La Escritura del Dios: Representaciones del
Jaguar
en la Mitología Amerindia y el Arte Rupestre
Camilo Morón camilomoron@yahoo,es
“Entonces mi alma se llenó de piedad. Imaginé la primera
mañana del tiempo, imaginé a mi dios confiando el mensaje a la piel de los
jaguares, que se amarían y se engendrarían sin fin, en cavernas, en
cañaverales, en islas, para que los últimos hombres lo recibieran. Imaginé esa
red de tigres, dando horror a los prados y a los rebaños para conservar su
dibujo. En la otra celda había un jaguar; en su vecindad percibí una
confirmación de mi conjetura y un secreto favor.”
Jorge Luis Borges
“En
nuestra Cordillera de Mérida –escribe Clarac– no se habla del ‘jaguar’
sino del ‘tigre’ o del ‘gato’ (aparentemente se trata del gatomontés)
y las referencias actuales se dirigen especialmente a su asociación con el arco
iris (Arco y Arca tienen en efecto ‘ojos gatos’, lo mismo que las lagunas). Las
principales representaciones del jaguar en Colombia se encuentran en las
estatuas de piedras de San Agustín, donde es uno de los animales dominantes, y
en nuestra propia arqueología [la venezolana] está presente muy especialmente
en los petroglifos, sea en forma entera, sea sólo a través de sus patas.” (1)
Jaguar (Panthera onca) transportando a su cría.
“De
hecho –escribe Herbert Read–, la imagen, en su indestructibilidad,
podía perfectamente ser mucho más terroríficas qué las cosas de carne y hueso.
«¿Cómo es eso? –dijo el jesuita del siglo XVII, padre Dobrizhoffer, a los
abipones de Sudamérica–. Cada día cazáis tigres en la planicie sin miedo,
¿por qué teméis una vez a la semana que un falso tigre imaginario penetre en el
poblado?» «Vosotros los curas no entendéis estas cosas –replicaron
sonriendo–. Nosotros no tememos a los tigres en la planicie; y los
matamos, porque podemos verlos. Los otros tigres nos dan miedo, porque ni los
podemos ver no los podemos matar». (2)
En
el ciclo mitológico Yaruro, el jaguar (Panthera
onca) es uno de los tres acompañantes iniciales de Kuma, la Diosa de la
Creación. Cuando no existían aún la tierra, ni las aguas, ni el aire, ni la
luz, ni el viento, ya vivía la diosa Kuma en un lugar de anchas sabanas
bordeadas de plantas gigantescas, por donde galopaban animales fabulosos. De
este lugar habitado por seres resplandecientes, que está en la lejanía, más
allá de donde el Sol se oculta y aún mucho más allá de donde la tierra se
confunde con el cielo, llegó Kuma con las manos extendidas y vestidas como un
piache, aunque sus galas eran con mucho más hermosas. Con ella vinieron también
Puaná, la gran culebra; Itciaci, el jaguar, y Kiberch, que es el dueño del
fuego y vive en una caverna donde nunca llega la luz. “Kuma vino para crearlo
todo, porque ella es el origen de los hombres, de las plantas y de las demás
cosas vivas, las cuales fueron inventadas por la diosa antes de que
existieran... Pero fue Puaná, la gran culebra, quien hizo lo que Kuma pensaba.” (3)
María
Lionza. Fuente: Ashe, revista sobre los Orishas.
J.
B. Calderón consigna el relato colectado entre los campesinos tachirenses donde
se nos informa que el jaguar es un atributo de una mítica Reina Indígena: “Hay
aquí la tradición de que se retiraron [los indígenas] al pico de la Urbina,
cerro desierto e inexplorado todavía, que queda a unos veinte kilómetros
distantes de Colón, en rumbo a 60° hacía el Noreste de la población; y es fama
entre los campesinos de estos contornos, que todavía lo habita con su tribu y
gobierna una viuda del Cacique Urbina, poderosa hechicera que desata
formidables tempestades cuando alguno o algunos cazadores invaden sus dominios
en persecución de los jaguares, pumas y osos que pululan en esas selvas que se
levantan sobre los detritus orgánicos de quién sabe cuántas generaciones de selvas que las precedieron. No hay
más caminos que los que transitan las fieras, por entre pavorosos tremedales en
que se hunde el explorador, para internarse en una comarca desconocida que la
fantástica Reyna indígena domina y defiende entre truenos y relámpagos.”
