Una aproximación teórica al arte rupestre geométrico
William Breen Murray wbmurray1@yahoo.com
Departamento de Ciencias Sociales, Universidad de Monterrey
Conferencia Magistral, Tercer Symposium Internacional de Arte Rupestre, La Habana, Cuba, 19-23 de Noviembre del 2012.
RESUMEN
A pesar de la creciente documentación disponible, la interpretación del contexto y significado del arte rupestre sigue siendo problemática, sobre todo cuando se trata de los motivos llamados abstractos o no representativos. Plasman un depurado repertorio de formas geométricas que parece casi universal y de gran antigüedad. Además, constituyen un porcentaje importante del acervo en muchas tradiciones rupestres y admiten múltiples explicaciones de acuerdo a su contexto. Ante la imposibilidad de entender su mensaje, muchos arqueólogos desestiman las manifestaciones rupestres completamente como evidencia válida de la prehistoria.
En este trabajo, nuestra hipótesis plantea dos postulados: 1) que el arte rupestre es un sistema de comunicación visual diseñado para superar las limitaciones de la lengua hablada y 2) sus imágenes geométricas abstractas pueden derivar de las formas geométricas visibles en el entorno natural. Utilizamos una muestra de motivos geométricos abstractos en sitios del noreste de México (Nuevo León y Coahuila) para abordar su interpretación en el contexto cultural y natural, lo que permite reconocer por lo menos alguna parte de un código visual de significados.
I. INTRODUCCIÓN
En este trabajo, partimos de la hipótesis de que el
arte rupestre es un sistema de comunicación visual y como tal contrasta con
muchos otros tipos de evidencia arqueológica. Por ejemplo, a menudo estos
sistemas son diseñados para superar las barreras lingüísticas, permitiendo el
intercambio de información sin depender de la lengua hablada. Tal vez una
analogía semiótica moderna más apropiada sería las imágenes publicitarias (imagen
1) de productos comerciales con distribución global o bien los señalamientos
pictográficos en los aeropuertos modernos que son diseñados para el uso de una
población multilingüe.
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Imagen 1. Señalamiento aeroportuaro
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Durante la prehistoria, el aislamiento geográfico produjo
justamente este tipo de diversidad lingüística. De este hecho surge la
posibilidad de que una función del arte rupestre sea precisamente su habilidad
de comunicar más allá de las barreras lingüísticas. Esta función implica (entre
otras cosas) que mientras más amplio y prolongado es su empleo, mayor utilidad
adquiere. Las circunstancias favorecen su uso a largo plazo y la repetición de
las mismas imágenes en zonas geográficas muy amplias.
Se puede dividir las imágenes rupestres en dos grandes
rubros: las que representan algo reconocible (sea artefacto o representación
natural) y las llamadas ‘abstractas’ que no representan algo que podemos
identificar. El primero (imagen 2) reproduce imágenes del entorno con
suficiente realismo que proporciona de inmediato una pista visual al contexto que
enmarca su significado - cualquier que sea. Se traduce en una ventana al pasado
a través de las huellas que han dejado generaciones anteriores, por más ajeno
que sea su cultura y modo de vida a la nuestra. Sus imágenes comunican de
inmediato por lo menos alguna parte de su mensaje original.
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Imagen 2. Arte Rupestre Realista: Huellas de Venado
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En cambio, el contexto del arte rupestre denominado
‘abstracto’ (imagen 3) es más ambiguo y su significado es especulativo casi por
definición. Sigue siendo la médula del problema interpretativo y a menudo es lo
que ocasiona el rechazo de los arqueólogos a los estudios rupestres en general.
