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Figura 2. Gente piedra del valle de Sibundoy.
En noches de luna llena o menguante, sobanderas y parteras o mujeres que desean serlo, se acercan a las “piedras con dibujos” a sobar las culebras que allí reposan enroscadas (espirales talladas en las superficies rocosas), pedir sabiduría y/o renovar su magia y poder para ejercer a bien su oficio. Ligado a esta práctica se encuentra el conocimiento mítico que rige el pensamiento y la vida de los indígenas ingas del valle. Cuentan los ingas de la inspección de San Andrés que antes de vivir en el valle de Sibundoy vivieron en el Vides, Bajo Putumayo; buscando otra tierra donde establecerse subieron hasta llegar a un terreno muy fértil que decidieron ocupar, desde entonces llamado Porotal. Estando allí, una niña que encontraron y adoptaron como suya se convirtió en una gran amarun (culebra) que comiéndose a muchos diezmó gran parte de aquella población; entonces, para repelerla, un sinchi mandó a las mujeres a preparar una mezcla de ají rocoto (Capsicum pubescens) con otras plantas medicinales y sagradas que, cuando estuvo lista, fue arrojada a la boca de la culebra; esta, en su huida, se partió en dos, un pedazo se hundió en la tierra y de allí nació un río y el otro, cuando pasaba sobre otro río, se convirtió en piedra y alrededor crecieron muchas plantas medicinales. Después de aquel incidente, los pocos ingas que quedaron decidieron buscar nuevas tierras y así, siguiendo a contracorriente las aguas del río Balsayaco, llegaron al valle de Sibundoy. Pero estas tierras ya estaban ocupadas por los ingas del poblado de Manoy (hoy municipio de Santiago), con quienes después de negociar trazaron una zanja para dividir el territorio. (7) Siguiendo
este mito, no es extraño entonces que para los ingas del valle de Sibundoy, la amarun
mítica y las espirales talladas en algunas piedras del valle sean una y la
misma, por eso algunos las tratan igual que, en el tiempo de antigua, los ingas
que ahora habitan en el municipio de San Andrés trataron a la amarun. Esto
explica, por ejemplo, el porque entre las restricciones alimenticias que se
tiene para acercarse a las “piedras con culebras” sin que estas se “escondan”,
figure en primer orden abstenerse de comer ají, pues como dicen los nativos del
valle: “fue con ají como ahuyentaron a la amarun”.
Sobandera inga junto a una “piedra con dibujos de culebras”, piedra que había cubierto con más piedras y protegido, sembrando borrachero y ají rocoto, para prevenir que las culebras dibujadas fuesen a recobrar vida y comer gente.
Ahora bien, con el tiempo, además de las relaciones ya establecidas, todas estas manifestaciones rupestres se han ido enriqueciendo con nuevos sentidos culturales y funciones sociales entre los indígenas del valle de Sibundoy, entre ellas, por ejemplo, las dadas por el aún amado cacique Carlos Tamoabioy, quien previendo que la unidad entre Ingas y Kamsás sería la garante para que los territorios indígenas fueran siempre de su gente y no pasaran a manos foráneas “blancas”, consiguió, a través de alianzas políticas, poner fin a las viejas rivalidades producto de la disputa por tierra y poder que existía entre los dos pueblos, propiciando así un espacio de convivencia y armonía. Como estrategia para validar el derecho que Ingas y Kamsás tenían sobre la tierra, el sabio cacique cambió la utilización del uso de la fuerza física, en la que la población indígena casi siempre salía perdiendo, por el uso astuto de la legislación colonial. Pero así como utilizó a bien la legislación para reclamar la tierra como propiedad indígena, el cacique Tamoabioy también se apoyó en la memoria de los pueblos indígenas y las evidencias físicas que encontraría en el paisaje del valle. Por eso, y porque también dicen, era un hombre de estatura muy baja, se paró sobre “pedestales especiales”, piedras con dibujos tallados, para hablar desde allí con su gente, para hablarles desde la memoria. Las mismas piedras que los indígenas reconocían como mojones, límites, puntos tajantes de diferenciación, el cacique Tamoabioy, a través del uso sabio de la palabra, simbólicamente y guardando la diferencia, las potencializó como puntos de cohesión del pensamiento indígena frente a los embates colonizadores para demostrar que, desde tiempos muy antiguos, aquellas tierras eran propiedad de los pueblos indígenas. Así lo expresaría el mes de marzo del año 1700, cuando
enfermo de gravedad dictó el crucial testamento en el que le heredaría a sus hijos,
los pueblos Inga y Kamsá, las tierras del valle de Sibundoy y de Aponte
(Nariño) que había recuperado; en dicho testamento, por ejemplo, cuando habla
de los terrenos que hoy conocemos como el municipio de Sibundoy, el gran
cacique dijo: “declaro que no den agravio a los vasallos y Gobernadores del
dicho pueblo de Sibundoy Grande porque las tierras que tenemos nosotros están
amojonadas desde antiguamente […]” (Testamento del cacique Carlos Tamoabioy,
firmado el 15 de marzo de 1700, en Bonilla, 1969: 292).
