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En el primer
trabajo arqueológico en la región titulado"Contribución
al conocimiento de la civilización de los Lache" de Eliécer Silva
(1945), se presenta una visión de la "cultura" del grupo
Lache, basándose principalmente en la información contenida en las crónicas de
la época de la Conquista y Colonia. Quizá la mayor importancia de este estudio
radica en las actividades realizadas en Puebloviejo de Ura (Jericó). Allí
Silva identifica estructuras de forma rectangular o circular que corresponderían a
habitaciones indígenas e infiere, por la forma de los fragmentos de "muro" elaborados utilizando lascas
o lajas irregulares, que las viviendas eran bajas en forma de colmena (1). Con respecto
a la cerámica sugiere semejanzas con Santa Marta y Venezuela.
Debemos destacar también los trabajos de la investigadora inglesa Ann
Osborn (1979, 1985a, 1985b, 1987, 1995), quien utiliza datos etnográficos
procedentes de los mitos cantados por los U'wa o Tunebo, específicamente el
referente al vuelo de las tijeretas,
con el propósito de identificar los lugares de residencia de diferentes
comunidades o clanes pertenecientes a ese grupo. Es así como reporta varios
sitios arqueológicos distribuidos por la Sierra; entre estos algunos donde hay
menhires (ver foto Nº 2). En otro documento (1985a) señala que a partir del análisis del texto
del mito del Vuelo de Las Tijeretas se puede afirmar que el antiguo territorio de los U’wa se extendía desde la
Sierra de Mérida hasta el sur de Santander, con su centro alrededor de la
Sierra, territorio que era habitado por diferentes grupos sociales relacionados
(clanes).
Al referirse a las zonas de residencia (actual) de los U’wa, precisa que los miembros de cada grupo residen en "diferentes zonas altitudinales" y que sus movimientos o traslados por tierras altas y bajas son debido a factores ceremoniales y no a razones materiales. Con este fin los U'wa dividen el año en cuatro estaciones, correspondiendo cada una con un área particular de ceremonias y residencia; encontrándose en una misma época del año en una zona específica. Los grupos tenían acceso a lugares ceremoniales de otras comunidades, que a su vez eran sitios de encuentro ceremonial, razón por la cual estaban señalados o demarcados con menhires (Osborn 1985a). Estos parajes sagrados donde hay o habían menhires generalmente se localizan en las rutas de acceso a la Sierra: el paso de Pamplona por el Sarare; el de Chita por el Casanare y el del piedemonte de la Cordillera Oriental (Osborn 1985a; Romero 1994; Aguablanca y Romero 1993) siendo, al mismo tiempo, vías de peregrinación o intercambio ceremonial y lugares de encuentro entre los diversos grupos U'wa, allí celebraban ritos relacionados con las "estaciones", no estando aislados sino que se relacionaban unos con otros, existiendo en sus alrededores cementerios (individuales y comunales) en cuevas y entierros secundarios, sugiriendo la práctica de la cremación (2).
En un
documento posterior Osborn apunta que los estudios de piedras alineadas en Colombia
siempre han sido interpretados a partir de la astronomía o lo ceremonial y que
las piedras alineadas deben ser estudiadas o relacionadas con los artefactos
arqueológicos y prácticas culturales; agregando a esas interpretaciones su
posible función en varios niveles de análisis: organización social y mitología; siendo importante la tradición oral de los actuales U’wa, pues ellos se
consideran descendientes de los grupos que erigieron las piedras alineadas (Osborn 1987).
Anota también que los datos
concuerdan con la opinión de Silva respecto a que los Lache y Tunebo o U’wa
eran un mismo grupo. Siendo los Lache una comunidad emplazada principalmente en
el área de la Salina de Chita (Jericó, Chita y La Salina). Esta ubicación no
concuerda, plenamente, con la información etnohistórica consultada por parte
nuestra, que muestra como ellos ocupaban toda, o la mayoría, de las vertientes
occidental y sur de la Sierra.
Los yacimientos arqueológicos
reportados por Osborn en la vertiente occidental de la Sierra (Chita, Cocuy,
Güicán y Chiscas) además de menhires contienen lajas alineadas y cimientos
antiguos. En ellos realiza recolecciones superficiales de cerámica, material
que es clasificado por Marianne Cardale (1985 en Osborn 1985a) en dos grupos:
el primero relacionado con el período "Herrera" o "Premuisca",
probablemente la más antigua (3). En el segundo incluye la
cerámica que considera contemporánea con la alfarería Muisca y Guane.
Osborn realiza excavaciones en la
vereda de Chipacentro en Chita y en el Pueblo de las Mercedes, Chiscas, pero
debido a su repentina muerte le es encomendada a Martha Urdaneta la descripción
y clasificación de los materiales provenientes de la excavación efectuada en el
sitio de Piedralarga, Chipacentro (Chita I), en la cual ella participó.
Urdaneta al referirse a Chita I,
dice que no es fácil interpretar el significado de este yacimiento; por cuanto
parece tratarse de un paraje donde hubo gran actividad, durante un lapso
prolongado de tiempo, siendo utilizado en actividades ceremoniales, tal como
pensaba Ann Osborn. No logra ubicar temporalmente el yacimiento por cuanto
contiene cerámica de la Fase Herrera Tardía (Formativo Final), en todos los
niveles de la excavación, asociados con cerámica más reciente. (Urdaneta, 1992)
En Chita Osborn hizo otra
excavación (Chita II), donde obtuvo dos fechas de radiocarbono. De las
excavaciones en Chiscas y el corte de Chita II no hay información disponible.
Peña (1991) menciona una fecha de radiocarbono del siglo I a. C. que parece
provenir de Chita II, que estaría asociada a los menhires.
