Piedras vivas: manifestaciones rupestres y memoria oral en el valle de Sibundoy, corredor milenario entre andes y selva
Ana
Lucía Flórez Páez,
alflorezpaez@hotmail.com Antropóloga,
Grupo
de Investigación y Gestión sobre Patrimonio, Universidad de Antioquia.
Ver localización aproximada en Google Maps.
Resumen
Producto de un intenso trabajo de campo y de los
relatos proporcionados por los indígenas inga y kamsá, actuales habitantes del
valle de Sibundoy, este trabajo devela un número elevado de manifestaciones
rupestres antes desconocidas en los círculos académicos que, si bien se sabe
fueron esculpidas en un pasado remoto, aún hoy, se reconocen y son parte vital
de los usos y explicaciones indígenas sobre su mundo cotidiano, cosmológico y
político; para los indígenas del valle de Sibundoy todas y cada una de las
piedras dispersas en su territorio son piedras vivas.
Palabras clave: valle de Sibundoy (Putumayo), indígenas inga y kamsá,
arte rupestre, mitos, ritos.
El
valle de Sibundoy está ubicado al sur occidente de Colombia en el departamento
de Putumayo, exactamente, entre las coordenadas geográficas 1º 07’ y 1º 12’ N y
76º 53’ y 77º 00’ W; se trata de un valle interandino, corredor entre los Andes
y la selva, donde nace el río Putumayo. Su población es mayoritariamente
indígena y corresponde a dos sociedades diferentes: los Ingas y los Kamsás:
directos descendientes de las gentes que ya habitaban el valle cuando los
españoles entraron por primera vez a estas tierras y que, hasta donde se sabe,
participaron de un proyecto cultural que desbordaba los límites de su
territorio, sus correrías en busca de medicamentos e intercambio de productos
incluía tanto sociedades selváticas como andinas, proyecto que desde aquellos
tiempos se extendió hasta la actualidad, ahora incluyendo a otros grupos.
En
noviembre de 2006, a través de conversaciones con nativos del valle de
Sibundoy, me enteré de la existencia de algunas “piedras con dibujos” ubicadas
en las inmediaciones de su valle, “piedras de antigua” o que se atribuían a los
“antiguos”, algunas de las cuales estaban asociadas a sagrados rituales que
involucraban a sobanderas y médicos tradicionales. En enero del año siguiente,
con la finalidad de realizar la investigación para mi monografía de grado,
viajé al valle de Sibundoy a conocer las piedras inicialmente referenciadas,
dialogar sobre ellas con Ingas y Kamsás, indígenas que tenían estas piedras por
vivas y además las escuchaban, caminar con ellos por algunas sendas de su
territorio y memoria, reconociendo y buscando más de estas piedras. Así, el
objetivo primero de esta búsqueda fue identificar dentro del valle de Sibundoy
el mayor número posible de sitios con manifestaciones rupestres aún visibles en
el paisaje, registrarlos y geoposicionarlos a la par que realizar un
acercamiento a la memoria relacionada con dichas manifestaciones, a las formas
en que las personas de hoy las hacen suyas dinamizando su territorio.
Bajo
este criterio, durante los cinco meses que siguieron, hablando y caminado con
la gente y observando detenidamente el paisaje del valle (1), logramos la ubicación y el registro de cincuenta piedras talladas: veintiocho
piedras con petroglifos, cinco de ellas con oquedades, veintiún piedras sólo
con oquedades y una lito-escultura; asimismo, también observamos en algunos
ríos un número elevado de otras piedras con oquedades. Estas piedras de los
ríos, desconocidas en su mayoría por los lugareños, se asemejan a aquellas con oquedades
que encontré asociadas a los petroglifos ubicados en las laderas del valle (2). Otras piedras que también se
examinaron fueron las que encontré en las colecciones privadas de algunas
personas que dicen haberlas encontrado al interior del valle, entre ellas, metates,
manos de moler, hachas, pequeña estatuaría lítica, manos y pies tallados.
En
medio de aquella búsqueda se hizo especial énfasis en la recolección de numerosos
relatos alusivos a los orígenes, sentidos culturales y funciones sociales
actuales, históricas y míticas de las manifestaciones rupestres ubicadas en el
valle de Sibundoy, relatos apoyados en el ámbito ritual indígena.