Sin duda, en los términos aquí propuestos, esta búsqueda, exige volver, conversar y profundizar con los sinchis y las sobanderas sobre el significado de las piedras; revisar en ellas y en su antiguo mundo todos los cabos sueltos, completar el registro y recorrer caminos que al estar construidos con piedras vivas, son rutas de la memoria que estando samai jamás se agotaran. Además de explorar físicamente el resto del valle de Sibundoy en el que hace falta buscar más piedras con y sin dibujos, proponemos que, en compañía de los que saben, los indígenas del valle, hay que seguir las huellas que dejó el Señor de Sibundoy cuando fue abriendo los caminos que conectarían al valle con el mundo y al mundo con el valle. Asimismo, debe recorrerse el camino que anduvieran hace mucho tiempo los Ingas que hoy viven en la inspección San Andrés, cuando desde el Bajo Putumayo emprendieron la mítica travesía que los condujo hasta el valle de Sibundoy, y en cuyo trayecto se encontraron con la amarun, la culebra que diezmó gran parte de su población, pero que audazmente, amparados por el conocimiento de los sinchis supieron manejar; cuco culebra que se solidificaría no solo en la serpiente que se convirtió en piedra cuando iba pasando sobre un río, sino en el conocimiento del cual hoy beben muchas de las sobanderas indígenas del valle. Si bien, puede que difícilmente nos acerquemos al conocimiento que el sabio cacique Tamoabioy llegó a tener de su territorio y de la memoria que albergaban las piedras con dibujos tallados en las que se paraba para hablar con su gente, es nuestro deber seguir su ejemplo: observar las huellas dejadas al andar para vivir días más alegres y despiertos. Así pues, en términos generales, los resultados de este trabajo, aunque importantes y pioneros, no dejan de ser exploratorios, principalmente por el método utilizado y porque se encuentra incompleto el reconocimiento sistemático en el valle y otras áreas documentadas a través de la tradición oral. Cartografiar estas manifestaciones es otra tarea a realizar, la georreferencia de las piedras que reseñamos constituye un adelanto en ello. En cuanto al levantamiento de la información rupestre, hay que decir que lo hecho hasta ahora es apenas parte del resultado de una primera etapa de búsqueda y documentación, un primer y obligado paso para emprender cualquier investigación en torno a estas manifestaciones. Queda también, establecer relaciones comparativas entre las manifestaciones aquí reportadas y las que se han hallado en territorios vecinos. Notas 1. La pesquisa de manifestaciones rupestres en el valle de Sibundoy estuvo siempre apoyada por indígenas ingas o kamsás, con ingas recorrí los territorios que usualmente se piensan y se reconocen como ingas (la inspección de San Andrés y los municipios de Santiago y Colón) y con kamsás los territorios kamsá (la inspección de San Pedro y los municipios de Sibundoy y San Francisco). Primero nos acercamos a los sitios reconocidos por los lugareños, luego, valiéndonos un poco de las pautas que nos ofrecieron los primeros sitios ubicados, exploramos otros potenciales; el registro de cada sitio y cada piedra ubicada en el valle hace parte del inventario gráfico que se ofrece en su totalidad en la monografía de grado resultado de esta investigación (Flórez, 2008). 2. Es de anotar que en su conjunto, todas ellas, piedras talladas y/o con oquedades, a excepción de un par, nunca antes habían sido referenciadas, ni se conocían en los círculos académicos, o al menos no desde nuestro punto de abordaje. Pérez de Barradas (1941), retomando a Marcos de Castelvi, presenta en su libro, El arte rupestre de Colombia, un petroglifo ubicado en la vereda Vichoy; y Patiño (1995), en un informe de arqueología de rescate para la línea de transmisión eléctrica Pasto-Mocoa, reporta un petroglifo ubicado en la vereda de Fuisanoy, cuyo único diseño (“dos espirales unidas”) lo asocia a otros ubicados en el área del altiplano nariñense, en las zonas de la laguna de La Cocha y la cuenca del río Guaitara, petroglifos reportados por Groot y Hooykaas. 3. Mujeres dedicadas principalmente a sobar (masajear) a personas con esguinces, fracturas o levantamiento de tendones y a curar “mal vientos” (sustos producidos por impresiones fuertes o intervención de espíritus). También hay hombres sobanderos, pero a diferencia de estos ellas son las únicas capaces de asistir antes, durante y después de los partos a otras mujeres. 4. A
