres, que hoy percibimos como monocromías en rojo ocre (y sus variantes hacia el violáceo, naranja o amarillo), no son más que el remanente de lo que pudieron ser en realidad conjuntos de ricas policromías. Para aproximar a esta hipótesis se presentan a continuación una compilación de recientes hallazgos de murales rupestres en la Sabana de Bogotá, que presentan composiciones pictóricas en donde se combinan pinturas en rojo, amarillo, blanco y/o negro. Estos sitios se encuentran en los cerros que circundan la sabana y han sido reconocidos durante prospecciones realizadas por el autor en los últimos años (6).
Teniendo en cuenta que las pinturas elaboradas con pigmentos diferentes al rojo presentan una mas baja adhesión al soporte pétreo y por lo tanto menor conservación y visibilidad, las muestras identificadas se analizaron visualmente a partir de fotografías digitales y la aplicación de resaltes de pigmentos por medio de los programas Photoshop (método de Mark y Billo, 2002) y en especial de DStretch-ImajeJ (7), el cual “es un recurso muy habitual en el área de la teledetección con el fin de mejorar de forma sintética el color de una imagen, produciendo con frecuencia una imagen en lo que se conoce como falso color […] ha sido concebido para el estudio en el ámbito del arte rupestre con el fin de revelar posibles formas aparentemente no visibles en este tipo de yacimientos.” (Pereira, 2012). Además, para algunos de estos murales, se realizaron transcripciones mediante calcos digitales (en colores planos y reconociendo un mediano grado de incertidumbre) con el fin de recrear una aproximación a su condición original.
Tenjo: rojo sobre amarillo En la vereda Churuguaco del municipio de Tenjo (Cundinamarca) se encuentra un mural que presenta pinturas en rojo y amarillo. Puede advertirse que el primero se superpone al segundo, por lo que se reconocen dos momentos de ejecución, aunque aún no es posible determinar el tiempo que pudo transcurrir entre estos. Si bien, en el sitio y a simple vista se identifican rastros de pintura amarilla (“antropomorfo” bajo una “mascara”), una vez se aplicó el resalte digital se lograron detectar otros sectores con trazos más o menos definidos, uno de los cuales esboza la forma de un “sol radiado” (que recuerda algunas piezas de orfebrería muisca de la región). La interacción entre ambos pigmentos permite advertir intencionalidad, pero se desconoce si se trató de un gesto complementario o por el contrario de una superposición a modo iconoclasta.
Cucunubá: blanco sobre rojo Este mural hace parte de un conjunto de sitios con arte rupestre localizado en la vereda Pueblo Viejo de Cucunubá (Cundinamarca). Su particularidad radica en que se advierte una solitaria figura “antropomorfa”, plasmada en pintura blanca, sobre un sector con gran profusión de trazos rojos. Se pueden identificar dos momentos de ejecución diferentes, que parece indicar que los trazos no interactúan compositivamente, es decir que no hubo una intención inicial de incluir esta figura blanca al momento de realizarse las rojas.
Suesca: rojo y amarillo Cerca al limite entre los municipios de Suesca y Nemocón (Cundinamarca) se encuentra un sitio con pinturas rupestres plasmadas con pinturas en rojo y amarillo. Los trazos rojos conforman rombos (8), meandros y rectángulos, algunos de los motivos rupestres más recurrentes de la región. La particularidad de este mural radica en que es posible identificar aquí que los espacios “vacíos” que dejan estas formas aparecen rellenados con pigmento amarillo, sin superponerse sino más bien formando una interacción complementaria. Es decir, que parece advertirse la intencionalidad de su ejecutor por producir un efecto de policromía.
De esta manera se advierte, por primera vez para la región, que existen murales rupestres policromos cuya diferencia de pigmentos no parece corresponder a momentos de ejecución diferentes sino que habrían sido plasmados simultáneamente desde la composición inicial. El reconocimiento de esta condición abre la posibilidad de considerar que cientos de murales iconográficamente similares (con predominio de rombos, meandros, ziga-zags y otras figuras geométricas individuales) que pueden encontrarse en la región, y que en la actualidad reconocemos como monocromáticos (en rojo ocre), hayan sido originalmente policromos pero perdieron sus pinturas de otro color por efectos de conservación diferencial (Arguello y Martínez, 2004). Para apoyar esta tesis se puede advertir que la zona donde se encuentra este mural corresponde con una “sombra de lluvia”, la cual forma un ecosistema con un microclima particular que constituye un enclave seco (9) en el altiplano cundiboyacense, y que no ha presentado mayores cambios a través de miles de años, permitiendo incluso el endemismo de algunas especies (p. Ej, la Condalia Thomasiana (10) o Gurrumay [Fernández-Alonso, J. L. 1997]).
