La piedra y la palabra: contribuciones de cuatro décadas de
J. M. Cruxent
al estudio y
valoración del arte rupestre venezolano
Camilo Morón camilomoron@yahoo.es
Fotografías del Archivo fotográfico Cruxent, Universidad Nacional Experimental Francisco
de Miranda.
En
este ensayo sobre la contribución científica de J. M. Cruxent al estudio,
comprensión y conservación de los petroglifos venezolanos, seguimos de cerca
obra de Jeannine Sujo Volsky: El Estudio de Arte Rupestre en Venezuela: su
Literatura, su Problemática y una Nueva Propuesta Metodológica. Según hace
constar la misma autora: “La selección de este tema surgió de conversaciones
sostenidas con el profesor Cruxent, quien ha recopilado amplia información
sobre arte rupestre durante sus investigaciones en el campo, y me hizo notar la
necesidad de crear una metodología que permitiera sistematizar el material
venezolano. Decidí orientar la tesis en este sentido, y para ello Cruxent
elaboró una guía que resumiera aquellos aspectos que, a través de sus
experiencias de campo, consideró ameritaban un tratamiento metodológico.” (1)
Tuvimos
el placer de conocer a Cruxent cuando alcanzaba la provecta edad de 90 años;
pero ya conocíamos su obra desde nuestros días de estudiante universitario en
virtud de su clásica Arqueología Cronológica de Venezuela. En alguna
ocasión escribimos sobre el hombre y la obra: “Conviene que destaquemos el
rasgo más singular de las inquietudes científicas de Cruxent: su sentido
estético. Sin duda, el gusto por el dato, por el informe científico, por la
descripción exacta presentes están en sus trabajos; empero, sus inquietudes
artísticas, incluso filosóficas, son fibra permanentemente en su obra. Su
perseverancia aguda y tenaz se patenta en el estudio atento de nuestro pasado
más remoto y de su lenguaje artístico, en su ser prístino y esencial. La obra
capital de Cruxent, en co-autoría con Irving Rouse, arqueólogo de la
Universidad de Yale, intitulada Arqueología Cronológica de Venezuela,
publicada por primera vez en 1958, va de la mano de ese sentido genuinamente
artístico y científico. Se trata de una obra clásica de consulta obligada en
los estudios de la venezolanidad.”(2) Pero antes de valorar la
contribución de Cruxent al tema que nos ocupa es menester trazar un bosquejo de
los estudios sobre arte rupestre en la bibliohemerografía venezolana.
La referencia más antigua en relación con los
petroglifos de Venezuela es un estudio realizado en 1729 por el Padre Jesuita
Juan Rivero, titulado “Historia de las
Misiones de los Llanos de Casanare y de los Ríos Meta y Orinoco”. El autor
alude a los misioneros que en 1671 llegaron a la confluencia de los ríos
Sinaruco y Orinoco donde encontraron “unos peñascos muy altos en los cuales
habían unas figuras esculpidas... con tal arte y disposición que no es posible
haberse formado en ella las tales imágenes o ídolos sino por arte del demonio,
porque si atendemos a la altura y a lo inaccesible de las peñas, no era posible
subir a ellas, así por la mucha altura como por lo tajado del risco.”(3) Estas referencias al demonio como autor de los petroglifos aparecen
frecuentemente en relaciones misioneras tempranas; en ocasiones como “relatos
de los indios” o, bien, como deducciones de los mismos misioneros.
La noticia más remota sobre piedras
míticas la encontramos en Relaciones de las Misiones de los Padres
Capuchinos en las Antiguas Provincias Españolas, hoy República de Venezuela.
1650-1817. Documentos inéditos de los siglos XVII Y XVIII, publicados bajo la
dirección y estudio de Fray Froylán de Ríonegro. Misionero Capuchino: “Estas
tribus –escribe un
misionero– profesaban las más absurdas ideas sobre la creación del mundo;
creían que era hechura de un indio, a quien llamaban Amanaroca, y también
Chotocompías, quien mató a su hermano Conoroyma, convirtiendo después su cuerpo
en un gran peñasco que hay a la falda del Guácharo; opinaban que el alma del
hombre es inmortal, y que después de esta vida iba a una inmensa caverna que
hay bajo el mencionado monte; creían en la existencia del demonio a quien
conocían con el nombre de Yoroquian, que significa el que mata, por
considerarlo como el autor de la muerte. Decían que el Sol y la Luna eran seres vivientes; en lo eclipses de ésta
era indescriptible su consternación; disparaban flechas al cielo, tocaban caracoles y elevan un gran
vocerío, como temerosos de que pereciera el astro de la noche.”(4)
En 1781, Philippo
Salvatore Gillij, en su Saggio di Storia Americana habla de la roca
pintada de Tepú Mereme que tuvo ocasión de ver en sus viajes por el Orinoco.