Otro estudio referente a los U'wa fue el realizado
por Helena Pradilla (1981), quien presenta una visión general de esta comunidad
y, basándose en documentos de archivo, menciona los malos tratos que los
españoles dieron a estos indígenas. También se refiere a la colonización de su
territorio en el siglo XX y su situación actual (economía, salud, población y
organización social).
Trabajos realizados por el autor de estas líneas
han permitido registrar un buen número de yacimientos dispersos por toda la
región, algunos de ellos con elementos en piedra (menhires, cimientos, etc.).
Estos estudios han aportado información referente a los sitios donde estaban
emplazados y su posible función (Pérez, 1997, 1999, 2001, 2005, 2006). Antes de
proseguir es preciso hacer varias precisiones con respecto a estos bienes que
en la literatura referente al arte megalítico europeo normalmente se denominan
menhires.
Territorio y monumentos, algo de teorÍa
Para esto creemos que los planteamientos utilizados en investigaciones del megalitismo en Europa -denominadas por Colin Renfrew Arqueología Social- (Renfrew, 1984; Mohen, 1985) sirven de modelo para su estudio, comprensión e interpretación. También tomaremos elementos de la Arqueología Territorial y la Arqueología del Paisaje, los cuales guiarán nuestra exposición. (Bradley et al.1994; Criado et al. 1986; Criado, 1999; Amado et al. 2002; Bello et. al, 1989; Ruiz-Gálvez y Galán 1991; Anschuetz 2001; Vaquero 1991/1992 y Villoch 1999). Teniendo en cuenta, según Renfrew, que el fin último es "la interpretación de los grandes monumentos dentro de un contexto social bien definido" (Renfrew 1984:75).
Por este motivo y siguiendo a Criado et al. (1986), para el estudio de los menhires (4) se le debe prestar atención a su distribución en el paisaje - posición geomorfológica -, sin olvidar que ésta, es el resultado de un proceso mayor en el que operan diversos aspectos del sistema cultural de las comunidades que los elaboraron.
Para su análisis se deben precisar dos términos (conceptos) claves:
Se parte del supuesto que estos
factores no obedecen al azar, ni son consecuencia de la casualidad, sino que
siguen condicionamientos concretos, que pueden ser descubiertos y determinados
con un estudio detallado. Por ende la localización de las estructuras
megalíticas, está fijada por un patrón de emplazamiento que obedece al control
de vías de paso y territorios, marcadores territoriales, fines agropecuarios,
militares, minería, comerciales, religiosos, etc.
Igualmente, aunque la elección
del sitio donde se iba a construir el monumento estaba condicionada, en parte,
por el potencial de trabajo, los factores decisivos para su elección serían de
tipo cultural-ritualístico-territorial (Criado et al, 1986). Es decir, esos lugares desempeñarían un papel
importante en la cosmovisión de las comunidades que erigían el monumento; en
otras palabras el sitio tenía una connotación especial que generalmente
prevaleció a lo largo del tiempo.
Para Mohen
(1985), el arte megalítico devela aspectos de la iconografía religiosa, que aún
no se pueden interpretar, pero su importancia se refleja en su localización y
repetitividad, en un territorio dado. Añade además, que las relaciones entre
los monumentos y las formas de organización del territorio están en realidad
integradas, interpretadas y analizadas bajo una perspectiva de un "todo social". Más allá del carácter
meramente funerario, el lugar donde se emplazaba el monumento tenía otra
función, la de santuario, siendo el recuerdo de los ritos allí desarrollados
eternizados gracias a la arquitectura megalítica. Es decir se trataría de un
lugar o espacio sagrado, cuya condición era ratificada con la
erección-construcción de un elemento artificial (menhir, dolmen, petroglifo o
pictografía).
Por tanto su distribución en el
paisaje refleja indirectamente la repartición territorial de los grupos que
los construyeron, estando todo determinado por el patrón de asentamiento. "Por lo tanto, cada uno de los
elementos comprendidos dentro del proceso que determinaba la distribución y localización de
los túmulos megalíticos, nos remonta a diferentes aspectos del entramado
cultural de la sociedad que los construyó" (Criado et al. 1986: 18). Siguiendo éste planteamiento, en los municipios
de Jericó, Chita, Cocuy, Güicán, Chiscas, etc., y en otras zonas de la Sierra,
se ha determinado que esto parece cumplirse y que algunos lugares, donde hay
megalitos, guardan concordancia con el modo de ocupación del territorio por las
comunidades indígenas y aún actuales. Esto es evidente para el territorio
habitado por los U’wa o Lache desde tiempos inmemoriales; el cual tendría y
tiene aún una organización de tipo radial cuyo eje o centro simbólico son los picos nevados de la Sierra desprendiéndose
de ellos los principales cursos de agua (ríos Nevado, Chitano, Tunebo,
Casanare, etc.), los cuales son vías de comunicación naturales y fuente de vida
donde se encontraban asentadas las diversas comunidades pertenecientes a esta
etnia (5).
Esta forma de ocupación del
territorio se ratificaría por la existencia en cada una de estas vías (valles
de los ríos) de lugares o sitios que por sus características (control del
territorio, ubicación cerca de zonas de transito, etc.) tuvieron connotación
especial. En algunos de ellos, para reafirmar aún más su importancia, erigieron
estructuras artificiales en piedra. Esto se ha podido verificar en las cuencas
de los ríos Nevado, Chitano, Chiscano, Róyota y aún en el Cañón del río
Chicamocha donde estaban establecidas comunidades U’wa o Lache. Es probable que
la misma situación se presente en la cuenca del río Casanare; que nace en la
laguna de Eucas, municipio de Chita (6).