Estatua de María Lionza del escultor venezolano Alejandro Colina
María
Lionza tiene entre sus animales consagrados al jaguar: “En las reminiscencias
aborígenes actuales de Yaracuy, Lara y Falcón que informan el complejo
legendario de María la Onza, Dueña de la Selva comparables a la Caacy o Curupira-hembra de Brasil, ella monta una danta (Tapirus terrestre) con ancas ‘herradas’
o marcadas con signos indígenas, símbolos de oculto contenido [petroglifos]. Y
María de la Onza arrea delante de sí una turbamulta de animales silvestres,
pumas, yaguares, tapires y venados, cuyas heridas cura y por cuya integridad se
desvela.” (5)
En Les Temps Modernes (n. 253, junio 1967). –la revista dirigida por Jean-Paul Sartre– se publicó un
ensayo significativamente titulado: ¿De qué se ríen los indios?. Su
autor, Pierre Clastres, advierte que el análisis estructural, –que
resueltamente toma en serio los relatos de los “salvajes”–, nos señala que dichos relatos son
precisamente muy serios y que en ellos se articula un sistema de interrogantes
que llevan el pensamiento mítico al plano del pensamiento estricto.
En Mitológicas,
Claude Lévi-Strauss nos dicen que los mitos no hablan para no decir nada. “Sin
embargo –advierte Clastres– quizás el interés muy frecuente que suscitan los mitos pueda
llevarnos a tomarlos esta vez demasiado en ‘serio’, si se puede decir, y a
evaluar mal su dimensión en tanto que pensamiento. En suma, al dejar en la
obscuridad sus aspectos menos tensos, veríamos difundirse una especie de
mitomanía olvidadiza de un rasgo común a numerosos mitos, y que no excluye su
gravedad: a saber, su humor.” (6)
Anciana Chulupí. Chaco, Paraguay.
Los
dos mitos amerindios que sirven a Pierre Clastres para ilustrar esta condición
del mito –a saber: la posibilidad de causar la risa– fueron recogidos
entre los indios Chulupí que viven en el sur del Chaco paraguayo. Estas
narraciones, ora burlescas, ora irreverentes, ora francamente libertinas, pero
dotadas de un fino y elevado sentido poético, son harto conocidas por todos los miembros de la tribu,
jóvenes y viejos. Cuando realmente tienen deseos de reír, le piden a algún
anciano o anciana versados en el saber tradicional que se las vuelva a contar
una vez más. El efecto nunca se desmiente: las sonrisas del comienzo se
convierten en risas a duras penas contenidas, la risa estalla francamente en
carcajadas, y, al final, en gritos jocundos de alegría.
Dada
la extensión de ambos mitos –El hombre a quien nada se le podía decir y
Las Aventuras del Jaguar, –como los titula Clastres–, ofrecemos de
ellos una síntesis: El personaje central del primer mito es un anciano shamán.
Se le ve primero tomar todo al pie de la letra, confundir la letra con el
espíritu (de tal manera que no se le puede decir nada) y por
consiguiente cubrirse de ridículo ante los ojos de la tribu. Lo seguimos a
continuación en las aventuras a que lo expone su condición de médico. La
expedición extravagante que emprende con otros shamanes a la búsqueda del alma
de su bisnieto está llena de episodios que revelan la incompetencia total de
los médicos y una capacidad prodigiosa para olvidar el objetivo de su misión:
ellos cazan, comen, copulan, buscan el menor pretexto para olvidar que son
médicos. Su viejo jefe, después de haber logrado la cura por poco, da curso
libre a un libertinaje desenfrenado: abusa de la inocencia de sus propias
nietas para poseerlas en la selva. Una de ellas se reviste exitosamente y
arroja al lubrico shamán sobre unos arbustos espinosos. Al final, su vieja
esposa le azota y recrimina al tiempo que lleva la mano del anciano a su hlsau,
su vagina. A lo que dice el shamán: “–No quiero tu hlsau– ¡Es demasiado viejo! ¡Las cosas viejas a uno no le
dan ganas de usarlas!” En resumen, se trata de un héroe grotesco y uno se ríe a
sus expensas.