“Creyendo encontrar algo memorable –nos dice–, fui a verla, mas los
lineamientos rústicos de la figuras no se asemejaban a ningún tipo de
escritura.”(5) Relata el misionero la creencia de los indios
Tamanacos según la cual estos grabados fueron realizados por su dios Amalivaca,
creador del género humano, quien viajando en su canoa, durante la “edad de las
grandes aguas”, grabó las figuras del Sol y de la Luna sobre una roca. Cuando
preguntó a los Tamanaco cómo pudo sobrevivir el género humano en tan adversas
circunstancias, estos respondieron que todos los Tamanacos se ahogaron, excepto
un hombre y una mujer que se refugiaron en la cima de la elevada montaña de
Tamanacu, a orillas del río Asiverú (Cuchivero), desde esta cima arrojaron por
sobre sus cabezas los frutos de la palma moriche. De las semillas brotaron los
hombres y mujeres que actualmente pueblan la Tierra. En otro pasaje de la obra
de Gillij, apunta el misionero que los indios fingían prestar poca atención a
los grabados.(6)
Alexander von Humboldt
refiere que cuando Gillij llegó al Orinoco le fueron hechas las mismas
preguntas que le formularon los indígenas mejicanos al fraile Bernardo de
Sahagún: ¿Venía de la otra orilla, de los remotos países a donde se había
retirado Amalivaca, el Quetzalcóatl de los Tamanacos? Este mito es compartido
por muchos pueblos prehispánicos. Para los Macusi, Arekuna y otras tribus
guayanesas, los petroglifos fueron hechos por Makuanaima Moomoo (el hijo de
Dios), quien mientras viajaba por la tierra los dibujaba con los dedos en la
superficie aún fresca y húmeda de
un mundo recién nacido. Amalivaca es el Bochica de Colombia, el Manco Capac de
Perú, un hombre-dios que vino de tierras remotas, fundó ciudades, cimentó las
artes y luego se retiró a su tierra de origen, prometiendo volver y dejando la
huella de su pie impresa en la roca. La idea de que los petroglifos fueron
grabados en el origen de la Creación, “como dibujos hechos por los niños en
el barro fresco”, nos fue referida por uno de nuestros informantes en El Mestizo,
municipio Miranda, estado Falcón, como veremos con más detenimiento en párrafos
posteriores.
Arístides Rojas publica el 3 de
febrero de 1874 el primer escrito sobre arte rupestre cuya autoría la debemos a
un venezolano. La primera de tres entregas que conforman la publicación pionera
sobre petroglifos debida aun autor venezolano. Siguiendo la prolija descripción
hecha por Pedro Grases: Bibliografía de
Don Arístides Rojas 1826/1894. Segunda Edición Ampliada, Fundación para el
Rescate del Acervo Documental Venezolano, Caracas, 1977, cabe caracterizar la
documentación como sigue: Los Jeroglifos Venezolanos. Dedicado a Antón
Goering, ornitólogo y artista. En: La
Opinión Nacional. Contiene: I. Un Paisaje en las Costas de Puerto Cabello.-
El Jeroglifo de Campanero, en San Esteban.- Los Jeroglifos de Guataparo, San
Pedrito y Yaritagua.- Dilatada Región con Jeroglifos, del Orinoco y Esequibo.-
La Región del Amazonas.- Humboldt, Schomburgk y Wallace.- Veneración de los
Indios por los Monumentos Jeroglíficos.- Opiniones de Humboldt y Wallace.
Id. En: La Opinión Nacional,
Caracas, 4 de febrero de 1874. Contiene II: Medios de que se sirvieron las
Naciones de América para conservar su historia.- Pinturas e inscripciones
jeroglíficas.- Orígenes del papel en América. Rudimentos de un Alfabeto.- Los
Pieles Rojas.- Inscripciones fenicias.- Antigüedad de América.
Id. En: La Opinión Nacional,
Caracas, 5 de febrero de 1874. Contiene III: Origen de un Jeroglifo Muisca.-
Desagüe de los Lagos Andinos, en Colombia.- Cataclismo Geológico revelado por
los Indios.- Desagüe de los Lagos Andinos, en Venezuela.- Los Indios Alousi.-
El Diluvio de los Tamanacos.- Antigüedad de los Jeroglifos Venezolanos.-
Opiniones de Humboldt.- Conclusión.
Este
ensayo fue Premiado por la Academia de Ciencias Sociales –Caracas–
en el Certamen Literario del 28 de octubre de 1877, financiándose su
publicación Desde entonces conoció varias ediciones, conjuntamente con otros
estudios del autor. Establecer con
precisión la primera edición de este texto arroja datos cruciales sobre el
registro y conocimiento de las manifestaciones rupestres en Venezuela; nos
permite, verbigracia, situar hacia 1873 la acuarela que realizase Goering de
una estación de petroglifos de Venezuela; de este autor sólo conservamos algún
grabado sobre el tema; asimismo permite remontar en el tiempo los artículos que
sobre petroglifos remitiese Adolf Ernst desde Caracas a la revista Globus en Berlín. Son estas los primeros
registros gráficos de manifestaciones rupestres en nuestro país. Inexactamente,
Sujo fecha en 1878 la primera edición de este estudio de Rojas, sin duda se
refiere a la obra publicada por la Academia de Ciencias Sociales.
La publicación de 1878,
lleva por título Estudios Indígenas. Contribuciones
a la Historia Antigua de Venezuela. El autor describe un gran número de
petroglifos distribuidos en todo el territorio de Venezuela y áreas de las
Antillas, Colombia, Guyana y Brasil, anotando a grandes rasgos las figuras más
reconocibles y su disposición sobre las rocas, a veces la constitución
geológica de éstas, y precisas indicaciones geográficas y frecuentemente
cardinales. Rojas ve los petroglifos como mensajes legados por las tribus de
América a futuras generaciones, en ellos se tratarían episodios de su vieja
historia, sus mitos, leyendas y costumbres. Apunta cada una de las tribus
prehistóricas que ocupaban cada zona, atribuyéndole a los petroglifos un origen
Caribe, por la recurrencia de símbolos como el Sol, la Luna y la rana. Explica
que las ranas con las patas estiradas que aparecen en los petroglifos del Valle
de Magdalena y Cundinamarca representan tierras inundadas, aludiendo a un
cataclismo sucedido en la región; a diferencia de las que aparecen con las
patas encogidas en las rocas localizadas en las cimas de las montañas que
rodean estos valles, que indicarían el descenso de las aguas; procura
establecer una cronología en función de estos hechos.
