Rainer
Hostnig rrhostnig@speedy.com.pe SIARB. Cusco, Perú
Introducción
El arte rupestre post-colombino, en
las modalidades de pinturas rupestres y grabados, se encuentra a
todo lo largo de los Andes peruanos en una gran cantidad de localidades,
ya sea como manifestación rupestre única o yuxtapuesta
o sobrepuesta a imágenes más antiguas. A pesar de
su existencia tan difundida y de constituir un porcentaje significativo
de las representaciones rupestres a nivel nacional, no ha sido objeto
de estudios específicos y, en muchos casos, fue ignorado
o soslayado en las investigaciones o tratado de manera muy marginal,
restándole importancia con relación a las expresiones
rupestres pre-colombinas. Aparte de esta desatención notoria
hacia las manifestaciones rupestres post-colombinas, o como resultado
de ella, se dan a veces lecturas equivocadas de imágenes
y signos coloniales, tales como la tendencia de interpretar la cruz
cristiana como una figura antropomorfa con los brazos extendidos
y asignando a los paneles de arte rupestre colonial y republicano
hasta miles de años de antigüedad (Informes del Proyecto
Qhapaq Ñan, INC-Cusco, 2004). Esta tendencia se ve reforzada
por la idea (todavía muy difundida entre algunos arqueólogos
egresados de la Universidad Nacional San Antonio Abad del Cusco)
de que todas las pinturas rupestres, por defecto, se adscriben a
la época de cazadores-recolectores.
Los hallazgos recientes de una
descomunal concentración de lugares de arte rupestre colonial
y republicano en las provincias altas de Cusco, similar a la registrada
en el lado noreste del lago Titicaca de Bolivia por Querejazu (1992),
Strecker y Taboada (2004), obligan a plantear una revisión
del enfoque tradicional en el estudio del arte rupestre del país.
La ponencia da a conocer los resultados
de un estudio de sitios rupestres post-colombinos de la provincia
cusqueña de Espinar, realizado por el autor entre los años
2001 y 2004.
1.
Sobre la zona de estudio
Espinar, una de las llamadas provincias altas del
Cusco, está ubicada en el extremo sureste del departamento;
colinda hacia el sur con el departamento de Arequipa, al este con
las provincias de Melgar y Lampa del departamento de Puno, y hacia
el norte y oeste con las provincias cusqueñas de Chumbivilcas
y Canchis, respectivamente. Las alturas oscilan entre los 3800 y
5200 m.s.n.m. (la altura promedio es de 3950 m.s.n.m.); su clima
es frío y seco, propio de la puna.
Orográficamente, la provincia se caracteriza
por la presencia de extensas altiplanicies interrumpidas por el
cauce del río Apurímac y sus tributarios, generalmente
en forma de quebradas encañonadas y sinuosas, de paredes
empinadas a verticales.
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Fig. 1: Paisaje de Achawi con los farallones de toba volcánica
en el fondo |
En los acantilados de las quebradas,
en rocas que afloran en los flancos de los cerros y en las planicies,
predominan las tobas volcánicas de color rojo, gris y blanquecino.
Son rocas relativamente blandas, sujetas a erosión hídrica
y eólica, lo que ha dado lugar a la formación de numerosos
abrigos rocosos en sus bases. En varios lugares de la provincia
se presentan afloramientos rocosos que por sus características
peculiares han recibido el nombre popular de "bosques de piedra".
(fig. 13, 14)
La
provincia, de una superfície de 5 311 km2, está
dividida en ocho distritos. Yauri, la capital de la provincia, dista
215 km de la ciudad de Cusco y est‡ ubicado a 3 950 m.s.n.m. Tiene
una población de aproximadamente 20 000 habitantes, casi
una tercera parte de la población total de la provincia,
establecida en 67 000 habitantes según el censo nacional
del 1993.
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Fig.3: Roca esculpida por
el viento y la lluvia |
Fig.4: Campesina quechua de Coporaque |
Fig.5: Efigie pétrea en Suero, lugar
temido
por los lugareños |
La actividad principal de la población
es la ganadería de vacunos, ovinos y camélidos. Sigue
en importancia la minería de cobre (Empresa Tintaya) y polimetálica
(Condoroma) y el comercio.
La presencia humana en
lo que ahora es la provincia de Espinar se remonta al Holoceno tardío,
cuando grupos de cazadores-recolectores comenzaron a frecuentar
las cuevas y abrigos al pie de los farallones o afloramientos rocosos,
utilizándolos como refugios periódicos en sus campañas
de caza de camélidos silvestres y cérvidos. Las evidencias
arqueológicas de su permanencia en la región se presentan
en forma de abundante material lítico -como producto de la fabricación de instrumentos-, restos óseos, así como pinturas rupestres con representaciones
de escenas de caza, su principal actividad económica y base
de su subsistencia.
Con la domesticación
de los camélidos silvestres hace aproximadamente seis mil
años, las extensas llanuras altiplánicas de Espinar
se convirtieron en un recurso natural renovable de alto valor económico
y en la base de la actividad pastoril para las aproximadamente trescientas
generaciones de pastores de puna que se sucedieron allí a
lo largo de los milenios hasta nuestros días.