El
segundo mito nos habla del jaguar. Su viaje, a pesar de ser un simple paseo, no
está exento de imprevistos. Este gran bobo, que decididamente encuentra mucha
gente en el camino, cae sistemáticamente, en las trampas de aquellos animales
que son más débiles que él. El jaguar, es grande, fuerte y tonto, no comprende
nunca nada de lo que sucede y, sin la intervención repetida de un
insignificante pajarito –el Ts’a-Ts’i–, ya habría
desaparecido de la faz de la tierra. Veamos este episodio del mito: “No tardó
[el jaguar] en encontrar a la mofeta que se divertía con su hijo, rompiendo
pedazos de madera. El jaguar se aproximó para ver lo que sucedía: de pronto
saltó sobre el hijo de la mofeta y luego quiso atacar al padre. Pero éste le
meó en los ojos y el jaguar quedó enceguecido. Caminaba y ya no veía nada. Pero Ts’a-Ts’i surgió de nuevo y le lavó cuidadosamente los ojos: es por eso
que el jaguar tiene tan buena vista. Sin el pájaro Ts’a-Ts’i el jaguar
ya no existiría.” Cada una de las aventuras del jaguar en este mito demuestra
la torpeza y el ridículo del personaje. Ambos mitos presentan a shamanes y a
jaguares como víctimas de su propia estulticia y vanidad, victimas que por
tales motivos no merecen la compasión, sino la carcajada.(7)
“A
estas alturas –escribe Clastres– se puede plantear la cuestión: ¿de
quién se burlan? Una primera conjunción nos muestran al shamán y el jaguar
unidos por la risa que provocan sus desdichas. Pero, interrogándonos sobre el
estatuto real de estos dos tipos de seres y sobre la relación vivida que los indígenas
mantienen con ellos, les descubrimos colindar en una segunda analogía: es que,
lejos de ser personajes cómicos, son por el contrario, tanto el uno como el
otro, seres peligrosos, capaces de inspirar temor, respeto, odio, pero sin duda
nunca ganas de reír.” (8)
En la
mayoría de las tribus sudamericanas, apunta Clastres, los shamanes comparten
con los jefes –cuando no son ellos mismos esta figura política– prestigio
y autoridad. El shamán es siempre una figura muy importante de las sociedades
indígenas y, como tal, es a la vez respetado, admirado, temido. En efecto, es
el único en el grupo que posee poderes sobrenaturales, él es el puente entre el
mundo de los hombres y el mundo de los dioses, a él es dado conocer los arcanos
del mundo de los muertos, el mito se encarna en su palabra, él conoce las
configuraciones de la salud y de la enfermedad. El shamán es pues un sabio que
pone su saber al servicio del grupo curando los enfermos. Pero los mismos
poderes que hacen de él un médico, es decir, un hombre capaz de provocar la
vida, le permiten también dominar la muerte: es un hombre capaz de matar. (9)
Shaman
Jaguar, silk painting por Savanna, inspirado en el arte maya.
“¿Qué
pasa con el jaguar? –se interroga Clastres–. Este felino es un
cazador muy eficaz, pues es poderoso y astuto. Las presas que ataca con
predilección (cerdos, ciervos, etc.) son también la caza generalmente preferida
de los indios. Se desprende de ello que el jaguar es percibido por ellos
–y los mitos en los cuales él aparece confirman a menudo esta
constatación empírica– más como un competidor de cuidado que como un
enemigo terrible.” (10)
Sin embargo, nos equivocaríamos si pensásemos
que el jaguar no evoca peligro en el universo indígena. Clastres ha contrastado
entre los guayakís, guaraníes y chulupís una tendencia a exagerar los riesgos
que corren ante este animal. Los indígenas juegan a tener miedo al jaguar
porque ellos le temen efectivamente. (11)
Shamán con atributos de jaguar (dramatización)
La contradicción entre lo imaginario del mito y lo real de la vida cotidiana –anota
Clastres– se resuelve cuando se reconoce en el mito una intención de
escarnio: los chulupíes realizan a nivel del mito lo que les está prohibido
en la vida real. Se trata por tanto de cuestionar, de desmitificar el temor
y el respeto que inspiran shamanes y jaguares. Este cuestionamiento puede operar de dos maneras: sea
realmente, en cuyo caso se mata al shamán considerado demasiado peligroso o al
jaguar encontrado en la selva; sea simbólicamente, por la risa. En este
escenario, el mito inventa una variedad de shamanes y jaguares tales que uno
pueda burlarse de ellos. (12)
El
texto de Clastres nos producía con su lectura cierta desazón, cierto íntimo
malestar, pero ¿cuál? La atenta observación de la vida social y política
venezolana pone en relieve un rasgo de suyo característico en la idiosincrasia
del pueblo venezolano: el humor político. Se ha dicho que la historia de Venezuela tiene mucho de
teatro, algunas veces de drama, pero casi siempre de comedia y de sainete. “De
la amable observación de la vida social –escribe Aquiles Nazoa–,
del costumbrismo del que nacieron unidos, pasan nuestros humoristas en su gran
mayoría a la sátira política, especialmente en sus especies versificada y gráfica;
y ya desde tiempos de Rafael Arvelo (Valencia, 1814 - Caracas, 1877) comienza a
definir el humorismo venezolano el rasgo que en todas las épocas constituirá al
mismo tiempo su mayor gloria y su mayor tragedia.” (13)
Caricatura del Presidente Cipriano Castro, “El
Cabito”. 1902.