Piedras con oquedades. Municipio de Santiago,Valle de Sibundoy.
Hoy,
para las sobanderas (3), los médicos tradicionales y sus familias, igual que para los niños, jóvenes,
adultos y ancianos indígenas que a través de su palabra y acción vivifican el
pensamiento que envuelve a muchas de estas piedras, que aunque no siempre están
talladas son igual de significantes para ellos, estas son piedras vivas. De ahí
que el énfasis hecho en este trabajo se base, más que en las piedras mismas, en
el conocimiento del pasado aún activo en la memoria, en las formas de
apropiación de unas piedras cuyas tallas han trascendido sus formas para
albergar otros significados. Consideramos que esta exploración plantea un
avance sustancial para las disciplinas que se acercan al pasado, por cuanto
propone retomar la visión que los grupos nativos tienen de su devenir histórico.
Ahora
bien, como en la mayoría de estudios rupestres, tenemos que decir que hasta que
no se adelanten nuevos estudios arqueológicos comparativos en la región, la
dificultad de establecer cronologías precisas y absolutas para las
manifestaciones rupestres ubicadas en el valle de Sibundoy permanecerá latente.
Sin embargo, en este caso, el camino de ida y vuelta, una y otra vez, entre
piedra, palabra y práctica permitió y enriqueció la combinación de los relatos
orales con los datos vivos e históricos y, si se quiere, también arqueológicos.
La
mayoría de las rocas intervenidas con talla que aquí se reportan están ubicadas
en las laderas onduladas que circundan al valle y cerca, o directamente, a
fuentes de agua, especialmente, aquellas de cauce mayor. Dichas laderas
corresponden en su mayoría a las terrazas o andenes de cultivo prehispánicos
que mencionan Ramírez y Pinzón (1986) y que estudia y describe Patiño (1995).(4)
Sin embargo, aunque no se puede negar la relación existente, dada la cercanía
entre algunas manifestaciones rupestres y dichas terrazas, sería arriesgado
afirmar que tales piedras fueron talladas por las mismas gentes que erigieron
y/o trabajaron en aquel sistema agrícola; faltan datos arqueológicos que
permitan corroborar este tipo de hipótesis. Lo que si se puede advertir, a
juzgar por algunos motivos tallados en las piedras y la presencia de pequeñas
estatuas líticas en el valle de Sibundoy que también se han reportado para el altiplano
nariñense (Cárdenas, 1990; Granda, 1983; Quijano, 2003, 2006, 2007) y Cauca (Wavrin,1936
en Ortiz, 1958; Ortiz, 1958; Romoli, 1962), es que desde el tiempo en que aquellas
fueron talladas (o, quizás, trasportadas, sea el caso de las estatuas), sus
ejecutores consolidaban una amplia red de intercambio que incluía tanto a los
Andes como a la selva, red que los actuales indígenas del valle de Sibundoy
heredaron de sus más antiguos antepasados (Pinzón, Suárez y Garay, 2005).
Para
Wavrin, Ortiz, Romoli y Cárdenas, este tipo de estatuaría lítica se encuentra inequívocamente
relacionada con la estatuaria de San Agustín, ubicada al sur del departamento del
Huila, cuyos ejecutores, se piensa, también participaron de un circuito
cultural y comercial relacionado con sociedades selváticas y andinas. Esta
relación para el caso del valle de Sibundoy no resultaría extraña si se tiene
en cuenta la ubicación espacial del valle y la compleja y amplia red de los
caminos prehispánicos que en él se han encontrado y que estudia Ramírez (1996),
entre ellos, vale destacar un circuito que enlazaría al valle de Sibundoy con San
Agustín (Huila).