Hacia el año 1000 d.C.,
luego de la desaparición de la cultura Huari, el territorio
fue ocupado por los Kanas, una etnia de los señoríos
aymaras y cuya lengua fue el Aymara o Haque-anu. Los Kanas (que
tuvieron su centro en Hatuncana o Kanamarca, cerca de Pichigua,
y ocupaban el territorio situado sobre la margen izquierda del río
Vilcanota), formaban una confederación con los Canchis. Ancocahua
era su centro religioso y representaba, según Cieza de León,
una de las más importantes huacas de Cusco. Según
el mismo cronista, los pobladores de Ayaviri, en la actual provincia
puneña de Melgar, "fueron de linaje y prosapia de los
canas" (Cieza de León, 1973 [1553]: 224).
Los Kanas se convirtieron en
vasallos del estado inca recién bajo Lloque Yupanqui, quien,
hacia el año 1260, logró conquistar su territorio
y luego ampliar el imperio hasta el oeste del Collao. Al parecer
lograron liberarse más adelante de la dependencia inca, lo
que según el cronista español Cieza de León
(1977: 152-155) motivó a Wiracocha, padre del inca Pachacutec,
a incursionar nuevamente en su territorio por el año 1410.
Sin embargo, esta vez el ejército inca no encontró
resistencia y, por ser recibido pacíficamente, el inca respondió
con la entrega de grandes presentes a los ídolos del templo
de Ancocahua, donde sacrificaban llamas y alpacas en honor a sus
muertos. Durante el incanato, Espinar llevaba el nombre de K'ana
Wamani o K'ana K'iti.
Cieza, en su viaje por el país
hacia fines de los años cuarenta del siglo XVI, entró
en la provincia de los Kanas, donde aún encontró una
escultura de piedra "del tamaño de un hombre, con su
vestidura y una corona o tiara en la cabeza", la cual, según
él, representaba al dios Kana llamado Ticiviracocha, "hacedor
de todas las cosas criadas, ... y padre del sol", y no un apóstol cristiano con quien algunos lo identificaban
(Cieza, 1553; 1973: 223-225; 1977: 18-23). En el capítulo
dedicado al dios Ticiviracocha, Cieza de León menciona que
en el momento de su visita los pobladores de este lugar no habían
escuchado aún la palabra del Santo Evangelio, pero que sus
templos antiguos se encontraban profanados y que por todas partes
estaba puesta la cruz gloriosa (1977: 21).
La
observación de Cieza de León es interesante, puesto
que nos hace ver que la evangelización de los Kanas, encargada
al clero secular, resultó ser un proceso relativamente lento
en las primeras dácadas post-Conquista, con una conversión
paulatina de la población a la nueva religión introducida,
mientras que el principal símbolo cristiano, la cruz, logró
tener una difusión y asimilación más precoz.
En la época colonial,
la Intendencia del Cuzco abarcaba los departamentos de Cusco y Apurímac,
incluyendo el partido de Canas y Canchis con su capital Tinta. Este
partido comprendía las provincias actuales de Canas, Canchis
y Espinar. Durante los primeros tres siglos de la Colonia, el principal
pueblo de Espinar fue Coporaque. En 1615, Coporaque figuraba como
cabeza de curato y proveedora de fuerza de trabajo para la labranza
en obrajes y chorrillos de Cusco y para las minas de Potosí.
La parroquia de Coporaque, en su condición de cabeza de doctrina,
era el punto de partida para las visitas anuales del cura del pueblo
a las capillas de puna. Coporaque, además, fue el centro
de engorde para las mulas traídas de Salta a Cusco (Glave,
1990).
En 1645, el virrey Marqués
de Mancera observa con preocupación la fuga de numerosos
indios de sus reducciones y el creciente incumplimiento de la mita
de Potosí. Entre 1600 y 1650 se había perdido el tercio
de la población tributaria que ese año fue censada
en 4391 tributarios indígenas en Pichigua, 3300 en Yauri
y 1751 en Coporaque. En 1689, la quinta parte de la población
de la zona de estudio fue reportada en Potosí (Glave, 1990:
105).
Piel (1967) menciona
que la zona, compuesta por las tres reducciones de Yauri, Pichigua
y Coporaque, no tiene otro interés económico que alimentar
con mitayos a la cercana mina de La Condoroma y de mantener en el
régimen de aparcería los ovinos, bovinos y camélidos
que constituían el capital principal de las iglesias de las
cofradías. El pastoreo de altura que allí se practicaba,
constituyó la base esencial de su reproducción económica
y étnica. La mita se cumpl’a en forma de trabajo minero o
de pastoreo con los rebaños de la iglesia o de las cofradías
religiosas. Hubo, a lo largo de la época colonial, una fuerte
influencia religiosa expresada en numerosas visitas pastorales dirigidas
desde la sede episcopal del Cusco. La marcada religiosidad se reflejaba
también en el gran número de cofradías que
existían en la región.
La primera referencia sobre
conflictos sociales transformados en acciones bélicas data
de fines del siglo XVIII, cuando Espinar se había convertido
en uno de los escenarios más sangrientos de la insurrección
de José Gabriel Condorcanqui, cacique de Tungasuca, autoproclamado
Inca Tupac Amaru II, contra los españoles por los abusos
que ello estaban cometiendo contra los indígenas. Varios
capitanes del ejército rebelde provenían de la actual
provincia de Espinar, como Francisco Huambo Tupac, Nicolás
Sanca y Diego Meza, este último mestizo; además, un
porcentaje importante de la población tomó parte en
el movimiento revolucionario. Durante la guerra contra los españoles,
Espinar se convirtió en el principal proveedor de carne de
bovinos para las huestes revolucionarias. Tras la derrota del ejército
rebelde, José Gabriel Condorcanqui y su familia, como es
conocido, fueron cruelmente ejecutados en el Cusco, el 18 de mayo
de 1781.