Es decir, la feliz coincidencia entre los factores medioambientales –el clima seco y el bajo régimen de lluvias–, la constitución intrínseca de los materiales (soporte rocoso y pinturas posiblemente elaboradas a partir de minerales del entorno, rico en arcillas y ocres) y la baja densidad poblacional histórica de la zona (que minimiza los impactos antrópicos), habrían permitido la conservación de los colores amarillos, tan poco frecuentes en la región. Zipacón: rojo y negro En la vereda El Chuscal del municipio de Zipacón (Cundinamarca), cerca al antiguo lecho de una laguna hoy extinta (La Chaguya), se encuentra una concentración de sitios con arte rupestre que presentan, en su mayoría, pintura rupestre en pigmentos rojos. A pesar de haber sido reseñadas y transcritas desde el siglo XIX (Zerda, ca.1892; Triana, 1924; Cabrera, 1969; Correal y Pinto, 1983) ningún autor advirtió que en uno de los murales se conserva un sector con pintura roja y negro, conformando un mismo motivo rupestre.
Al igual que en el caso de Suesca, en este mural se advierte la intención del ejecutor por componer, con al menos dos colores y de manera complementaria, una figura compleja. También en este caso se puede deducir que la diferencia de pigmentos no parece corresponder con distintos momentos de ejecución sino que se aplicaron de manera simultánea. Para este caso en particular, se podría especular sobre la utilización de por lo menos un tercer color (¿amarillo o blanco?) que podría haberse aplicado en los espacios libres que se aprecian hoy entre los trazos rojos y negros, lo cual se sugiere a partir del resalte digital (filtro LDS). Sin embargo solo estudios más puntuales podrían corroborar o desmentir esta especulación. Conclusiones Si bien, la presencia de pinturas rupestres con pigmentos diferentes al rojo en la Sabana de Bogotá (y el altiplano cundiboyacense en general) ha sido advertida de manera esporádica por varios investigadores durante el último siglo, esta “excepcionalidad” no le ha merecido mayores ni más concienzudos comentarios, documentaciones o análisis que los que si ha recibido la ocurrencia de pigmentos rojo ocre o sus derivados. Desde las observaciones de los conquistadores y cronistas de figuras hechas en “almagre”, pasando por las hipótesis que resaltan el valor simbólico del rojo (p. ej. Becerra, 1990), hasta los análisis científicos que dan cuenta de la composición y técnica de elaboración de los pigmentos ocres (p.ej. Martínez y Bateman, 2004), la preeminencia del rojo en el arte rupestre de la región parece corresponder no solo a su advertida profusión sino también a un sesgado y subjetivo enfoque que ha venido condicionando la percepción de los investigadores que han abordado el estudio de estas manifestaciones. Para ejemplificar esta afirmación se podría citar el hecho de que sólo hasta el año 2005, cuando se realizaron trabajos de restauración en el parque arqueológico ”piedras de Tunja” de Facatativá (Álvarez y Martínez, 2005), se advirtió la presencia de pintura con pigmento blanco, a pesar de que el sitio había sido documentado por muchos investigadores desde el siglo XIX (Comisión Corográfica, 1850; Liborio Zerda, ca. 1892; Triana, 1924; Núñez Jiménez, 1959; Cabrera, 1969; Lleras y Vargas, 1974, Baracaldo, 2006). Dicho “descubrimiento” se hizo posible gracias a que por esas fechas se evidenció la presencia de murales policromos en Sutatausa (Arguello y Martínez, 2004), lo que indujo a los investigadores a refinar la observación, y sobre todo a “abrir el espectro” al momento de abordar la documentación e intervención de este sitio. Con base en lo anterior, se podría corroborar que en el ejercicio de reconocimiento y documentación de sitios con arte rupestre, no recae solo en el ojo la percepción visual, pues esta, lejos de ser objetiva, se condiciona a su vez por el conocimiento que a priori construye el investigador de lo que esperaría, o querría, encontrar. “Ampliar el espectro” en el estudio del arte rupestre implica preconcebir nuevas posibilidades de ocurrencia de fenómenos que puedan ser corroborados empíricamente en los sitios y ser traducidos en documentaciones que registren una mayor cantidad de eventos susceptibles de dar cuenta de la complejidad formal de cada mural. Esto se hace evidente, por ejemplo, al trabajar en laboratorio las fotografías digitales de sectores que en campo no mostraban mayores evidencias de pigmentos, pero que tras la aplicación de los programas especializados “hacen visible lo invisible”. La advertencia de murales policromos permite replantear algunas generalizaciones que se han venido haciendo para el arte rupestre de la región, como la de la preeminencia del uso de pintura en rojo ocre, lo cual no correspondería necesariamente con las condicionantes tecnológicas o la intencionalidad cultural bajo las cuales se produjo, sino que sería más bien el resultado de la conservación diferencial y la baja adhesión de los pigmentos de otros colores (de acuerdo con Arguello y Martínez, 2004); es decir, debido a un efecto que se puede explicar a través de la lógica tafonómica (Bednarik, 1994), que nos induce a reconocer que el arte rupestre que vemos hoy en día dista mucho del que realizaron sus artífices, pues solo sería una fracción, un remanente de lo que quedó tras un largo proceso de degradación producida por múltiples factores de alteración durante siglos. Los hallazgos de policromías rupestres en lugares distanciados como Facatativá, Zipacón, Tenjo, Guatavita, Suesca, Sutatausa, Cucunubá, Machetá o Tibirita (ver mapa arriba), mostrarían un nuevo e insospechado panorama de amplia distribución de remanentes de una variante poco advertida de la técnica pictórica del arte rupestre del altiplano cundiboyacense, que más que excepcional pudo ser la constante en su ejecución original.
