ANTI-HODDER
Diatriba
contra las veleidades post-modernistas en la arqueología
post-procesual de Ian Hodder
César Velandia. Doctor en
Ciencias Naturales por la Facultad de Ciencias Naturales y Museo
de la Universidad Nacional de La Plata. Museo Antropológico
- Universidad del Tolima, Colombia. Email: velandiacesar@hotmail.com
Comentado
por Franz Flórez (ver abajo)
A limine
El propósito de esta especulación,
es el de hacer una lectura crítica de ciertos argumentos
que han hecho carrera en la arqueología contemporánea
que se practica en América del Sur, a expensas de una incorrecta
práctica académica que ha terminado por "naturalizar"
una especie de dependencia intelectual respecto de lo que se ha
dado en llamar como la "Gran Teoría" que se expende
allende el Río Bravo. Me refiero a la forma como se asume
en las escuelas de arqueología y en la práctica investigativa
una lectura sin crítica de la teoría producida en
METRÓPOLIS y en particular, a las propuestas
de Ian Hodder para resolver, en sus palabras, "las aporías
y grietas del procesualismo"
1. PRIMERO, MI CABEZA EN LA MESA DE DISECCIONES
El hecho de comenzar una argumentación,
me coloca siempre en la situación de discutir, antes que
hacer cualquier otra cosa, las condiciones e instrumentos con los
cuales he pretendido construirla. Esta es una práctica aprendida
de las lecciones de un viejo maestro y de la experiencia de intentar
explicaciones para mis estudiantes en la universidad. Consiste en
poner sobre la mesa de disecciones, antes que la consabida rana,
mi propia cabeza pues tengo la certeza de que la actitud metodológica
más saludable es poner en duda, antes que la realidad de
las cosas a mi derredor, mis propias capacidades como "lector"
de dicha realidad; de que hay que elucidar primero los instrumentos
mentales con que pretendo abordar una cosa para convertirla en objeto
de mi reflexión, pues sólo en esa medida puedo pretender
"objetivarla". De tal manera, cuando apenas me apresto
a criticar a Mr. Hodder, estoy poniendo sobre el tapete de juego,
mis cartas bocarriba.
No se trata de hacer una compleja disgresión
de interés epistemológico. Esta es, en estricto, una
reflexión sobre el método, es decir una método-logia,
mediante la cual (aparte de poner una linterna en mi caja de los
traumas), intento mostrar con instrumentos prestados de otras cajas
de herramientas que la arqueología tiene un ámbito
de opciones reflexivas mucho más vastas que las que pretenden
las explicaciones reduccionistas de algunas academias o ciertas
cartillas con esquemas muy positivistas. De otra manera, se trata
de proponer otro lenguaje para hacer una cartilla más didáctica,
si cabe la pretensión.
Una de esas lecciones que se me convirtieron en
pauta de conducta imprescindible a la hora de orientar el trabajo,
reza que la primera condición para intentar cualquier investigación
consiste en saber que se tienen dificultades y en distinguir el
origen, el cómo y el modo de dichos obstáculos y que
"sólo el reconocimiento de la dificultad es lo que hace
posible superarla" (Zuleta 1997:85). Convertida en norma metodológica,
esta admonición permite no sólo el conveniente control
de la imaginación o, como dijo el filósofo "amarrar
la loca de la casa" sino, lo más importante, definir
la real capacidad de las ensoñaciones de la racionalidad,
condición indispensable para controlar la producción
de los monstruos que advirtiera Dn. Francisco de Goya y Lucientes
(Formaggio 1960:5).
Una vez entendido que el no reconocimiento de las
dificultades es lo que constituye el principal obstáculo
para la construcción del conocimiento objetivo o como lo
define G. Bachelard, un obstáculo epistemológico,
se entiende mejor que "lo real no es jamás, ‘lo
que podría creerse’ sino siempre lo que debiera haberse
pensado" (Bachelard 1993:15), pues esta distinción es
también un requisito necesario para colocar en su sitio las
cosas que se construyen mediante la razón y por las cuales
habrá que responder (por ejemplo, en una discusión
como esta) y para separarlas también, de aquellas que podríamos
atribuir a la edad de la inocencia que, por estar reservadas a la
subjetividad pura, aparentemente no obligan ninguna justificación
en algún tribunal de la razón o en este caso, en algún
congreso de arqueología.
En consecuencia, se requiere hacer alguna consideración
sobre el modo de las dificultades o de aquello que llamamos "dificultad",
pues éstas tienen un carácter relativo ya que dependen
de varios factores. En particular, como arqueólogo podría
decir que, lo que llamamos "dificultad", es el resultado
de contrastar las condiciones de deposición del registro
arqueológico (incluido en este criterio lo que se haya investigado
y dicho de él), con nuestra posibilidad de comprenderlo (entendida
como relativa idoneidad científica); es decir, que frente
a diferentes capacidades interpretativas y diferentes enfoques teóricos,
el mismo registro se presenta de manera diferencial. Esto parece
una perogrullada, pero es indispensable plantearlo así para
poder diferenciar las condiciones reales de la investigación
y de paso poner en discusión la supuesta eficacia de la razón,
entendida a ultranza como virtud inalienable del homo sapiens
s.
Entonces, diré que lo que se pone en cuestión
es cierto "racionalismo". Al respecto, no acepto la idea
de una razón facultativa, carismática o dada a los
hombres como una gracia divina. Ya estamos "a caballo"
en el filo de otro milenio y a pesar de toda la modernidad acumulada,
esta idea sigue "iluminando" criterios que incluso presumen
de cientificidad. Por el contrario, concibo la razón y con
ella los procesos de construcción del conocimiento, como
un producto del trabajo social y en consecuencia, como una condición
del proceso de construcción del hombre como ente genérico,
es decir, como un hecho de la naturaleza humana.