Luego del aplastamiento
de la revolución tupacamarista reinó una paz forzada
de casi treinta y cinco años en la región, hasta que,
en 1814, Espinar nuevamente fue escenario de acciones bélicas,
esta vez a raí’z de la rebelión emancipadora. Anselmo
Andía, quien logró sublevar a los pueblos de Pichigua,
Coporaque, Checca y Yauri contra la corona, murió asesinado
por un vecino español de Yauri. Las numerosas quebradas,
cañones y cuevas de Espinar se convirtieron en refugio ideal
para las fuerzas revolucionarias que contaron con el apoyo logístico
de la población local, que les abastecía con alimentos
e información. Después de la Independencia, las
provincias altas entraron en un prolongado periodo de estancamiento,
por la desaparición de la industria textil en Cusco y la
desaparición de los circuitos comerciales de Arequipa-Cusco
y Potosi-Cusco. Recién en los años setenta del siglo
XX, al iniciarse la explotación de la mina Atalaya, primero
y, a partir de 1985, de la de Tintaya, Espinar vuelve a cobrar vida
y se dinamiza su economía en torno al comercio y los servicios
requeridos por la actividad minera.
2.
El arte rupestre espinarense: antecedentes de investigación
La primera noticia sobre el arte rupestre
espinarense data de los años 80 y la debemos al arqueólogo
cusqueño Fernando Astete. Su informe sobre las pinturas rupestres
de Ekowasi, en el cañón de Virginniyoc, cerca del
complejo arqueológico de Maukallaqta, y que representanÊ
cazadores armados con dardos y camélidos silvestres compuestos
en una escena de caza, despertó mucho interés en los
círculos de investigadores cusqueños, puesto que fue
una prueba más de la presencia humana en el departamento
desde la época del precerámico (Astete, 1983; Barreda,
1995).
Le sigue, hacia fines
de la década de los ochenta (1987) y nuevamente en 1997,
la arqueóloga Silvia Flores Delgado, quien estudia algunas
de las numerosas pinturas rupestres de Torrene, en el distrito de
Alto Pichigua, y publica sus resultados en la revista del Instituto
Nacional de Cultura de Cusco (Flores, 1998), centrando su atención
en la descripción en un panel con una escena de caza de camélidos
silvestres. Agrega un cuadro con dibujos de motivos coloniales,
pero sin comentarios.
En los resúmenes del
Congreso Internacional de Arte Rupestre realizado en Cochabamba,
Bolivia, en abril de 1997 (SIARB, 1997: 86), aparece una breve mención
de los sitios prehistóricos de Hatun Kuru y Huisa Jaluyo,
ambos pertenecientes a la ex-hacienda Torrene, cuyas pinturas rupestres
habían sido registradas por los arqueólogos Raymundo
Béjar y Silvia Flores.
En 1999, el Plan COPESCO,
proyecto especial del entonces Consejo Transitorio de Administración
Regional Cusco, lleva a cabo un primer inventario de los atractivos
turísticos de la provincia, dando cuenta de tres lugares
con arte rupestre (Maukallaqta, Pullpera o Titircani, este último
también llamado Mallqui Huayco y Ocoruro).
Béjar, con financiamiento
de la Minera Tintaya, realiza un inventario arqueológico
de la zona minera que es publicado en forma de una brochure de lujo
de circulación restringida. Contiene varias fotografías
de sitios rupestres ubicados en terrenos explotados por la mina
y en su zona de influencia.
En el 2002, la Fundación
Tintaya contrata a un equipo multidisciplinario, bajo la dirección
del arqueólogo cusqueño Walter Zanabria, para llevar
a cabo el primer registro arqueológico de Espinar, reportando
un nœmero importante de sitios de arte rupestre pre y post-colombino
en casi todos los distritos.
Los
informes del Proyecto Qhapaq Ñan del INC-Cusco, cuyo objetivo
consiste en el inventario y puesta en valor del camino inca y restos
arqueológicos asociados, contienen datos sobre sitios ya
reportados en los inventarios anteriores y algunos nuevos, principalmente
en la zona de Condoroma, débilmente estudiado hasta la fecha.
El
autor de este artículo, contando con la compañía
y el apoyo de profesionales de diferentes ramas, inició sus
estudios del arte rupestre de Espinar hacia fines del 2001 y llegó
a realizar, hasta fines del 2004, un total de siete viajes de exploración,
registro y documentación de sitios rupestres en los ocho
distritos de la provincia, pero con mayor detenimiento en los distritos
de Coporaque, Yauri y Alto Pichigua.
3.
Vestigios de arte rupestre prehispánico
Los
registros realizados en los últimos cinco años demuestran,
que en Espinar, al igual que en las regiones vecinas de Cusco, Puno
y Arequipa, hubo continuidad en la producción de arte rupestre,
desde la época de los cazadores-recolectores hasta los Horizontes
Intermedio y Tardío, y un renacimiento hacia fines del periodo
colonial y comienzos de la época republicana.