Piedras vivas
Para
los indígenas del valle de Sibundoy las piedras guardan silencio ante quien no
presta atención, porque en realidad sí hablan: la gente inga y kamsá del valle,
desde el principio y durante siglos, las han escuchado, así como han escuchado
a los astros, al trueno, al agua, al fuego, al viento, al humo, a las montañas,
a los animales y a las plantas, a las piedras las han oído hasta roncar. Y han
escuchado porque saben que el conocimiento territorial del kaugsa suyu yuyay (lugar de vida y pensamiento), se da y se aprende
a través de la esencia del samai (aliento), poder y forma espiritual de comunicación de todos y entre todos los
seres que habitamos el universo, entre el espíritu humano, el espíritu de un
río, el espíritu de una danta, el espíritu de una montaña… Quedar samai, dice Benjamín
Jacanamijoy, indígena inga, “se entiende como ‘quedar con el aliento del otro
en el corazón’, haber entendido al otro como poseedor de fuerza y vida”
(Jacanamijoy, s. d.). Por eso, quedando samai es como se conecta uno, en un
aliento, al aliento universal; quedando samai hasta a las piedras se oye
roncar. Una vez en samai, cada lugar y cada ser constituye un espacio para el
conocimiento, un espacio de palabra y pensamiento, un espacio de la memoria.
Así
las cosas, en un mundo donde debajo y encima todo es viviente, en el valle de
Sibundoy hubo y hay una gran cantidad de gente a la que jamás contamos dentro
de su población: gente montaña, gente estrella o gente piedra, entre otra,
gente que los indígenas que habitan el valle sí han tenido en cuenta y que
además reconocen como familia, una familia de tan lejana estirpe que se remonta
a los tiempos primeros, por allá cuando los seres eran todos indistintos entre
sí, una misma esencia confusa, cuando no era la luz sino la oscuridad quien permeaba
los rincones de la vida; desde entonces, aquel insoslayable vínculo entre
naturaleza y espíritu ha estado presente en el devenir histórico tanto de Ingas
como de Kamsás. Y es que desde el tiempo de antigua(5) hasta hace muy poco, según algunos, menos de
setenta años, la gente del valle no solo oía a las piedras hablar sino que
también las veía en acción, pues estas, cuando la ocasión lo requería, eran
piedras muy resueltas. Algunas de ellas, “los guardines peña”, defendían a su
gente, a los indígenas del valle, convirtiendo a sus enemigos también en peña,
razón esta por la que estos indígenas recomiendan no sentarse sobre cualquier
piedra, pues como ellos mismos dicen: “no se sabe realmente sobre quien pueda
uno sentarse”.(7)
Estando
samai es claro que todas y cada una de las piedras dispersas en el valle de
Sibundoy están vivas y que su naturaleza está amarrada a como fueron antes de
ser piedras. Estando samai se entiende que las piedras no siempre fueron
piedras, que en un principio fueron como nosotros y nosotros fuimos ellas. Estando
samai puede una persona ser piedra y una piedra ser persona, sólo estando samai
es realmente posible: gente, piedra y gente piedra. Porque para quien esta samai
todo está vivo y todo es parte del todo.
Figura 2. Gente piedra del valle
de Sibundoy.
En
este estado, dado que las piedras también son gente, entre las piedras también
hay sinchis,(6)
son, según dijo un sinchi, las “piedras con dibujos” que hay en el
valle, la gente piedra, poderosos médicos que quedaron encantados en
piedra, sinchis que aún hoy, al interior de sus duras paredes pétreas,
esas que ciertas noches se siente respirar, guardan el calor de su
conocimiento y mágico poder. De ahí que, reconociendo su fuerza, muchos
de los que desean van a que ellas les enseñen, se vuelven sus
aprendices; y otros, como quien va ante un sinchi a pedirle consejos y
remedios para el bienestar de su familia y sus bienes, les llevan
algunos regalos en forma de “pago”, principalmente tabaco.
En
noches de luna llena o menguante, sobanderas y parteras o mujeres que desean
serlo, se acercan a las “piedras con dibujos” a sobar las culebras que allí
reposan enroscadas (espirales talladas en las superficies rocosas), pedir
sabiduría y/o renovar su magia y poder para ejercer a bien su oficio. Ligado a
esta práctica se encuentra el conocimiento mítico que rige el pensamiento y la
vida de los indígenas ingas del valle. Cuentan los ingas de la inspección de
San Andrés que antes de vivir en el valle de Sibundoy vivieron en el Vides,
Bajo Putumayo; buscando otra tierra donde establecerse subieron hasta llegar a
un terreno muy fértil que decidieron ocupar, desde entonces llamado Porotal.