En 1883, Venezuela vivía la paz
relativa que significó la autocracia de Antonio Guzmán Blanco. Con motivo de
Centenario del Nacimiento del Libertador Simón Bolívar se organizó una
Exposición Nacional. Los documentos y actos relativas a la Exposición se
recogieron en un volumen titulado La Exposición Nacional de Venezuela en
1883. Obra Escrita de Orden del Ilustre Americano General Guzmán Blanco. Por A.
Ernst (Publicación del Ministerio de Fomento). Caracas. Imprenta de la “Opinión
Nacional”. 1884.- Como se recordará fue en las páginas de La Opinión
Nacional donde Arístides Rojas publicó el primer estudio sobre petroglifos debido
a la autoría de un venezolano. La publicación en cuestión era el órgano oficial
del gobierno. “Hemos llamado feliz –rezan las Actas de la
Exposición– la idea de concluir con una Exposición Nacional la brillante
serie de festividades del Primer Centenario del Libertador; porque además de
ser oportunas y de estar en completa armonía con las tendencias de nuestra
época, corresponde de una manera perfecta al carácter esencial da las fiestas
del Centenario.” Venezuela había
tomado parte, aunque de una manera bastante modesta, en las Exposiciones
Internacionales de Londres (1862), París (1867), Viena (1873), Bremen (1874),
Santiago de Chile (1875), París (1878) y Buenos Aires (1881), y en ellas sus
productos habían obtenido un número aceptable de premios y menciones
honoríficas e, incluso, a algunas de estas Exposiciones había remitido muestras
arqueológicas y etnográficas. En
el homenaje que el autócrata rendía a Bolívar, se encontraban en el “Patio
Principal. Piedras con jeroglíficos de los indígenas, escudos de armas,
etc.” como vemos en la “Enumeración de los diversos agrupamientos de objetos en
la Exposición Nacional del Centenario, ordenada según las localidades”. La
Exposición Nacional debía dar “una idea lo más exacta posible del estado actual
de Venezuela y de su adelanto progresivo en sus distintas épocas, desde el
siglo pasado á la fecha.” El número total de billetes vendidos fue de 62.761
(50.718 de 25 céntimos, y 12.043 de 50 céntimos), y produjo un ingreso de
18.701 Bs. La inclusión de los petroglifos en la Exposición Nacional del
Centenario nos parece consecuencia de los oficios de A. Ernst o Arístides
Rojas, este último miembro de la Junta Directiva, en calidad de
Vice-Presidente; la Junta estaba presidida por Antonio Leocadio Guzmán, padre del
“Ilustre Americano”. Esta prolija relación sobre la Exposición Nacional de 1883
tiene como objeto ilustrar nuestra “peculiar” relación con los elementos que
encarnan nuestra esencia y nuestro pasado, baste este calificativo a falta de
otro mejor...
Datos Etnográficos de Venezuela, de Lisandro Alvarado, es
publicado por primera vez en 1945, esta obra es como un puente entre la
tradición del pensamiento positivista y las nuevas tendencias etnológicas y
arqueológicas que comienzan a despuntar en Venezuela. Ese mismo año, José María
Cruxent realiza un viaje de reconocimiento a la zona de León y Maletero al
noreste de la Victoria, estado Aragua, y encuentra en la cima de la Fila de
Alambique, un grupo interesante de petroglifos, aunque erosionados.
En la Fila de Maletero, se excavaron
una urna funeraria y un cráneo con deformación tabular erecta, pero sin
establecer relación alguna con los petroglifos. Al año siguiente, Cruxent
realiza un viaje al río Parguaza, estado Bolívar, zona poblada por los indios
Piaroa y encuentra, al sur del poblado de El Carmen, un abrigo rocoso con
pinturas rupestres llamado “La Casa de Piedra” o Susudé Inava. “En el
suelo, casi aflorados, se encontraron varios tiestos de alfarería. Algunas de
las pinturas están realizadas en rojo, y Cruxent sugiere que ésta sea una
composición de chica (Arrabidea chica) mezcladas con caraña (Bursera
simaruba), la mezcla que se aplica actualmente a las pintaderas de madera
utilizadas en la decoración corporal. Otras pinturas que combinan el rojo y el
blanco están hechas posiblemente con una arcilla ocrosa, conocida por los
indígenas como redaca, que se encuentra en las orillas del río Parguaza
y que los Piaroa utilizan como jabón para blanquear sus guayucos. Los signos
pintados son descritos primeramente con terminología geométrica, y agrupados
bajo términos clasificatorios generales tales como geomorfo, zoomorfo, etc. Se
incluyen también las medidas de las figuras. Estas pinturas revisten gran
interés, pues presentan tres escenas completas formadas por múltiples figuras
interrelacionadas; y de éstas existen muy pocos ejemplos en Venezuela. Aparecen
también una pintura en forma de vasija decorada la cual es otro elemento
original, de interés eventual para el establecimiento de cronologías relativas
basadas en los niveles tecnológicos.”(7)
Estas precisas referencias perfilan las inquietudes dominantes en
Cruxent e sus investigaciones arqueológicas: la presencia del dato numérico,
las referencias a las tecnologías, la búsqueda de la cronología, refieren de la
manera más notable al científico. La inquietud cromática, los motivos y los
estilos, la constante de la cerámica y el dato etnológico, hablan del artista.
En el año 2000 y en ocasiones ulteriores tuvimos ocasión de echar un rápido
vistazo a los cuadernos de campo de Cruxent, aquí y allá encontramos dibujos de
petroglifos que se sucedían a datos geográficos y etnográficos. Sería de
esperar poner a buen resguardo estos valiosos documentos, así como las
colecciones de objetos y pinturas que Cruxent atesoró en el curso de una vida
de labor artística y científica; colecciones que, para cuando se escriben estas
líneas, en el centenario de su nacimiento, enfrentan un destino incierto.