Las primeras expresiones del arte rupestre
de Espinar se manifiestan en la modalidad de pinturas sobre paredes
de abrigos o acantilados. Las más antiguas halladas hasta
la fecha son las de Torrene (fig. 1) (2),
Ekowasi (fig. 2) (3), Hutumayo (fig. 3, 4), Achahui, Chullu y Chullumayo. Las primeras
cuatro tienen similitudes estilísticas y temáticas
con pinturas rupestres prehistóricas de Puno, Arequipa y
Moquegua, donde, en los sitios de altura, predominan escenas compuestas
por camélidos silvestres de estilo semi-naturalista y cazadores
armados con estólica y dardos. Tienen, además, en
común el encontrarse en áreas donde abundan paneles
con arte rupestre post-colombino. La pintura rupestre de un camélido
de grandes dimensiones (90 cm de largo con 60 cm de alto), encontrada
en el penúltimo viaje de exploración del 2004 hacia
el final de la quebrada de Chullumayo, en la margen derecha del
río Apurímac, pertenece a otro estilo y guarda semejanza
con la tradición pictórica de las punas altas de Apurímac
y de los departamentos del Centro.
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Fig. 7: Paisaje de Torrene
con sus formaciones de toba volcánica |
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Fig. 8: Camélidos
silvestres en fuga. Sitio Torrene (foto cortesía
de la Arqla. Silvia Flores |
Fig. 9: Cría
de camélido corriendo en sentido contrario (foto
cortesía de la Arqla. Silvia Flores) |
De épocas notablemente más tardías son los
petroglifos de la cueva 1 de Achahui y de un gran panel en una confluencia
de quebradas en el pequeño cañón de Anqomayo,
en Coporaque, donde encontramos representados cazadores armados
con arco y flecha (instrumento de caza que para entonces había
reemplazado el uso del lanzadardos o estólica en esta región),
pumas (fig. 9), camélidos (fig. 11, 12) y motivos abstractos,
así como un número considerable de grabados rupestres
de facción tosca, hallados en diferentes quebradas laterales
del río Apurímac, en su margen izquierda, al sur del
mismo distrito (Anqomayo, Hutupampa, Apachaco Huayco-Hutumayo y
Challhuayocmayo).
Entre
estos petroglifos llaman la atención las figuras de felinos
y antropomorfos realizadas mediante la agrupación de puntos,
poco usual en el arte rupestre de la región (Achahui, Anqomayo
y Hutupampa).
Merecen un estudio específico
los petroglifos en forma de máscaras (fig. 6) y grandes figuras
hieráticas silueteadas, con cabeza-máscara y ataviadas
con túnica o unku ceremonial adornado con flecos, y portando
un bastón en la mano derecha, realizadas mediante la técnica
de incisión con líneas en ángulos rectos y
de trazo delgado y preciso, hallados en las quebradas de Anqomayo
y Hutupampa en Coporaque y en el sitio Hutu Pukara, en la comunidad
de Suero y Cama, cerca de Yauri (fig. 7). Resulta interesante al
respecto la comunicación personal proporcionada por nuestro
guía, el hijo de un campesino-pastor de la comunidad de Suero
y Cama, quien aseguró que no hace mucho tiempo atrás
la gente del lugar acostumbraba realizar cada año una ceremonia
con baile frente a la pared rocosa con las máscaras, utilizando
máscaras similares a las que aparecen grabadas en la roca.
En octubre del 2004 encontré el petroglifo de una máscara
casi idéntica a la de Suero en un gran abrigo a la altura
del km 11 de la carretera de Macusani - San Gabán, a más
de 200 km de distancia. Otro paralelismo encontrado entre un sitio
de pinturas de cazadores-recolectores de Espinar, Cusco, y sitios
de Carabaya, Puno, es la representación de los dardos "atravesando"
el cuerpo de los cazadores a la altura de la cadera, el uso de la
estólica y el motivo en forma de una delgada banda reticulada
identificada como cerco. De épocas pre-colombinas más
tardías data el grabado rupestre de un motivo "ornamental"
formado por triángulos alineados (Anqomayo), que se repite
en la modalidad de pintura rupestre en varios sitios de Macusani-Corani.
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Fig.
11: Petroglifo de máscara-tejido en del cañón
de Anqomayo |
Fig.12:
Máscara similar en el
farallón de Hutu, Suero |
Fig.13:
Figura antropomorfa mascariforme en Anqomayo. |
Un icono frecuente en
los paneles pre-colombinos de Espinar, y ampliamente difundido en
sitios rupestres del suroriente del Perú, es el rectángulo
vertical o cuadrángulo cruzado por dos líneas diagonales,
semejante a un escudo (fig. 8). En Bolivia, Roy Querejazu L. (1992:
60, 61, 64) vincula este signo de origen prehispánico encontrado
en paneles del cerro Tunari con el arte rupestre colonial, como
una muestra m‡s del sincretismo simbólico plasmado en el
arte rupestre post-colombino.
En Espinar, terminada la época
de los cazadores-recolectores, todo indica que fue descontinuada
la práctica de pintar sobre las rocas. Cuando fue retomada
por las sociedades posteriores de pastores de camélidos, se sustituyó el uso del pincel por el del cincel, prevaleciendo
durante miles de años los petroglifos realizados en diversas
técnicas, hasta que, desde comienzos de la época colonial,
los artistas se acordaran nuevamente del uso de los pigmentos (privilegiando
el color rojo) como medio de expresión pictórica,
dejando los grabados rupestres en un segundo lugar, pero sin abandonarlos
por completo.
4.
El arte rupestre post-colombino
Para
mis estudios sobre el arte rupestre colonial de Espinar me sirvieron
de referencia los trabajos pioneros de Freddy Taboada Téllez,
Matthias Strecker, Roy Querejazu Lewis y otros, publicados en las
Contribuciones de la Sociedad de Investigación de Arte Rupestre
de Bolivia (Querejazu L., ed., 1992), esto por la proximidad geográfica
de algunas localidades estudiadas en Bolivia y la similitud de las
representaciones. Es importante recordar al respecto que los Kanas
provienen del pueblo de los Aymaras, por lo que deben compartir
con él una herencia cultural común, reflejada en percepciones
y representaciones similares.