Muchos
de los humoristas venezolanos comparecen –a decir de Aquiles
Nazoa– en el gran drama
nacional con el carácter de “presos políticos profesionales”. Al recorrer los dos tomos que integran
“Los Humoristas de Caracas”, que se remontan al s. XVIII, encontramos un
dibujo satírico contra los excesos militares aparecido en “El Mosaico”,
1854. El anónimo dibujante caricaturiza a la clase militar adornándola con
espadones, charreteras y sombreros desmesurados. Al caracterizar nuestro
sentido del humor político, escribe Nazoa: “No se trata aquí [en Venezuela] de
causar el rasguño leve de la sutil ironía, sino de desnudar al mandón y presentarlo
en toda su estevada y ominosa figura. Aquí el humor está tan sólo en el
camuflaje que se usa para exteriorizar un sentimiento de repulsa, pero el
contenido real no es casi nunca cómico ni alegre.”(14)
Las correspondencias entre las
conclusiones de Nazoa y Clastres
son manifiestas. Publicaciones periódicas como “Fantoches”, “El
Morrocoy Azul”, “El Sádico Ilustrado”, “El Camaleón” –entre otras tantas publicaciones
entrañables– hicieron de la veta humorística un filón rico y aun peligroso. Pero el humor es humor, y en
estos menesteres su función es catársica; pensemos en la conocida improvisación
debida a Rafael Arvelo en tiempos del Septemio del “Ilustre Americano”, Antonio
Guzmán Blanco, mientras mostraba a los invitados a su bien servida mesa una hermosa
manzana:
Por una cual la presente
perdió el Paraíso Adán:
Si hubiera sido Guzmán
se come hasta la serpiente
¿Qué
se oculta tras nuestro humour
noir político?
–Porque negro es habitualmente su tinte. Consideremos que durante la
prolongada dictadura de Juan Vicente Gómez se hacía recoger por los esbirros
del gobierno listas de chistes. “Aníbal Lisandro Alvarado –escribe
el periodista e historiador Oscar Yanes– encontró en un barril de basura,
en la Rotunda, una cantidad de documentos, algunos de ellos muy
comprometedores, pues eran recibos por diez y cincuenta bolívares, ‘por
concepto de pago de delaciones’ y aparecieron nombres de gentes que jamás nadie
hubiese creído que eran espías... Entre los papeles encontrados por Lisandro
Alvarado, hubo uno que despertó la curiosidad de toda la familia, pues Carlos
José lo llevó a la casa: se trataba de todos los chistes y cuentos que le
inventaban a Gómez y que el Coronel Sayago, después de que el gobernador
Velasco le ponía el visto bueno a aquella singular lista, la mandaba para Las
Delicias [residencia del dictador en Maracay]. Sin embargo no se citaba a Gómez
como ‘el Bagre’, apodo con que aparecía en los cuentos, sino con el nombre de
Don Julián.” (15)
Caricatura política. 2007
Estas
consideraciones sobre el humor político son la contraparte a la pregunta de
Clastres: ¿De qué se ríen los indios? Nosotros nos preguntamos: “¿De
qué se ríen los venezolanos? Extrapolando las conclusiones de la investigación etnográfica,
contestamos: de nuestros temores. En Venezuela, el político es una
figura de gran prestigio y poder: puede ayudar a conseguir un empleo, influir
en el curso de los tribunales, facilitar el acceso al tratamiento médico; otorgar casa, becas, mercados;
el político puede aligerar cualquier trámite burocrático. En nuestras
latitudes, el político suele ser un hombre carismático, un hombre que vive en
olor de multitudes. En el político venezolano moderno desaguan sus causes los
ríos de prestigio que vienen de caciques, conquistadores, encomenderos y
caudillos que jalonan la turbulenta historia venezolana. Los reyes franceses
vivían rodeados de tullidos y leprosos que esperaban alcanzar la curación
tocando su manto. Los políticos venezolanos viven rodeados por las manos
extendidas de los suplicantes de toda laya: “una casa, un trabajo, un carguito,
por favor”. En una entrevista hecha en “Ultimas Noticias”, el 16 de mayo
de 1971, por Ricardo Izarra, el humorista y pintor Pedro León Zapata respondía
a la pregunta: “–Sin olvidar nuestra triste historia y nuestras
injusticias ¿cuál ha sido para Ud. La época más divertida de este país ? Z.- Esta tierra ha pasado por
tantos regocijados avatares, que a estas alturas lo más divertido consiste en
que estemos todavía vivos. Y si es divertido estar vivo hoy, imagínese Ud. Cómo
será de divertido amanecer mañana vivo, si Dios nos da licencia...” Y más
adelante: “¿Cómo definiría Ud. Al humorista? ¿Son tristes los humoristas? Z.-
Las víctimas preferidas de los humoristas son los mediocres, los oportunistas,
los comerciantes, los politiqueros, los explotadores, los funcionarios, los
traidores, en fin: todos aquellos que en nuestra sociedad tienen más chance de
Triunfar en la Vida; visto lo cual, podemos definir al humorista como una estilización del envidioso. Para
terminar –agrega Zapata– responderé la segunda parte de su pregunta:
NO. Los humoristas no son tristes... ¿no ve cómo me río? JA, JA, JA.” (16) El filósofo Ludovico Silva dijo del
humorista Aquiles Nazoa que ha sido el único poeta venezolano que habló
directamente a los desheredados, a los marginados, a los miserables y también a
esas clases medias que tienen un pie en el barro y el otro en el primer peldaño
de la escala social; sus versos tenían como norte dignificar a los desposeídos
y ridiculizar a los poderosos. A modo
de expiación(16bis) – pues hemos dejado de lado al pecari o
báquiro en nuestro análisis simbólico– sirvan estos versos de Aquiles
tomados de Soneto con Cochino:
¡Cómo me gustaría ser un cerdo:
vivir en un corral, en una piara,
o amarrado a una mata de tapara,
entre pollos que brincan si los muerdo!