Una vez que vamos más allá de lo meramente documental y descriptivo, los arqueólogos
se ponen justamente sospechosos ante la amplitud (y barbariedad) de las interpretaciones
ofrecidas para el arte rupestre. Lo no reconocible se traduce fácilmente en lo desconocido
y abre una pantalla grande para toda clase de asociaciones. Por las incógnitas
que siempre implica, el arte rupestre es el pasto perfecto para ese tipo de
fantasía. Según la escala propuesta por Juan Antonio Belmonte (2006), estas especulaciones
van desde la especulación científica y cuidadosamente fundamentada (no. 1 en la
escala) hasta la especulación hecha para sacar dinero de un público ávido de
novedades (no. 5) que deja volando la imaginación libremente en el espacio y el
tiempo. Pero la misma escala de Belmonte nos indica cuál es el camino a seguir.
Un apego a la lógica científica puede evitar los espejismos y permite evaluar más
acertadamente las probabilidades. Una visión amplia y comparativa puede revelar
nuevas facetas de este extraordinario acervo al forjar un mayor entendimiento
de su contexto y significado.
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Imagen 3. Arte Rupestre Abstracto: el Paul Klee, San Rafael,
Coah.
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Hasta cierto punto, lo abstracto es siempre una
categoría residual que contiene todo lo no identificable; es un poco como la
categoría de los OVNIs, que por definición, nadie sabe qué son y seguramente no
son todos del mismo tipo. En este sentido, lo abstracto aparece en por lo menos dos contextos iconográficos.
En primer lugar, algunas imágenes rupestres aparentan
ser abstractos porque representan o retratan artefactos que no reconocemos simplemente
porque ya no forman parte de nuestra cultura. Un ejemplo de este tipo (imagen
4) son los petroglifos de circulo en forma de una dona que son parte de una
pared llena de navajas enmangadas en Cerro La Bola, Coahuila. A primera vista, para
mí era una forma abstracta hasta que revisé el estudio de los artefactos de
fibra hallados en la Cueva de La Candelaria en la región Lagunera de Coahuila. Allí
aparecieron ocho ejemplares de yahuales, un tipo de aro acolchonado hecho de
juncos enredados que se utilizaba para apoyar cestas u otros objetos en la cabeza.
Hoy en día, son pocas (y cada vez menos) las mujeres que pueden caminar así con
un bulto en la cabeza, pero en el mundo de los cazadores/recolectores era una
práctica común y necesaria por la misma movilidad del grupo social. El yahual
era un objeto cotidiano de uso general. Dado que el sitio rupestre se localiza
al lado de un arroyo importante, los grabados pueden indicar un lugar asociado
con la fabricación de los yahuales, y si esta interpretación sea la correcta,
podrían ser también una de las pocas manifestaciones en el arte rupestre
regional relacionada a la actividad femenil.
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Imagen 4. Panel con Yahuales, Cerro La Bola, Coah.
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Imagen 5. Artefactos, Museo de La Laguna.
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Otro ejemplo relevante (y del lado varonil) es la
representación del atlatl (imagen 6), un arma de cacería fundamental en la
prehistoria de casi todo el mundo, pero ahora prácticamente desconocido excepto
entre arqueólogos y un grupo de aficionados modernos. En el arte rupestre, su
forma se traduce fácilmente en trazos puramente geométricos. Sería fácil
clasificarlo como una forma abstracta compleja indescifrable si no fuera por la
existencia de artefactos arqueológicos reales que permiten comparar las
características del objeto con su representación gráfica. Esta identificación
nos da acceso a un contexto de cacería dentro de un paisaje específico. A la
vez, establece una relación cronológica relativa vinculada a los tipos de
puntas de proyectil apropiados al arma en uso. Una vez reconocido el objeto, la
imagen cambia de ‘abstracto’ a ‘representativo’, aún cuando se desvía
considerablemente del objeto real (imagen 7).
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Imagen 6. Atlatl Realista, Puerto El Indio.
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Imagen 7. Atlatl Estilizado, Icamole.
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La variabilidad gráfica del atlatl demuestra que hay una
escala entre el realismo y la abstracción y destaca la posibilidad de que los mismos
íconos gráficos se transforman a lo largo del tiempo. Muy pocas imágenes
rupestres son retratos exactos y el grado de esquematización gráfica varía en
distintas maneras hasta un límite donde el objeto real ya no es reconocible.
