Tendencias recientes en la investigación del arte rupestre en Suramérica. Una síntesis crítica
Pedro
María Argüello García. pedroarguello76@gmail.com. Estudiante
de Doctorado, University of Pittsburgh.
N.E. Artículo publicado
originalmente en Arqueología Suramericana, Vol. 4, No. 1 (53-75). Departamento
de Antropología, Universidad del Cauca. Facultad de Humanidades, Universidad
Nacional de Catamarca, World Archaeological Congress. Enero de 2008. Una versión
resumida de este escrito fue presentada en la IV Reunión Internacional de
Teoría Arqueológica en América del Sur llevada a cabo en Catamarca, Argentina,
en julio de 2007. Esta nueva edición ha sido cedida y autorizada por el autor
(quien lo escribió mientras fue
profesor de la Universidad de Caldas en 2007) y los editores de Arqueología Suramericana,
especialmente para Rupestreweb.
Resumen:
El propósito de este
artículo es examinar cómo están siendo abordados ciertos tópicos de la investigación
del arte rupestre suramericano. Estos tópicos guardan una íntima relación con tradiciones
académicas de centros de producción de conocimiento; por esta razón se explora la
manera como se han adoptado al contexto suramericano. El resultado del examen
propuesto contrasta con la idea según la cual la investigación en esta área
atraviesa por una etapa floreciente; más bien, se plantea que ha optado por la
adopción de determinadas formas de proceder que pueden estar recibiendo un
tratamiento problemático y, más aun, naturalizándose como perspectivas
legítimas de análisis.
Sumário: O propósito deste artigo é
examinar como estão sendo abordados certos tópicos da investigação da arte
rupestre sul americana. Estes tópicos guardam uma íntima relação com tradições
academicas de centros de produção de conhecimento; por esta razão explora-se a
maneira como estas têm sido adotadas no contexto sul americano. O resultado do
exame proposto contrasta com a idéia segundo a qual a investigação nesta área
atravessa uma etapa de florescimento; mas também se sugere que se tem optado
pela adoção de determinadas formas de proceder que podem estar recebendo um
tratamento problemático e, mais ainda, naturalizando-se como perspectivas
legitimas de análise.
Abstract: The purpose of this paper
is to examine how certain topics of rock-art research have been addressed in
South America. Such topics are closely related to academic traditions from
knowledge-producing centers; for that reason it explores how they have been
adopted to the South American context. The results of the analysis show that,
contrary to the idea according to which research on this topic is blooming, the
adoption of specific approaches are problematic, specially because they have
been naturalized as legitimate analytical perspectives.
Introducción
Recientemente David Whitley (2005) ha constatado, con placer, el
gran avance que ha tenido en las dos últimas décadas la investigación del arte
rupestre a nivel mundial debido, entre otras cosas, a su paulatino
entendimiento como objeto arqueológico, lo que no sólo ha significado su integración
en explicaciones de carácter más general sino, también, la adopción de métodos
y técnicas arqueológicos, permitiendo estudios rigurosos y sistemáticos. La cada
vez mayor y exitosa implementación de una perspectiva arqueológica del arte
rupestre, primero en Europa y después en Estados Unidos, culmina con un
manifiesto de Whitley, retomando la frase que Lewis Binford hizo popular a inicios
de los años sesenta: el arte rupestre es
arqueología o no es nada. Su optimismo se extiende, incluso, a regiones
fuera del Primer Mundo, cuya investigación del arte rupestre caracteriza como floreciente. Este sería el caso de
Latinoamérica, donde una mayor cantidad de investigadores, agrupados en
organizaciones científicas y con dinámicas expresadas en la realización de
eventos dedicados al tema, es un buen ejemplo del progreso de la disciplina;
sólo haría falta mejorar el grado de entrenamiento de los investigadores y
dotarlos de recursos e infraestructura para que su desarrollo transite de forma
paralela al europeo y al estadounidense (Whitley 2005:x-xi).
Aunque los indicadores de Whitley aplican plenamente para el caso
latinoamericano pueden generar una imagen engañosa respecto al verdadero nivel
de avance de la investigación del arte rupestre, no sólo en lo que refiere al
carácter de la investigación sobre este tópico en la región sino a las formas
propias de hacer arqueología ya que no son el fiel reflejo de las tradiciones
investigativas de Europa y Estados Unidos; más bien, implican formas de
abordaje y tradiciones investigativas con algún grado de diferenciación
respecto de las emanadasde las metrópolis académicas (1). Así, la premisa de
Whitley puede entenderse, mejor, como un punto de partida para realizar una exploración
de la manera como diferentes tradiciones arqueológicas han tenido asidero y son
utilizadas en la investigación del arte rupestre en Latinoamérica. Ese es el
objetivo de este texto
1. El carácter de
la relación entre las academias de los países del Primer y Tercer Mundo ha sido
motivo de reciente atención. Para algunos arqueólogos corresponde a un fenómeno
de subordinación académica, conforme al modelo centro-periferia, que reproduce
las condiciones de subordinación político-económica (e.g., Politis2003); para
otros las teorías producidas en las metrópolis académicas sufren un proceso de indigenización mediante el cual se
adaptan a los contextos locales (e.g., Gnecco 1999). |
Paul Taçon y Christopher Chippindale (1998) propusieron cuatro
categorías para organizar los métodos de investigación del arte rupestre desde
una perspectiva arqueológica (véase Whitley 2001, 2005): la datación, el uso de la
analogía, los métodos informados (que suponen que alguna información de quienes hicieron o usaron el arte
rupestre ha pervivido, directa o indirectamente, y los investigadores pueden
acceder a ella por medio de fuentes etnográficas, etnohistóricas o históricas) y los métodos formales (basados en la información
inherente a las imágenes). Para la elaboración de este artículo opté, inicialmente,
por ordenar los tópicos de acuerdo a esa propuesta pero pronto advertí que las
particularidades de la investigación en Latinoamérica no siempre se ajustaban a
las definiciones originales. La etnografía y la etnohistoria no pueden ser entendidas,
necesariamente, como métodos informados y se comprenden mejor desde el punto de
vista de la analogía (que se incluye dentro de los métodos formales). Tópicos
como el análisis estilístico no son centrales a la propuesta de Taçon y Chippindale
o son entendidos, únicamente, como un instrumento de clasificación (Whitley
2005:47-52) mientras que en Latinoamérica son parte fundamental y, en muchas
ocasiones, condición inherente a toda investigación. No obstante, su propuesta
sigue siendo un recurso valioso porque permite comprender la forma como el arte
rupestre es entendido como objeto arqueológico y brinda un marco de análisis respecto
a las premisas epistemológicas subyacentes. Por eso este texto se centra en el
estudio de los tipos de datación más comúnmente utilizados en Suramérica, los análisis
estilísticos y el uso de la analogía por medio de las fuentes etnográficas y etnohistóricas.