No es en sí la racionalidad lo que discuto
sino el hecho de que, en cuanto producción humana, la razón
es limitada y falible y que tanto los procedimientos como los resultados
de su ejercicio son ponderables y susceptibles de ser objetados,
reformulados, desbaratados, negados, reconstruidos, o ratificados,
es decir, que son pasibles de la crítica. Desde otra perspectiva,
se puede argüir que no obstante que la relación sujeto-objeto
es una contradicción dialéctica (vale decir, una contradicción
no-antagónica), en la que se asume el carácter también
dinámico del objeto, estoy proponiendo ver el texto (en cuanto
obra terminada) y el registro arqueológico (en cuanto momento
de aproximación), como "constantes" y los procesos
de racionalización como variables, en contra de esa inveterada
costumbre escolar de considerar las dificultades del proceso de
conocimiento como causadas por las particularidades del objeto de
reflexión.
Así, las dificultades de la investigación
se hacen abordables pues al calificar el modo de los obstáculos,
encuentro que con respecto al registro arqueológico (y seguramente
que con cualquier otro objeto) éstos no están determinados
tanto por lo escondido o críptico de sus condiciones de deposición,
como por nuestra capacidad de interpretarlo.
"el rechazo de una concepción normativa, idealista
de la cultura, y paralelamente, la adopción de una estrategia
hipotético-deductiva, hacen posible refutar la idea que
es posible determinar, a priori, las limitaciones del registro
arqueológico:
‘Las limitaciones prácticas de nuestro conocimiento
sobre el pasado no son inherentes a la naturaleza del registro
arqueológico; estas limitaciones yacen en nuestra
poca sofisticación metodológica, en nuestra
carencia de desarrollo de principios para determinar la
relevancia de los materiales arqueológicos en relación
a proposiciones y eventos del pasado’ [Binford 1968:96]
"Podríamos agregar nosotros que la argumentación
tradicional parte de una confusión entre problemas de
acceso y problemas de método; al parecer, este tipo de
confusiones es característico de una tendencia que proyecta
a la realidad, limitaciones que derivan de nuestra metodología
y que son confundidas con problemas epistemológicos"
(Gándara 1980: 78)
Lo digo de otro modo: La dificultad no depende
tanto de que los tiestos puestos sobre la mesa de trabajo, carezcan
de alguna etiqueta informando sobre el modo de su articulación
en un contexto histórico determinado o de que no tengan inscripto
un mensaje desde el pasado, sino mas bien, de que nuestros recursos
intelectivos y nuestra capacidad de lectura son precarios. En este
sentido los tiestos no son documentos por lo que "digan"
sino por nuestra posibilidad de "hacerles decir".
De hecho, ningún fragmento de realidad o
ninguna cosa en la forma de datos empíricos (evidencia arqueológica,
dicen otros), puestos sobre la mesa de disecciones, es de suyo un
"documento" y el trabajo del investigador es precisamente
ese: el de convertir los "restos y pedazos" (Levi-Strauss
1972:42) de la cultura material que (por la circunstancia en que
aparecen ante el investigador), en sí mismos no tienen una
relación lógica, en unidades formales dotadas de sentido,
en datos o, mejor, en documentos. Pero el documento así elaborado
ya no es el tiesto (como se encuentra antes de la excavación)
sino su articulación en un complejo interpretativo.
El procedimiento analítico que implica la
descripción de los datos empíricos para convertirlos
en fuente documental, es lo que diferencia la lectura de otros textos
—escritos, por ejemplo--, para los cuales hay que poseer u
obtener la clave de su código. Las inscripciones en tablitas
de los pascuenses de Rapa Nui, por muy escritura que pudieran ser,
están en la misma condición de una colección
de tiestos dispuestos para clasificar: por lo pronto están
"mudas", como diría Ian Hodder (1988:149,150).
En este sentido, los materiales concretos que conforman
el registro arqueológico, en su contexto de deposición,
están "encriptados" mientras y en tanto el arqueólogo
puede preguntarse algo sobre ellos: El arqueólogo-criptógrafo
no tiene otro remedio que intentar documentarlos, o sea, "hacerlos
decir". Así, "es concebible que un cierto tipo
de hacha pueda ser un signo: en un determinado contexto y para el
observador capaz de comprender su uso" (Levi-Strauss 1973:XXVIII).
Hay, por lo tanto, una distancia considerable entre las condiciones
analíticas de la "arqueología" en la época
de "las piedras de rayo" y las de la nuestra, en que las
aplicaciones tecnológicas permiten describir 72 mediciones
sobre una punta de proyectil.
"Para lograr que la semiótica tenga
un uso eficaz en el estudio del arte, debe renunciar a una concepción
de los signos como medios de comunicación, como un código
que ha de ser descifrado, para proponer una concepción
de éstos como modos de pensamiento, como un idioma que
ha de ser interpretado. No necesitamos una nueva criptografía,
especialmente cuando esta consiste en reemplazar un código
por otro aún menos inteligible, sino un nuevo diagnóstico,
una ciencia que pueda determinar el significado de las cosas
en razón de la vida que las rodea" (Geertz 1994:146)
No obstante estar de acuerdo con Geertz, en que
lo importante es "el significado de las cosas en razón
de la vida que las rodea" o, mejor, "la vida de los signos
en el seno de la vida social" como dijo Saussure (1961:60)
que era el cometido de una ciencia semiológica, en cualquier
caso, el trabajo de documentación hace parte del proceso
analítico que implica de una parte, fragmentar aún
más el fragmento como condición para poderlo describir
y de otra, buscar todas las señas, engastes, marcas o muescas
que indiquen los puntos de articulación con otros fragmentos,
como única alternativa para poder des-cifrar sus nexos, o
el modo de sus relaciones con un complejo lógico de significado,
con un contexto, que explique el proceso de su producción.
Y necesariamente los códigos de que hicieron parte tienen
que ser vistos desde los modelos de codificación de las culturas
con que podemos contar.
En este sentido, todo proceso de análisis
es estructuralista. Pero también es historicista, pues si
asumimos con Marx (1959:T.I,133) que "en el objeto trabajado,
en el producto [...] está objetivado el trabajo"; y
que el objeto de trabajo de la arqueología es la "cultura
material", es decir, la producción del trabajo humano,
entonces lo que se pregunta el arqueólogo no es simplemente
"qué significa esto", sino, cómo fue el
proceso que hizo posible esta significación pues, en el proceso,
en la historia, está objetivamente la "explicación"
del ser de la cosa que se indaga.