“Supersticiones Venezolanas. Piedras de Rayo o de Centella” es un
estudio pormenorizado de las creencias populares, eminentemente campesinas,
referidas a las llamadas piedras del rayo o piedras
centellas; el artículo fue originalmente publicado en la “Revista Venezolana de Folklore” (1947) e
incluido en el tomo Nº 8 de los “Archivos
Venezolanos de Folklore”(1967), editados por la Universidad Central de Venezuela. Con este ensayo Cruxent
contribuye a la abundante –aunque dispersa– bibliografía que este
tema ha generado en Venezuela y que se remonta a la segunda mitad del s. XIX.
“Los antiguos –escribe Cruxent– les daban el nombre de
ceraunia-gemma (del griego keraunos, rayo) o piedra de rayo o centella de ciertas
piedras, generalmente pulidas, que no eran sino instrumentos líticos
prehistóricos.”(8) Según Henri Martin los druidas consagraban las
hachas líticas sirviéndose de conjuros, de los cuales se halla un modelo en
cierto poema donde un oficiante llama al hacha “piedra del rayo”. En
España se han encontrado ejemplares en los sepulcros de los godos, los cuales
no se servían de ellas para trabajar, sino que las tenían como talismanes.
Anota Cruxent que en el museo de Nancy, Francia, se encuentra un hacha lítica
acompañada de la siguiente leyenda: “Para el Príncipe Francisco de Lorraine,
Obispo de Verdun, de parte de M. de Marcheville, Embajador del Rey del Francia en Constantinopla, al lado
del gran Señor. –La cual piedra nefrítica, llevada en el brazo o sobre
los riñones, tiene la virtud maravillosa de quitar o evitar el mal de piedra
tal como la experiencia lo hace ver cada día.”(9)
En 1847, Steentrup, Worsade y Forchammer lograron establecer la
naturaleza de las pretendidas “piedras del rayo”, siendo claramente reconocidas
como instrumentos líticos del hombre primitivo. “Pero hoy –escribe
Cruxent–, no obstante los incontables trabajos antropológicos y los
conocimientos que se tienen sobre la prehistoria, cierto sector de la humanidad
sigue en la creencia de que se trata de verdaderas “piedras del rayo”, o sea, que tienen origen celeste y poseen
milagrosas y extraordinarias propiedades.” Cruxent señala algunas
creencias populares colectadas por
él en el medio rural: que estas piedras caían del cielo completamente formadas,
al caer se entierran hondamente y afloran al cabo de siete años, que tienen
carácter sagrado, figuran en ciertos ritos misteriosos, se emplean como
talismanes; sirven como amuletos para librarse del rayo –aunque asimismo
se cree que lo atrae (como pudimos comprobar en nuestras investigaciones en
territorio falconiano)– preservan de los naufragios, sirven para ganar un
pleito, tienen propiedades medicinales, son insignias de dignidad y adorno;
sirven como talismán “restaña sangre”,
es decir, que no deja manar sangre de las heridas.(10)
Cruxent presenta treinta
y ocho datos reunidos entre 1941 y 1947, en los estados Apure, Aragua,
Carabobo, Lara, Miranda, Portuguesa, Yaracuy y el Distrito Federal; solo uno de
los informes le fue referido por Antonio Requena, todos los demás fueron tomados por Cruxent en sus investigaciones de campo. “Con
los datos expuestos –escribe Cruxent– y los que se vayan
obteniendo se podrá, en un futuro,
hacer el mapa de la distribución geográfica en Venezuela de estos mitos.”(11)
El martes 13 de abril de
1948, Rafael Delgado pública en El
Nacional, con el nom de plume de
Lumo Reva, la primera noticia sobre el geoglifo de Fila olivita; titula su
artículo “Un Misterio Venezolano: El
Geoglifo de Chirgua” y significativamente lo subtitula: “El Primer Geoglifo Descubierto en América es
Venezolano.” A las preguntas
de Delgado, responde Cruxent “–No se tiene, que sepamos, noticia alguna
sobre un hallazgo similar en Venezuela, ni siquiera en otro país de América.
Aquí se han encontrado litoglifos y pinturas rupestres, pero nunca un geoglifo; que hasta el nombre he tenido
que inventar, si es que a los antropólogos les parece bien…”(12)
Y al inquirir Delgado:
¿Otro triunfo suyo, Prof. Cruxent?, Cruxent responde “–No, de ninguna forma; otro triunfo de los
estudiosos estudiantes de la Sociedad de Ciencias Naturales de la Salle, que
trabajan por el pasado y el porvenir de su Patria. Yo soy un simple
colaborador…”El artículo va acompañado de un levantamiento planimético del
geoglifo y dibujos de los petroglifos llamados por la tradición popular La
Piedra del 3,1. Cuenta la leyenda que a sus pies ha sido enterrado un
tesoro, aunque su signo es fatídico. “…porque sobre ella pesa la terrible
maldición del español [quien enterró el tesoro]: tres tendrán que ser los que
vayan a desenterrar el tesoro; uno solo saldrá con vida de la empresa… Y nadie
hasta ahora ha querido, en Chirgua, jugarse la vida a cara o cruz con dos
posibilidades de muerte y una de vida.”(13)Notemos que aquel martes
13 de 1948 puede conceptuarse de afortunado para la arqueología venezolana.