Estando allí, una niña que encontraron y adoptaron como suya se convirtió en
una gran amarun (culebra) que comiéndose a muchos diezmó gran
parte de aquella población; entonces, para repelerla, un sinchi mandó a las
mujeres a preparar una mezcla de ají rocoto (Capsicum pubescens) con otras
plantas medicinales y sagradas que, cuando estuvo lista, fue arrojada a la boca
de la culebra; esta, en su huida, se partió en dos, un pedazo se hundió en la
tierra y de allí nació un río y el otro, cuando pasaba sobre otro río, se
convirtió en piedra y alrededor crecieron muchas plantas medicinales. Después
de aquel incidente, los pocos ingas que quedaron decidieron buscar nuevas
tierras y así, siguiendo a contracorriente las aguas del río Balsayaco,
llegaron al valle de Sibundoy. Pero estas tierras ya estaban ocupadas por los ingas
del poblado de Manoy (hoy municipio de Santiago), con quienes después de
negociar trazaron una zanja para dividir el territorio. (7)
Siguiendo
este mito, no es extraño entonces que para los ingas del valle de Sibundoy, la amarun
mítica y las espirales talladas en algunas piedras del valle sean una y la
misma, por eso algunos las tratan igual que, en el tiempo de antigua, los ingas
que ahora habitan en el municipio de San Andrés trataron a la amarun. Esto
explica, por ejemplo, el porque entre las restricciones alimenticias que se
tiene para acercarse a las “piedras con culebras” sin que estas se “escondan”,
figure en primer orden abstenerse de comer ají, pues como dicen los nativos del
valle: “fue con ají como ahuyentaron a la amarun”.
Sobandera inga junto a una “piedra con dibujos de
culebras”, piedra que había
cubierto con más piedras y protegido, sembrando
borrachero y ají rocoto,
para prevenir que las culebras dibujadas fuesen a
recobrar vida y comer gente.
De otro lado, entre los kamsás, quienes,
hasta donde se sabe, fueron los primeros que habitaron el valle, la explicación
que se da acerca de las manifestaciones rupestres es otra, para ellos, cada
piedra tallada en el valle de Sibundoy corresponde a una huella dejada por el
“Señor de Sibundoy”, un “diosito vivo” que vivía con ellos, “un diosito muy
andariego” que por donde anduvo abrió caminos plasmando en ellos sus propias
huellas. Y aunque en esta pesquisa no alcanzamos a recorrer las laderas del
territorio kamsá, ni a andar los caminos que hizo el Señor de Sibundoy que,
según un indígena kamsá, son todos los caminos de antigua que aún usa su gente,
tenemos la certeza de que una búsqueda en ellos sería en extremo provechosa
para encontrar y comprender los elementos y las evidencias dejadas en el
paisaje del valle.
Ahora
bien, con el tiempo, además de las relaciones ya establecidas, todas estas
manifestaciones rupestres se han ido enriqueciendo con nuevos sentidos
culturales y funciones sociales entre los indígenas del valle de Sibundoy,
entre ellas, por ejemplo, las dadas por el aún amado cacique Carlos Tamoabioy,
quien previendo que la unidad entre Ingas y Kamsás sería la garante para que
los territorios indígenas fueran siempre de su gente y no pasaran a manos
foráneas “blancas”, consiguió, a través de alianzas políticas, poner fin a las
viejas rivalidades producto de la disputa por tierra y poder que existía entre
los dos pueblos, propiciando así un espacio de convivencia y armonía. Como
estrategia para validar el derecho que Ingas y Kamsás tenían sobre la tierra,
el sabio cacique cambió la utilización del uso de la fuerza física, en la que
la población indígena casi siempre salía perdiendo, por el uso astuto de la
legislación colonial. Pero así como utilizó a bien la legislación para reclamar
la tierra como propiedad indígena, el cacique Tamoabioy también se apoyó en la
memoria de los pueblos indígenas y las evidencias físicas que encontraría en el
paisaje del valle. Por eso, y porque también dicen, era un hombre de estatura
muy baja, se paró sobre “pedestales especiales”, piedras con dibujos tallados,
para hablar desde allí con su gente, para hablarles desde la memoria. Las
mismas piedras que los indígenas reconocían como mojones, límites, puntos
tajantes de diferenciación, el cacique Tamoabioy, a través del uso sabio de la
palabra, simbólicamente y guardando la diferencia, las potencializó como puntos
de cohesión del pensamiento indígena frente a los embates colonizadores para
demostrar que, desde tiempos muy antiguos, aquellas tierras eran propiedad de
los pueblos indígenas.