Antes de continuar son pertinentes algunas aclaraciones. En primer
lugar, no busco dar cuenta del estado actual de la investigación del arte rupestre
latinoamericano ni construir un estado de la cuestión (2); simplemente he
seleccionado algunos estudios que pueden ejemplificar ciertas tendencias que
parecen recurrentes en diferentes países y/o regiones. La elección de esos
estudios estuvo mediada por factores como su claridad expositiva (lo que
permite entender, sin mayores confusiones, los puntos de partida de los autores),
la existencia de planteamientos que superan el nivel meramente descriptivo, su
popularidad (reflejada en la recurrente citación de textos y de autores) y la posibilidad
de acceso. En segundo lugar, la dificultad de acceder a bibliografía especializada
es aún mayor para las regiones de Centroamérica y el Caribe, por lo que sólo
hago referencia a Suramérica. En tercer lugar, aunque deseable, no es posible llevar
a cabo una síntesis que contenga una perspectiva propiamente histórica, razón por
la cual privilegio estudios realizados en los últimos años. Finalmente, los
tópicos que he seleccionado son los que están recibiendo un tratamiento
problemático o que constituyen aspectos neurálgicos de la investigación; por
eso no paso revista a todos los campos de acción que, en la actualidad, se
desarrollan en el estudio del arte rupestre suramericano. Muchos lectores
seguramente esperarán que, a cambio de la crítica, plantee alternativas a cada
uno de los aspectos analizados; debo reconocer, sin embargo, que no estoy en capacidad
de ofrecer soluciones a todos ellos, salvo las sugerencias que aparecerán en
algunos apartes. La pretensión de este texto es contribuir a una discusión que está
por hacerse y en la que varios colegas suramericanos tienen mucho que aportar.
2. La casi
irresistible tentación de construir un estado de la cuestión se esfuma,
rápidamente, ante la dificultad de acceder a bibliografía especializada
actualizada y su grado de dispersión. Intentos de síntesis, algunas regionales
y otras enfocadas a determinados países, se pueden encontrar en Sujo (1975),
Dubelaar (1984), Consens (1991), Schobinger (1997) y Greer (2001).
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Datación
Siguiendo los criterios utilizados en arqueología, es posible
encontrar técnicas de datación absoluta y relativa en el arte rupestre
(Dubelaar 1984; Prous 1989). Por medio de las técnicas de datación absoluta se
ha conseguido extraer y fechar material orgánico de las pinturas rupestres.
Gracias a la aplicación de la espectrometría de aceleración de masas y
desarrollos posteriores es posible contar con fechados radiocarbónicos en
Argentina y Brasil (Hedges et al. 1998; Boschin et al. 1999; Rowe 2001; Steelman
et al. 2002). Son contados los casos en los cuales ese procedimiento ha sido
aplicado y resultado exitoso. Las razones son diversas pero se pueden agrupar
en (a) el mayor porcentaje de pinturas rupestres parece haber sido elaborado
con materiales inorgánicos; por eso la mayor parte de ellas no puede ser fechada,
al menos con los conocimientos actuales; (b) la reciente aplicación de la
técnica, que aún se encuentra en fase experimental (Rosenfeld y Smith 1997;
Rowe 2001), y la lentitud de la tasa de transferencia de esos procedimientos a
los países del Tercer Mundo; (c) los múltiples factores que pueden alterar la
capa pictórica y la confiabilidad de la fecha resultante, sobre todo en
yacimientos al aire libre (Armitage et al. 2001); (d) las dificultades para
establecer qué es exactamente lo que se está fechando y los estudios colaterales
requeridos para tal fin (Boschin et al. 1999); y (e) el potencial destructivo de
la técnica de obtención del pigmento y sus consideraciones respecto a la ética frente
a la conservación y el entendimiento del arte rupestre como bien patrimonial.
No obstante, es de esperar que la aplicación de la técnica de AMS se
generalice, así como los análisis detallados que no sólo permitan depurar el
procedimiento de extracción sino el estudio de los componentes fechados. Novedosos
procedimientos serán refinados y puestos al servicio de la investigación en la
región; otros, como producto de detalladas discusiones, serán descartados por
carecer de suficiente fundamentación. Un buen ejemplo podría ser la propuesta
de datación de petroglifos por microerosión realizada en Bolivia (Bednarik
2001). En todo caso, esos análisis aún requieren la activa colaboración de colegas
provenientes de países industrializados, no sólo en lo referente a su
conocimiento particular sino como punto de enlace con laboratorios
especializados, que tampoco existen en Suramérica. La posibilidad de avanzar en
las técnicas de datación absoluta parece ligada a la agilidad con que los
investigadores suramericanos logren establecer canales de comunicación con
investigadores y universidades del Primer Mundo (3).
3. En los trabajos
consultados los estudios conducentes a la obtención de fechados radiocarbónicos
han sido adelantados por o con la colaboración de investigadores y laboratorios
de países industrializados.
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La datación absoluta se ha complementado por medio de lo que Prous
(1989) llamó datación semi-absoluta (que propone una fecha mínima o máxima para
la elaboración de una pintura o petroglifo). Dentro de ella se encuentran (a)
la datación de arte o implementos enterrados (cf. Dubelaar 1984); (b) la
asociación con restos arqueológicos; y (c) la datación por temas.
Arte e implementos
enterrados
La datación de restos de materiales para pintar, pinturas o bloques
enterrados es posible cuando se puede fechar el estrato donde aparecen o los
estratos inferior y superior (aportando una fecha antes o después de su elaboración).
Los bloques pintados enterrados son susceptibles de aparecer, sobre todo, en
abrigos rocosos, aunque también es posible identificar petroglifos enterrados
(Crivelli y Fernández 1996, citado por Bednarik 2003) y colorantes
probablemente utilizados en la actividad pictórica (d’Errico y Vilhena Vialou
2007). Este tipo de datación ha sido utilizado en Brasil (Guidon 1991; Guidon y
Arnaud 1991; Prous 1993; Schmidt 2004), Chile (Santoro y Dauelsberg 1985), Perú
(Guffroy 1999:26-38), Argentina (Schobinger y Gradin 1985; Cardich 1987; Gradin
et al. 1987; Schobinger 1997) y Colombia (Van der Hammen y Castaño 2006) y
tiene la ventaja de poder ser asociado a otros restos culturales y dar
indicaciones sobre el contexto de elaboración y utilización del arte rupestre.
La ocurrencia de instrumentos, pigmentos o bloques con “restos de
pintura” en estratos arqueológicos debe ser objeto de cuidadosos análisis para
evitar asociaciones ligeras que conduzcan a la asignación cronológica del arte
rupestre (Vialou et al. 1996; d’Errico y Vialou 2007). Por ejemplo, en el
controvertido sitio de Pedra Furada (Brasil) los excavadores reportaron fragmentos
pintados desprendidos de los murales y asociados a fechas comprendidas entre
32.000 y 7000 AP (Guidon y Arnaud 1991:171); sin embargo estas fechas han sido
cuestionadas (Bednarik 2003) y para el noreste brasilero sólo se aceptan fechas
inferiores a 10.000 AP (Bednarik 2003:90; Schmidt 2004:254). Esto significa que
es necesaria una cuidadosa atención al contexto arqueológico donde aparecen
elementos relacionados con la ejecución del arte rupestre. La sola ocurrencia
de materiales, como restos de pigmentos en estratos arqueológicos, no asegura
que también hayan sido utilizados para ese propósito ya que se requiere, en
cada caso particular, el diseño de una metodología dirigida a comprobar la
asociación entre arte rupestre y restos arqueológicos como condición previa a la
asignación cronológica (4). No obstante, ante los recursos disponibles este
tipo de datación es uno de los más confiables y de promisorio desarrollo en
Suramérica.