Fue especialmente reveladora la semejanza estilística y pictórica
encontrada entre motivos rupestres post-colombinos de Espinar, con
figuras y escenas del sitio Chirapaca, al norte del lago Titicaca,
y con algunos íconos de los famosos cueros y plaquetas con
escritura pictográfica hallados en la península de
Copacabana (Taboada, 1992: 11-167; Strecker y Taboada, 1992: 103-110),
así como en Moquegua y Puno (Linares, 1992: 224).
Las pinturas
rupestres y petroglifos de origen post-colombino registrados en
el departamento de Arequipa por el arqueólogo Linares Málaga,
que podrían constituir un referente importante para las investigaciones
en la zona sur del Perú, lamentablemente no han sido divulgados
más allá de algunos apuntes muy generales que no permiten
comparaciones estilísticas o de contenido (Linares M., 1992).
Otra referencia importante para fines comparativos la
constituye el corpus de representaciones coloniales encontradas
por el autor en la provincia de Carabaya entre los años 2003
y 2004, que han sido documentadas preliminarmente y cuyos datos
faltan ser procesados y analizados. Representan escenas de fiestas
de pueblo, corridas de toros, ceremonias religiosas y figuras de
camélidos y de jinetes a caballo.
A escala del Perú, parece haber una disminución gradual
de manifestaciones rupestres post-colombinas de sur a norte, observación
que se basa en la revisión de bibliográfica disponible
sobre sitios rupestres a nivel nacional y en estudios propios realizados
en el suroriente del país (Apurímac, Cusco, Puno).
5.
Distribución geográfica de sitios
Se
ha registrado hasta la fecha un total de 69
sitios (4)
de arte rupestre en la provincia de Espinar (ver mapa). De
ellos, 41 fueron visitados personalmente por el autor, siendo 40
los registros nuevos para la ciencia. Con excepción de los
sitios pre-colombinos de Huisa Jaluyo y Quelcata, todas las demás
localidades rupestres contienen o pinturas rupestres (67) o petroglifos
(10) o arte mueble de tradición rupestre (3) pertenecientes
a las épocas colonial y/o republicana. En 14 sitios se registró
petroglifos pre-colombinos y en seis localidades pinturas rupestres
de clara datación prehispánica. En seis lugares ubicamos
rocas con cúpulas.
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Casi la mitad de los sitios (29) está ubicada en el distrito
de Coporaque, en ambas márgenes del río Apurímac
y al oeste de la provincia de Espinar. El segundo distrito en cuanto
a frecuencia de localidades rupestres es Espinar (13), seguido por
Suykutambo (11), Ocoruro (7), Condoroma (3), Alto Pichigua (3),
Pichigua (2) y Héctor Tejada (2). No se han registrado aún
yacimientos de interés en Pallpata, más allá
de la existencia de algunas cruces coloniales.
En cuanto
a los emplazamientos, no se ha podido establecer una preferencia
definida. Donde existen quebradas encañonadas, los paneles
con arte rupestre se encuentran en cualquiera de las márgenes,
con tal de que existan paredes rocosas planas y medianamente lisas
en los farallones del cañón. Lo mismo vale decir para
las zonas donde predominan afloramientos rocosos en las cumbres
y laderas de los cerros o en el piso de los valles. Y no es raro
encontrar tanto pinturas rupestres como petroglifos en bloques pétreos
que se han desprendido de los farallones. Hay quebradas con una
asombrosa cantidad de pinturas, como la de Apachaco (también
llamado Hutumayo, desde la iglesia colonial hasta la cabecera),
donde registramos un total de 55 paneles en ambas márgenes
de la quebrada.
Aunque el
mayor porcentaje de sitios se halla a la altura promedio de las
planicies de Yauri, es decir, a unos 3950 m.s.n.m., los artistas
de la Colonia no escatimaron esfuerzos para plasmar sus obras en
altitudes mucho mayores y en lugares verdaderamente inhóspitos,
distantes de los asentamientos humanos más próximos,
como en el caso de Ichu Anqoloma, en la comunidad de Totora Alta,
en el distrito de Coporaque, donde ubicamos un enorme "mural"
de pinturas, al pie de un acantilado, a 4 638 m.s.n.m., uno de los
sitios de arte rupestre más altos conocidos hasta la fecha
en el suroriente del Perú.
6. Técnicas,
estilos y colores
El
arte rupestre colonial se diferencia de las manifestaciones rupestres
prehispánicas principalmente por el repertorio iconográfico
empleado, el significado de los iconos, el estilo, los colorantes
usados en el caso de las pinturas y la técnica de grabado
utilizado en el caso de los petroglifos.
El grabado
rupestre ha sido la modalidad de arte rupestre dominante durante
los siglos anteriores a la llegada de los españoles y fue
continuado en épocas posteriores, pero perdió pronto
su importancia frente a la pintura rupestre. Los petroglifos coloniales
encontrados -generalmente se trata de motivos cruciformes
y jinetes a caballo-, fueron realizados mediante diversas técnicas,
segœn la dureza del soporte. En la toba volcánica se usó
el rayado con surcos anchos y poco profundos, y, en tiempos más
recientes, la incisión mediante herramientas de metal, produciéndose
surcos estrechos y profundos. El piqueteado fue utilizado en rocas
de mayor dureza, dando lugar a surcos menos precisos.