Hagamos
a un lado estas consideraciones sobre el humorismo político venezolano y
volvamos al tema que dio pie a dichas reflexiones: el shamán y el jaguar.
Clastres destaca que en ambos mitos chulupíes la parte central se refieren
exactamente al mismo tema: un viaje sembrado de obstáculos, el del
shamán lanzado a la búsqueda del espíritu de un niño enfermo; y el del jaguar,
que se encuentra de paseo. Clastres destaca que las aventuras, gallardas o
burlescas de ambos héroes disimulan en realidad, bajo la apariencia de una
falsa inocencia, una empresa muy seria, un género de viaje muy importante: aquel
que conduce a los shamanes hacia el Sol.(17)
Lo
que ambos mitos ocultan y sugieren es una parodia burlesca del viaje al Sol,
parodia que toma como argumento un tema familiar a los indios (el de la cura
shamánica) para burlarse doblemente de los shamanes. En cuanto al segundo mito,
retoma casi término a término las etapas del viaje al Sol, y los diversos
episodios que experimenta el jaguar corresponden a los obstáculos que el
verdadero shamán debe franquear: la danza en las espinas, las ramas que se
entrecruzan, la mofeta que sume al jaguar en las tinieblas y, finalmente, el
vuelo icariano hacia el Sol en compañía del buitre. El
último acto del segundo mito es el vuelo del jaguar en compañía de It’o,
el buitre real; pero es un viaje infortunado, como las otras aventuras del
jaguar: “Pero hacia el mediodía el Sol estaba ardiente y derritió la cera: las
dos alas se desprendieron. El jaguar se aplastó sobre la tierra con todo su
peso y murió, casi reducido a migajas.” La oportuna intervención de Ts’a-Ts’i trae de nuevo al jaguar a la vida. La iniciación del shamán en el vuelo mítico,
instruido por un buitre es un tema que encontramos ampliamente difundido en la
etnografía sudamericana. Lo encontramos entre los mojanes de la Cordillera de
la Sierra Nevada de Mérida. Clarac apunta la fuerte relación entre las placas
líticas características de la arqueología merideña y el águila (símbolo de vida
masculina) y el zamuro (símbolo de muerte), el moján “vuela al mundo de los
espíritus como águila, y al mundo de los muertos como zamuro, para buscar allí las almas de los enfermos.” (18)
En el ciclo mítico Taurepan-Arekuna-Kamarakoto, María Manuela de Cora
encuentra el mito del Cóndor de dos Cabezas, donde se expresan los contenidos
del vuelo shamánico a la morada de los dioses –la casa de Kasana-podole,
el cóndor de dos cabezas– así como a los orígenes de la agricultura, con
la siembra del primer grano de maíz traído del cielo. (19)
Mircea
Eliade sostiene que dos temas míticos fundamentales han contribuido a darle
forma al vuelo shamánico: “la imaginación mítica del alma en forma de ave y la
concepción de las aves como psicopompos.” (20)
Para una exposición más detallada sobre el
vuelo shamánico véase nuestro análisis sobre el simbolismo de las aves. De
vuelta al jaguar: nada hay de asombroso, en efecto, que el Sol derrita la cera
que mantiene unida las alas del jaguar, pues para que pueda acceder al Sol el
shamán ha de haber franqueado todo los obstáculos que se interponen en la ruta
extática –cosa que el jaguar no ha hecho.
Cabeza con tocado shamánico y boca de
jaguar, cultura Olmeca.
Ambos mitos utilizan el tema del Gran
Viaje que conducen a los shamanes hacia el Sol para caracterizar a los shamanes
y a los jaguares, mostrándolos incapaces de realizado “El pensamiento indígena
–escribe Clastres– no escoge en vano la actividad más estrechamente
ligada a la tarea de los shamanes, el dramático encuentro con el Sol; lo que
busca es introducir un espacio de desmesura entre el shamán y el jaguar del
mito y su objetivo, espacio que viene a ser llenado por lo cómico. Y la caída
del jaguar que pierde sus alas por imprudencia, es la metáfora de una
desmitificación buscada por el mito.” (21)
Jaguar (Panthera onca)
Clastres apunta que diversas tribus
del Chaco tienen la convicción de que los buenos shamanes son capaces de llegar
a la morada del Sol, lo cual les permite demostrar su talento y enriquecer su saber interrogando al astro omnisciente. “Pero –escribe– existe para estos indígenas otro criterio de poder (y de
maldad) de los mejores hechiceros: es que éstos pueden transformarse en
jaguares. La relación entre nuestros dos mitos cesa entonces de ser arbitraria y a los lazos, hasta entonces
exteriores entre jaguares y shamanes, sustituye una identidad, ya que, desde
cierto punto de vista, los shamanes son jaguares. Nuestra demostración
sería completa si se lograse establecer una demostración recíproca a ésta. ¿Son
los jaguares shamanes?” (22)
Shamán-jaguar
Clastres cita otro mito chupulí, in illo tempore, cuando los
jaguares eran shamanes. Eran, por otra parte, malos shamanes: en vez de fumar
tabaco, fumaban sus excrementos, y en vez de sanar a sus pacientes, buscaban
devorarlos. “El círculo
–escribe Clastres– está ahora, parece, cerrado, ya que esta última
información nos permite confirmar la precedente: los jaguares son shamanes.