4. El estudio de la producción del arte
rupestre con base en el análisis de cadenas operatorias es una vía útil en la
construcción de esas asociaciones (cf. Fiore 2007).
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Asociación con restos
arqueológicos
La asociación con restos arqueológicos, que de manera más precisa
podría denominarse asociación por
cercanía, es la más comúnmente utilizada en Suramérica (Schobinger 1997;
Querejazu 1998; Guffroy 1999; Schobinger y Strecker 2001). Ella supone que es
posible asociar un yacimiento o conjunto de rocas con arte a los restos
arqueológicos cercanos en tanto se asume que el grupo humano que dejó los objetos
arqueológicos (enterrados) fue el mismo que elaboró el arte rupestre.
Berenguer et al. (1985:90) expusieron esta idea de forma
excepcionalmente clara:
Con
independencia de otros factores si uno o más paneles de arte rupestre se encuentran
inmediatamente adyacentes a un depósito arqueológico es alta la probabilidad de
que quienes produjeron el depósito sean también los autores del tales
representaciones y, por tanto, es posible atribuir a estas últimas toda la información
cronológica que se disponga sobre dicho depósito.
Esta cercanía puede ser el rededor mismo de la roca o la zona
geográfica en que se encuentra un grupo de yacimientos. En la mayoría de los casos
la asignación es meramente contextual, es decir, en un primer momento se adopta
la cercanía como sinónimo de asociación y se procede, en un segundo momento, a
convertir una posibilidad en un hecho comprobado. En otros casos la asignación
se apoya en elementos de conexión como las similitudes formales; el hallazgo de
motivos y figuras en el arte rupestre y en otros elementos susceptibles de ser
fechados, sobre todo la cerámica, permiten la integración de unos y otros
dentro de períodos, horizontes y/o tradiciones arqueológicas (Schobinger y
Gradin 1985:64; Tarble 1991; Guffroy 1999:71-80; Bray 2002). Berenguer et al. (1985:91)
definieron esta tendencia así:
Las
similitudes formales entre diseños presentes en el arte rupestre y artefactos
(o diseños presentes en artefactos) fechables es un criterio válido para atribuir
a los primeros toda la información cronológica que se disponga sobre los
segundos, siempre que las regiones en que se encuentran el arte rupestre y los
artefactos estén razonablemente cerca como para suponer contactos históricos o
que tales contactos estén ya documentados.
Este tipo de asociación deriva de la tradición histórico-cultural,
ampliamente difundida en la región, y cuyo desarrollo permitió homogeneizar y
adscribir un conjunto de objetos arqueológicos, aparentemente condensados en un
tiempo y espacio establecidos, a las denominadas áreas culturales culminando en
la suposición de que un grupo de rasgos comunes que puede ser identificado en
un área y tiempo determinado perteneció, o es producto de, un mismo grupo
cultural (Greer 2001). El carácter de los objetos arqueológicos, o su ausencia,
puede ser indicativo de la función que cumplía el arte rupestre (Tarble y
Scaramelli 1999). La coexistencia de objetos arqueológicos en una misma zona,
cuya extensión es difícil de precisar, es el punto de partida para la
asignación cronológica del arte rupestre, incluso cuando no parece existir elemento
alguno de conexión más allá de la proximidad espacial (Schobinger y Strecker
2001). Esta racionalidad fue ejemplificada por Schobinger (1997:164) respecto a
la asignación cronológica de algunos grupos de pinturas en Colombia y Venezuela
a sociedades cacicales:
A pesar
de no haber claras correspondencias temáticas ni estilísticas entre estas
tradiciones cerámico-culturales y las obras de arte rupestre ni, tampoco,
indicios cronológicos para estas últimas podemos suponer que, en su mayoría,
reflejan ritos y creencias de estos grupos ubicados entre unos 1500 a.C. y 1500
d.C. (resaltado añadido).
Una somera revisión de este tipo de trabajos muestra que las
conexiones son endebles, argumentaciones ad
hoc sin mayor sustento y naturalizadas en trabajos históricos cuyo carácter
clásico les provee de autoridad y verdad. En caso de que se aceptara la
legitimidad de dichas conexiones el carácter de la evidencia arqueológica no
parece prestarse a tal tipo de asociación lineal. En muchas ocasiones el
contexto arqueológico (el de un sitio específico o una región) se compone de diferentes
períodos de ocupación, en algunos de los cuales se mezclan componentes de
horizontes diferentes; esto haría imposible fechar el arte rupestre, a menos
que se establezca un elemento de juicio que indique a cuál de ellos
corresponde. Esto tampoco ocurre; por eso en buena parte de las investigaciones
se recurre al análisis del estilo para salvar ese inconveniente. En otros
casos, ante la ocurrencia de diferentes períodos de ocupación el procedimiento
consiste en indicar una serie de razones para descartar la posibilidad de que un grupo humano haya sido el ejecutor
de las manifestaciones artísticas a fin de decantar y definir el que sí lo hizo
(Schobinger 1982:30-32, 1988:37).
Datación por temas
La datación por temas supone que es posible identificar objetos cuya
lectura los asocia a una época determinada. Ese tipo de inferencia proviene de
la tradición europea, que asignó el arte rupestre al Paleolítico gracias a la
identificación de figuras de animales extintos (5) En cientos de yacimientos
los investigadores suramericanos han reconocido elementos como animales (Berenguer y Martínez 1989; Rodríguez 1992), plantas y
seres humanos (Berenguer y Martínez 1989), armas (Guffroy 1999), escudos
(Falchi 1994), balsas (Santoro y Dauelsberg 1985) y máscaras (Schobinger 1982).
En algunos casos la distinción de determinados tipos de plantas permite suponer
que el arte rupestre no puede ser más antiguo que la época cuando se introdujo
la agricultura en cada zona; en otros se supone que el nivel de detalle como
fueron representadas determinadas figuras brinda la posibilidad de diferenciar
el arte de las poblaciones cazadoras de las pastoriles (Klarich y Aldenderfer
2001) o, incluso, animales salvajes de domesticados (Schobinger 1997; Gallardo
y Yacobaccio 2005). No obstante, no todos los análisis encaminados a
identificar temas en el arte rupestre guardan una pretensión cronológica (cf.
Berenguer y Martínez 1989; Van Hoek 2005).
5. La asignación cronológica a partir de especies
fue un recurso útil en la medida que tuviesen una ubicación temporal
restringida o que se pudiera precisar el momento de su introducción. Véase
Bednarik (1995) para una discusión al respecto.
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Un buen ejemplo de esta forma de razonamiento es el trabajo de
Gallardo y Yacobaccio (2005) en el cual se pretende identificar la presencia de
camélidos salvajes y domesticados en el arte rupestre del desierto de Atacama,
en Chile; su premisa es que las diferencias morfológicas, derivadas del proceso
de domesticación de los camélidos, habrían sido observadas y representadas por
los ejecutores del arte rupestre, lo que haría posible conocer, con algún grado
de confianza, qué tipo de animal fue representado. Esa distinción puede tener
una implicación cronológica ya que es correlato de diferentes formas de subsistencia.