Al comparar las representaciones rupestres post-colombinas de casi
medio centenar de sitios de Espinar, compuestos de varios cientos
de paneles, se nota no sólo una gran diversidad en las habilidades
artísticas de los autores de las pinturas o grabados, sino,
también, la existencia de "escuelas" o estilos
heterogéneos y de convenciones bastante rígidas en
la representación de determinados motivos.
En la mayoría de los sitios prevalece un estilo tosco con
figuras de contornos imprecisos e irregulares, utilizado tanto en
petroglifos como en pinturas. Los petroglifos de este estilo, realizados
con la técnica de raspado o picoteado, delineado o con el
interior vaciado, representan jinetes montando caballos, cruces,
llamas y diseños abstractos. Son probablemente los más
antiguos.
Otro estilo, marcadamente diferente y de mayor impacto visual, es
de tipo lineal y extremadamente esquemático. Se restringe
a las pinturas rupestres y llegó a su máxima expresión
en los sitios de Morocaque (fig. 15) e Ichu Anqoloma (fig. 16),
en la comunidad de Huayhuahuasi, y en Mallqui Huayco (fig. 17) y
Supayhuasi (fig. 18), en la comunidad de Alto Huancané, posiblemente
hacia fines de la época colonial. Las figuras antropomorfas
y zoomorfas pertenecientes a este estilo son de tamaño relativamente
pequeño y están dibujadas con mucho cuidado. Los seres
humanos se asemejan a "hombres-palito" (stick figures),
dibujados de perfil o de frente, generalmente en movimiento y portando
algún objeto, sea este un arma, una lanza, un estandarte,
un tambor o una trompeta. Los animales domésticos (como aves,
caballos y toros), son representados con mayor grado de fidelidad
y en un tamaño que guarda proporción con las figuras
antropomorfas. Los artistas que emplearon este estilo, tendieron
en sus obras hacia las composiciones complejas y monumentales, con
gran cantidad y variedad de figuras antropomorfas y zoomorfas, así
como de símbolos, objetos sagrados, la representación
de ritos y de actos litúrgicos de la religión católica.
Algunas de las figuras se encuentran interrelacionadas en pequeñas
escenas, mientras que la mayoría de ellas aparentemente no
tienen ninguna vinculación entre si y sugieren elementos
pictóricos independientes. En las escenas intervienen usualmente
jinetes y hombres a pie armados con lanzas o armas de fuego, apuntando
con su fusil a un adversario imaginario o real. En otras desfilan
soldados a pie con un jinete armado al costado.
También se encuentran hombres en fila
participando en ceremonias religiosas, como son las procesiones
patronales o de Semana Santa. A veces la interrelación entre
las figuras no está del todo clara.
En contados
sitios se ha encontrado representaciones naturalistas de figuras
humanas y zoomorfas. En la quebrada de Challhuayocmayo un hombre
vestido de pantalones bombachos, y en la de Hutumayo dos mujeres
vistiendo pollera. Existen referencias sobre un panel de pinturas
rupestres mostrando a dos personas enfrentadas llevando pantalones
bombachos y portando espadas, en Licheyoq Mayo al sur de Yauri,
al parecer de la época colonial temprana (Fundación
Tintaya, 2003, ficha 75). En el sitio 4 de Morocaque observamos
una escena con un buey de proporciones bastante realistas, seguido
por un hombre que lo arrea. También las aves de corral representadas
en el gran panel del sitio 2 son fácilmente reconocibles
como tales, por los detalles de las patas, el pico y el plumaje.
Las pinturas
rupestres coloniales y republicanas de Espinar se caracterizan por
su monocromía: un color rojo claro y llamativo, visible desde
considerable distancia. ònicamente en un panel de la Quebrada de
Hutumayo, en Coporaque, hallamos dos grabados rupestres de una ave
(águila) y un motivo no identificable (custodia?),
pintados de negro, y en Hutu Pukará una cruz de calvario
bicolor (rojo-amarillo). En algunos sitios, el rojo se presenta
en dos tonalidades, en un mismo panel o en una superposición
de pinturas, apareciendo las subyacentes en un tono mas claro o,
como en el gran panel de Morocaque, de coloración violácea.
Una mirada más detenida nos permite establecer que no siempre
se trata del empleo de diferentes pigmentos, sino de un proceso
natural de decoloración por causa de agentes climáticos,
particularmente frecuente en paneles expuestos al fuerte sol de
las alturas y al agua de las lluvias. En los dos paneles contiguos
al gran "mural" de Ichu Anqoloma se distinguen dos matices
cromáticos del rojo en las pinturas: rojo ladrillo, en el
panel a la derecha, con motivos figurativos y abstractos de claro
origen colonial, y un rojo de tono violáceo, en el de la
izquierda, con figuras antropomorfas y zoomorfas esquematizadas,
posiblemente de mayor antigüedad.
7.
El repertorio iconográfico post-colombino
Cada etapa cultural tiene su preferencia por
determinados motivos. En la época inicial predomina la representación
de la caza de camélidos silvestres. Luego, durante varios
miles de años, los hatos de camélidos domesticados
o en vías de domesticación, a veces asociados con
antropomorfos y con signos abstractos, los felinos como animal totémico
y depredador de los rebaños, las máscaras y personajes
hieráticos, mientras que en la época colonial y republicana
predominan la simbología, el costumbrismo, la arquitectura
y la parafernalia religiosa del catolicismo, el caballo, con jinete
o sin él, y la representación de conflictos armados
o desfiles militares. En algunos paneles coloniales continúan
siendo representados los camélidos domesticados y símbolos
de origen prehispánico.