2. DE LA LECTURA DE TEXTOS A LA LECTURA DE TIESTOS
Antes he aludido, a manera de analogía,
al investigador como "lector de una realidad" en el sentido
de que los actos de intelección o de comprensión de
las cosas o fenómenos siempre son un proceso de "lectura"
o interpretación y que estos, dispuestos para su objetivación
sobre la mesa de trabajo, se constituyen para el investigador en
un texto.
Al tratar esta relación de tal manera, acudo
a un juego de relaciones del tipo [a : b :: c : d], donde (a--c); así: [investigador
: realidad :: lector : texto], donde (investigador--lector). La permutabilidad
(--) entre investigador y lector está determinada por su común
carácter de interpretantes y en consecuencia, por
su condición de arbitrariedad. Así, en tanto la realidad
–el registro arqueológico– (para el caso del investigador),
o el texto literario (para el caso del lector), se encuentran ya
dados como deposición histórica el primero y como
obra estética el segundo, y en lo fundamental sus referentes
estructurales no varían, investigador o lector siempre hacen
de sus objetos de reflexión una lectura "interesada"
en la medida en que tales procesos de intelección obedecen
a criterios precedentes y a puntos de vista teóricos o de
interés, específicos.
"La idea de que la cultura material es
un texto de lectura existe en arqueología desde hace
tiempo. Los arqueólogos suelen tratar los datos como
un registro o como un lenguaje. La importancia de esta analogía
aumenta cuando se quiere descubrir el contenido del significado
del comportamiento del pasado" (Hodder 1988:149)
Pero, la "lectura"del registro arqueológico
(y pensando en particular en las dificultades que me ocupan con
las iconografías funerarias prehispánicas), enfrenta
varios obstáculos que, como ya dije antes, se requiere definir
primero para poderlas superar.
Porque la pregunta que se impone es: ¿Cómo
"leer" una cosa que no fue hecha para que se la "leyera";
una cosa que no fue hecha conscientemente como dotada de sentido
o cargada de significados, pues el propósito era cumplir
una utilidad práctica, ya fuera un anzuelo o un fetiche ceremonial;
una cosa de la cual (aún en el caso de estar destinada a
"comunicar"), su autor necesariamente no tenía
conciencia de su carga de significado; una cosa que está
en pedazos, o que de suyo es un fragmento, que es parte de una realidad
fragmentada y por tanto, sin correspondencias lógicas aparentes;
una cosa que, luego de un complejo proceso de cambios sociales y
naturales en el tiempo y el espacio, se encuentra depositada en
un "contexto" distinto al que le dio origen?
Estas condiciones de la cosa puesta sobre la mesa,
se enfrentan con mi desconocimiento de la cosa como tal pues respecto
de las formas simbólicas, por ejemplo, daría igual
que yo viniera de Marte; con mis referentes culturales que en la
forma de "prejuicios" colorean de antemano la interpretación
que pueda lograr; con mi relativo conocimiento y habilidad para
"leer". En fin, una cosa que aún pareciéndose
a alguna otra en mi registro cultural, siempre aparecerá
desde mi punto de vista, como "rara" o exótica.
Frente a las dificultades surgidas de estas oposiciones,
que seguramente son similares a las que se hubo de preguntar Ian
Hodder para elaborar su noción del arqueólogo como
un lector del registro arqueológico, sólo es posible
oponer a mi vez, el modo de mis aproximaciones, el cual depende
también de la manera como defina la diferencia con otras
propuestas de lectura o de cómo se entiende esto de "leer"
el registro arqueológico. Al respecto, no estoy de acuerdo
con su argumento de que el procedimiento de la interpretación
consista finalmente en la "adscripción de significados"
a los objetos considerados como "significativos" por parte
del interpretante.
"Si no se tiene alguna idea sobre el contenido
del significado de los elementos decorativos o espaciales, es
difícil saber cómo hay que interpretar las estructuras
del significado en relación con otros aspectos de la
vida [...] atribuir un significado a la cultura material es
un paso necesario en el análisis" (Hodder 1988:62)
La pregunta inmediata que me planteo es ¿y,
de dónde saca Hodder esta noción? Pues, a pesar de
que en otras partes ha tenido cuidado en advertir sobre los riesgos
del subjetivismo, este criterio introduce un tratamiento eminentemente
subjetivista de la información primaria con que puede contar
el investigador.
Después de rastrear su obra, encuentro un
referente interesante en la manera como asume intelectualmente a
Robert G. Collingwood, para quien "la imagen histórica
es el producto de la imaginación del historiador, y el carácter
necesario de esa imagen va ligado a la existencia a priori
de la imaginación" (Collingwood 1952:238). Este filósofo,
idealista e inglés, junto al italiano Benedetto Croce, es
uno de los campeones de la tesis del presentismo en historia, una
noción idealista-subjetivista que niega la realidad de la
historia (o, historia como res gestae) y solo la concibe
en cuanto construcción del historiador (o, historia como
rerum gestarum); por lo tanto la historia no puede ser sino
"pensamiento sobre la historia"
"El pensar histórico es aquella
actividad de la imaginación mediante la cual nos esforzamos
por dar a esta idea innata un contenido detallado, lo cual hacemos
empleando el presente como testimonio de su propio pasado. Cada
presente tiene un pasado que le es propio, y cualquier reconstrucción
imaginativa del pasado tiende a reconstruir el pasado de este
presente, el presente que efectúa el acto de imaginación,
tal como se percibe aquí y ahora [...] Por esa misma
razón en la historia, como en todas las cuestiones fundamentales,
ninguna conquista es definitiva. El testimonio histórico
disponible para resolver cualquier problema cambia con cada
cambio de método histórico y con cada variación
en la competencia de los historiadores [...] A causa de estos
cambios, que no cesan jamás, por lentos que puedan parecer
a observadores miopes, cada nueva generación tiene que
reescribir la historia a su manera" (Collingwood 1952:247)
Hodder, desde una perspectiva historicista del
objeto de la arqueología, ubicó correctamente las
inconsistencias de las tesis de Binford, en la medida en que éste
no asumió un criterio más concreto del sentido de
la historia que suponen los procesos de deposición del registro
arqueológico, lo cual le impidió superar la etiqueta
de "processual". Pero su toma de partido por "una
teoría" de la historia que, como en el caso de Collingwood,
garantizara de paso la taxativa distinción entre las ciencias
naturales y las ciencias sociales, entendidas éstas como
ciencias del espíritu, lo obliga a una actitud ecléctica.