Renfrew afirma que la gran inversión de trabajo requerida para la construcción de los monumentos (dólmenes), no se limitaría únicamente a su función funeraria, y se trataría - retomando a Fleming - de tumbas para la vida, que reafirmarían la cohesión social de las comunidades que las construyeron; es decir, se trataría de reproducir el mundo de los vivos, siendo los monumentos marcas o mojones que delimitaban el territorio ocupado por comunidades segmentarias. Estos se constituían en lugares públicos, donde se reunirían a practicar ritos religiosos (Renfrew,1984). Criado (1999), Criado et al (1986), Bello et. al (1989), Ruiz-Gálvez y Galán (1991), Renfrew (1984) han
señalado que en ocasiones se ha dicho que los túmulos megalíticos, y otros
elementos de ese tipo, están situados en puntos prominentes del relieve, desde
los cuales se domina una amplia panorámica; tal evento ha sido interpretado
argumentando que el túmulo no solamente era la tumba de los muertos, sino
también una especie de santuario: un mojón, un hito, un punto de referencia en
el paisaje que funcionaría como auténtico ombligo, centro agrupador e
integrador de la comunidad que lo construyó. (Renfrew 1976; Fleming 1973. en
Criado et al. 1986). Este sería el
caso de algunos de los lugares de la Sierra, en los cuales se erigieron
menhires u otro tipo de estructuras. En el estudio de los elementos megalíticos
según Criado et al. (1986), hay tres
aspectos a considerar:
- Los tipos de patrones de
emplazamiento topográfico que manifiestan.
- las condiciones de visibilidad de éstos.
- La orientación o panorámica que preferentemente
se domina desde ellos (cuencas visuales).
En el emplazamiento es necesario
que el monumento pueda ser divisado con claridad sobre el paisaje y que, así
mismo, desde éste se tenga una buena panorámica del entorno que rodea al
monumento. Es decir el elemento megalítico debe destacarse sobre el medio que
lo rodea. Lo cual no implica que el patrón de asentamiento de estos deba ser
uno y uniforme, sino que de acuerdo a los condicionamientos del paisaje y a las
necesidades de la comunidad, se adapten patrones de emplazamiento diferente,
pero sin variar los principios generales. (Criado et al. 1986)
Por tanto el dominio de un
paisaje, panorámica, etc., no necesariamente implica un control o dominio
efectivo del territorio. De esta forma el monumento serviría de punto de referencia
fundamental de una entidad social - trashumante -, el mojón que indica el
territorio de los individuos que públicamente pertenecen al grupo, de la misma
forma que señala el espacio de sus muertos. De acuerdo a esto, ningún grupo que
construye éste tipo de elementos que reafirman una territorialidad definida, va
a abandonar ese territorio, o a vivir aisladamente - estacionalmente - de él,
por cuanto este es un referente obligado para ellos. Es decir, los monumentos
servirían para señalar el territorio
de los vivos y los muertos.
También se ha sugerido que los
elementos megalíticos están vinculados a sociedades sedentarias o
cuasi-sedentarias, pues normalmente se encuentran cerca a tierras aptas para
labores agrícolas, o desde ellos se observan las tierras de cultivo actuales.
Es decir, las características del medio habrían condicionado las pautas de
asentamiento, estando normalmente los megalitos emplazados en la periferia de
las zonas en que se asentaban estos grupos, sirviendo de mojones y límites -
políticos o simbólicos - de individualización grupal; esto unido a
condicionamientos ritualístico-culturales. Es decir el monumento identificaría
el territorio de explotación y de dominio del grupo que lo edificó. (Criado et al 1986)
Otros trabajos, referentes
principalmente a la Península Ibérica, plantean que muchas de las estructuras
megalíticas y otros elementos del Bronce Final y la Edad del Hierro (las estelas) asociadas a enterramientos o
actividades funerarias, no cumplían en verdad esa única función. Ruiz-Gálvez y
Galán (1991), en su trabajo sobre las estelas del suroeste de la Península,
plantean que su función no era la de indicar la presencia de tumbas, sino que
probablemente eran "hitos" localizados en las inmediaciones de los caminos, principalmente los de
trashumancia, a modo de marcadores de recursos, señalando el dominio de estos
por una comunidad determinada, que se iba desplazando por un territorio más
amplio. Esto parece corresponder con lo observado en los U’wa, grupo que tenía,
y tiene, por costumbre efectuar desplazamientos por diferentes pisos
altitudinales, en cada uno de los cuales desarrollaba actividades de diversa
índole, desde económicas hasta de tipo ritual y simbólico. Añaden además, que
su emplazamiento no era al azar, sino que estaban ubicadas en sitios de
contraste geográfico - ecotonos (7)-, ayudando a delimitar los
territorios explotados por los diferentes grupos humanos que habitaban una
región (Ruiz-Gálvez y Galán 1991).
Siguiendo esta línea Galán y
Martín (1992), después de analizar la distribución y emplazamiento de los
megalitos en la cuenca extremeña del Tajo, proponen que estaban relacionados
con cruces de caminos, convirtiéndose en una forma simbólica de comunidades de
paso, que por medio de estructuras funerarias estables - los dólmenes -
controlaron las zonas de paso. Estos elementos funerarios legitimarían la
posesión del territorio, ya que "la reclamación de la tierra en la que
descansan los antepasados de un grupo puede tener tanto valor como un
asentamiento estable". Por lo tanto la monumentalidad del megalito podría
corresponder con la importancia del paso a controlar, y por ende de los
recursos existentes (Galán y Martín 1992: 203).