Muchos de los glifos de la escritura ideográfica china ilustran perfectamente este
proceso transformativo (Wang 2006). En nuestro estudio, las representaciones de
atlatls lo han demostrado también, en este caso trazando la transformación de
un artefacto que empezó como un arma de cacería y terminó como un símbolo de
poder en manos de los guerreros soberanos de Tula.
Para ser más preciso, la interpretación de todo el
arte rupestre requiere un conocimiento a fondo de la cultura material que
corresponde a su tiempo y lugar. El contexto arqueológico es el punto de
partida en la investigación -- y con especial atención a aquellos artefactos
decorados con iconografía similar o comparable a los motivos rupestres. La
arqueología antropológica es pieza clave en este rompecabezas porque la cultura
es el primer paso para abordar el arte rupestre llamado ‘abstracto’. El
contexto arqueológico material no resuelve todo el problema.
Esta problemática interpretativa se enfoca más
agudamente en un segundo tipo de imágenes que plasman una geometría depurada
(imagen 8), formas gráficas que no tienen un significado implícito, sino que caben
en múltiples contextos. Aquí llegamos al nudo del problema conceptual porque
son verdaderamente abstractos y aparentemente incomprensibles. Enfrentamos una
coyuntura que nos lleva directamente a un dilema.
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Imagen 8. Petroglifo de Depurada Geometría: Pared de Círculos,
San Rafael, Coah.
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En algún momento del pasado, el pensamiento abstracto emerge
y se manifiesta por primera vez en el ser humano. La pregunta es: ¿cuándo? Y la
evidencia rupestre indica que es mucho más temprano de lo que lo que pensamos.
Las formas geométricas adornan el objeto decorado más antiguo conocido hasta
ahora (imagen 9), una cadena de triángulos plasmada en una placa grabada que
viene de África del Sur con fecha de 70,000 años aproximadamente. En el ámbito
rupestre, aunque nos parezcan menos visible (y son menos comentados en la literatura),
motivos geométricos acompañan los preciosos retratos realistas de los animales
de Chauvet con alrededor de 32,000 años de antigüedad (imagen 10) - y siguen
siendo tan enigmáticos como las mismas imagenes en épocas posteriores (Clottes
2001).
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Imagen 9. Artefacto de Africa del Sur.
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Imagen 10. Artefacto de Africa del Sur.
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Por más que choca con los estereotipos de nuestra
cultura popular, parece que aún los humanos más primitivos eran seres pensantes
capaces de pensamiento abstracto, aptos para definir el espacio y el tiempo
como dimensiones medibles y manifestar conductas que demuestran conciencia de
estas orientaciones. Aparece la repetición como evidencia del concepto de
tiempo y número y emergen formas geométricas elementales como círculos,
triángulos, rombos, líneas onduladas sencillas o en conjunto, configuraciones
de puntos, entre otros, como evidencia del espacio ordenado y la percepción de
propiedades naturales. Si no admitimos esta capacidad, emplazamos una barrera
invisible construida por nuestro propio egoísmo que literalmente nos ciega ante
la evidencia a la mano.
La iconografía de las formas geométricas abstractas se pueden
dividir entre: 1) motivos complejos a menudo combinados en imágenes únicas y
estilos muy definidos, y 2) otros motivos sencillos y estandarizados que se
repiten en sitios rupestres en todo el mundo. Los primeros (imagen 11) pueden
aludir a una narrativa en particular o trazar un escenario con componentes
múltiples. A menudo atestiguan la creatividad y capacidad individualizada de
generar nuevas formas en base de la elaboración geométrica de formas
elementales, no muy diferente al arte abstracto ‘moderno’. Por otro lado, los
motivos estandarizados (imagen 12) los llamamos ‘iconos’ y se distinguen
precisamente por su repetición en contextos diversos. Son ‘universales’ tanto
por su distribución geográfica como su antigüedad.