Pues adoptar el presentismo, ya sea por parte de un historiador
o de un arqueólogo, supone asumir las posiciones del subjetivismo
filosófico. "Sin embargo, esta es la posición
teórica más extraña que un historiador puede
adoptar, ya que apenas se puede comprender por qué un hombre
que comparte esas concepciones debe tomarse el trabajo de descubrir
documentos históricos, reunirlos, criticarlos, etc., en definitiva
¿por qué debe ser historiador?" (Schaff 1974:157)
Y, digo yo: Para qué arrostrar tántas
dificultades prospectando y excavando en sitios tan remotos de la
comodidad del gabinete universitario: observando, midiendo, registrando
con tánto esmero, en medio de los mosquitos y bajo un calor
de infierno, es decir, para qué ser arqueólogo, si
luego el asunto se resuelve alegando la validez unilateral de su
lectura?
"Hodder’s thought is extremely eclectic,
drawing liberally from the traditional and textual hermeneutics
[...] Like Dilthey and Collingwood, Hodder argues that the empathic
procedure [the historian —or archaeologist–seeks to
project him/herself back in time into a particular context to
discover the significance underlying a given action] is justified
on the basis of a continuity between the past and present, a
commonality of feeling such that ‘each event, although
unique, possesses a significance which can be comprehended by
all people at all times’ " (Preucel 1991:22)
En otras palabras, una crítica a las aporías
o grietas del subjetivismo escondido bajo la "objetividad"
de la New Archaeology (Hodder 1988;13), no puede darse en términos
de otro subjetivismo. No es posible conciliar una visión
de tal naturaleza, con las virtudes que de todas maneras podemos
reconocerle a la New Archaeology (y en particular a Binford) sin
caer en contradicciones tales como admitir una continuidad mecánica
entre el pasado y el presente; en una época en que ya nadie
sostiene seriamente la tesis de un desarrollo lineal ni teleológico
de la historia; tesis que ha nutrido, por cierto, todas las ilusiones
idealistas de las teorías cíclicas de la Historia
(Dilthey, Collingwood, Spengler, Toynbee).
Uno de los aportes del marxismo es la noción
de que las sociedades se desarrollan de manera desigual en el tiempo
y el espacio de tal modo que los procesos económicos, sociales
y políticos de una sociedad, aunque siguen ciertas tendencias
(según el relativo desarrollo de sus fuerzas productivas),
no son predecibles de la misma manera en los procesos de otras sociedades.
La historia no se desarrolla sobre un "plan providencial",
ni bajo la voluntad de una "mano invisible" que asegure
una continuidad entre el pasado y el presente; por el contrario,
el tiempo histórico concreto, el de cada momento determinado
de una sociedad —así se encuentre en la forma de una
escombrera de restos y pedazos--, es discontinuo y depende de la
manera como los hechos humanos, en cada momento, se articulan en
tres dimensiones: pasado, presente y futuro (Kosik 1983:256) y no
desde el pasado hacia el presente como una acumulación casuística.
El caso es que, de todos modos, quienes trabajamos
en estas lides de la interpretación de las iconografías
prehispánicas tenemos que aludir a Hodder de alguna manera,
debido simplemente a las notables contribuciones que hizo al abrir
la perspectiva de la arqueología, cerrada por las obcecaciones
del procesualismo. Vuelvo, entonces, al sitio de partida, cuando
me preguntaba sobre el concepto de Hodder acerca de la "adscripción
de significados". A este respecto encontré una interesante
anotación en el texto de R.W. Preucel ya citado, en el cual
dice, refiriéndose a la analogía de la lectura de
textos que propone Hodder con la "lectura" del registro
arqueológico...
"the act of reading the past involves
a continuous dialogue of moving between sense and referent.
Stated another way, this reading involves the transfer of meaning
form one context to another through an interpretative exercise
in which each individual actor must decide upon appropriate
signification. How, then, is it possible for different readers
to arrive at the same or similar meanings? Hodder answers this
question in two ways. First, he notes that ambiguity is always
present, since the meaning of an object is never fixed and is
always subject to reinterpretation. Second, he states that context
defined as organized experience brought to bear upon an event
determines the extent to which the same thing can be said to
posses the same meaning" (Preucel 1991:23)
El origen de estas dificultades nace de una sola
situación: Precisamente del carácter de analogía
de esta relación que hemos establecido entre el lector de
textos y el "lector" de tiestos. Antes dije que la única
relación posible era su condición de interpretantes,
pero (hasta ahí llega la analogía), los procedimientos
de leer (interpretar) de uno y otro no son los mismos y según
los resultados, ni siquiera se pueden hacer similitudes pues en
el caso del texto literario, de la obra estética como tal,
ésta puede tener tantas interpretaciones como lectores ya
que cada lectura supone una relación contingente, en la que
el método consiste, en que no hay método; pues los
lectores comunes, "...los perceptores, que la confrontan con
sus experiencias históricas (es decir, determinadas por la
época en que viven) y personales, la juzgan de acuerdo con
su gusto individual o el de su época, y de acuerdo con su
nivel intelectual. En la conciencia de distintos perceptores llegan
así a cuajar distintas fisonomías o concretizaciones
estéticas de la obra [...] La percepción y la valoración
de las obras de arte obedecen también a la dialéctica
de lo objetivo-subjetivo como cualquier vivencia estética..."
(Bělič 1983:46).