La primera expedición
científica al geoglifo de Fila Olivita o geoglifo de Chirgua se realiza el 21
de marzo de ese año; integraron la expedición J.M. Cruxent, M Schon, H. Blohm,
A. Viso y R. León. El largo total de la figura de la ladera de Fila Olivita es
de 56,70 mts. Los surcos de las “antenas” tienen 1,60 mts. de ancho por 32
cmtrs. de profundidad; los surcos del resto de la figura son de 1,30 mts. de
ancho por 30 a 35 cmtrs. de profundidad. En 1949, Cruxent nos brinda una de las
contadas noticias científicamente sustentada sobre geoglifos en la
bibliografía venezolana, ese año Cruxent hace una expedición a Chirgua, estado
Carabobo, donde encuentra en la parte superior de la Fila de Olivita, un cerro
de 160 metros de altura, un geoglifo denominado por los lugareños “La Rueda del
Indio”. Allí le fueron entregadas varias piezas líticas y de alfarería que
habían sido encontradas en el centro de la “Rueda”. A medida que se escalaba el
cerro, se observaron en la tierra surcos cuya profundidad variaba entre 20 y 40
cmtrs. Sin embargo, se estima que la profundidad original debió ser mayor, pero
que debido tanto al avance de la vegetación como a la erosión del suelo
arcilloso han menguado. Esto se deduce por encontrarse en el lugar una piedra
que descansa sobre un pedestal del tierra original de 30 cmtrs más de espesor que
la que circunda los surcos grabados. El geoglifo mide unos 56,7 mtrs. de largo
y Cruxent lo interpreta como una figura antropomorfa, de abajo hacia arriba:
piernas, tronco, cabeza y apéndices semejantes a antenas. Cruxent apunta el
parecido entre esta figura y los círculos concéntricos que se encuentran en las
rocas al pie del cerro Las Mesas, localidad cercana, y sugiere que posiblemente
los mismos indios hayan realizado ambos trabajos, y que tal vez “las piedras de
la zona de ‘La Rueda’ no las encontraron aptas para grabar en ellas y,
considerando necesaria la existencia de una grafía en aquel lugar, la
reemplazaron por la tierra.”(14)
Nosotros
estimamos que la intención puesta en la obra fue la de ejecutar una figura de
grandes dimensiones, pero hasta no hacer investigaciones sobre el terreno que
comprendan los aspectos geológicos y etnográficos, cualquier idea sólo tiene
como sostén sus propios argumentos. Los geoglifos del desierto de Nazca al sur
del Perú, han sido interpretados por María Reiche como un calendario
astronómico; considerando esta lectura, cabría también aplicar investigaciones
astronómicas al geoglifo de la Fila de Olivita y hacerlas asimismo extensivas a
otras estaciones de petroglifos. El material lítico y cerámico encontrado en el
geoglifo es de origen andino: un ídolo masculino sentado, un pectoral de
pizarra, etc.(15)
En 1951, Cruxent publica
fotos, dibujos y descripciones de un gran número de petroglifos encontrados en
las zonas de Baruta, Oripoto y Tusmare, estado Miranda. En esta relación se
incluyen las descripciones de la superficie grabada, el color y composición
geológica de la roca, así como la profundidad y anchura del surco grabado de
114 agrupaciones de figuras. Se hacen breves notas sobre le erosión y grabados
recientes agregados a las piedras. “Un elemento de gran interés hallado en los
cerros de Baruta es una solera de metate que tiene grabado en uno de sus
ángulos signos del tipo de los petroglifos. De la misma zona proviene un
petroglifo del tipo llamado ‘calendario’. Dibujos semejantes aparecen en varias
rocas del sitio.”(16) Aunque la noticia de los signos grabados en la
solera de metate es singular, parece indicar que aquellos investigadores, como
Koch-Grünberg, que buscan en otros indicadores de la cultura material referencias
a los petroglifos están bien encaminados; a ello debemos sumar las
inquisiciones en el rico universo mítico y simbólico atesorado en la tradición
rural de las naciones indígenas de ayer y hoy, así como en el de nuestros
campesinos, herederos no sólo del acervo genético, sino de un hondo filón
cultural.
“En 1953 –escribe
Sujo–, en una expedición al área del raudal de Yavaniven (al sur de
Puerto Ayacucho), Cruxent descubre una serie de petroglifos ubicados en la
costa sur de la Isla María Auxiliadora (comunicación personal 1972). Estas
figuras son de gran interés ya que se observan animales de dos cabezas ubicadas
una en cada extremo del cuerpo; una figura humana sosteniendo en la boca una
pipa o flauta; un conjunto interesante de cazoletas y un gran número de figuras
de ‘llama’, cuya aparición en el arte rupestre de países del norte de
Latinoamérica ha sido muy comentada en la literatura antropológica.”(17) Las cazoletas –pequeñas oquedades de escasa profundidad grabadas en la
roca, generalmente formando agrupaciones– las encontramos en las
estaciones de San José, Viento Suave y El Mestizo.
En cuanto a las figuras
de “llama” (Lama glama o Auchenia
llama),
Alain Gheerbrant, al tratar el gran petroglifo descubierto por él en el río
Guayabero, Colombia, y refiriéndose a las figuras animales que en él aparecen,
comentó: “Nuestra hipótesis fue que se trataba de llamas, por la forma
característica de la cabeza, de la cola y de la parte baja de los miembros y
nunca hubo llamas sino en las altiplanicies del Perú, a varios millares de
kilómetros de aquí. Pero enseguida acudió a nosotros el recuerdo de la famosa
carretera del oro por la cual los incas transportaban en caravanas de llamas
los tesoros de esmeraldas y de oro que negociaban a los chibchas y quimbayas de
Colombia.” Y en otro lugar: “Háblase mucho, desde San Martín hasta Guariare, de
la existencia de restos o vestigios de una gran carretera que se dice que salía
del Perú, pasaba por el Alto Ariari y cruzaba la cordillera oriental para
llegar a la altiplanicie de Bogotá. Cuéntase que los indios venían del Perú con
manadas de llamas hasta el Ariari, donde las cargaban de oro y volvían con
ellas y el precioso metal para enriquecer los palacios de los Incas.”(18)
Al área conformada por
Centro América, las Antillas, la región noreste de Colombia; la región
centro-occidental, costera y suroriental de Venezuela, incluida la región
andina, la región noroeste de Brasil, como una zona de notables correspondencias en cuanto a los motivos y los estilos de los petroglifos
–evidencia de un marcado intercambio cultural de los pueblos establecidos
en la región–, cabe añadir estas observaciones de Cruxent y Gheerbrandt
para extender nuestra área de contacto a las altiplanicies andinas del Perú.