Así lo expresaría el mes de marzo del año 1700, cuando
enfermo de gravedad dictó el crucial testamento en el que le heredaría a sus hijos,
los pueblos Inga y Kamsá, las tierras del valle de Sibundoy y de Aponte
(Nariño) que había recuperado; en dicho testamento, por ejemplo, cuando habla
de los terrenos que hoy conocemos como el municipio de Sibundoy, el gran
cacique dijo: “declaro que no den agravio a los vasallos y Gobernadores del
dicho pueblo de Sibundoy Grande porque las tierras que tenemos nosotros están
amojonadas desde antiguamente […]” (Testamento del cacique Carlos Tamoabioy,
firmado el 15 de marzo de 1700, en Bonilla, 1969: 292).
Sin
duda, en los términos aquí propuestos, esta búsqueda, exige volver,
conversar y profundizar con los sinchis y las sobanderas sobre el
significado de las piedras; revisar en ellas y en su antiguo mundo
todos los cabos sueltos, completar el registro y recorrer caminos que
al estar construidos con piedras vivas, son rutas de la memoria que
estando samai jamás se agotaran. Además de explorar físicamente el
resto del valle de Sibundoy en el que hace falta buscar más piedras con
y sin dibujos, proponemos que, en compañía de los que saben, los
indígenas del valle, hay que seguir las huellas que dejó el Señor de
Sibundoy cuando fue abriendo los caminos que conectarían al valle con
el mundo y al mundo con el valle. Asimismo, debe recorrerse el camino
que anduvieran hace mucho tiempo los Ingas que hoy viven en la
inspección San Andrés, cuando desde el Bajo Putumayo emprendieron la
mítica travesía que los condujo hasta el valle de Sibundoy, y en cuyo
trayecto se encontraron con la amarun, la culebra que diezmó gran parte
de su población, pero que audazmente, amparados por el conocimiento de
los sinchis supieron manejar; cuco culebra que se solidificaría no solo
en la serpiente que se convirtió en piedra cuando iba pasando sobre un
río, sino en el conocimiento del cual hoy beben muchas de las
sobanderas indígenas del valle. Si bien, puede que difícilmente nos
acerquemos al conocimiento que el sabio cacique Tamoabioy llegó a tener
de su territorio y de la memoria que albergaban las piedras con dibujos
tallados en las que se paraba para hablar con su gente, es nuestro
deber seguir su ejemplo: observar las huellas dejadas al andar para
vivir días más alegres y despiertos.
Así
pues, en términos generales, los resultados de este trabajo, aunque importantes
y pioneros, no dejan de ser exploratorios, principalmente por el método
utilizado y porque se encuentra incompleto el reconocimiento sistemático en el
valle y otras áreas documentadas a través de la tradición oral. Cartografiar
estas manifestaciones es otra tarea a realizar, la georreferencia de las
piedras que reseñamos constituye un adelanto en ello. En cuanto al
levantamiento de la información rupestre, hay que decir que lo hecho hasta
ahora es apenas parte del resultado de una primera etapa de búsqueda y
documentación, un primer y obligado paso para emprender cualquier investigación
en torno a estas manifestaciones. Queda también, establecer relaciones
comparativas entre las manifestaciones aquí reportadas y las que se han hallado
en territorios vecinos.
Notas
1.
La pesquisa de manifestaciones rupestres en el valle de Sibundoy estuvo
siempre apoyada por indígenas ingas o kamsás, con ingas recorrí los
territorios que usualmente se piensan y se reconocen como ingas (la
inspección de San Andrés y los municipios de Santiago y Colón) y con
kamsás los territorios kamsá (la inspección de San Pedro y los
municipios de Sibundoy y San Francisco). Primero nos acercamos a los
sitios reconocidos por los lugareños, luego, valiéndonos un poco de las
pautas que nos ofrecieron los primeros sitios ubicados, exploramos
otros potenciales; el registro de cada sitio y cada piedra ubicada en
el valle hace parte del inventario gráfico que se ofrece en su
totalidad en la monografía de grado resultado de esta investigación
(Flórez, 2008).