De esta suerte el autor literario no puede esperar
que distintos lectores concluyan concibiendo un significado similar
de la obra ni que, aún, dichas lecturas coincidan necesariamente
con las intenciones e intereses profundos que lo llevaron a su creación.
Ocurre que en el caso de la escritura literaria como en el de las
artes visuales, la obra no se termina ni con el punto final o con
la firma sobre una esquina del cuadro, pues una y otras van dirigidas
a un público de lectores o usufructuarios que las apropiarán
estéticamente, para sí; es allí entonces donde
las obras (literarias o plásticas) se terminan o "concretizan",
cuando culminan en el proceso de apropiación social (Fischer
1964:265)
De la lectura arqueológica se espera, por
el contrario, el menor margen posible de ambigüedad en los
conceptos y que los términos arqueo/lógicos (o, en
rigor, la reflexión sobre el pasado) sean lo menos polisémicos
posible. Pero la condición de contingencia de la producción
histórica del objeto de conocimiento, los "restos y
pedazos", entendidos como restos de la producción humana,
esencialmente arbitraria, no permiten que diversos lectores, aún
premunidos de una caja de herramientas similar, produzcan "lecturas"
también similares, pues las aproximaciones teóricas
son también diversas. Es, entonces, en este punto donde se
requiere que la producción arqueo/lógica se presente
siempre sustentada, con la mejor claridad posible, por el aparejo
de argumentos teóricos y metodológicos que fue necesario
discernir como condición para poder acceder a los fragmentos
de otra sociedad, pues de esta manera, cualquier otro "lector"
con intenciones similares sobre mi objeto de trabajo, podrá
elaborar una crítica concreta ya que tendrá a su disposición
todos los referentes para una conversación o, como prefiero,
para un duelo, del cual saldré indemne si "mi revólver
es más largo que el tuyo" como en una vieja película
de Sam Peckimpah; es decir, si mis argumentos son más eficaces
para construir una explicación razonable. Con el tiempo,
alguien llegará al pueblo con un argumento mejor aceitado
y quedaré entonces tendido en el campo. Pero la disciplina
habrá progresado y estaremos entonces en condiciones de "leer"
mejor el pasado.
3. DEL ECLECTICISMO AL POSMODERNISMO (QUE ES CASI
LO MISMO)
Mr. Hodder tiene una especial visión del
proceso de la arqueología posterior al auge del procesualismo,
pues presume que toda nueva propuesta teórica o alternativa
crítica será necesariamente post-procesualismo. Indiscutiblemente
que después de Binford es difícil no contar con las
propuestas del procesualismo como también que cualquier referencia
teórica en la arqueología actual tenga que tocar de
alguna manera a Hodder y seguidores. Pero éste ha ido derivando
del post-procesualismo de los años ochenta al post-modernismo
de fin de siglo de tal suerte que ya no tenemos una crítica
subjetivista y ecléctica de "las aporías y grietas"
del procesualismo sino un "relativismo que niega la posibilidad
de conmensurabilidad de los discursos arqueológicos, [...]
un contextualismo extremo que invalida la posibilidad de encontrar
criterios interteóricos de selección y, con la aceptación
de la multiplicidad, impiden una teoría general" (McGuire
y Navarrete 1999:91).
Y de la actitud crítica frente a las reducciones
del procesualismo, que estusiasmó a quienes teníamos
entre manos objetos de trabajo imposibles de contrastar según
el modelo positivista, pasó al extremo que supone uno de
sus títulos finiseculares: Mapping the Postmodern Past
(Hodder:1998). Sin rubor alguno por su parte, ya tenemos el esquema
de "cómo leer" un "pasado postmoderno".
Definitivamente, "el eclecticismo es la peor de las filosofías"
(Engels, apud Schaff 1974:156)
Pero, el eclecticismo de Hodder no sólo
es una mala filosofía (que, aunque "mala" seguiría
pretendiendo un "amor a la sabiduría") sino que,
también, la practica sin mucho rigor. En consecuencia de
su adhesión a las comodidades "teóricas"
del post-modernismo y conforme con los sucesos del "fin de
los tiempos", del "fin de las ideologías",
del "fin de la historia", en fin, del fin del milenio,
ha resuelto asumir una "posición teórica"
y ha decretado "el fin de las dicotomías".
"Parece como si la Nueva Arqueología
hubiera prescindido de una de sus dos piernas: fortaleció
el materialismo y positivismo de la derecha, pero debilitó
la izquierda, simbólica e interpretativa. Esta había
sido siempre la más débil, pero la acción
de los Nuevos Arqueólogos dañó a la disciplina
en otro nivel. Debemos reconsiderar la izquierda y cómo
ambas funcionan juntas" (Hodder; 1987:13)
"[...] he discutido [...] un amplio número
de dicotomías incluyendo la oposición entre materialismo
e idealismo, proceso y estructura, sociedad e individuo, tendencias
objetivas y subjetivas, explicaciones generales y particulares
y entre Antropología e Historia. Estas oposiciones constituyen
las dos piernas que mencioné anteriormente. A menudo
la gente piensa que solamente creo en una de ellas —que
soy un idealista que sólo cree en un relativismo subjetivo
y en la imposibilidad de generalización. De hecho, sin
embargo, lo que he denominado arqueología post-procesual
(Hodder:1988) tiene como objetivo romper con todas esas dicotomías
y estudiar las relaciones entre ambas partes —cómo
funcionan las dos piernas juntas" (Hodder 1987:22)
Dejando de lado la simpleza de la analogía
que para el caso, igual podrían ser dos ruedas, sorprende
por decir lo menos, la manera como Ian Hodder escamotea este punto
fundamental: que las que él llama dicotomías (y especialmente
me refiero a la oposición sujeto-objeto) son contradicciones
no-antagónicas, es decir, relaciones dialécticas que
en cuanto tales, no son separables pues no son concebibles la una
sin la otra. Clamar por la eliminación de la relación
sujeto-objeto, o subjetivo-objetivo, es declarar como resuelto el
problema del conocimiento mediante el procedimiento de la eliminación
del problema!