Teniendo en cuenta lo anterior,
es posible plantear que la elaboración de los menhires del área de estudio, fue
llevada a cabo por grupos sedentarios o seminómadas que controlaban un
territorio dado; determinados por relaciones interétnicas de intercambio de
carácter comercial y simbólico, y por la selectiva utilización que hacían del
entorno. Si nos atenemos a esto se ve que el manejo y utilización del
territorio, por los U’wa, corresponde con los planteamientos esbozados. Aunque,
por el momento, es complicado asociarlos temporal y culturalmente, hay
elementos que pueden contribuir a la discusión:
Para realizar un registró
adecuado y detallado de los menhires, se propone catalogarlos de acuerdo a
variables que permitan una comparación basada en unos indicadores más
definidos. Para esto nos apoyamos en el inventario de monumentos megalíticos
elaborado por Criado et al. (1986:
35), también retomamos algunos elementos de los trabajos de Ruiz-Gálvez y Galán
(1991), Galán y Martín (1991-1992) y García (2000). Es importante precisar que
el inventario y catalogación de estos bienes no se aborda en este documento,
solamente se presenta una descripción y documentación básica, introduciendo
algunos aspectos relativos a lo aquí tratado. Que creemos es suficiente para
comprender mejor cual fue el manejo dado al medio por los comunidades
emplazadas en inmediaciones de la Sierra y de ahí proponer que esa región
estuvo y está demarcada por un conjunto de sitios
o espacios sagrados que aún hoy en día son reconocidos, tanto por los indígenas como por los campesinos. El
estudio detallado de estos lugares es una actividad a realizar en el futuro;
por cuanto todos estos bienes, y otros que no se conocen, están dispersos en un
área de unos 10.000-15.000 km2. (Ver mapa Nº 1)
Mapa Nº 1
Espacio y paisaje Cuando hablamos de la localización no interesa solamente la ubicación espacial de los monumentos, también es
importante conocer, en lo posible, la forma como utilizaron y ocuparon el medio
–entiéndase territorio- en el cual interactuaron. Esta actividad se
facilita, por cuanto las características actuales de la zona parecen sugerir
que no ha sufrido cambios drásticos en los últimos dos mil años. Aún así,
aunque una zona posea unas condiciones ambientales determinadas su utilización
por parte de una comunidad estará mediada por su manera de concebir-percibir el
mundo (cultura); por lo tanto dos comunidades que habiten una misma región,
podrán tener respuestas o estrategias diferentes para utilizar ese territorio.
Igualmente aunque el aspecto de la zona no haya cambiado demasiado la
percepción de ésta, por parte nuestra, será diferente de la de las comunidades
que nos precedieron (arqueología de la percepción). Por este motivo se parte de
la premisa que la cultura deja huellas en el medio (paisaje-territorio);
entendiéndolo como el territorio sobre el cual una o varias comunidades
ejecutan no solamente las actividades básicas de supervivencia, sino que en él
se encuentra inmerso el entramado cultural, el cual no necesariamente está
supeditado a lo económico como en el caso de los U’wa, donde este aspecto
pareciera estar relegado o en una posición secundaria frente a lo ceremonial.
Esa trama cultural modela el espacio, creándose de esta manera un paisaje
característico que termina siendo la representación de la relación que se da
entre éste –espacio- y la cultura. (Criado et al. 1985). Si asumimos los presupuestos de la arqueología del
paisaje, la cual según Criado (1999) tiene como meta el estudio y
reconstrucción de los paisajes arqueológicos, en otras palabras el estudio con
una metodología arqueológica de los procesos y maneras de culturización del espacio
a través de la historia. Para él el paisaje como producto social estaría
compuesto por:
Esto se corresponde con lo propuesto en un trabajo posterior por Amado et al (2002) cuando afirman que el
Patrimonio Arqueológico está compuesto esencialmente por realidades
tridimensionales, es decir formas espaciales que están emplazadas en un espacio
concreto o paisaje, con el cual mantienen relaciones significativas, siendo
esas correspondencias las que permiten comprender la naturaleza de los sitios
arqueológicos (situación, delimitación, funcionalidad, significación, etc.).
Tomando como punto de partida estos lineamientos, se propone presentar y
analizar algunos elementos que permitan ver como los grupos humanos que
habitaron la Sierra se apropiaron-usaron el espacio físico, para a partir de él
crear un espacio social humanizado, económico, político, territorial, etc. Para
lograr esto debieron desarrollar un orden imaginado; es decir un espacio
simbólico que como tal ha de ser sentido, percibido y pensado por los miembros
de esas comunidades (Criado, 1997). Esto implica que el componente simbólico es
una parte esencial del paisaje social, siendo necesario comprenderlo de una
manera integral. Sin embargo surge la duda sobre la posibilidad de reconstruir
y entender el significado y la dimensión simbólica de un paisaje arqueológico a
partir de nuestros sentimientos y percepciones actuales sin caer en la
subjetividad.
Este espacio simbólico fue configurado por parte de las comunidades que
allí habitaban con la creación de un conjunto de centros ceremoniales o espacios sagrados, situados estratégicamente
entorno de la Sierra; algunos de carácter monumental (Chita, Róyota, etc.). Los
cuales fueron constituidos a partir de elementos fijos-naturales prominentes
(rocas in situ, cascadas, fuentes de agua termal, lagunas, etc.) donde erigieron,
en ocasiones, monumentos arquitectónicos (estructuras en piedra, menhires,
etc.). Esto se corresponde con la información suministrada por los cronistas
coloniales respecto a que los Lache adoraban las piedras, práctica que también
tuvieron grupos de la Sierra de Mérida en Venezuela: “[adoraban] todas las
piedras, porque decían que todas habían sido primero hombres, y que todos los
hombres en muriendo se convertían en piedras, y que había de llegar el día en
que todas las piedras resucitasen hechas hombres.”(Fernández de Piedrahita
1973: Vol. I. 56).