Sólo un estudio más detallado de las distintas correspondencias podrá arrojar
luces definitivas sobre esta cuestión; hasta ahora, las fragmentarias
evidencias recogidas de las fuentes más variadas apuntan la existencia de un
tráfico intenso de símbolos y valores de consumo, que se extiende de las costas
caribes, se adentra en la amazonia y se remonta a las cumbres andinas.
En 1955, Cruxent publica
un resumen sobre el tema de los petroglifos en Venezuela, donde sugiere una
posible diferenciación entre los dibujos de fuerza mágica, cuyas figuras se
encuentran en forma aislada y dispersa, sin alineación aparente; las escenas
anecdóticas que podrían representar tradiciones o mitos. En ambos casos,
Cruxent considera los petroglifos como recursos ideográficos mnemotécnicos,
constituyendo los conjuntos escénicos una mayor aproximación a la escritura.
Otra sugerencia interpretativa propuesta por Cruxent se refiere a los
petroglifos que hacen su aparición periódicamente con la bajada de las aguas
fluviales, los que considera podrían haber cumplido la misión de recordatorios
calendáricos: la aparición de cierto signo marca la época de alguna actividad
específica. (19)
En abril de 2002, visitamos los
petroglifos de Cucuruchú, a 4 horas de camino accidentado de la población de
Taratara, en la costa falconiana, su ejecución y forma nos recordaron estas
ideas de Cruxent. Cruxent mismo fotografió y describió esta estación; cuando la
visitamos, las andanzas de Cruxent aún estaban frescas en la memoria de los
parroquianos.
En su descripción de las
técnicas empleadas en el grabado, Cruxent estima que el estudio de la base del
surco puede orientar sobre la forma del artefacto lítico que fue usado para su
elaboración. Una terminación aguda podría identificar la técnica de percusión o
de buril. “Tal como se observa en la técnica indígena actual de perforación de
cuarzo y piedras para collares, el método abrasivo de grabado se habría
facilitado mediante el uso de arena. El promedio de profundidad lo calcula
entre 1 o 2 cmtrs., indicando que esta cifra depende de índice de erosión; y el
ancho entre 1 y 3 cmtrs. Las figuras miden, en su mayoría, de 50 cmtrs. a 1
mtr. de largo; aunque recuerda que en ciertas estaciones se han encontrado
hasta de 30 mtrs., grabados a gran altura tal vez con la ayuda de escaleras y armazones
de bejucos.” (20)
En lo tocante a la
cronología, propone que debe haber varias épocas representadas, pero que muy
posiblemente se pueda determinar una en períodos pre-alfareros, tal y como
sugieren Irving Rouse para Puerto Rico y las Antillas, y Herrera Fritot para
Cuba. El hallazgo de una piedra grabada en un conchero sin alfarería, excavados
por Cruxent y Rouse en Manicuare, península de Araya, permite suponer que
determinaciones cronológicas similares podrían realizarse en Venezuela. La
superposición de imágenes, así como las figuras grabadas de botellas, caballos,
fusiles y otros elementos post-hispánicos también pueden darnos claves de
antigüedad. “Sin embargo –apunta Sujo–, el trabajo de Heizer sobre
la ruta de venados y diversos textos sobre las pinturas rupestres europeas, han
demostrado que la superposición puede ser también un elemento de tipo funcional
más que cronológico; estos ejemplos deben orientarnos en la precaución que debe
caracterizar nuestras interpretaciones.”(21) En 1956, René Naville
publica un artículo donde resume comentarios de obras anteriores y agrega otros
de su propia cosecha. El autor menciona máscaras de Colombia, Brasil y
Guadalupe que son muy similares a las que Koch-Grünberg encontró grabadas en la
región amazónica. Se refiere asimismo a las figuras del “Pájaro del Trueno” que
se encuentran en Boca del Infierno, que a veces es representada en forma
estilizada como una T. Para Naville esta figura está directamente relacionada
con la lluvia, tal como lo hacen los Shoshonean del occidente de Norteamérica,
y dice que la misma se encuentra representada en pictografías de Nuevo México,
California, Panamá, Aruba, Brasil, Guyana y Venezuela.
Un dato particularmente
notable nos lo proporciona Naville al referirse a un hallazgo de Cruxent en el
Occidente de Venezuela, quien, en 1940, explorando la zona de Perijá, encontró
que los motilones se comunicaban a distancia con fragmentos de madera, papel o
tela, sobre la cual pintaban con achiote (Bixa orellana), signos que
tenían analogía con muchos petroglifos. Estos eran transportados por mensajeros
que acompañaban su lectura con una letanía.(22)
Actualmente, los Wayuu
de la Guajira venezolana marcan el ganado vacuno con signos que recuerdan los
petroglifos de la región y que para ellos son marcas distintivas de clanes
familiares. En una entrevista dada en 1997, recuerda Cruxent acerca de la
expedición a aquella región: “En Perijá había una tradición según la cual los
indios bari (motilones) de aquella época flechaban a los misioneros y a algunos
hacendados. Esto impidió que durante muchos años se pasara al territorio de
aquellos seres. Ahora bien, ¿a quién beneficiaba esto?... Para responder a esta
interrogante tienen que estudiar los negocios de ganadería de la zona, y te
darás cuenta que allí se forjaba un interés por la tierra; entonces ¿a quién le
convenía mantener el status? Yo fui porque me indignaba esta situación,
lo que hice fue romper el tabú pasando al territorio de los indios motilones
quienes supuestamente mataban gente.”(23)El lector recordará los
episodios descritos por Jahn y su enérgica defensa de los pueblos indígenas.
Cruxent rompió armas en estas lides en resguardo del hombre americano y de su
memoria.