Pero Hodder, después de resolver filosóficamente
un punto tan cáustico, no se detiene en pelillos; por el
contrario, elabora lo que el llama "demostraciones" con
un hábil manejo de los textos (no en vano valida la relevancia
de la escritura contra el logos) y sobre la base de la distinción
idealista de la cultura en dos categorías opuestas: "cultura
material" y "cultura espiritual" (que supone como
indiscutible), asume una particular idea de la oposición
materialismo/idealismo.
"Más allá de la escritura
está la cultura material, aún más divorciada
de la mente. La separación entre mente y comportamiento
en la cultura occidental ha tenido como resultado el considerar
a la Arqueología, limitada al estudio de los restos materiales
mudos, incapaz de acceder a aquella. Se estableció una
rígida dicotomía entre lo material y lo ideal
remedando la oposición palabra/escritura. Si hay algo
en lo que coinciden todos los arqueólogos, es en el hecho
de no poder hablar con la gente del pasado.
De hecho, ya demostré que los arqueólogos
siempre han intentado, provisionalmente, traspasar el límite
y considerar las ideas y el pensamiento del pasado. Pero el
materialismo subyacente nunca desaparece, e incluso cuando se
proclaman totalmente materialistas, el componente idealista
permanece escondido detrás de la fachada materialista
[...] De forma que toda la arqueología materialista es,
hasta cierto punto idealista ya que necesariamente implica contar
con unas ideas que el investigador supone relevantes. Son ideas
que no pueden extraerse de la base material, simplemente proceden
de la mente del investigador. Esto no significa que sean inverificables
o que estén divorciadas del mundo material porque también
hay algo de materialismo en el idealismo" (Hodder 1987:22,23)
Dicho así, resulta que somos materialistas
cuando tenemos por objeto de trabajo la "cultura material"
de la cual dado su carácter empírico, se desprenden
los datos y la posibilidad de contrastación; en tanto que
si tenemos por objeto de trabajo la "cultura espiritual"
o "lo cognitivo" o "lo eidético", entonces
seremos idealistas. Cuando por fuerza de la complejidad de los hechos
de cultura, no siempre los datos son tan "evidentes" como
registro arqueológico, entonces se producen las otras variables
que determinan una especie de ying-yang de la teoría
arqueológica.
Por supuesto que estoy enterado de dónde
viene esta perspectiva en la teoría arqueológica (que
también está en las demás ciencias), y no tengo
problema con media escuela de arqueología norteamericana
pero aquí estoy debatiendo a Mr. Hodder: Si yo soy materialista
es porque tengo una perspectiva materialista del mundo y de la vida,
es decir, porque tengo un profundo respeto por el hombre, por la
historia y por la naturaleza y en consecuencia, no admito "esencias"
ni "sustancias inextensas" ni voluntades distintas a la
arbitrariedad humana. Pero esto no me impide reconocer e intentar
comprender la espiritualidad humana, ni poner "sobre la mesa
de disecciones" (como puedo poner una rana) una pintura rupestre,
un rezo, un mito, un canto de curación o una maldición,
pues para mí, tales expresiones son hechos sociales, son
productos humanos. Por tal razón es que soy arqueólogo,
porque me gustaría conversar con los hombres y mujeres de
esas otras sociedades, por eso me pregunto acerca del sentido de
sus representaciones y creaciones. Desde esta perspectiva, la cultura
no se puede escindir en "material" cuando es "evidente"
a mi sistema de percepción y como opuesta a "espiritual"
cuando se me aparece como intangible porque no la entiendo; porque
la cultura es una totalidad concreta, estructurada históricamente
e independientemente de que yo pueda comprenderla o nó.
La adhesión de Hodder al post-modernismo,
tiene su mejor expresión en la propuesta del ejercicio democrático
de la "multivocalidad", expresión derivada de la
antropología "posmodernista" norteamericana. Este
criterio que extiende la participación "democrática"
en los procesos de interpretación del registro arqueológico
al entorno social de los yacimientos es congruente con el eclecticismo
con que trata la teoría arqueológica y si no fuera
por lo insustancial e inocuo de los resultados científicos
parecería una práctica muy política y hasta
justa con las comunidades locales usufructuarias de los bienes culturales
(del pasado o del presente) que a menudo saquean los arqueólogos
(Çatalhöyük por ejemplo). Y en medio de propuestas
y recetas (metodológicas unas, políticas otras, teóricas
las de más allá) que cualquiera puede encontrar bondadosas
y hasta muy liberales como las de "romper los límites
en torno a los especialismos", "romper las barreras en
torno al yacimiento" y "proporcionar mecanismos para que
la gente pregunte", arguye Hodder la necesidad de darle participación
a....
"Una amplia gama de grupos distintos [que]
tiene, frecuentemente, intereses que entran en conflicto y quieren
involucrarse en el proceso arqueológico de diferentes
maneras. Hay que proporcionar mecanismos para que cada discurso
pueda expresarse. Por ejemplo, en Çatalhöyük
distintos equipos excavaron distintas zonas del yacimiento y
propusieron sus propias visiones. Mientras que el sitio Web
permite la comunicación con otras redes de grupos internacionales
de cierto nivel intelectual, la comunidad local rural puede
contactar mejor a través de las exposiciones del museo
y las visitas al propio yacimiento. En el futuro puede que haya
grupos como el de la Diosa Madre que quieran rezar en el yacimiento.
En términos generales, se puede argumentar
que hay un tema subyacente en estos cuatro puntos de interés
[reflexión, relacionalidad y contextualidad, interacción
y multivocalidad] y es la ruptura de límites y dicotomías.
Los arqueólogos han pasado mucho tiempo a lo largo de
su historia poniendo en orden los límites de su disciplina.
Tenían que defenderlos de los anticuarios, de los clandestinos,
creacionistas, usuarios de detectores de metales, movimientos
de reinhumadores, adoradores de la Diosa. Algunos de estos grupos
han sido calificados de "marginales". Otros están
completamente fuera de la disciplina, pero al final, el mantenimiento
estricto de esos límites, aunque eficaz en algunas circunstancias,
restringe la posibilidad de diálogo y compromiso."