Para Gallardo y Yacobaccio (2005:126) la coexistencia de dos estilos artísticos
(uno donde predominan las representaciones de animales silvestres y otro donde
predominan los domesticados) es indicador de la transición entre un modo de
producción basado en la caza y otro pastoril (6); por eso es viable hablar de representaciones
propias de uno y otro tipo de grupo humano que se sucedieron en el tiempo.
6. Véanse Klarich
y Aldenderfer (2001) y González (2002) para modelos similares basados en la conducta
de los camélidos.
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Este tipo de análisis supone una consideración de la estética en
sentido general (Heyd 2005:5), esto es, la aceptación de la existencia de
propiedades físicas o de detalles propios de los objetos que serían observados
por el ejecutor del arte rupestre y por el investigador debido a que ambos tendrían
un sistema común de percepción (Bednarik 2002:1213). Aunque es posible aceptar
que la sensación producida por un objeto existe independientemente de la cultura
(Morphy 2005:53) la evaluación e interpretación de la primera sólo es posible en
el marco de la segunda; la percepción de los objetos, aquello considerado digno
de ser tomado en cuenta y representado, está condicionada culturalmente,
obligando al investigador a tener conocimiento del sistema de percepción del
ejecutor del arte antes de proceder a llevar a cabo una lectura textual de las
imágenes. La asignación por temas no puede utilizarse como técnica de datación
porque su utilidad está condicionada a un conocimiento previo de los patrones
culturales del grupo que elaboró el arte rupestre; en caso de existir ese
conocimiento traería consigo la requerida datación.
El problema de la identificación supera el plano cronológico y se
traslada al de la explicación. La asignación por temas implica una suposición
más bien problemática: la intención del artista fue describir los objetos de la
naturaleza por medio de la representación. Esta suposición se asume como verdadera
pero no ha sido argumentada o comprobada. Las teorías derivadas del modelo
neurofisiológico sugieren que el arte rupestre no es eminentemente representativo
(Lewis-Williams 2002:183,194) e invitan a evaluar ese postulado antes de ser
tomado a priori. En todo caso, este
tipo de asignaciones olvida que si la pretensión del arte fue la representación
de objetos de la naturaleza estuvo mediada culturalmente, por lo que los
patrones de objetivación fueron diversos y no siguieron, necesariamente, la
lógica que los investigadores buscan imponer al momento de leer los paneles con
arte rupestre.
Un solo ejemplo basta para ilustrar la complejidad del problema.
Reichel-Dolmatoff (1990) sugirió que muchas de las figuras que podrían ser leídas como
animales son representaciones de espíritus y cualidades del poder chamánico; la
representación de las aves sería la exaltación de la capacidad de volar del
chamán y, por tanto, más que un animal lo que está representada es la capacidad
de determinados seres humanos. Esto no quiere decir que la interpretación de
Reichel-Dolmatoff sea correcta sino llamar la atención sobre las dificultades
de las lecturas literales. Como bien advirtió Whitney Davis (1989:179) lo que
parece ser una figura no necesariamente lo es; la representación de un animal no significa que en efecto lo sea. En
suma, los criterios de lectura no pueden ser tomados a priori sino que deben ser analizados y demostrados antes de
proceder a realizar inferencias a partir de ellos.
Análisis estilísticos
Los análisis estilísticos en Suramérica han sido acordes a los
planteamientos de la arqueología histórico-cultural y se han implementado
mediante la definición de rasgos icónicos usados como marcadores temporo-espaciales.
El país donde se han trabajado de forma más amplia en este sentido es Brasil;
su estudio permite entender la manera como se desarrolla este tipo de
procedimientos. El territorio brasileño ha sido dividido, cronológica y geográficamente,
en diferentes tradiciones rupestres,
subdivididas en estilos o facies (Guidon 1991; Prous 1994:81). Prous et al.
(2003:46) describieron así la forma como se construyen y la relación entre los elementos
que las componen:
Conjuntos
rupestres que pertenecen a un mismo período (el cual puede durar siglos o
milenios) y presentan una misma temática son agrupados en una “tradición”, que
recibe un nombre específico. Dentro de una tradición, conjuntos que presentan
características peculiares en temática y técnicas de elaboración son llamados
“facies”, cuando corresponden a una región específica, o “estilos” cuando
ocurren durante un período restringido en un mismo lugar, sucesivamente.
Las tradiciones, como unidades de análisis, fueron entendidas en
términos culturales, es decir, el espacio y tiempo de una tradición determinada
se asumió como el de un grupo cultural (estilo étnico), siguiendo los parámetros
propuestos por la arqueología histórico-cultural (Prous 2005:288-289). Cada
tradición fue definida a partir de un rasgo temático y complementada con otros elementos,
como los tipos de sitio donde aparecían, su disposición al interior de los
paneles (lugar, tamaño) y la técnica de elaboración (incluyendo color, forma de
ejecución y tipo, i.e., pintura o petroglifo). La definición de esas
tradiciones ha sido posible gracias a la existencia de dataciones absolutas y
semi-absolutas, como anoté anteriormente. La conjunción de los rasgos
mencionados es la base para la definición de estilos que deberían corresponder
a una práctica artística propia de un grupo humano determinado. No obstante, y
como ha sido advertido por algunos investigadores (Consens y Seda 1990; Consens
1996), la falta de claridad en la definición de las tradiciones, estilos y
fases ha derivado en la nominación de unidades muchas veces inconmensurables, de
poca utilidad más allá del nivel descriptivo y clasificatorio.
En Chile se han organizado conjuntos rupestres en términos
geográficos y cronológicos con base en el concepto de estilo. Este último ha
sido analizado desde un punto de vista intrínseco intentando discernir patrones
de organización y variación formal a nivel de los diseños, teniendo en cuenta
la lógica de ejecución de las figuras, la temática representada, la ordenación
al interior del panel, la técnica de ejecución y su emplazamiento en un territorio
(Gallardo et al. 1999; Troncoso 2002, 2003; Berenguer 2004; González 2005; Núñez
et al. 2006). Las variaciones formales en los conjuntos rupestres (e.g.,las
diferencias en la perspectiva utilizada para pintar animales o la aparición de
detalles como el número de patas u orejas) son los indicadores de cambios
estilísticos y culturales.
Otro tipo de razonamiento combina un estudio derivado del
estructuralismo francés con una proposición evolutiva que implica el tránsito
del arte naturalista al esquemático, denominado evolución estilística
(Sujo1975; Gradin 1988; Falchi 1994; Guffroy1999), o el análisis del desarrollo
del arte abstracto al naturalista (Onetto 1990). Para la explicación del cambio
estilístico se observan dos tendencias: (a) las que acuden a las premisas de la
arqueología histórico-cultural, determinando un foco estilístico y una
trayectoria de difusión y delimitando una zona donde es posible hallar ciertos rasgos estilísticos de una cultura y un
grupo humano definido (Schobinger y Gradin 1985; Greer 2001); y (b) las que identifican
patrones cronológicos para dar cuenta de los cambios iconográficos con un tronco
común y que refieren a desarrollos de grupos humanos sin reemplazo poblacional (Aschero
2006).