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Imagen 11. Motivo Único: el Blanco en el Río, Fraustro, Coah.
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Imagen 12. Motivo Estandardizado: Cadena de Triángulos Catujanos.
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Dada la antigüedad de estos motivos abstractos
universales, en principio, su interpretación depende de nuestra visión de cómo
hubiera surgido esta capacidad. Algunas teorías recientes abordan este aspecto
en relación a las visiones en un estado psicológico de conciencia alterada y la
experiencia de un mundo paralelo sobrenatural por parte de un personaje llamado
el chamán (Lewis-Williams 2002). Ubica el arte rupestre en el campo de lo
sagrado y lo analiza en términos del surgimiento de prácticas asociadas con una
especie de religión primordial de la humanidad: el ‘chamanismo’ (imagen 13). Esta
explicación bien puede ser relevante en algunos casos, pero a la vez ha
recibido críticas relevantes (Bahn 2010; Kehoe 2000). Depende de un modelo
universal que descansa sobre el estado interior de la persona que hizo la imagen,
un dato que no se preserva en el registro arqueológico. Además, depende de una
confirmación etnográfica cuya validez retrocede cada vez más con el paso del
tiempo, ni tampoco responde a la variedad de contextos y las múltiples
tradiciones de arte rupestre que existen.
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Imagen 13. El Chaman, Boquilla Flores.
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Nuestra hipótesis parte de la idea de que el arte
rupestre es un código de comunicación visual que puede formar parte de una
tradición transmitida por aprendizaje cultural desde épocas muy remotas. Ubicamos
su interpretación en el contexto cultural en vez del estado psicológico de sus
creadores, haciendo relevante todo y cualquier detalle de ese contexto como
pista interpretativa. La metodología propone como paso inicial en la
contextualización de las imágenes que las de formas geométricas derivan de la
misma naturaleza. Su universalidad descansa sobre la presencia de algunas de
estas formas naturales a nivel global.
La propuesta se fundamenta en dos tipos de evidencia. Con
las debidas precauciones, la iconografía puede ser abordada a través de analogías
etnográficas que demuestran el uso de los íconos abstractos en diferentes
contextos. Esta fuente de información proporciona una clave interpretativa más allá
de la forma gráfica en sí e indica detalles del contexto que no podrían ser
demostradas con la evidencia arqueológica que sobrevive. El grado de confianza
científica de la analogía depende de las fuentes utilizadas y la distancia en
el tiempo.
A la vez, el arte rupestre siempre se ubica en relación
con un contexto natural, o lugar donde se encuentra, defina. La localización de
cada imagen rupestre es siempre intencional, una parte inalterable de su
creación. Cada ejemplo de arte rupestre defina una vista (“viewscape”) (imagen
14) hacia su entorno. El espacio que abarca en su conjunto es el paisaje
relevante a su interpretación. La arqueología del paisaje intenta reconstruir
las etapas de cambios que han surgido en ese entorno a lo largo de los años. No
presume resolver todas cuestiones interpretativas, ni implica un significado
único para cada icono, pero permite un acercamiento a las tradiciones rupestres
abstractas en algunos casos. Impone límites específicos a la imaginación
especulativa. ¿Barcos en el desierto? Improbable. ¿Representaciones de mamuts
en Hawaii? Imposible.
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Imagen 14. Viewscape, Presa de La Mula (círculos y horizonte).
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Con las herramientas de la analogía etnográfica y la
evidencia arqueológica del paisaje relevante, podemos empezar a abordar los
enigmas del arte rupestre abstracto. Tomaremos como ejemplo algunos elementos del
arte rupestre del noreste de México.
II. El Arte Rupestre No-Figurativo del Noreste de MÉxico
El noreste mexicano abarca tres estados –
Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas (imagen 15) – con una concentración
importante de más de 600 sitios rupestres registrados, tanto de pintura como petrograbado.