Al mismo tiempo se aclara un aspecto obscuro del segundo mito: si hace al
jaguar el héroe de aventuras habitualmente reservadas a los hechiceros, es que
no se trata del jaguar en tanto que jaguar, sino del jaguar en tanto que
shamán.” (23)
Cuando los indios
chupulies escuchan estas historias, no piensan más que en reír. Pero, como
apunta Clastres, lo cómico de los mitos no los priva de su seriedad. En la risa
provocada se abre paso la memoria: al advertir a quienes los escuchan, los
mitos vehiculan y preservan el saber de la Tribu. “Ellos constituyen así el gay
saber de los indígenas.” (24)
Petroglifo Carmen de Uria. Fuente Alexi Rojas y Gustavo A. Pérez.
Las
observaciones hechas por Clastres entre los indios Chulupí del Chaco paraguayo
parecen confirmar las nuestras hechas sobre los petroglifos de Carmen de Uria:
a saber, la identidad entre jaguares y shamanes. Al imponer sobre las imágenes
de jaguares y shamanes el mismo esquema iconológico de puntos y celdas, el
autor expresa esta identidad fundamental. Sin embargo, la identidad no es
inmediata sino gradual, como parece colegirse de que una de las figuras de
jaguares posee sólo puntos, otra sólo celdas y, finalmente, una tercera imagen
de jaguar conjuga en su cuerpo el sistema de celdas y puntos que adornan el
cuerpo de los shamanes. Sabido es que la pintura corporal entre los indígenas
alude en ocasiones a ciertos animales –en ocasiones totémicos o
míticos– y que el programa de puntos sobre el cuerpo alude claramente al
shamán. Las celdas cuadrangulares que enmarcan los puntos pueden interpretarse
como elementos de la cultura, esto es, como específicamente humanos. Alrededor
de las figuras de los shamanes y los jaguares pueden verse una serie de motivos
de difícil descripción, ora vagamente geométricos, ora absolutamente
caprichosos. Sugerimos que estos signos pueden estar vinculados a las imágenes
fosfinas que pueden verse durante el éxtasis shamánico producido por agentes
psicotrópicos.
Petroglifo Carmen de Uria 2. Fuente
Gustavo A. Pérez y Alexi Rojas.
Los petroglifos de Carmen de Uria
parecen representar un rito que une al shamán y al jaguar durante el éxtasis o,
cuando menos, evoca su identidad. Alexis Rojas, quien documentó la estación en
1992, nos informó, en agosto de 2005, que los petroglifos de Carmen de Uria
sobrevivieron a la catástrofe natural que se abatió sobre el estado Vargas a
finales de 1999. La noticia nos llenó de gozo; durante meses habíamos inquirido
sin tener noticias sobre el destino de esta estación. Ya la habíamos dado por
perdida, que el último testimonio que de ella quedaba eran algunas fotografías
y descripciones. No nos dejemos
engañar porque los petroglifos tengan carne de piedra..., ellos son
vulnerables.
Petroglifo Carmen de Uria 3. Fuente Gustavo A.
Pérez y Alexi Rojas
La asociación del hombre y el jaguar se
encuentra en varias estaciones del Estado Vargas, donde este programa
iconológico parece representarse con mayor frecuencia: estación de Los Yánez,
estación de Camaticaral, estación Fila de Indios –cuya primera
descripción data de 1905, debida al Dr. Luis Muñoz-Tébar–, estación Los
Rastrojos, y, desde luego, estación Carmen de Uria. Algunos petroglifos
aislados corresponden al mismo sistema: Petroglifo de la Peñita. Inicialmente
formaba parte de una estación integrada por tres rocas que se encontraba en la
Fila de las Llanadas, concretamente en el Cambural de Los Yánez, en la Peñita,
parroquia Carayaca; actualmente se encuentra en el Hall de la Biblioteca
Central de la Universidad Central de Venezuela; rescatado por el Grupo “Gaspar
Marcano” de su segura destrucción. En el Museo de la Colonia Tovar puede verse
un petroglifo proveniente del sector Fila de Indios; una fotografía de Rafael
Muñoz-Tébar, nieto de quien describiera la estación en 1905, lo muestra en 1970
en el mismo sitio donde su abuelo, integrante “de la Segunda Comisión
Topográfica del Plano Militar de Venezuela que realizaba el levantamiento de la
Cordillera de la Costa Central, y como testimonio gráfico de esa misión hizo
una serie de dibujos y acuarelas...” Muñoz-Tébar realizó dos acuarelas donde registra unos petroglifos que
denominó de Los Helechales. Un esbozo apenas del esquema hombre-jaguar lo
encontramos en la estación Plan de La Anserma, particularmente en la roca
conocida como roca de Los Reyes, cuyo esquema iconológico –rostro cuadrangular,
conjunto saturado, radiaciones– en alguna medida recuerdan las estaciones
falconianas de San José y Viento Suave.