(Hodder 1998:9)
Este ejercicio tan tolerante y liberal es sintomático
de una ruptura completa de la posibilidad de elaborar una teoría
para la arqueología, una teoría válida científicamente;
pues la validación de la opinión pública y
del criterio del sentido común nos llevan al terreno llano
del conocimiento espontáneo en el que se hace del post-modernismo,
una especie de "lecho de Procusto" en el cual "todo
cabe" porque "todo vale". Pero su exhibición
teorética no asume en ningún momento ni una posición
teórica coherente frente a las dificultades concretas ni
frente a otras posiciones teóricas; sólo ha abonado
la dispersión de los problemas y el campo para la proliferación
de soluciones "alternativas" que, tal vez sean válidas
en honor de la opinión pública y de la convivencia
sobre el planeta pero que poco tienen que ver con una perspectiva
científica para la arqueología. El punto final de
esta diatriba se lo dejo a Felipe Bate quien en palabras muy precisas
condensa las implicaciones teóricas y políticas de
estas ensoñaciones de la razón:
"Todavía se conserva el retrato
de hace unos pocos años, cuando predominaba la moda del
"irracionalismo crítico", de acuerdo con el
cual podíamos considerar que no hay argumentos "mejores"
o "peores" para defender cualquier posición
teórica. Estábamos muy agradecidos porque, si
era una postura consecuente, significaba que mantener una posición
histórico-materialista también debía ser
considerado válido, cuando [...] muchos la consideraban
un perro muerto. Sobre todo cuando algunos próceres de
Cambridge, como Ian Hodder, habían descubierto
que el discurso de "La Arqueología"–parecería
superfluo anotar que se trata de la "arqueología-en-inglés"–es
colonialista. Y, en un arranque que allá debe sonar altamente
progresista y democrático, sumado a un paternalismo conmovedor,
se aseguraba que había que "permitir" que se
expresaran los discursos de los diversos colectivos tradicionalmente
sojuzgados o subordinados. De modo que eran bien vistos los
discursos arqueológicos que dieran voz a los subdesarrollados,
colonizados, negros, indios, gitanos y minorías étnicas
y nacionales en general, a las mujeres y homosexuales, a los
ecologistas y otros grupos discriminados.
Nosotros, por lo menos, somos calificados de
tercermundistas subdesarrollados. Por lo que, dicho sea de paso,
habíamos tenido la oportunidad de tomar conciencia de
que buena parte de la "arqueología-en-inglés"
—no toda, desde luego–posee un discurso imperialista
y colonialista. Pero pertenecemos a una corriente que viene
conformando una propuesta desde hace varios años y debemos
confesar que nunca pensamos en que debíamos esperar la
generosa autorización de nadie para expresarnos"
(Bate 1998:11,12)
Por mi parte, y dejando constancia de mis convicciones
democráticas, de mi espíritu abierto y tolerante y
de que sólo la educación científica puede liberarnos
de los fantasmas de la razón, no tendré inconveniente
en patearle el trasero, a quien pretenda venir a rezarle a su Diosa
Madre, en mi excavación.
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—¿Preguntas,
comentarios? escriba a:
rupestreweb@yahoogroups.com—
Cómo
citar este artículo:
VELANDIA,
César. Anti-Hodder. Diatriba contra las veleidades post-modernistas
en la arqueología post-procesual de Ian Hodder.
En Rupestreweb, http://www.rupestreweb.info/hodder.html
2002
----------------------------------------
COMENTARIO ----------------------------------------
Por Franz Flórez. Antropólogo.
Instituto Colombiano de Antropología e Historia
Para ubicar a los o las que llegaron tarde, o no están
familiarizados con las pilatunas del gremio, digamos que se trata
de una polémica joven que apenas va para sus 20 años
(en su versión más reciente. Se remonta a un debate
que arranca, más o menos, con el dueto Pitágoras/Platón
y su mundo de las ideas, y el estagirita Aristóteles con
sus listados de categorías).
A comienzos de la década de 1980, se terminó de empantanar
el "auto fantástico" de la "new archaeology"
que había arrancado raudo hacia LA VERDAD SOBRE EL PASADO
en la década de 1960, pero empezó a pasar aceite en
la década de 1970, sin muchas leyes arqueológicas
para mostrar. Finalmente el motor no se le fundió, porque
le hicieron cambio de aceite Teoría-Rango-Medio por aceite
Procesualismo-Cognitivo, y ahí sigue dando lora. Esto claro
en la academia noratlántica. Abajo del río Grande,
eran pocos los nativos que habían adoptado uno u otro credo
para interpretar el pasado. La mayoría de los que venían,
veían (excavaban) y se iban (y publicaban por allá),
pero esa es otra historia.
En Estados Unidos, Mark Leone, y en Gran Bretaña, Ian Hodder,
M. Shanks y C. Tilley, bosquejaron aproximadamente entre 1982 y
1987, una alternativa a la arqueología procesual y la que
se apoyaba en la teoría general de sistemas, que dominaban
hasta ese momento el mercado editorial y gremial de la academia.
A modo casi de "Manifiesto", Hodder publicó en
1986 su Reading the past. Current approaches to interpretation
in archaeology. Reintrodujo el humanismo en la perspectiva interpretativa
(luego de que Gordon Childe hiciera algo parecido décadas
atrás en su Man makes himself, 1936), e insistía
en que los vestigios arqueológicos no eran un reflejo pasivo
de funciones materiales adaptativas (cocinar, trozar, moler, calentar,
abrigar, cavar, cazar, etc.); sino que cada artefacto o modificación
del espacio había tenido un significado para alguien, lo
que a su vez pudo influir en su utilización, modificación
o desecho.
El profesor Velandia en su artículo "Anti-Hodder",
hace un reparo metodológico y otro epistemológico-político
al texto de Hodder de 1986 y un par de artículos posteriores,
que redondean algunas de sus premisas postprocesuales básicas.