El análisis estilístico asume que la variedad formal está
directamente relacionada con un sistema cultural, al cual pertenece; de allí
que la variación estilística sea entendida como reflejo del cambio o variación
cultural, con claras implicaciones cronológicas (7). Este supuesto es producto de
una concepción normativa de la cultura aplicada al análisis de los materiales
arqueológicos (Lyman y O’Brien 2004) que deriva en la proposición del estilo
como un reflejo pasivo de las normas culturales (Conkey 1990; Hegmon 1992). En
el mejor de los casos al estilo se asigna una función comunicativa enmarcada
dentro de un proceso de reproducción cultural, infiriendo límites culturales
con base en límites estilísticos. En la mayoría de los casos no se pretende
entender el contexto social donde se produce el estilo; más bien se acude a él
para dar orden a un conjunto o conjuntos de arte rupestre, convirtiendo el
análisis estilístico en un asunto tipológico.
En otros casos los estilos tienen connotaciones de carácter simbólico
e isocréstico (sensu Sackett 1990) que, generalmente, se traslapan uno y otro,
haciendo difícil diferenciar el motivo que originó su ejecución (Berenguer
2004). Otros más suponen que el estilo de los objetos arqueológicos deriva del
arte rupestre (lo que se ha denominado arte
mobiliar con tradición rupestre), acaso una de las más extrañas connotaciones
del difusionismo (8).
7. Para casos que
no aplican una premisa cronológica y cultural véanse Consens (1997) y Tarble y
Scaramelli (1999)
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8. Parece que esta
idea deriva de la proposición hecha por Eloy Linares (1970), quien acuñó el
concepto de arte rupestre mobiliar para hacer referencia a pinturas o
petroglifos realizados sobre rocas transportables y susceptibles de aparecer en
contextos arqueológicos. Esa definición difiere de la tradicionalmente aceptada
del arte rupestre, que lo caracteriza por ser realizado sobre superficies
rocosas cuyo tamaño las hace no portables o no movibles.
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La construcción de unidades, entre ellas las estilísticas, parece
responder mas a criterios ad hoc originados en juicios arbitrarios impuestos, sin mayor fundamento, por los
investigadores. Lo que Consens (2006a:81) ha denominado egofactos (creaciones personales e idiosincráticas que no pueden
ser reconocidas o usadas por otro investigador diferente de quien las formula y
que, por ende, tienen poca utilidad científica) ha generado unidades
taxonómicas, con constantes reevaluaciones y redefiniciones, que no parecen
llevar a ninguna parte, salvo constituirse en materia de discusiones que poco
aportan a dilucidar los contextos de elaboración del arte rupestre. Los estilos
propuestos son tan vagamente construidos que permiten la inclusión de cualquier
figura (¡incluso proveniente de otros continentes!) o son tan restringidos que
sólo aplican a un motivo específico o único; en ambas situaciones el diseño metodológico
de la construcción estilística (en caso que se pueda dilucidar) no parece encaminarse
a la resolución de preguntas antropológicas o arqueológicas sino a la construcción
estilística por sí misma. Se trata de tipologías clasificatorias cuyo fin parece
ser más la enunciación de conjuntos que el entendimiento del objeto como fenómeno
social; así el análisis estilístico se convierte en el fin de la investigación y
no en un medio para la comprensión de los grupos humanos que elaboraron el arte
rupestre. Esas tipologías se
originan en la facultad especial de los investigadores para determinar el grado
de variabilidad en los objetos, punto de partida para la definición y
delimitación de los estilos rupestres (Bednarik 2002:214). Aún cuando se acude
a refinados métodos matemáticos para la determinación de estilos, la ausencia
de preguntas rectoras al inicio de la investigación conduce a la misma situación
(Consens 1985, 1997), quizás debido a cierta pretensión de develar la variabilidad o unicidad en los objetos con base en la
aplicación de técnicas que, como la estadística, eliminarían el sesgo del
investigador, por lo que su aplicación traería como resultado la obtención de tipos objetivos (Sujo 1975). El intento de descubrir estilos gracias a la
asepsia proporcionada por la estadística olvida una premisa básica en la
investigación científica: los objetos son construcciones derivadas de teorías;
esto invita a erigir preguntas de investigación con miras a la resolución de
problemas propuestos por las teorías. Comprender que los objetos de investigación
son constructos teóricos permite situar un grupo de problemas que puede ser
resuelto mediante la definición de conjuntos o de un cierto ordenamiento denominado estilo.
Etnografía y etnohistoria
Salvo referencias aisladas (e.g., Romero 2003) pareciera que la
práctica de ejecutar arte rupestre no es un evento recurrente en las
comunidades indígenas americanas actuales; es decir, no existe una tradición continua
que llegue hasta el presente. Esto obliga al uso de la etnografía y la etnohistoria
como fuente de explicación del arte rupestre y, por ende, a la utilización de
la analogía. Los análisis que recurren a la etnografía o a la etnohistoria se
pueden agrupar de acuerdo al tipo de analogía que utilicen (formal, genética,
funcional), aunque la mayoría de los casos usa una combinación de ellos
(Whitley 2005).
La analogía formal supone
semejanzas superficiales en determinadas figuras, lo que implica un mismo
origen y/o significado (Whitley 2005:104). Este tipo de analogías esta
íntimamente relacionado con lecturas literales del arte rupestre (identificación
de temas específicos) y asume la existencia de estructuras subyacentes a las comunidades
indígenas americanas (Bray 1998, 2002; Cárdenas 1998). Debido a que se admite
alguna función religiosa y/o mágica para el arte rupestre es recurrente la
revisión meticulosa de relatos míticos y contextos rituales (Schobinger 1982; Van
Hoek 2005). La analogía genética se caracteriza
por presumir la existencia de una conexión histórica o cultural entre los ejecutores
del arte rupestre y la comunidad de la que procede la referencia etnográfica o
etnohistórica (Whitley 2005:104-106). En la mayoría de los casos los investigadores
acuden a datos etnohistóricos o etnográficos de comunidades que habitan las
mismas regiones donde se encuentra el arte rupestre que estudian para
identificar elementos particulares o a su disposición en el espacio (Berenguer
y Martínez 1989; Tarble 1991; Urbina 1991; Berenguer 2004). Esto implica que el
sistema de significación de los ejecutores del arte rupestre y de las
comunidades referenciadas en las fuentes debe ser el mismo y, por lo tanto, que
los aspectos constituyentes de los patrones culturales de los grupos indígenas
de quienes se posee información debieron ser el patrón que enmarcó la actividad
de elaboración del arte rupestre; en otras palabras, su uso y función actuales son
los mismos del pasado (Tarble y Scaramelli 1999).