Los sitios se concentran en los valles interserranos de la Sierra Madre
Oriental y la zona inmediata al sotavento de esta cordillera en el Altiplano
Mexicano. Todos los sitios son productos de las actividades culturales de cazadores
y recolectores; no existe evidencia alguna de cultivo o asentamientos
permanentes en esta región. Esto quiere decir que compartían el modo de vida
primordial del ser humano que en esta región perduró sin interrupción desde la
ocupación inicial humana hasta el contacto europeo, como atestiguan las fuentes
etnohistóricas existentes. No obstante, esto no quiere decir que vivían en
aislamiento de la influencia de las civilizaciones mesoamericanas más al sur.
Más bien, el arte rupestre es una evidencia contundente de que sí hubo
contactos a través de la llamada ‘frontera mesoamericana’.
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Imagen 15. Mapa, NE México.
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A diferencia de muchas partes de México, en el noreste,
el etnocidio de los grupos amerindios locales fue total; ninguno sobrevivió más
allá del siglo xviii. No existen testimonios escritos por ellos y las fuentes
etnohistóricas, aunque sí proporcionan información valiosa sobre la cultura
material y las actividades de subsistencia, no son muy completas y precisas
sobre aspectos sociales y culturales de los nativos. Ninguno hace mención
significativa sobre las manifestaciones rupestres. Ante la falta de analogías
etnográficas, el mensaje o significado de las imágenes rupestres abstractas se
torna aún más misteriosa.
¡Peor aún! En todos los sitios regionales (imagen 16) predominan
los iconos abstractos, a veces en proporciones de hasta 80% de los motivos y en
algunos sitios efectivamente todos los motivos son geométrico abstractos. Atestiguan
una tradición de gran abolengo cronológico en la región y constituyen un reto
muy particular porque en este caso, la interpretación de su iconografía depende
casi por completo del contexto arqueológico.
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Imagen 16. Pan Aéreo – Boca de Potrerillos.
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Dentro de esta tradición, algunos iconos abstractos reciben
etiquetas descriptivas convencionales en base de sus características gráficas,
tales como el ‘arcoiris’ (imagen 17) para un conjunto de líneas concéntricas
curvas, o el ‘sol’ (imagen 18) que identifica círculos con rayas que se parecen
a los rayos solares, o la ‘luna’ (imagen 19) para identificar formas que trazan
una media luna. Estas etiquetas pueden o no ser acertadas dependiendo del caso,
pero proporcionan una pista fundamental. Aprovechando esta pista, podemos
acercarnos desde otro ángulo al arte rupestre geométrico abstracto y el
significado de sus expresiones gráficas, empezando con círculos y líneas.
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Imagen 17. Petroglifo Arcoiris.
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Imagen 18. Petroglifo Sol con rayas.
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Imagen 19. Petroglifo Media Luna, Cueva Ahumada.
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Una fuente natural de abstracción lo encontramos arriba
en el cielo. De ello, los humanos hubieran derivado sus primeras nociones de
las dimensiones del tiempo y el espacio. Ya mencionamos el círculo como
analogía del sol y la luna. A veces esta analogía visual puede ser confirmada
por la observación directa debido a su ubicación dentro del paisaje. Esto
sucede en la zona del promontorio de Boca de Potrerillos (imagen 20) donde los
círculos parecen representar la observación del sol al amanecer como parte de un
sitio que presenta un calendario anual de horizonte visto desde este punto. Este
calendario marca tanto los solsticios de invierno y verano como el tiempo del equinoccio
que se observa dentro de la boca del cañon a medio km. de distancia y es
solamente una parte de uno de un conjunto de rasgos arqueoastronómicos del
sitio (Murray 1982a; 2004).
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Imagen 20. Boca Promontorio, Amanecer con círculos.