Este culto a las piedras ha permanecido a través del tiempo entre los
actuales U’wa, como al interior de las comunidades campesinas, pero con algunas
modificaciones. Esto es notorio en el caso de Chita, donde hay leyendas
campesinas con respecto al sitio de Chipacentro, ubicado en el sector del
Resguardo de Chita, en las cuales el tema central gira en torno a la
transformación de hombres en piedras. Es más, el escudo municipal de Chita en la
parte superior lleva inscrita la leyenda “Hombres
de Roca Fuerte”, que según Enciso (1992) es el significado del apodo con
que se conoce a los chitanos o Rucos.
La arquitectura monumental representada por la emergencia de
construcciones artificiales permanentes (fenómeno megalítico) constituye el
primer ejemplo de modelo de domesticación del paisaje. Siendo la tecnología
arquitectónica el mecanismo “de construcción del paisaje social que mediante
dispositivos artificiales domestica el mundo físico no sólo introduciendo hitos
arquitectónicos en el espacio natural para ordenarlo según referencias
culturales, sino también controlando e imponiendo la pauta de percepción del
entorno por parte de los individuos que la usan” (Criado,1999:35) (Ver fotos Nº
4-5).
paisajes sagrados - Centros Ceremoniales
Aunque
los centros ceremoniales existentes
en La Sierra están incorporados a la mitología de los actuales U’wa, y que una
buena parte se hallan emplazados en el territorio que a la llegada de los
europeos era habitado por esta etnia, surgen inquietudes con respecto a sí
fueron ellos quienes los erigieron o no. Entre estas tenemos que varios
monumentos se ubican en lugares habitados por los Lache; grupo que, para algunos autores (Falchetti 2003), sería
diferente a los U’wa pero que en concepto nuestro y de otros autores (Silva
1945; Osborn 1985; Pérez, 2006) eran la misma etnia (siendo quizá diferentes
linajes), quienes adoraban las piedras (8).
La otra inquietud se basa en que la mayor parte de los centros ceremoniales,
con estructuras en piedra, contienen materiales del período Formativo Tardío.
Es más las fechas radio carbónicas disponibles les otorgan una antigüedad de
unos 2.000 años.
En la Cordillera Oriental se conoce un sinnúmero de
yacimientos del período Formativo Final (prechibchas, prelaches, preguanes) y
Muisca aunque solamente en unos pocos hay evidencias de la presencia de
estructuras en piedra: El Infiernito (Villa de Leiva), el Templo de Goranchacha
(Tunja) (9). Para Guatavita en
Cundinamarca hay reportes de dólmenes, cuya cronología aún es incierta
(Broadbent, 1965). Estos por sus características se podrían considerar como espacios sagrados en la cordillera; pero
aún así, según la información disponible, la mayor concentración de espacios sagrados que incluyen
adecuaciones artificiales en piedra se concentran en La Sierra (10).
Esto último lleva a sugerir dos posibilidades:
Según Parcero et
al. (1998) al referirse a los paisajes
sagrados opinan que no solamente se trata de hacer una síntesis diacrónica
del paisaje social y de lo que pudo ser la constitución de un cierto tipo de espacio sagrado, sino que deben
analizarse otros factores o practicas. Es decir, entender el significado de un
área dentro de un código simbólico específico. Entendiendo el espacio sagrado
como un producto humano, un paisaje con intencionalidad, significado y
racionalidad que reflejaría en cierta forma la realidad.
El proceso de inventar - iniciar una tradición se basa en la incorporación de lugares sagrados previamente existentes reescribiendo tradiciones y el paisaje, algo similar pudo haber ocurrido en territorio U’wa o Lache. Por lo tanto el paisaje esta permeado por significados, no siendo solamente una fuente de provisiones para las comunidades que lo ocupan (Bradley et al. 1994)
La Sierra fue demarcada con centros ceremoniales naturales y artificiales, los cuales a lo
largo del tiempo se constituyeron en referentes obligados para sus habitantes,
convirtiéndose en espacios o paisajes
sagrados. Estos centros sagrados serían de diferente nivel y si cabe el término grado de complejidad y funcionalidad. Es más en ocasiones y
dada su importancia (por su emplazamiento, control territorial, tradición,
económica, etc.) cerca a ellos se establecerían los personajes de mayor
importancia social y económica en época prehispánica, colonial y republicana.
Un ejemplo es el sector del Pantano de
Güicán, (12) lugar donde los
caciques de la Sierra tenían sus viviendas, posteriormente, en la Colonia, en
estos parajes erigirían casas de haciendas, persistiendo en la actualidad
algunas de ellas, las cuales por sus características denotan la importancia del
lugar. Ese es el caso de los sitios de El
Oratorio (Jericó); El Jordán, Róyota y Sínsiga (Güicán) y El Pueblo de Las Mercedes (Chiscas). Así
mismo, en sus alrededores se congregan actualmente las mayores densidades de
población (Resguardo de Chita y
Puebloviejo de Ura en Jericó) y en ellos, a la llegada de los españoles, se
encontraban los principales centros de poder de la zona.
Otro elemento que parece ser recurrente es la
existencia de pantanos o lagunas relativamente cerca o que son visibles desde
estos sitios es el caso de El Jordán y Róyota en Güicán y La Laguna Limpia en cercanías de Cheva en Jericó. Con respecto a la
presencia de pantanos o lagunas, cerca de estos sitios, en estudios realizados
en España se ha observado que muchos guardan correspondencia con las rutas
tradicionales utilizadas por manadas de animales salvajes, o son lugares donde
éstos llegan a descansar (Infante et al.