Estos estudios recurren a un procedimiento más o menos
estandarizado. Primero se identifican figuras o temas en el arte rupestre;
luego se buscan referencias sobre ellos en las fuentes etnohistóricas o etno- gráficas;
después se vuelve a él para identificar elementos nuevos aportados por la etnohistoria
o la etnografía; finalmente se explica su significado. Este procedimiento no
sólo es utilizado para dar cuenta de un conjunto de manifestaciones artísticas
sobre las rocas sino, también, para encuadrar el objeto arqueológico en las
explicaciones del pasado de una región.
El uso de las fuentes etnográficas y etnohistóricas asume un grupo
de premisas insuficientemente argumentado. El aspecto más problemático tiene
que ver con la suposición de la existencia de continuidad (que puede abarcar
desde lo cultural, en sentido amplio, pasando por los sistemas políticos,
religiosos y modos de producción, hasta los sistemas de significación y formas
de representación) entre los grupos que elaboraron el arte rupestre y aquellos a
los cuales se acude con el objeto de explicarlo. Esto no es más que la
proyección occidental de la forma como se entienden las comunidades aborígenes
como estáticas e, incluso, resistentes al cambio. Estas ideas han sido
fuertemente cuestionadas en el plano arqueológico (porque subordinan la lectura
del registro arqueológico a la etnología) y antropológico (y, en general, de
las ciencias sociales) por sus implicaciones políticas (Trigger 1992). La
cuestión obvia que permite poner en tela de juicio la continuidad es la
carencia de prácticas de ejecución de arte rupestre en las comunidades que son
usadas como fuente de información. Si los sistemas simbólicos, rituales,
religiosos, etc, son los mismos ¿por qué esas comunidades no ejecutan arte
rupestre o han dejado de hacerlo desde hace tantos años?
La continuidad ha traído consigo otro hecho recurrente: la
extrapolación de elementos presentes en las crónicas de la época de la
conquista al período prehispánico. Esta práctica, tan frecuente en la arqueología
latinoamericana, ha permitido interpretar los objetos arqueológicos a partir de
los relatos etnohistóricos y etnográficos, terminando en dos tipos de constructos.
En primer lugar, la asignación del arte rupestre a los grupos que fueron documentados
por los españoles como producto del proceso de invasión y conquista; lo que
parecía lógico ante la ausencia del control cronológico proporcionado por la
arqueología (e.g., Arango 1974) se ha convertido en lugar común, aún después de
que se demostró la existencia de profundas secuencias de ocupación (Muñoz
2006). Un segundo aspecto tiene que ver con la aceptación de la relación del
arte rupestre con aspectos míticos y rituales (Schobinger 1997; Schobinger y
Strecker 2001). Esas formas de entendimiento contribuyen a la construcción de
una imagen uniforme del pasado y hace innecesario un estudio meticuloso y detallado
en atención a las escalas cronológica y espacial.
La analogía funcional se
basa en un principio uniformista y propende más por la explicación del origen
del arte que por su significado (Whitley 2005:106, 110). El mejor ejemplo de
este tipo de razonamiento es el modelo neurofisiológico, el paradigma
explicativo más popular en la investigación contemporánea del arte rupestre a
nivel mundial (Wallis 2002; Consens 2006b; McCall 2007) (9).
9. Para la
enunciación y aplicación a casos concretos del modelo véanse Lewis-Williams y
Dowson (1988), Clottes y Lewis-Williams (2001) y Lewis-Williams (2002). Otras
aplicaciones, modificaciones y críticas pueden leerse en Wallis (2002),
Helvenston y Bahn (2003), Hodgson (2006), Keyser y Whitley (2006) y McCall (2007).
|
Uno de los casos de estudio utilizado para confirmar ese modelo fue
elaborado por Reichel-Dolmatoff entre los indios Tucano del Vaupés colombiano
(Lewis-Williams y Dowson 1988), lo que, seguramente, brindó herramientas para
su puesta en práctica en Suramérica. Una vez se popularizó un grupo de
investigadores suramericanos se dio a la tarea de actualizar sus explicaciones
mágico-religiosas en el sentido de “ponerlas al día” respecto a aspectos como
la ingestión de alucinógenos y la identificación de formas derivadas de fosfenos.
¿Por qué se ha popularizado el modelo neurofisiológico? Una de las razones
radica en la relativa facilidad con que puede ser aplicado. Aunque el modelo es
complejo (Lewis-Williams 2002) y variado (Hodgson 2006) brinda la posibilidad de
obviar problemas como la datación, la descripción detallada de los paneles o el
análisis cuidadoso del contexto. Teniendo en cuenta el carácter universal del
modelo (hace referencia a la capacidad que tienen todos los mamíferos de
alucinar) lo único que se requiere es identificar formas similares a las
producidas en cualquier estado alucinatorio (fosfenos, figuras geométricas,
figuras animales); comprobar o sugerir que el grupo humano tuvo personajes
chamánicos (o sacerdotes o cualquier líder religioso); y establecer la consecuente
relación; es decir, integrar un elemento recurrente en el arte rupestre con
otro derivado de la analogía y aplicar el modelo de forma irrestricta.
No se puede negar que el modelo neurofisiológico tiene un fuerte
potencial explicativo para el arte rupestre. No obstante, se ha abusado de ese
potencial e implementado de forma acrítica. Se olvida, por ejemplo, que el
chamanismo no es, como tal vez se pensó en algún momento, un fenómeno universal
o que sus características son y han sido las mismas en todos los tiempos y
lugares (McCall 2007), por lo que los derivados de las prácticas chamánicas
también pueden ser diversos. Tampoco se puede dar por sentada la relación entre
chamanismo y arte rupestre como comúnmente se supone; la revisión etnográfica
de los miles de grupos aborígenes actuales que tienen líderes religiosos con
características similares a las de los denominados chamanes y sus prácticas de ingestión
de sustancias alucinógenas no simpre implica prácticas relacionadas con la
producción de arte, mucho menos arte rupestre, lo que debería ser suficiente
para instar a los investigadores a argumentar mejor esa probable relación.
Cuestión de tradiciones
La investigación arqueológica en Suramérica ha estado ligada a las tradiciones
investigativas emanadas de los centros de producción de conocimiento, esto es,
Norteamérica y algunos países de Europa occidental (Politis 2003) (10)
10. No obstante,
recientemente Fiore (2006:190) ha expresado respecto a la temprana arqueología
del arte rupestre en Suramérica que “...no
importó, de manera acrítica, teorías de países centrales sino que generó
perspectivas conceptuales originales e hipótesis propias.” Aunque la falta
de referencias explícitas dificulta la tarea de identificar las fuentes
teóricas y metodológicas que se usaban en aquella época, lo que puede llevar a
la consideración de originalidad,el uso conceptual denotado en un lenguaje
común es buen indicativo para dar cuenta del intento de los investigadores por
seguir postulados foráneos. Este es el caso de las periodizaciones que se
hicieron conforme a los esquemas pioneros de la arqueología histórico-cultural
norteamericana (Paleoindio, Arcaico, etc.) o europea (Paleolítico, Mesolítico,
etc.). En época reciente la situación ha cambiado y es común encontrar
referencias, en términos de adscripciones teóricas o guías metodológicas, a
autores norteamericanos y europeos.
|
Independientemente de la postura que se tome respecto a esa
situación es importante analizar el carácter que adquieren en el subcontinente
las tradiciones importadas.Para el caso particular de la investigación en arte
rupestre es posible observar una mezcla de dos tradiciones investigativas diferentes.