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La transformación del círculo en una secuencia de
puntos que registra un conteo de días puede remontar al período del Arcaico
Medio (7000-4000 B,P.). Lo que llamé originalmente la ‘Tradición Norestense de
Conteo Petrograbado’ (Murray 1982b, 1986, 1996) (imagen 21) puede ser una
transformación iconográfico muy particular en esta región. Tal vez representa
una fase inicial de la numeración mesoamericana o una tradición paralela
contemporánea. Por lo menos su empleo de los dos símbolos de conteo
mesoamericano - aunque no en combinación- llama la atención. Hay que reconocer
que los puntos configurados y rayas secuenciadas son motivos comunes en todas
las Américas y su antigüedad gráfica remonta al Paleolítico. Los motivos
punteados no siempre manifiestan secuencias ordenadas pero su significado
numérico puede ser inferido. Aún cuando no sabemos lo que estaban contando, ni
mucho menos por qué, se puede confirmar una numeración intencional a través de secuencias
y patrones repetidos, especialmente si cuentan los ciclos del cielo.
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Imagen 21. Cuenta Columnar, Icamole.
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Entre los cazadores/recolectores del noreste, la
numeración fue usada para anotar los ciclos sinódicos de la luna (entre otras
cosas), tanto el medio mes sinódico (luna nueva a luna llena) como el mes
entero y secuencias múltiples. El ciclo sinódico lunar es un fenómeno global e
invariable en todo el planeta pero su relevancia cultural es altamente variada.
Dos ejemplos paradigmáticos de la tradición norestense cuentan el ciclo de
siete meses sinódicos (207 días) que corresponde al período de gestación de la
hembra venado cola blanca, cada uno con iconos y patrones distintos. En Presa
de La Mula (imagen 22) la cuenta se registra en una secuencia de rayas dentro
de una matriz compuesta de 24 células de seis líneas horizontales y cuatro
secciones verticales. Cuenta el mes sinódico en distintas maneras e incluye
marcadores especiales que indican los ciclos de 148 y 177 días entre eclipses
lunares, mismo que se registra en el códice Dresden. En cambio, la cuenta en
Boca de Potrerillos (imagen 23) registra el mismo número total (207) en una
configuración de tres hileras arqueadas de puntos que suman a siete meses
siderales (193 días), es decir, la relación de la luna con el movimiento de las
estrellas, más otros puntos (14) que marca la diferencia entre el mes sinódico
y el mes sideral. Por lo tanto, podemos inferir que estos observadores arcaicos
del cielo contaron el tiempo tanto por el movimiento anual del sol, como los
meses sinódicos de la luna y el movimiento sideral del campo de estrellas.
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Imagen 22. Cuenta de Rayas, Presa de La Mula.
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Imagen 23. Cuenta de Jarro, Boca de Potrerillos.
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No sabemos qué estrellas habrían usado como marcadores
temporales pero la distribución de las estrellas requiere su agrupamiento en
configuraciones definidas. Su presencia puede ser indicada gráficamente en
motivos de líneas interconectadas. Por ejemplo, en el sitio de Boca de
Potrerillos (imagen 24), la rotación de las estrellas polares puede ser
indicada por una figura prominente con líneas y círculos que emanan del círculo
central. Esta interpretación es reforzada por la orientación de todo el sitio
hacia las direcciones cardinales y la orientación natural norte-sur de las dos
crestas. Se presentan varios petrograbados de círculos con cruz (imagen 25),
cuyo significado como marcador de las direcciones cardinales es confirmado en
la iconografía mesoamericana posterior y la etnoastronomía de los grupos
amerindios actuales, que se localizan en puntos estratégicos para observar el
movimiento alrededor del polo norte del cielo (Murray 2006).
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Imagen 24. Panel, Boca.
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Imagen 25. Círculo con Cruz, Boca.