En el siglo XX, varios sitios de arte rupestre colonial
y de la temprana época republicana fueron "enriquecidos"
con dibujos de vehículos motorizados, casas y figuras humanas,
aparte de los graffiti (inscripciones de nombres y fecha de los
visitantes) que lamentablemente están presentes ya en la
mayoría de los paneles de arte rupestre de Espinar.
7.1. Motivos religiosos
En el arte rupestre colonial de Espinar predominan
claramente los motivos vinculados con el culto católico.
El motivo más recurrente y más antiguo es, sin lugar
a dudas, la cruz cristiana, símbolo representada en una gran
gama de variaciones morfológicas. Pareciera que hubo una
verdadera eclosión de modelos y tipos de cruces y que los
pintores se esmeraron en representarla de la manera más variada
posible. Su presencia en la provincia de Espinar es tan frecuente
que escapa a cualquier intento de registro exhaustivo. El modo de
pintar la cruz varía no solo entre los paneles de un mismo
sitio, sino, también, en un mismo panel. En cuanto a la morfología,
predominando claramente la cruz latina, conformada por un solo brazo
horizontal y un brazo vertical más largo.
Las cruces aparecen solas o asociadas
con otros motivos eclesiásticos o profanos, figurativos o
abstractos (fig. Ca-Cy, Ia, Ib) (5).
Las iglesias, como lugar físico
para la celebración del culto católico, han sido otro
motivo popular de pinturas y grabados rupestres de Espinar. Encontramos
estas representaciones arquitecturales en diferentes grados de estilización,
en diferentes perspectivas, tamaños y detalles. Las
más logradas a nivel artístico son las de la quebrada
de Hutumayo, en el distrito de Coporaque (fig. Da). La media docena
de iglesias encontradas ocupan paneles en la margen izquierda de
la quebrada, cerca del templo colonial de Apachaco. Son verdaderas
obras maestras que denotan mucha destreza en el dibujo arquitectónico.
En los otros sitios, los dibujos son notablemente más sencillos
y esquematizados (fig. Db-Dg).
Un objeto sagrado de la iglesia, la custodia
u ostensorio, utilizado para exponer a la vista de los creyentes
el "Santísimo Sacramento", es el tema central en
un panel de Pongoña y aparece, junto con otros motivos, en
Hutumayo y en Hatun Kuru de Torrene (fig. Cw-Cy, Ec). Nacida
en el siglo XIII en Europa, la custodia cambia de forma a través
de los siglos, llegando, en el siglo XVII, a adquirir una tipología
dominante: la custodia de sol radiante con rayos agudos o flameantes,
de manera como la encontramos reproducida en algunos paneles de
arte rupestre de Espinar.
Un evento
de mucho impacto visual en la secuencia anual de ritos católicos
son las procesiones de las fiestas religiosas y, particularmente,
las de Semana Santa. En Morocaque, el o los artistas las han representado
en varias escenas, con los fieles portando estandartes, a los que
tenemos que imaginarnos de mœltiples colores y flameando con el
viento, marchando en fila, tocando trompetas y haciendo sonar tambores
(fig. Ai, Aj, Ak, Am, Hb, Hf, Ic). No faltan la Virgen María y los santos cargados
en andas (fig. Dk, Dl) ni la representación de la crucifixión
de Jesús (fig. Dh).
Otro motivo religioso hallado en un panel de Coporaque (Ichu
Anqoloma) es la representación del Gólgota (cerro
con 3 cruces) y el camino serpenteante con cruces en cada curva:
el Via Crucis con las estaciones (fig. Id).
7.2. Motivos fitomorfos
y zoomorfos
Motivos florales o vegetales forman una parte
importante de la iconografía colonial, tanto religiosa como
profana, ya sea en el arte textil, en la alfarería como también
en el arte rupestre. La hoja de palma, frecuentemente representada
en forma de una rama de un solo eje o bifurcada, con hojas que se
insertan de a dos a lo largo del eje y de las ramificaciones, está
cargada de simbolismo religioso. Siendo el símbolo de paz
para los cristianos, es probable que los campesinos indígenas
lo hayan llenado de otros significados que desconocemos hoy en día.
En zonas rurales de Alemania, por ejemplo, se conserva la hoja de
palma o su sustituto durante todo el año, puesto que protege
del rayo y de las brujas. Además sirve para adivinar la muerte
o la enfermedad de una persona. En el Cusco, cruces de palma bendecidas
el Domingo de Ramos y colocadas detrás de las puertas, protegen
la casa (Raúl Carreño, com. pers.).
Encontramos este motivo en Mallqui Huayco (fig. 17),
Hutumayo (fig. Eb) y Torrene (fig. Ec), asociado a figuras de diversa
índole. En un panel de pintura rupestre colonial de Hutumayo,
dos personajes con trajes suntuosos aparecen con ramas bifurcadas
de una planta emergiendo de sus cabezas (fig. Be).
También fueron pintados motivos fitomorfos de carácter
meramente decorativo, aislados de otras representaciones de pintura
rupestre. Ejemplos son los floreros en Achahui (fig. Ed) y Qollpamayo
y lo que pareciera ser el fragmento de un arbolito o una flor en
un panel de Suero (fig. Ea).