La figura del jaguar en los petroglifos del Estado Falcón
está representada en uno de los
petroglifos del Cerro de Santa Ana; la estación fue descrita por primera vez
por el naturalista Richard Ludwig –muerto en La Guaira de disentería en
1895– el 28 de mayo de 1887, escribe: “Más arriba, a 435 metros, en la
falda noroeste del cerro, junto a una fuente de agua muy clara, se encuentra un
gran bloque de roca blanco verdosa con dibujos indígenas singulares trazados en
ella; la superficie del bloque con dibujos mira hacia el sur/oeste, siendo el
único gravado indígena en roca conocido en Paraguaná.” (25)
Fuente: Adrián Hernández Baño: Petroglifos. Estado Falcón.
Adrián Hernández Baño visitó la estación, conocida por los lugareños
como Piedra del Almanaque, en 1977, su guía fue Ramón Arcadio, nieto de
Manuel García, quien guiase a Ludwig en su expedición de 1887. Hernández Baño
realizó una detallada descripción de la topografía de la región, así como una
cuidadosa relación de los informantes y las sendas para llegar a la estación.(26)
Francisco Tamayo visitó la estación en 1939, recogiendo el toponímico de Piedra de la Teresa. El petrograbado
representa un rostro cuadrangular antropomorfo, dividido en tres secciones, en
la más alta se encuentran los ojos, enmarcadas por dos líneas orientadas hacia
los ángulos internos del cuadrado. La línea que limita la segunda sección está
interrumpida por dos líneas perpendiculares donde está la boca, evocando
colmillos. La tercera sección presenta dos líneas perpendiculares a la base del
cuadro, que llegan a la mitad de esa sección. Toda la figura está surcada por
14 hileras de puntos más o menos paralelas, puntos que encontramos en la pintura corporal y en las estaciones
del Estado Vargas. La figura está coronada por un penacho constituido por
líneas y puntos. Todo parece sugerir que estamos en presencia de una conjunción
del hombre con el jaguar –¿acaso una máscara ritual?–.
Petroglifo de San Isidro. Roca IV, cara1.
En cuanto
a las figuras que parecen fusionar elementos de dos o más seres; consideremos
la estación de San Isidro, Estado Mérida, donde parecen combinarse gradualmente
el símbolo del oso frontino (Tremartos ornatus) con el símbolo de la
serpiente espiral hasta sintetizarse en un círculo que encierra la huella del
plantígrado. Este último signo es conocido en otras partes de Venezuela como
“pata de tigre” o “mano de tigre”. Clarac considera que su presencia sola en la cara 4, Roca II de
la estación de San Isidro indicaría su importancia, tal vez totémica,
probablemente shamánica, dado el papel fundamental que tiene el jaguar en la
mitología como en la arqueología americana: además de ser antepasado y
espíritu, es identificado también con el Sol.
Petroglifo de San
Isidro. Roca II, cara 1.
La estación de San Isidro fue descrita
por primera vez a finales de 1986; de la cara 1, Roca II escribe
Clarac: “La estilización llega a ser tan importante que, frente a la figura,
nos preguntamos si es realmente tal, o si esta es una forma más compleja de la
representación geométrica: Líneas curvas, espacios triangulares y curvos,
puntos, como el grabado de la cara 1, Roca II en el cual, sin embargo, todos
reconocen a primera vista el ‘oso frontino’, hasta el punto que fue utilizado
este dibujo en un afiche para la protección de dicho animal que estaría en
peligro de extinción, después de que publicamos esta imagen y que la
presentamos en una exposición del Museo Arqueológico de la Universidad de los
Andes.” (27)
Desde la fecha hasta el presente –finales de
2008–, se han descubierto varias estaciones en la proximidad de San
Isidro y en otros lugares del estado Mérida. Es de esperar que la investigación
sistemática de cuenta del hallazgo de muchas estaciones más, por lo que debemos
concluir que la totalidad de la geografía nacional está poblada de Tepumeremes,
calendarios, letreros, piedras del almanaque o piedras pintadas.