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El cielo no es la única fuente de abstracción. En el
corredor norestense mexicano, tal vez el elemento más vital es el agua. Debido
a que la región se localiza en el cinturón árido asociado a las latitudes de la
Convergencia Intertropical del Hemisferio Norte, las fuentes permanentes de
agua superficial son muy escasas. Todos los sitios rupestres son próximos a los
ríos intermitentes, manantiales, o lagunas de poca profundidad en las cuencas
interiores del Altiplano (imagen 26). Walter Taylor los identificó como
‘ataduras’ que vincularon cada grupo con una fuente de agua permanente aún en
las temporadas más secas del año. Según Paul Bahn (2010), esta asociación del
arte rupestre con el agua parece ser un fenómeno global, tal vez un vínculo
elemental que abrió el planeta a la colonización humana. El agua determina
tanto la naturaleza de medio como la densidad de la población humana.
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Imagen 26. Presa de La Mula con agua.
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Esto plantea la pregunta: si el agua no tiene una forma
fija e inherente, ¿cómo puede ser representado en la gráfica rupestre? Se
requiere algún tipo de imagen abstracta definida exclusivamente por asociación
cultural, una realidad percibida por medio de convenciones sobre su aspecto
bajo diferentes condiciones. Por ejemplo, (imagen 27) un diseñador gráfico
moderno podría representar el agua como gotas cayendo de una llave, pero los
pueblos pretéritos tal vez lo hubieran observado de otra manera como líneas
rectas verticales cayendo sobre algún paisaje. Así aparecen en una pintura
abstracta compleja (imagen 28) en Cerro de Chiquihuitillos (Nuevo León). Las
líneas verticales arqueadas representan la lluvia que cae del cielo desde una
nube estilizada en forma de óvalo. Su uso icónico es reforzado en este caso por
la repetición y aún más por la analogía etnográfica. Los símbolos rituales de
los amerindios del suroeste norteamericano lo identifica como una variante
local del “ojo de lluvia” de los indios Pueblo.
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Imagen 27. Gota de Agua.
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Imagen 28. Ojo de Lluvia, Cerro de Chiquihuitillos.
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En Boca de Potrerillos, Jon Olson combinó estas dos imágenes
para identificar algunas configuraciones de petrograbados punteados como ‘rocas
de lluvia’ (imagen 29). Es cierto que en el sitio las nubes que traen la lluvia
se ven imponentes sobre las montañas hacia el oriente, pero es poco probable
que la lluvia se visualiza como gotas, y ya hemos visto que no todas las
configuraciones de puntos se orientan verticalmente o son ordenados al azar. La
explicación de Olson puede ser relevante en algunos ejemplos, pero no explica
toda la evidencia.
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Imagen 29. Rocas de lluvia, Boca.
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El agua superficial es también presente en la forma de
lagunas, ojos de agua, manantiales, y ríos, cada uno de los cuales sugiere una
iconografía distinta. Las líneas serpentinas (imagen 30) pueden representar la
fluidez del agua de río, sobre todo si cabe con el paisaje natural aledaño,
como es el caso de Presa de La Mula (Nuevo León). El entorno del sitio ha sido
fuertemente modificado en años recientes por la construcción de una represa (imagen
31) que interrumpe el flujo desde la ciénaga natural, pero la imagen serpentina
de un riachuelo se repite y podría representar el paisaje anterior visto desde
arriba por el cazador.
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Imagen 30. Motivo Serpentino, Presa de La Multa.
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Imagen 31. Paisaje, Presa de La Mula.
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El agua también puede fluir directamente desde la
manta acuífera en las paredes de arroyos. En el sitio de La Muralla (imagen 32)
en la Sierra Madre del sur de Nuevo León, la pared colinda con un arroyo
intermitente y el agua del subsuelo filtra cada vez que llueve, reviviendo el
color rojo de los petrograbados pintados que son plasmados en la superficie
rocosa. Un panel prominente (imagen 33) tiene líneas onduladas que simulan la
gotera de agua que desciende desde las fracturas y oquedades de la pared. En otra
parte de la pared, una línea serpentina horizontal (imagen 34) es acompañada
por dos círculos concéntricos muy prominentes. Sus detalles lo identifican como
una serpiente de agua, un símbolo bien conocido en la iconografía mesoamericana
que corresponde precisamente con el entorno aledaño.