En
cuanto a la fauna, el animal predilecto en las representaciones
coloniales, tanto de pinturas rupestres como de petroglifos, es
el caballo o la mula. Generalmente aparece montado por un jinete
(fig. Dd, Ga-Gf, Ha-Hc, Hh-Hj, Ia, Ie), también solo (fig.
Fb, Gj, Ia, Ie) y en algunos casos con carga (fig. Gi, Hc, Hh). En su mayoría, y particularmente cuando
se trata de grabados, el caballo es de trazo tosco, dibujado de
perfil con dos extremidades, o de medio perfil, mostrando las cuatro
extremidades, una o dos orejas, cuello largo o corto, cola larga
o corta. Predominan la representación en tinta plana y los
grabados de cuerpo lleno; muy ocasionalmente lo encontramos pintado
con línea de contorno. En el estilo figurativo-lineal, el
cuerpo de los cuadrúpedos tiene casi el mismo grosor que
las extremidades.
Otros
representantes de la fauna silvestre y domesticada son el zorro
o perro (fig. Fd, Ff Hi), las aves de corral (fig. Am, Fa, Ic),
el batracio (fig. Fg), el camélido (fig. Fg, Hh, Ia) y el
buey (fig. Fb, Ie), Obviamente los equinos, con su capacidad de
monta y carga, causaron un impacto mayor que los bovinos en la población
indígena post-Conquista.
7.3.
Jinetes y representación de acciones castrenses
El
caballo fusionado con el jinete es un motivo al que recurrieron
la mayoría de los artistas de la Colonia. Los jinetes son
dibujados con las piernas apareciendo por debajo del vientre del
caballo, pero mayormente sin piernas. A veces aparecen también
parados sobre el lomo de los caballos, en un aparente acto de acrobacia
(fig. Gf, Ha, Hh, aunque la intención del pintor haya sido
la representación de un jinete montado. Algunos portan lanzas
o banderas. En un panel de Hutumayo figura un jinete sobre un caballo
que es enfrentado por un personaje a pie, quien apunta una lanza
al jinete (fig. Gd).
Un tema recurrente
en el arte rupestre colonial de Espinar son las representaciones
de hombres armados con fusil. Los encontramos aislados o como parte
de escenas de combate. En Morocaque aparecen marchando en fila,
como soldados de plomo, con el fusil al hombro. En el panel principal
de este sitio extraordinario en las punas de Huayhuahuasi y en el
de Mallqui Huayco, en las alturas de Alto Huancané, se despliega
un pelotón compuesto por unidades de infantería y
caballería, revueltas en un campo de batalla. Sobresalen
en número los mosqueteros o fusileros y los piqueros así
como los jinetes montados sobre caballos, separados los unos de
los otros o en pleno combate con el enemigo. En Supayhuasi, hombres
con lanzas, algunos a caballo, están envueltos en una batalla
campal y en el panel principal de Morocaque (8C, abajo) dos hombres-palito,
en plena marcha, están tocando el tambor mayor y la corneta,
dejando la duda sobre si se trata de un desfile militar con el trompetero
y el tamborilero cerrando la fila o de músicos acompañando
una procesión. En otro panel del sitio 2 de Morocaque, una
fila de hombres flanqueados por dos jinetes a caballo portando armas
y liderados por un trompetero está con alta probabilidad
relacionada a una acción castrense.
Uno de los portaestandartes
presente en los paneles de Morocaque participa en un desfile militar
o en una batalla (fig. Aj), mientras que otros est‡n aparentemente
vinculados con actos religiosos de la iglesia católica, con
las cofradías y las procesiones (fig. Ai, Ak).
7.4. Figuras antropomorfas
diversas
Abundan las figuras humanas
en los paneles de arte rupestre post-colombino, solos o en grupo
y participando en alguna escena. Todas son, en menor o mayor grado,
esquematizadas y, segœn el estilo, de cuerpo lleno y trazo tosco
o formando un "palito" de contorno preciso. Las cabezas
son usualmente redondas y, en menor medida, periformes o triangulares
con el rostro vaciado o de tinta plana, sin detalles faciales como
ojos, nariz y boca. El sombrero parece estar reservado para los
jinetes y personajes de rango (fig. Bi, Bk, Gg, Ha). Las figuras
que representan al pueblo, est‡n en su mayoría representadas
de perfil y en movimiento, mientras que los dignatarios eclesiásticos,
los santos y las figuras de sexo femenino (posiblemente la Virgen
María), vestidas con mantos o abrigos suntuosos, fueron dibujados
frontalmente, mirando hacia el espectador, y en posición
estática (fig. Ba-Bl).
Son relativamente frecuentes, pero
concentradas en pocos paneles, las representaciones de personajes
que llevan vestimentas suntuosas, adornos cefálicos y un
objeto a manera de báculo en la mano. En unos casos representan
autoridades eclesiásticas como obispos o prelados; en otros,
imágenes de santos y de la Virgen María. Algunos de
los vestidos, largos y anchos en su extremo distal, están
adornados en su interior. Casi todos llevan en una de las manos
un bastón que podría también interpretarse
como báculo y varios tienen adornos cefálicos peculiares.
En Morocaque y Sallaliuapata encontramos figuras antropomorfas de
sexo femenino, vestidas de fiesta, con faldas anchas partidas por
una raya vertical (fig. Ba-Bd, Bl, fig. 19).
|
Fig.40: Dignatarios eclesiásticos o mujeres
en traje de fiesta |
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Fig.41: Personaje con vestimenta decorada y bastón |
Fig. 42: Mujeres con objetos redondos (tambor?) y
bastón
|
...(Sigue
en la 2da. parte)