De una parte está la influencia de la arqueología histórico-cultural, la
escuela dominante en la arqueología suramericana en el siglo XX (Polítis 2002),
y sus derroteros investigativos signados por la necesidad de la construcción
crono-espacial de culturas arqueológicas y de la explicación del cambio mediante
la difusión y la migración (11).
11. Aunque en
Suramérica ha tenido mayor influencia la versión norteamericana de la
arqueología histórico-cultural no se pueden desconocer los aportes de la
tradición europea. Los postulados básicos, comunes a las tradiciones de ambos
lados del Atlántico, permiten identificar un núcleo histórico-cultural presente
en todas las arqueologías nacionales (no nacionalistas), independientemente de
su mayor o menor cercanía a las academias norteamericanas o europeas. Un
análisis pormenorizado de las diferencias originadas en las influencias
particulares de ambos centros de producción académica se-guramente permitirá
una comprensión mas detallada de las elecciones de determinados tipos de
abordajes teórico-metodológicos en el arte rupestre.
|
Los investigadores suramericanos han tratado de ajustar los
conjuntos rupestres a esas culturas, lo que se ha constituido en la base para
la integración del arte rupestre como objeto arqueológico, por lo que es
posible encontrar conjuntos rupestres a los que se asignan nombres de culturas
arqueológicas, muchos de los cuales corresponden a grupos humanos hallados por
los españoles en la época de la conquista, generando una imagen estática del
pasado precolombino y convirtiendo a esos grupos en los depositarios de cualquier
objeto arqueológico.
El desarrollo de la arqueología histórico-cultural, en conjunción
con el uso de las fuentes etnohistóricas, fue un marco útil para dar identidad
cultural y explicación a los conjuntos rupestres recién descubiertos. Aunque el
carácter de las explicaciones fue independiente del tipo de sociedad a la que
se asignó el arte rupestre (e.g., las explicaciones mágicas o las que lo
relacionan con aspectos astronómicos) la arqueología histórico-cultural y los textos
etnohistóricos han sido una fuente constante de elementos de asociación para entenderlo
como objeto arqueológico.
Aunque en la actualidad la arqueología histórico-cultural es blanco
de críticas a sus presupuestos teóricos o metodológicos es innegable el papel fundamental
que jugó en la sistematización de una gran cantidad de información que venía
siendo recogida de forma desordenada. El hecho de que los investigadores
actuales no se muestren especialmente preocupados por aspectos básicos, como la
cronología, y transiten hacia otros campos de estudio trazados por nuevas
corrientes (más interesadas en asuntos socio-culturales) se debe al trabajo realizado
por la escuela histórico-cultural.
La imposibilidad de datar el arte rupestre de manera confiable ha
impedido que, en muchos casos, se pueda superar el nivel histórico-cultural;
por eso se invierte una gran cantidad de esfuerzos en la búsqueda de criterios
de asignación cronológica que, en la mayoría de los casos (como he intentado
demostrar), han sido poco claros o problemáticos. La datación convencional por radiocarbono
tiene la ventaja de ser universal y no requerir análisis demasiado complejos para
su validación; ello ha sido determinante en su adopción generalizada como
técnica estándar en todos los continentes. Sin embargo, la datación absoluta
del arte rupestre es un asunto complejo y motivo de fuertes controversias
debido a que se encuentra en etapa experimental (Bednarik 2002; Whitley 2005);
esas controversias son, muchas veces, ininteligibles para los arqueólogos
suramericanos, más acostumbrados a discusiones en el plano de las ciencias
sociales o humanas que en el de las ciencias naturales.
Aunque se puede argumentar que el control cronológico no es
completamente necesario en las etapas iniciales de una investigación
arqueológica yo sostengo que éste, asociado a otras variables (como el espacio),
permite entender el arte rupestre desde la perspectiva arqueológica. Para bien o
para mal esa es la herencia, derivada de la arqueología histórico-cultural,
recogida y adoptada por sucesivas tradiciones investigativas. Otra cosa sería
desconstruir totalmente los cimientos de la arqueología del subcontinente y
comenzar de nuevo. Por ende la datación del arte rupestre debería ser tema
prioritario en la agenda investigativa suramericana (12)
12. No debe
confundirse el llamado a mejorar las técnicas de datación con una intención de
corte histórico-cultural que propenda por la periodización. La periodización,
que es más un asunto de construcción narrativa, se basa, sin duda, en la
utilización de herramientas para datación pero mediada por intereses
investigativos concretos. En otras palabras, los resultados de la datación
pueden ser utilizados en ordenaciones diferentes, adecuados a las preguntas
concretas de investigación y, de forma general, a las perspectivas teóricas que
sonlas que, finalmente, dictaminan los criterios de organización de la escala
temporal.
|
Las dificultades con ciertas técnicas tradicionales de datación (análisis
estilísticos, asociación por cercanía, superposiciones y datación por temas) no
implican su abandono; más bien son una invitación a pensar en sus fundamentos epistemológicos
y metodológicos para hacerlos mas refinados y convincentes.
Este llamado por la búsqueda y refinamiento de las técnicas de
datación del arte rupestre tampoco pretende abogar por el desarrollo de
investigaciones simplemente orientadas a solucionar asuntos técnicos en detrimento
de cuestiones teóricas; por el contrario, parte del reconocimiento de la necesidad
de contrastar teorías a la luz de cuerpos sólidos de datos. La otra opción es
aplicar o contrastar teorías sobre la base de suposiciones problemáticas, lo
que de entrada invalida los resultados. Recurrir a cuerpos teóricos
sofisticados para explicar el arte rupestre es una tarea necesaria pero no se
puede realizar a expensas de la rigurosidad del tratamiento minucioso de los datos,
a menos que se abogue por una perspectiva posmoderna que de pie a cualquier interpretación,
obviando la argumentación bajo pretexto de inconmensurabilidad o reclamo de
corte positivista.
La segunda tradición investigativa que ha influido el estudio del
arte rupestre suramericano no se puede designar con un solo nombre porque es la
síntesis de un conjunto de teorías que se han sucedido históricamente. Me
refiero como tradición al conjunto de explicaciones del arte rupestre del
Paleolítico europeo desde principios de siglo XX (Bahn y Verdut 1988). Los
aspectos que han sido retomados son diversos y van desde la explicación hasta los
modelos metodológicos. Respecto a la explicación los investigadores suramericanos
han acudido a los postulados sobre la magia de caza y fertilidad derivados de
los planteamientos pioneros de Breuil y según los cuales el arte rupestre sería
un instrumento de mediación con entes sobrenaturales para asegurar la subsistencia
(e.g., Berenguer 2004); por eso no es extraño encontrar referencias a elementos
comunes en el arte rupestre del Paleolítico europeo y el suramericano
(Schobinger 1982). Esta explicación, fuertemente cuestionada, ha recibido un nuevo
impulso gracias a la generalización del modelo neurofisiológico, derivado de las
explicaciones mágico-religiosas. La mayoría de afirmaciones sobre conjuntos rupestres
suramericanos tiene algo que ver con aspectos mágicos, rituales o religiosos que
no han sido comprobados de manera convincente porque se basan en elementos representacionales
dudosos.