1999). Aunque es presuroso homologar lo observado en Galicia con la realidad de
la Cordillera Oriental, si es un elemento a tener en cuenta a la hora de ver la
asociación de los sitios o paisajes sagrados con lagunas u otros escenarios
parecidos (13).
Lamentablemente algunos de estos sitios, los que
poseen estructuras artificiales, han sido intervenidos pues son un obstáculo
para las actividades agrícolas. Uno de los más importantes La Plazuela de San Francisco en El Espino fue destruido por la
construcción de un aeropuerto. Este grado de alteración ha sido tal que ni los
mismos centros ceremoniales o
paisajes sagrados que se encuentran en la vertiente nororiental de la Sierra;
dentro del Resguardo U’wa, en sus territorios más tradicionales y de difícil
acceso (Cobaría, Sínsiga, Róyota), han escapado a la acción de los
colonos-campesinos, quienes han efectuado excavaciones ilícitas y desplazado de su posición original algunos de los menhires. En
Jericó dos menhires fueron trasladados de su emplazamiento y son utilizados
actualmente como puentes para el paso de pequeñas quebradas (Ver foto Nº 6),
mientras que en Chita, Chiscas y Jericó hacen parte de linderos o se usan para
amarrar el ganado (Ver foto Nº 7).
Como es evidente, es más fácil identificar los sitios o
espacios sagrados que presentan modificaciones por la actividad humana. Por
consiguiente los lugares que podemos considerar centros ceremoniales o espacios sagrados en la Sierra normalmente se
localizan en sitios que presentan o poseen unas condiciones determinadas:
En ocasiones se puede inferir la existencia de
lugares de importancia sagrada no solamente por los elementos artificiales
(construcciones-monumentos) que han sido erigidos en estos, sino por los
nombres que poseen: El Oratorio (Jericó), El Santuario (Cocuy), La Piedra del Diablo, La Cueva de La Cuchumba (Güicán), La Laguna de Eucas (Chita), etc.
Siguiendo a García (2000), algunos de los sitios o espacios sagrados emplazados en
los alrededores de La Sierra, por sus características, podrían incluirse en lo
que se conoce como arquitectura megalítica; definición que incluye desde
estructuras ciclópeas simples hasta sofisticadas construcciones, cuya función
básica se puede dividir en dos: las de carácter ritual y simbólico y las
funerarias. Por consiguiente las interpretaciones actuales son analizadas desde
estas dos perspectivas:
Esto es importante por cuanto se ha observado que
los sitios sagrados descritos para La Sierra se encuentran asociados o
relacionados con una u otra de estas dimensiones y en ocasiones ambas. Según
Bradley (1988, en De La Aleja, 2000) esto corresponde con la relación entre vida
y muerte, lo cual estaría relacionado con la presencia de estructuras asociadas
a los túmulos megalíticos, algunas situadas en sus alrededores y otras por
debajo de estos, que generalmente se han considerado como espacios
habitacionales. Para Bradley esto asociado a la presencia de estructuras
circulares nos llevaría a la noción de un tiempo o movimiento continuo
circular, basado en la interrelación de la vida y la muerte, que en base a esta
oposición dual se transforma en un tiempo ritual no cronológico. Lo anterior se
relacionaría también con los patrones circulares de organización del espacio,
donde “el individuo es un punto central de percepción; desde ahí controla,
mediante la visión, lo que le rodea, y así crea el espacio; después camina,
aprehende el entorno y así comprende el espesor de ese espacio; después piensa,
y dispone, divide y establece distinciones significativas, y así introduce
sentido y orden en el espacio, lo transforma en paisaje” (Criado, 1999:51); este
mismo patrón se podría ver en la manera de manejo y concepción del medio por
parte de los U’wa, especialmente en sus relatos míticos (vuelo de las tijeretas).
Lo expresado en el párrafo anterior se
correspondería con las características de los elementos megalíticos, es decir
con su construcción monumental y sólida que le daría una sensación de
atemporalidad, basada en la relación espacio habitacional-espacio megalítico.
Coincidiendo con la definición de monumento de Criado (1994) para quien el
rasgo que lo identifica, con respecto a otros productos humanos, es su
proyección temporal, siendo diseñado para mostrarse espacialmente y mantenerse
a lo largo del tiempo. Por la información procedente de nuestros estudios, y
datos suministrados por habitantes de la zona, conocemos de la existencia de
estructuras enterradas en algunos de los centros ceremoniales o espacios
sagrados de La Sierra y de estructuras (cimientos) aledaños a estas, los cuales
corresponderían a vestigios de viviendas contemporáneas o más antiguas que las
estructuras de tipo megalítico. Es decir allí se conjugaría la vida y la
muerte, lo que lleva a la noción de espacio circular.
A continuación enunciaremos los que consideramos espacios sagrados situados en
inmediaciones de La Sierra Nevada, pero antes de proseguir debemos tener en
cuenta que todos estos espacios sagrados se encuentran o hacen parte de un espacio
o paisaje sagrado mayor que es La
Sierra como tal (Ver Foto No. 9. Mapa No. 1.):
1. Piedralarga o El Tablón,
sector del Resguardo, municipio
de Chita.
Si quisiésemos esta lista podría ampliarse, por
cuanto en la elección de los lugares donde se establecen los sitios de vivienda
debieron mediar aspectos de tipo cultural y simbólico, no solamente económicos.