En lo tocante a la
función de los petroglifos en sí, Cruxent no encuentra razón para considerarla
como única, ora podrá reproducir mitos, como propusiera en los petroglifos
escénicos; ora podrá tratarse de signos mágicos al comprender uno o pocos
signos; en otros casos podría tratarse de una representación simbólica de funciones
mágico-religiosas o mnemotécnicas, ora apuntarán fronteras o se erigirán como
monumentos de acontecimientos pasados o, bien, podrán cumplir la función de
pasatiempo o arte individual. Cuando conversamos con Cruxent sobre el tema, nos
propuso una teoría general: los petroglifos tienen un sentido, obedecen
a la eterna necesidad del hombre de expresarse.
En 1960, Cruxent publica
la descripción de dos grupos de petroglifos, situados unos en Villa de Cura,
estado Aragua; y otra en las fila de los Apios, Vigirima, estado Carabobo.
Describe también un conjunto de pinturas rupestres ubicadas en una cueva de la
mole rocosa llamada Cerro Papelón, en el Territorio Federal Amazonas. Ambos
grupos de petroglifos son referidos utilizando vocabulario geométrico para la descripción
de los elementos figurativos y agrupándolos bajo los términos antropomorfo,
ornitomorfo, zoomorfo, etc. Las pinturas de la cueva del Cerro Papelón, que
cubren una de las paredes y el techo, están realizados en rojo y presentan la
figura de una casa con techo de paja a dos aguas, cuatro figuras zoomorfas
iguales formando un cuadrado, una mano estampada y dos cruces. Se reseñan
también dos figuras pintadas en blanco en buen estado de conservación y el
hallazgo sobre el suelo de la cueva de los restos de un esqueleto junto con un
guayuco, un estuche para guardar yopo. Un cuchillo oxidado y una chaqueta
militar indican visitas recientes a la cueva. Se encontraron también dos
esqueletos envueltos a la usanza piaroa con tiras de cortezas de árbol y liados
con bejucos, en forma de persiana.(24)
En 1964, Cruxent
describe las pinturas rupestres del abrigo rocoso Maz-Ki, en la Guajira
venezolana. En este conjunto también se encuentran cuatro figuras zoomorfas
idénticas formando un cuadrado, y otras, de tipo geométrico, pintadas en rojo,
blanco y negro. Por la superposición de los colores y la pátina, el autor
piensa que posiblemente sea el rojo el color más antiguo, seguido por el negro
y más recientemente por el blanco, o que quizás haya habido una coexistencia de
estos dos últimos. No obstante el deterioro de las figuras, se puede apreciar
que los dibujos en rojo son básicamente antropomorfos, mientras que los
pintados en blanco y negro son en su mayoría geométricos. El abrigo de Maz-Ki
fue utilizado como cementerio por un grupo prehistórico (posiblemente los
indígenas cocina), cuyos restos se encuentran dispuestos en forma de entierro
secundario. En tiempos recientes el abrigo rocoso es utilizado por los
indígenas que habitan la región: los cadáveres recientes están dispuestos en
cajones de madera, en entierro primario.(25)
Las observaciones
realizadas por Cruxent entre 1960 y 1964, vinculan algunas las manifestaciones
de arte rupestre a cementerios. Nosotros nos hemos encontrado con esta
situación en Cucuruchú, municipio Colina, y nos fue referida en Viento Suave,
municipio Petit. La persistencia de las prácticas funerarias anotadas por
Cruxent y atestiguadas por nosotros, es un dato a tomar en cuenta en lo que
respecta al carácter sacro y ritual de los petroglifos.(26)
José María Cruxent e
Irving Rouse públican Arqueología Venezolana en 1966, edición española
auspiciada por el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas,
siguiendo la versión original en inglés –la traducción estuvo a cargo de
Erika Wagner–; la edición original corrió a cargo de Yale University
Press, New Haven y Londres, 1963. La obra es el resultado de dieciséis años de
colaboración que los autores han
dedicado al estudio de la arqueología venezolana, bajo el patrocinio de la
Universidad de Yale, el Peabody Museum de Yale, la Universidad Central de
Venezuela, el Museo de Ciencias Nacionales y el Instituto Venezolano de
Investigaciones Científicas. La Unión Panamericana había publicado un informe
técnico de ambos autores, orientado fundamentalmente a la comunidad científica,
bajo el título de Arqueología Cronológica
de Venezuela (Cruxent y Rouse, 1958-1959, 1961). En el texto de 1963,
presentan los resultados en una forma más simplificada para el beneficio de los
no especialistas y para el lego interesado en la arqueología venezolana.
La obra
sienta el precedente, seguido luego en otras publicaciones, de reproducir en la
primera página de cada capítulo el motivo de un petroglifo. Ilustran la obra
con fotografías de “construcciones y sitios de piedra, época neo-india”:
Petroglifos, Quebrada Tusmare, estado Miranda. Pintura Rupestre, Península de
la Guajira, estado Zulia. Muralla de Piedra, Vigirima, estado Carabobo. Mintoy,
Mucuchíes, estado Mérida. Bateita de Aguirre, estado Carabobo. Morteros de roca
y acanaladuras para afilar hachas líticas, Ventuari, estado Amazonas. Vista
aérea de la Calzada de Páez, estado Barinas. Montículo en Tocorón, Lago de
Valencia, estado Carabobo.