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Imagen 32. Pan, La Muralla.
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Imagen 33. Pintura de Gotera, La Muralla.
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Imagen 34. Serpiente de Agua, La Muralla.
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El agua en reposo sugiere otra imagen, el reflejo de un
mundo idéntico por debajo de su superficie cuya separación se revela solamente
por el movimiento. Deja caer una piedra en el agua y se produce el patrón de
círculos concéntricos. Los círculos concéntricos en el panel de La Muralla
podrían ser marcadores de los charcos que quedaron después de las lluvias. En
el sitio (ya desaparecido) de San Bernabé (Nuevo León), un petrograbado (imagen
35) colocada en medio de una cascada (seca ahora) representa un ícono en forma
de espiral que incorpora tanto el flujo como el agua en reposo. Aún en
superficies verticales, como el caso del sitio de Chupaderos del Indio (imagen
36), el círculo concéntrico puede representar el agua adyacente al panel. Actualmente,
el agua de este manantial es entubado a una granja en el valle abajo, pero el petrograbado
da testimonio de su contexto anterior y nos recuerda que todo el contexto
natural es cambiante.
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Imagen 35. Espiral, San Bernabé.
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Imagen 36. Círculos concéntricos, Chupaderos del Indio.
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El agua y el cielo no son los únicos ejemplos de las
formas geométricas, ni las figuras geométricas abstractas tampoco son los
únicos motivos rupestres ‘universales’. Vienen inmediatamente a la mente las huellas
de mano y de pie y la figura humana esquematizada. Tienen una antigüedad y
difusión global paralela a la presencia del creador humano atrás de cada imagen.
No obstante, nuestra excursión en el arte rupestre norestense nos demuestra que
aún cuando persisten dudas y especulaciones, podemos abordar el significado de
los motivos geométricos abstractos, haciendo uso oportuno y juicioso del
entorno natural y las analogías etnográficas y arqueológicas relevantes.
No quiero sugerir que los íconos geométricos discutidos
aquí tengan el mismo significado en todas partes y todos los tiempos. Nuestro
caso no proporciona la clave a un código universal, una lengua franca
ancestral, sino todo lo contrario. Al contrario, depende de una amplia
comparación interdisciplinaria de información muy diversa para reconocer un
contexto cultural con particularidades. No es lo mismo sugerir que una
configuración de puntos en el noreste mexicano representa numeración
intencional cuando tenemos a poca distancia ejemplos mesoamericanos que
demuestran precisamente ese uso gráfico.
Lo que sí implica es que las formas geométricas no son
nada raras ni especiales. Igual que las representaciones, forman una parte
integral de la cultura y su contexto puede ser igualmente accesible. Una vez
que estamos preparados para reconocer las formas abstractas en la naturaleza
como fuente visual, podemos empezar a reconocer sus manifestaciones gráficas más
tempranas y examinar las asociaciones entre los grafismos rupestres y sus
contextos en una escala verdaderamente global. Al mismo tiempo, nos permite
reconocer con mayor claridad sus transformaciones cuando la humanidad cambia de
una vida móvil de subsistencia natural a una economía agrícola sedentaria y
urbanizada.
Reconocimientos
El autor agradece al Sr. Martín Santana de Monterrey para el
uso de imágenes del sitio de San Rafael de los Milagros y a Nahum Solís Dávila
por su ayuda fotográfica y en la preparación de la presentación en PowerPoint
que acompaña.
—¿Preguntas,
comentarios? escriba a: rupestreweb@yahoogroups.com—
Cómo citar este artículo:
Breen Murray, William. Una aproximación teórica al arte rupestre geométrico.
En Rupestreweb, http://www.rupestreweb.info/rupestregeometrico.html
2015
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