No se trataba solamente de construir una vivienda sino que este lugar debería
cumplir con unas condiciones básicas; que tal como se ha observado, para los
actuales U’wa, no solamente tenían que ver con la obtención de recursos. Por lo
tanto casi todo lugar donde había habitaciones prehispánicas tendría alguna
connotación sagrada. Como ejemplo de esto tendríamos los lugares donde se
situaban las viviendas o cercados de los caciques tales como El Cercado Grande de Tunja, El Pantano en Güicán y la zona del Templo del Sol en Sogamoso, sitios donde
se concentraba el poder político y religioso. En ellos, además de vivir los
caciques, había bohíos destinados a guardar las momias de caciques anteriores;
o para enterrar sus muertos, conjugándose allí la vida y la muerte. Esta
connotación también se puede apreciar entre los Tairona (Sierra Nevada de Santa
Marta), quienes hacían ofrendas en los cimientos de las casas en recipientes
cerámicos (ofrendatarios) que generalmente contenían piedras pulidas o sin
pulir de diferentes colores y formas.
A continuación presentaremos la información que sustenta
nuestra apreciación; aunque debe precisarse que dado el amplio territorio donde
se hallan dispersos todos estos sitios, solamente indicaremos los motivos que
nos llevan a considerarlos lugares o
espacios sagrados (15).
Si asumimos que los monumentos megalíticos
existentes en La Sierra fueron erigidos por un grupo anterior a los U’wa o
Lache tendríamos que a lo largo de un amplio lapso de tiempo estos sitios
fueron un referente importante para las comunidades que habitaron sucesivamente
la zona. En ellos se pueden identificar tres períodos de ocupación:
Hay varios sitios como La Loma del Dato, Róyota, La
Cueva de la Cuchumba, Los Alcaparros, La Laguna de Eucas, las piedras
masculinas y femeninas situadas aguas abajo de Bachira y algunos de los lugares
donde hay menhires aislados; para las cuales no se puede precisar aún su
cronología, pero en nuestro concepto son parajes que han tenido una gran
relevancia desde épocas muy tempranas (18).
En conclusión, un buen número de estos yacimientos
fueron ocupados durante los tres períodos y albergan o albergaron estructuras
en piedra: menhires, cimientos de planta circular y cuadrada y a veces muros de
contención. Otros elementos coincidentes son la presencia de artefactos
elaborados en piedra pulida (cuentas, colgantes alados, placas), astas de
venado, etc. estos son: Piedralarga o El
Tablón; El Cenicero; El Salado o Pueblo de Las Mercedes; La Plazuela de San Francisco o el Aeropuerto; El Upal y El Jordán. Todos hacen parte de la mitología U’wa o Lache y
presentan rasgos particulares:
Aun así, sigue la duda con respecto a la cronología
de las estructuras líticas, por cuanto si ellas provienen del Período Formativo
Final o Tardío, tal como lo indican las fechas radio carbónicas, tenemos que la
lista anterior se amplia y en ella deben incluirse: Róyota, Sínsiga, Cobaría, El
Oratorio, El Pedregal de La Estancia, El Cerezal, La Loma El Dato, Los
Alcaparros, El Cucharo y La Loma del Zorro entre otros. Siendo
así tenemos que toda La Sierra y sus inmediaciones albergaron un buen número de
sitios que han desempeñado un rol sagrado desde hace unos 2.000 años.
Si esto es así y los Lache o U’wa son una misma
etnia, podría explicarse de una manera más fácil la variedad de elementos
arqueológicos existentes en La vereda de Bacota, Jericó, en un área
relativamente reducida como lo es el sector El
Cucharo, La Loma El Dato y La Loma El Mercado. En esta zona los trabajos
arqueológicos han permitido identificar un conjunto pictográfico, dos posibles
menhires, cimientos de vivienda, cuevas funerarias, un sitio astronómico (¿) y
dos rocas in situ, una de estas en el
paraje que se conoce como La Loma El Mercado.
Todos estos elementos pertenecerían a diferentes épocas:
Si a lo anterior le sumamos la información
etnohistórica que es clara en afirmar que este sector, en el siglo XVI, era el
límite entre las etnias Muisca y Lache y que en la actualidad cerca de allí se
encuentra el límite municipal entre Jericó y Socotá tenemos que este paraje
debió ser considerado en el pasado como un demarcador territorial de gran
importancia, es decir se trataba de un espacio
o paisaje sagrado. Lo cual también se ratifica por la existencia, en esa
área, en época colonial del Mercado de
Ogamora, que probablemente se hallaba en el sitio conocido hoy como La Loma del Mercado. Allí iban los
indígenas Muisca de Chusvita (19).
Otro elemento de importancia es que por allí pasa el camino antiguo (real) que
comunicaba con los pueblos Muisca situados en la banda izquierda del río
Chicamocha (Tupachoque, Ocavita, Sátiva), pertenecientes a la confederación
Muisca de Duitama. Existiendo en la actualidad un sitio denominado Puente Ogamora, por donde cruzan el río
Chicamocha y que debió de haber sido vital en épocas pasadas. Antes de que se
construyera este puente debió de existir allí una cabuya o tarabita (20) que era el medio utilizado por los indígenas para cruzar los ríos o quebradas
caudalosas. La cerámica hallada en La
Loma El Mercado es contemporánea con las ocupaciones Muisca y Guane.
Aún nos resta referirnos a otros parajes de
importancia, en la región, y que harían parte de la categoría de sitios sagrados; estos son los lugares
donde no hay modificaciones artificiales pero que han desempeñado o siguen
desempeñando un rol importante, para los U’wa y los campesinos actuales. Entre
estos tenemos.