2.
Es de anotar que en su conjunto, todas ellas, piedras talladas y/o con
oquedades, a excepción de un par, nunca antes habían sido
referenciadas, ni se conocían en los círculos académicos, o al menos no
desde nuestro punto de abordaje. Pérez de Barradas (1941), retomando a
Marcos de Castelvi, presenta en su libro, El arte rupestre de Colombia,
un petroglifo ubicado en la vereda Vichoy; y Patiño (1995), en un
informe de arqueología de rescate para la línea de transmisión
eléctrica Pasto-Mocoa, reporta un petroglifo ubicado en la vereda de
Fuisanoy, cuyo único diseño (“dos espirales unidas”) lo asocia a otros
ubicados en el área del altiplano nariñense, en las zonas de la laguna
de La Cocha y la cuenca del río Guaitara, petroglifos reportados por
Groot y Hooykaas.
3. Mujeres
dedicadas principalmente a sobar (masajear) a personas con esguinces, fracturas
o levantamiento de tendones y a curar “mal vientos” (sustos producidos por
impresiones fuertes o intervención de espíritus). También hay hombres
sobanderos, pero a diferencia de estos ellas son las únicas capaces de asistir
antes, durante y después de los partos a otras mujeres.
4. A
propósito del trabajo de Patiño, único en arqueología llevado a cabo en el valle
de Sibundoy, con toda la información que este provee (por ejemplo, la
controversial y crucial afirmación, en relación a varios trabajos que se han
hecho para el altiplano nariñense y desde los que se ha intentado abordar al valle
de Sibundoy, de que “no existen mayores similitudes, desde el punto de vista
del material arqueológico, entre los pobladores del Sibundoy y las gentes del
altiplano Nariñense”), hay que señalar la necesidad de mayores estudios para el
valle, puesto que, a la fecha, las asociaciones de los hallazgos que se puedan
hacer, a no ser que se realicen nuevas dataciones, estarán, indudablemente,
restringidas a las únicas tres fechas que aquella búsqueda arrojó para el valle
de Sibundoy: 720, 860 y 910 años después de cristo, fechas que, por ejemplo,
confieren una duración de tan solo 200 años aproximadamente (entre 720 y 910
años después de cristo) a la cerámica hallada en él.
5. Tiempo
mítico-histórico; tiempo de los aucas (los no bautizados); tiempo de iniciación y creación a partir de las palabras
que encierran la fuerza creadora. De alguna manera, el tiempo de antigua reúne
los principios de la religión, la filosofía y la ciencia de la tradición
indígena; es histórico, en tanto que los mitos aún habitan, guían y condicionan
la cotidianidad de los nativos del valle.
6. Entre
los indígenas del valle, el sinchi runa (hombre duro), iacha runa (hombre sabio)
o taita (padre) es aquel que ha
emprendido el difícil y eterno camino del saber, camino de mundos en red y
múltiples posibilidades; es aquel que en su senda ha heredado la fraguada
alianza entre sus antepasados y las fuerzas que mantienen el orden cósmico; es
aquel que ve con claridad el aliento y las pintas (esencias) de los otros; es aquel que por conocer tan bien su territorio conoce
el adecuado manejo de sus entornos, especialmente, los naturales, y eso es lo
que enseña; por eso el sinchi, el que atiende e interpreta los sueños, es
médico y consejero. A través del uso de la sagrada planta de la ayahuasca o yagé (Banisteriopsis caapi), el sinchi accede al conocimiento universal mientras la planta
le va pintando el camino y la sangre con los colores, las formas y las maneras
de sus antepasados. Es así como el sinchi accede al conocimiento del mundo, un
conocimiento que, culturalmente, se ha limitado, exclusivamente, al ámbito
masculino, si acaso, las mujeres pueden acercarse a él solo cuando han llegado
a la menopausia.
—¿Preguntas,
comentarios? escriba a: rupestreweb@yahoogroups.com—
Cómo citar este artículo:
Flórez Páez, Ana
Lucía. Piedras vivas: manifestaciones rupestres
y memoria
oral en el valle de sibundoy, corredor milenario entre andes y selva.
En Rupestreweb, http://www.rupestreweb.info/piedrasvivas.html
2009
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