Se espera que lo aquí planteado incite a realizar nuevas revisiones a los sitios ya reconocidos y a profundizar en estudios que se basen en la identificación y análisis de los pigmentos que constituyen las pinturas rupestres; pues ante la imposibilidad de comprender su significado, sentido o función, algunas de las preguntas capitales del “enigma rupestre” (quién, cuándo o cómo se elaboró) podrían vislumbrar respuestas a partir del estudio detallado de sus componentes materiales y las deducciones que de estos se puedan derivar (por ejemplo, mediante la inferencia de cadenas operativas de producción de las pinturas, de los instrumentos para realizarlas y/o de los motivos plasmados [ver p. ej. Fiore, 2004]).
Vale lo anterior además para hacer un llamado a las entidades encargadas de los sitios y a los especialistas, para evitar al máximo cualquier intervención sobre los murales rupestres, incluidas aquellas que buscan “rescatarlas” mediante, por ejemplo, la eliminación de graffiti contemporáneo o la remoción mecánica o química de materiales agregados en su superfície (minerales o microflora), pues si no se advierten las sutiles evidencias de pinturas de colores de más baja adhesión que las de rojo ocre (no perceptibles a simple vista), estas pueden desaparecer tras el paso de chorros de agua a presión, cepillos, borradores de nata, hisopos con disolventes u otras procedimientos que suelen llevar a cabo los profesionales en restauración que intervienen el arte rupestre en Colombia (Ver p. ej. Arguello (comentado por Álvarez), 2006 ). El estudio y gestión contemporánea del arte rupestre aboga por su abordaje integral con el entorno, con base en que los denominados Sitios con Arte Rupestre -SAR- (Martínez, 2012) deben incorporar la complejidad de fenómenos que en estos interactúan. Por ejemplo, entre los aspectos a tener en cuenta en la investigación, valoración y manejo de los sitios presentados (y otros nuevos que puedan denunciarse) estaría el indagar por las causas de la conservación de las pinturas de colores menos resistentes y su relación con el medioambiente. Casos como el de Suesca, donde el ecosistema-relicto ha permitido la superviviencia de especies vegetales endémicas, podrían indicar la importacia de mantenimiento del entorno en la preservación de los sitios con arte rupestre, que como sistemas vivos, parecen también reaccionar a los cambios, cada vez más significativos, propiciados por factores de reciente y creciente incidencia (deforestación, calentamiento global, polución, lluvia ácida, etc.). De esta manera se justifica y se hace urgente incentivar el respeto por el entorno y por la “pátina de la historia”(10) que se ha depositado sobre sus superfícies y que, como el contexto y la estratigrafía en arqueología, representan unos de los recursos (sutiles, muy vulnerables y cada vez más escasos) con que podríamos contar para refinar y acrecentar nuestro conocimiento de estas manifestaciones del pasado.
Agradecimientos A Álvaro Botiva por la interlocución, comentarios y acompañamiento en algunas de las salidas de campo; a David Cohen por su revisión y observaciones al borrador de este artículo; a Jon Harman por el envio del plugin del programa Dstretch; y a Ángela Guáqueta, don Jorge “George” y a don Felipe Alarcón por su guianza por nuevos territorios rupestres.
¿Preguntas, comentarios? escriba a: rupestreweb@yahoogroups.com Cómo citar este artículo: Martínez Celis, Diego. Ampliando el espectro. Murales rupestres policromos en la Sabana de Bogotá. En Rupestreweb, http://www.rupestreweb.info/policromias.html 2015
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