Al tratar la época Neo-india
en el occidente de Venezuela, consignan: “Venezuela occidental comprende la
hoya del Lago de Maracaibo, el sector montañoso que queda al sur y al este del
lago y la costa hacia el norte, que se extiende desde la Península de Guajira,
al oeste; hasta el área de Coro al Este. Igualmente, incluye los Llanos
Occidentales. Las tres series: Dabajuroide, Tocuyanoide y Tierroide parecen
haberse originado y centrado en dicha área, aunque no están limitadas
únicamente a esta región... Las tres se expandieron más allá de la zona
mencionada hasta el centro de Venezuela, y, en el caso de la serie Dabajunoide,
se extendieron por el oriente de Venezuela, así como también por las islas
holandesas de Aruba, Curazao y Bonaire.” (27)
Creemos
que sería oportuno realizar un seguimiento de las estaciones rupestres localizadas
en el área descrita –se han realizado algunos trabajos muy focalizados:
región de los Llanos, cuenca del Lago de Maracaibo, estados andinos, nuestro
trabajo en Falcón– y establecer recurrencias de motivos y estilos,
ulteriormente cruzar esta información con la zona neo-india propuesta por
Cruxent y Rouse para el Occidente de Venezuela.(28)
En 1971, José María
Cruxent, Sagrario Pérez Soto de Atencio y Miguel Arroyo publican Arte Prehispánico de Venezuela. Fundación Eugenio Mendoza, Caracas. Arroyo atribuye a tres fuentes su interés
por las manifestaciones culturales precolombinas: “La primera: mi curiosidad
por el pasado del ser humano y especialmente por el de los hombres que por
primera vez poblaron el territorio venezolano. La segunda se deriva del hecho
de que una vez fui ceramista y aún me sigue interesando la cerámica. La tercera
se la debo a mis amigos J. M. Cruxent, Antonio Requena y Sagrario de Atencio,
cuya pasión por la arqueología es tan contagiosa como al tristeza.” Esta obra
será modélica y echara las bases para una valoración del legado amerindio
originario en la que convergen la ciencia y el arte.
Si bien siempre hemos
tenido afición a los estudios científicos del pasado del hombre, ésta afición se convirtió en pasión
–en pasión particularmente arqueológica– en los seis años que conversamos con el viejo Cruxent. En los Apuntes Sobre Arqueología Venezolana, que
Cruxent preparó como su colaboración al texto –a finales de 2005
obtuvimos de la Fundación Eugenio Mendoza el visto bueno para su reedición, que
aún no ha sido posible–, escribe Cruxent: “Podemos asegurar que en la
complicada arqueología venezolana, en muchos casos un modesto tiesto o una
simple concha trabajada nos han dado más entusiasmo, satisfacción y
conocimiento que un bellísimo ídolo de azabache. A base de excavaciones de
tumbas en busca de una bella arqueología, no hubiéramos logrado nuestro
propósito de iniciadores de facilitar a la nueva y valiosa camada de
arqueólogos una documentación que será aprovechada, ampliada y modificada a la
luz de nuevos descubrimientos, a base de arduo, inteligente y generoso trabajo,
condiciones indispensables para una labor fructífera.”(29) Esta es parte de la generosa,
abundantemente, dadivosa como herencia científica y espiritual que Cruxent legó a nuestros pueblos.
Notas
1. Jeannine
Sujo Volsky: El Estudio del Arte
Rupestre en Venezuela: su Literatura, su Problemática y una Nueva
Propuesta Metodológica. Montalbán, Nº 4, Universidad Católica Andrés
Bello, Editorial Arte, Caracas, 1975.
2. Camilo
Morón: Honor a Quien Honor Merece. Vértigo, Mérida, Mayo-Junio,
2001,
3. Manuel
Pérez Vila: Un Persistente Enigma: Los Petroglifos. Venezuela
Misionera, No 393; citado por Sujo: loc. cit., p. 715.
También B. Tavera Acosta: Los Petroglifos de Venezuela. Editorial
Mediterráneo, Madrid, 1956, p. 34.
4.
Relaciones
Históricas de las Misiones de Padres Capuchinos de Venezuela. Siglos XVII y XVIII. Librería General de Victoriano Suárez, Madrid,
1928, p.p. XVIII, XIX.
5. Cfr.
Sujo: loc. cit., p. 715.
6. Sujo: loc. cit., p. 717.
7. Sujo:
loc. cit., p.772.
8. J. M. Cruxent: Supersticiones Venezolanas. Piedras
de Rayo o de Centella. Archivos Venezolanos de Folklore, Caracas,
1967.
9. Ibídem.
10. Ibídem.
11. Ibídem.
12. Rafael
Delgado: Los Petroglifos Venezolanos. Monte Avila Editores, Caracas,
1976.
13. Ibídem.
14. Ibídem.
15. Ibídem.
16. Sujo:
loc. cit.
17. Ibídem.
18. Ibídem.
19. Ibídem.
20. Ibídem.
21. Ibídem.
22. Camilo
Morón: El Estremecimiento del Velo. Fondo Editorial Arturo Cardozo. Gobernación Bolivariana de Trujillo.
Coordinación Trujillana de Cultura. 2008.
23. Milagros
Socorro y María Matilde Suárez: “Hay que Afrontar las Muchas
Consecuencias de la Verdad”, entrevista a José María Cruxent. Revista
Bigott, No 43, Caracas, Jul-Ago-Sept. 1997, p.p. 62, 75.
24. Sujo:
loc. cit.
25. Ibídem.
26. Camilo
Morón: Guía Turística del Estado Falcón: A Bilingual Tourist Guide. Corporación Falconiana de
Turismo, Grafipress, Coro,
2005, p.p. 171-173.
27. José
María Cruxent e Irving Rouse: Arqueología Venezolana. Yale University Press, New Haven y Londres, 1963.
28. Ibídem.
29. José
María Cruxent, Miguel Arroyo, Sagrario Pérez Soto de Atencio: Arte
Prehispánico de Venezuela. Fundación Eugenio Mendoza, Caracas, 1971,
p.p. 179 et passim.
¿Preguntas,
comentarios? escriba a: rupestreweb@yahoogroups.com
Cómo
citar este artículo:
Morón, Camilo. La piedra y la palabra: contribuciones de cuatro décadas de
J. M. Cruxent
al estudio y
valoración del arte rupestre venezolano.
En Rupestreweb, http://www.rupestreweb.info/piedraypalabra.html
2011
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