“…En las peñas había la
candela. Pero faltaba el agua. Entonces Sira vuelve a trabajar y masca Anará,
otro hayo (22) celestial y
llega Yaksowá. El viene de abajo, de cerca de Yanuará con una petaca que
contiene cuatro calabacitos, además lleva bolsas con hayo propio. Lo primero
que hace es retener el agua del mar, para lo cual viaja hasta el cielo para
solicitar a la familia de Sira, un aparato que contenga el agua. Una vez que lo
obtiene y tranca el agua empieza a repartir el agua que lleva en los calabazos
por los lugares donde están los cerros, formando los ríos, quebradas, lagunas,
también pone la lluvia, finaliza su labor con las aguas termales arriba de
Güicán.”
(Pradilla 1983: 11)
Según información suministrada
por habitantes de la zona este sitio se denominaba La Plaza del Baño, y allí iban a mercar los campesinos de
Guacamayas, El Espino, San Mateo, Chiscas, etc. parece que antiguamente había
menhires. El fragmento del mito presentado muestra como el agua (ríos, lagunas)
desempeñó un papel importante, teniendo una connotación de fertilidad y de
organizador, en cierta forma del territorio; para lo cual eran importantes los
ríos que descienden de los cerros (nevado), en diferentes direcciones, cerca de
los cuales se erigían estructuras en piedra que reforzaban esta organización
del mundo. Según Osborn este sitio corresponde al Nº 250, en su trascripción
del Vuelo de Las Tijeretas, y se
denomina Kókora; siendo el lugar de
nacimiento de la deidad principal de la fertilidad llamada Kókora (23), cuando era
niña y Rika ya adulta. En los sitios
de agua termal los U’wa practicaban ritos relacionados con la longevidad, es
decir con una vida pura sin enfermedades.
Según Osborn (1995) los blancos
colocaban cruces pequeñas de madera en los intersticios de las piedras que hay
allí. La importancia de la vereda de La Cueva en Güicán es tal que en una época
quisieron separarse de Güicán y conformar un nuevo municipio. Como vemos este
lugar debió jugar, desde una época remota, un papel importante para los U’wa,
siendo su connotación tal que aún hoy es un referente importante para los
habitantes de Güicán y Cocuy, lo que llevó a la creación de un mito católico
(el de la Virgen Morenita). Este lugar junto con las fuentes de agua termal del
Jordán y otros sitios tales como La
Plazuela de San Francisco en El Espino parecen estar marcando, a través del
río Nevado, una vía importante desde la Sierra hacía el valle del Chicamocha.
- La primera piedra se denomina Tejira y está a 1.680 msnm en la margen izquierda del río Róyata, a
unos 2-3 km. de distancia de Bachira, en el camino a Bokotá. Según informantes
U’wa tiene connotación femenina y lleva un niño a cuestas (que es otra piedra
más pequeña colocada encima de esta).
- La segunda a unos 2-3 kilómetros más abajo de la
anterior a 1.650 msnm., es de mayor tamaño 3,9 m de alto por 5 m de largo y 3,3
m de ancho y tiene connotación masculina. Se encuentra en una vega en la margen
izquierda del río Róyata, cerca de su confluencia con otro curso de agua que le
llega por el costado derecho. (Ver foto Nº 17)
- La tercera un poco más abajo del lugar anterior, en un sector que
presenta pendiente moderada, en la margen derecha del río Róyata. Cerca
del sitio conocido como La Esca-lera,
en el camino hacia Bokotá. Este lugar no lo alcanzamos a visitar y
solamente se diviso desde lejos, tomándose fotos del sitio. Por la visual
que teníamos se puede inferir que se trata de una roca de mayor tamaño
que la anterior. Cerca de este lugar el río Róyata gira hacía la
izquierda y debe cruzarse, para seguir el camino primero a Kuyuba y
después a Bokotá.
- Podríamos inferir que las tres rocas en mención,
sumadas al sitio donde está la estructura lítica de Róyota y La Laguna Grande de Los Verdes son
indicadores del camino ancestral que va desde Güicán hasta los pueblos más
tradicionales U’wa (Bokotá, Tegria y Cobaría). Estos elementos pétreos hacen
parte de la mitología U’wa y significan:
“…la historia y creación del mundo…cuando aclaro el mundo se quedo ahí
como significado de un hombre importante [la segunda piedra] que permanece ahí
como piedra pero que es probable que en un futuro pueda nuevamente moverse y
irse…que se convirtió en piedra pa que no lo mataran…” Ellos relataron que se trataba de varios personajes
(héroes míticos U’wa) que iban subiendo hacía Bachira y otros lugares de tierra
fría, pero eran perseguidos y para evitar que los mataran se transformaron en
piedras. Este relato corrobora o coincide con lo mencionado por algunos
cronistas y las leyendas existentes en la región (Chita) con respecto a la
transformación de hombres en piedras. Una de estas piedras probablemente
corresponde con la mencionada por Osborn (1985) para el grupo I, en el Primer
vuelo con el número 165 y que se denomina Shema. Antes de terminar se debe
mencionar que en el Pedregal de La Estancia en Jericó, lugar que era un
asentamiento –aldea- Lache U’wa y donde se han identificado vestigios de
al menos 20 viviendas en piedra en la parte central existe un menhir y hay una
roca de gran tamaño de forma piramidal que probablemente tuvo que ver con la
elección de este lugar para asentamiento. (Ver foto No. 18).
Al marcar cada uno de estos lugares en un mapa podemos observar como su ubicación corresponde con el territorio que a la llegada de los españoles estaba ocupado por los Lache o U’wa y el recorrido de las tijeretas en sus vuelos (Ver Mapa No. 2.) Mapa Nº 2
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Cómo citar este artículo: Pérez R., Pablo Fernando. Paisajes arqueólogicos sagrados en territorio Lache - U´wa, 2013
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