Escribe Jorge Luis Borges en La
Escritura del Dios, narración cuya lectura inspiró el título de estas
líneas, puestas sus criaturas –un sacerdote maya y un jaguar– cada
una en una celda: “Gradualmente, el enigma concreto que me atareaba me inquietó
menos que el enigma genérico de una sentencia escrita por un dios. ¿Qué tipo de
sentencia (me pregunté) construirá una mente absoluta? Consideré que aun con
los lenguajes humanos no hay proposición que no implique el universo entero;
decir el tigre es decir los tigres que lo engendraron, los ciervos y las
tortugas que devoró, el pasto de que se alimentaron los ciervos, la tierra que
fue madre del pasto, el cielo que dio luz a la tierra.” Y al final, traspasado
el sacerdote por penitente e iniciático conocimiento, declara: “¡Oh dicha de
entender, mayor que la de imaginar o la de sentir! Vi el universo y vi los
íntimos designios del universo. Vi los orígenes que narra el Libro del Común.
Vi las montañas que surgieron del agua, vi los primeros hombres de palo, vi las
tinajas que se volvieron contra los hombres, vi los perros que les destrozaron
las caras. Vi el dios sin cara que hay detrás de los dioses. Vi infinitos
procesos que forman una sola felicidad y, entendiéndolo todo, alcancé también a
entender la escritura del tigre.” (28)
Notas a la Escritura del
Dios: Representaciones del Jaguar
en la
Mitología Indígena y el Arte Rupestre de Sudamérica
1. Jacqueline Clarac: El Animal
Fabuloso y el Animal Mítico en la Cordillera de Mérida y Colombia. Boletín
Antropológico N° 39, Universidad de los Andes, Mérida, Enero-Abril 1997, p. 44.
2.
Herbert Read: Arte y Sociedad.
Ediciones Península, Barcelona, 1973, p.p. 34,35.
3.
María Manuela de Cora: Kuai-Mare. Mitos
Aborígenes de Venezuela. Monte Avila Editores Latinoamericana, Caracas,
1993, p. 181.
4.
J. B. Calderón: Petroglifos
Prehistóricos de Colón del Táchira. Biblioteca de Autores Tachirenses, Vol.
27, s.l., 1962, p. 52.
5.
Gilberto Antolínez: Hacia el
Indio y su Mundo. Librería y Editorial del Maestro, Caracas, 1946, p.202.
6. Pierre Clastres: La Sociedad
Contra el Estado. Monte Avila Editores, Caracas, 1978, p. 116.
7. Ibíd.,
p. 128.
8.
Ibídem.
9.
Ibíd.,
p. 129.
10.
Ibídem.
11.
Ibídem.
12.
Ibíd.,
p. 130.
13.
Aquiles Nazoa: Los Humoristas
de Caracas, Prólogo. Monte Avila Editores, Caracas, 1990.
14.
Ibídem.
15.
Oscar Yanes: Memorias de
Armandito. Editorial Planeta Venezolana, 6ª edición, Bogotá, 1999, p. 404.
16.
Zapata citado por Aquiles Nazoa: Los
Humoristas de Caracas, Tomo II, Monte Avila Editores, Caracas, 1990, p.p.
326 et passim.
17.
Clastres: loc. cit., p.
132.
18.
Jacqueline Clarac: El Animal
Fabuloso y el Animal Mítico en la Cordillera de Mérida y Colombia. Boletín
Antropológico N° 39, Universidad de los Andes, Mérida, Enero-Abril 1997, p.p.
43 et passim.
19.
María Manuela de Cora: Kuai-Mare. Mitos Aborígenes de
Venezuela. Monte Avila Editores Latinoamericana, Caracas, 1993, p.p. 90 et
passim.
20.
Mircea Eliade: El Chamanismo. Fondo de Cultura Económica, México, 1976.
21.
Clastres: loc. cit., p.
133.
22.
Ibíd.,
p. 134.
23.
Ibídem.
24.
Ibíd.,
p. 135.
25.
Ludwig citado por Adrián Hernández
Baño: Petroglifos del Estado Falcón. Original mecanografiado, Coro,
1995, p. 17.
26.
Adrián Hernández Baño: loc.
cit., p.p. 18 et passim.
27.
Jacqueline Clarac et all: Mérida
a través del Tiempo: Los Antiguos Habitantes de la Cordillera y su Eco Cultural.
Universidad de los Andes, Mérida, 1996, p.
28.
Jorge Luis Borges: El Aleph. Alianza/Emecé, Madrid, 1972, p.p. 117 et passim.
¿Preguntas,
comentarios? escriba a: rupestreweb@yahoogroups.com
Cómo citar este artículo:
Morón, Camilo. La Escritura del Dios: Representaciones
del
Jaguar
en la Mitología Amerindia y el Arte Rupestre.
En Rupestreweb, http://www.rupestreweb.info/jaguar.html
2009