Esta tendencia puede ser ejemplificada con los estudios de Juan
Schobinger (1982, 1988), pionero en la investigación del arte rupestre
suramericano ligada a elementos mágico-religiosos, quien ha fundamentado sus
postulados en la existencia, a lo largo y ancho de América, de figuras de
máscaras. No obstante, la revisión de esas figuras (abstractas, como Schobinger
advierte) impide llegar a la misma conclusión del investigador o permite
proponer que se trata de otros elementos (como tocados o escudos), lo que
expresaría connotaciones diferentes, en absoluto relacionadas con figuras
chamánicas. Lo mismo ocurre con la constante alusión a las representaciones de órganos
sexuales y cósmicos comúnmente asociados a la fertilidad (Núñez 1985) y mediante
los cuales se produjo la fusión de la explicación mágico-religiosa con la estructuralista
propuesta por Leroi Gour han. En ningún texto es posible encontrar una
explicación convincente de por qué un triángulo o un rombo es la representación
de la vagina o por qué un círculo o una espiral es la representación del sol. La
aceptación irrestricta de la relación entre el arte rupestre y todo aquello que
se pueda incluir en lo mágico-religioso se convirtió en una vía expedita y
cómoda para dar cuenta de un objeto que desbordó la capacidad explicativa y las
herramientas metodológicas de los investigadores.
Los investigadores
suramericanos no han estado atentos a las críticas europeas a esos modelos
(Ucko y Rosenfeld 1967); tenerlas en cuenta evitaría recorrer caminos ya
transitados que no llevan a ninguna parte (13). En la mayoría de los casos sólo se han dado a la tarea de buscar en
el registro arqueológico evidencia para poderlos poner en práctica (Castaño
2006). En el plano metodológico es posible observar la aplicación de algunas
premisas del análisis estructural, de forma similar al llevado a cabo por Leroi-Gourhan
(1965), que deriva en presupuestos como la necesaria asociación y el orden en
las figuras (Castaño y Van der Hammen 1998) y la posibilidad de develar las
reglas de funcionamiento y las estructuras subyacentes (Gallardo 2005; González
2005). También es común encontrar consideraciones que integran apreciaciones
sobre la estética y el estilo mediante las cuales se pueden discernir cánones
de representación, pero su objeto continúa siendo la construcción tipológica (Varela
2001). Este tipo de razonamientos asume el yacimiento, o un grupo de ellos,
como una unidad de significado en la cual la variabilidad es producto del relato
mismo y descarta que el conjunto de figuras registradas por el investigador
pueda ser el resultado de un agregado carente de una intención representacional
definida con antelación al proceso pictórico; supone, además, que el conjunto
de figuras registrado por el investigador corresponde a la totalidad del proceso pictórico, hecho que puede ser cuestionado a
la luz de la aplicación de análisis tafonómicos (Bednarik1994; Argüello y
Martínez 2004).
13. Véase una
excepción en Consens (2006b).
|
Un segundo aspecto refiere a la tendencia a representar un conjunto
de elementos estructurales cuya variación en el tiempo es formal y no de
contenido. Ejemplo de ello es la sucesión de tradiciones propuestas por los
investigadores en Brasil, en la cual es posible extraer un grupo de temas recurrentemente
representados y en la cual sólo cambia el carácter formal de la representación
a través del tiempo. Esta suposición implica, otra vez, la aceptación de un
patrón prefigurado, inmanente e inalterado que abarca periodos de tiempo de
miles de años. Esa idea es un claro reflejo del tratamiento estilístico dado al
arte rupestre del Paleolítico europeo, sobre todo por Leroi-Gourhan, y es el punto
de partida para la construcción de estadios artísticos que, debido a la profusa
cantidad de representaciones animales de esa región y época, inician con la
tendencia de los seres humanos a pintar con base en cánones naturalistas.
A manera de conclusión
Si las anteriores apreciaciones sobre algunos tópicos centrales en
la investigación del arte rupestre en Suramérica se comparan con la imagen
presentada por Whitley (2005) habría que decir que distan mucho de ella (14).
14. En este texto
he privilegiado el análisis de ciertos tópicos que, a mi juicio, son fundamentales
en la investigación del arte rupestre y que vienen siendo abordados de manera
problemática. No he hecho referencia a otros campos donde han ocurrido importantes
avances gracias a la aplicación de sofisticadas técnicas de análisis, como las técnicas
de datación mencionadas al inicio del texto o los análisis traceológicos (Fiore
1998, 1999; Alvarez et al. 2001).
|
La razón fundamental radica en la falta de crítica a los modelos que
se naturalizan y son meramente reproducidos. La acumulación y proliferación de
estudios, que en algunos campos del saber se entienden como indicadores de
avance, no serían otra cosa que el resultado lógico del mayor número de
arqueólogos trabajando en esta área. La inmensa cantidad de reportes sobre arte
rupestre en Suramérica que no supera el plano descriptivo, en contraposición de
los contados escritos que analizan los postulados teóricos y metodológicos, es
un buen argumento en este sentido. La opinión de Polítis (2002:195) de que la
arqueología suramericana es, primordialmente, empirista se complementa con la
tendencia a la reproducción de ciertas premisas que, por la fuerza del tiempo, simplemente
se convierten en verdaderas; uno de los campos donde esa situación puede ser
observada de forma más clara es la asignación cronológica, condición sine qua non para los objetos
arqueológicos que, no obstante, viene recibiendo un tratamiento poco riguroso
(Schobinger 1997; Schobinger y Strecker 2001).
Más grave aun es el hecho de que no se atienda a las dificultades
expuestas por algunos investigadores. Cada cierto tiempo algún texto sale a la
luz para advertir la ligereza con que se hacen suposiciones (Dubelaar 1984;
Prous 1989; Consens 1996) pero termina naturalizándose y convirtiéndose en
formas tradicionales y aceptadas de aproximación al objeto; este es el caso del
recurrente uso de las superposiciones como técnica de datación relativa (Greer
1997; Guffroy 1999; Strecker 2004). Esta situación trae consigo un agregado adicional:
los investigadores interesados en la época prehispánica retoman los aportes de
sus colegas especialistas en arte rupestre y los integran como hechos dados o
comprobados, generándose un halo que cubre el proceso epistemológico e impide conocer
el mecanismo mediante el cual se llegó a determinada conclusión. La desatención
crítica que genera una imagen de avance y reconforta a una comunidad (que parece
verse a sí misma como floreciente) hace mucho daño al progreso de la investigación.
Agradecimientos
Deseo agradecer los
acertados y muy pertinentes comentarios hechos por Andrés Troncoso y dos
evaluadores anónimos.
¿Preguntas,
comentarios? escriba a: rupestreweb@yahoogroups.com
Cómo
citar este artículo
Arguello G., Pedro María.Tendencias recientes en la investigación del arte rupestre en Suramérica. Una síntesis crítica
En Rupestreweb, http://www.rupestreweb.info/investigacionrupestre.html
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