propósito del trabajo de Patiño, único en arqueología llevado a cabo en el valle
de Sibundoy, con toda la información que este provee (por ejemplo, la
controversial y crucial afirmación, en relación a varios trabajos que se han
hecho para el altiplano nariñense y desde los que se ha intentado abordar al valle
de Sibundoy, de que “no existen mayores similitudes, desde el punto de vista
del material arqueológico, entre los pobladores del Sibundoy y las gentes del
altiplano Nariñense”), hay que señalar la necesidad de mayores estudios para el
valle, puesto que, a la fecha, las asociaciones de los hallazgos que se puedan
hacer, a no ser que se realicen nuevas dataciones, estarán, indudablemente,
restringidas a las únicas tres fechas que aquella búsqueda arrojó para el valle
de Sibundoy: 720, 860 y 910 años después de cristo, fechas que, por ejemplo,
confieren una duración de tan solo 200 años aproximadamente (entre 720 y 910
años después de cristo) a la cerámica hallada en él. 5. Tiempo
mítico-histórico; tiempo de los aucas (los no bautizados); tiempo de iniciación y creación a partir de las palabras
que encierran la fuerza creadora. De alguna manera, el tiempo de antigua reúne
los principios de la religión, la filosofía y la ciencia de la tradición
indígena; es histórico, en tanto que los mitos aún habitan, guían y condicionan
la cotidianidad de los nativos del valle. 6. Entre
los indígenas del valle, el sinchi runa (hombre duro), iacha runa (hombre sabio)
o taita (padre) es aquel que ha
emprendido el difícil y eterno camino del saber, camino de mundos en red y
múltiples posibilidades; es aquel que en su senda ha heredado la fraguada
alianza entre sus antepasados y las fuerzas que mantienen el orden cósmico; es
aquel que ve con claridad el aliento y las pintas (esencias) de los otros; es aquel que por conocer tan bien su territorio conoce
el adecuado manejo de sus entornos, especialmente, los naturales, y eso es lo
que enseña; por eso el sinchi, el que atiende e interpreta los sueños, es
médico y consejero. A través del uso de la sagrada planta de la ayahuasca o yagé (Banisteriopsis caapi), el sinchi accede al conocimiento universal mientras la planta
le va pintando el camino y la sangre con los colores, las formas y las maneras
de sus antepasados. Es así como el sinchi accede al conocimiento del mundo, un
conocimiento que, culturalmente, se ha limitado, exclusivamente, al ámbito
masculino, si acaso, las mujeres pueden acercarse a él solo cuando han llegado
a la menopausia. 7. Resulta
sumamente interesante el hecho de que este mítico éxodo se haya emprendido
desde las tierras bajas de Putumayo, exactamente, desde el Vides; quizás, esta
trayectoria, podría estar sugiriendo una conexión entre las gentes que tallaron
las piedras del valle de Sibundoy con las gentes que tallaron aquellas ubicadas
en las riberas del río Vides (Roa, 1998). ![]() —¿Preguntas, comentarios? escriba a: rupestreweb@yahoogroups.com— Cómo citar este artículo: Flórez Páez, Ana
Lucía. Piedras vivas: manifestaciones rupestres
y memoria 2009
BIBLIOGRAFÍA Bonilla Sandoval, Víctor Daniel (1969). Siervos de dios y amos de indios. El Estado y la misión capuchina en el Putumayo. Stella, Bogotá. Cárdenas Arroyo, Felipe (1990). “Estaturia lítica en el norte de Nariño. Nuevos datos”. En: Revista Colombiana de Antropología, Bogotá, Vol. 27, pp. 171-198. Flórez Páez, Ana Lucía (2008). Del pensamiento a la piedra y de la piedra al pensamiento. Piedras con dibujos en el valle de Sibundoy. Monografía de grado, Departamento de Antropología, Universidad de Antioquia, Medellín. Granda Paz, Osvaldo (1983). Arte rupestre Pasto y Quillacinga. Sindamanoy, Pasto. Jacanamijoy Tisoy, Benjamín (s. f.).
“Los Ingas del valle de Sibundoy, de su territorio y lugares de vida”. (s. d.).
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