El reparo metodológico tiene que ver con la atribución
de significados a los vestigios materiales del pasado: desde una
catedral hasta la decoración de una olla o los retoques de
un artefacto lítico, pasando por un petroglifo o la manera
como fue depositado el cuerpo de un adulto o un niño en una
tumba hace varios siglos. Hodder dice que hay que atribuirle un
significado, y que en la medida en que mayor sea el contexto asociado
o la posibilidad de hacer analogías etnoarqueológicas,
mayores son las posibilidades de adjudicarle significados posibles
a esos vestigios.
Velandia aduce que el argumento de Hodder es subjetivista y realmente
no trasciende su presente y, por ende, desemboca en un solipsismo
que poco y nada ayuda a "leer el pasado".
La discusión de Velandia deriva hacia un punto que Hodder
no profundiza y es el de que las personas no especialistas pueden
"leer" de la misma manera el registro arqueológico.
Lo cual está bien que lo crea algún funcionario de
un museo arqueológico que mide la calidad del conocimiento
exhibido por la cantidad o calidad estética de la colección
o de los panegíricos que dejan los incautos turistas en el
libro de visitantes. Pero no en alguien que se cita a sí
mismo como referencia y autoridad en el problema de una teoría
del conocimiento basada en la producción e interpretación
de signos (alias semiótica), que Hodder llama convencionalmente
"símbolos" (que son signos convencionales).
Velandia muestra que el problema de fondo es reducir el problema
de la interpretación de objetos y contextos a un problema
lingüístico. Hodder asume que una estatua de San Agustín,
un "patacón" de la Argentina, el último
corte (¿?) de cabello de Ronaldo y los restos arqueológicos
de esos totem que los gringos llamaban Torres Gemelas, se pueden
"leer" de la misma manera. Serían algo equivalente
a un poco de signos gráficos que forman fonemas que llegan
a formar palabras que pueden conformar oraciones que forman párrafos
que etc., etc., etc.; hasta llegar al significado del texto que
requiere de todos esos ladrillos sintácticos.
Pero la cosa no parece tan "sencilla". Ya era complicado
para Clifford Geertz hace cuatro décadas estudiar lo que
alguien comunicaba cuando guiñaba un ojo. Pues no era evidente
a qué código correspondía (o desde qué
código se podía descifrar) ese signo y ni siquiera
era obvio que fuera un signo intencional, es decir, que estuviera
representando otra cosa que no fuera el acto de cerrar un párpado.
Cómo será entonces dejarnos llevar por el canto de
sirena de Hodder, que interpreta la partitura de Collingwood, para
pasarse por la faja una teoría de la producción de
códigos y otra sobre la producción de signos, para
decirnos que basta con buscar con-textos que permitan ver "acción
y práctica en el mundo", y que es en esa práctica
en la que los "actores" (esos vinculados con el término
agency) interactúan y entienden los sentidos implícitos
en la REALIDAD SOCIAL que los envuelve y que ayudan a re-crear.
Sí claro, vámonos a buscar contextos latinos: cementerios
de etruscos, Pompeya, iglesias medievales, etc. Lindo sería
ver a ese Hodder modelo 1986 tratar de ubicar y excavar, en un mes
de campo, contextos parecidos en los bosques del Amazonas, el desierto
de la Guajira colombo-venezolana o los manglares del litoral Pacífico
colombo-ecuatoriano. O más rutinariamente, localizar, en
dos días, contextos de acciones individuales en un trayecto
de 300 km. de largo por 10 m. de ancho, en un proyecto de arqueología
por contrato para un estudio de impacto ambiental.
En este punto resulta relevante recordar el comentario de Pedro
Arguello (Agosto 2001) publicados en la página Rupestreweb, con respecto al texto de Velandia. A casi dos décadas
de introducida la alternativa "postprocesual" o "contextual",
eran bien escasos los proyectos en los que tantas promesas interpretativas
se hubieran hecho efectivas. Arguello adujo que era por la falta
de una metodología explícita para llevarlas a cabo.
Yo diría más. Faltó la teoría misma.
No hay un desarrollo serio y profundo de una teoría de los
signos, ni menos sobre una teoría de la acción o la
elección en el texto de Hodder (y yo no voy a proporcionarla
aquí y ahora, de modo que mi "crítica" tampoco
es que sea muy seria). Si lo que Hodder le imputa al procesualismo
(en su versión ecologista o evolucionista) o al estructuralismo
e incluso al marxismo, es dejar por fuera al sujeto en tanto individuo-actor
y productor de significados, al "postprocesualismo" de
Hodder se le puede imputar que ese tal "sujeto" cogito
- moderno — unitario — trascendental que le vendió
el inglés a los buscadores de novedades en arqueología;
está más fracturado que un bulto de canela, según
nos dejaron dicho estos muchachos del viejo continente: Marx, Nietzsche
o Freud.
De modo que los con-textos nos van a revelar "prácticas"
de "actores" que cumplían varios roles a varios
niveles, simultáneamente y que, por ende, sería preciso
endilgarles significados múltiples y contradictorios a los
objetos, prácticas y contextos excavados.
Algo sí hay que abonarle a Sir Hodder. Nos recordó
que además de los c(ultural)-transform y los n(atural)-transform
que producen el registro arqueológico (M. Schiffer dixit),
también hubo o hay un s(ujeto)-transform. Es decir, que mientras
el profesor Binford estaba entre los esquimales tomando apuntes
y fotos de sus "típicas costumbres" de buscadores
de proteínas y productores de basura faunística, para
construir hipótesis sobre el registro arqueológico
de cazadores de hace 50 o 100.000 años; los esquimales miraban
con curiosidad y algo de sorna a ese sujeto de gafas y barba que
reproducía la visita en busca de la exótica premodernidad
que, con algo más de traumatismo, habían comenzado
a recibir hace unos 500 años.
Y luego de este apunte demagogo-etno-arqueológico, paso
al segundo reparo de Velandia a Hodder, de tipo epistemológico-político.
Básicamente, controvierte Velandia el relativismo postmoderno
de Hodder que imposibilita de entrada tomar partido por una teoría
general de la historia. El "todo vale" de Paul Feyerabend
o quizás la "inconmensurabilidad interparadigmática"
(coño, chico, si es largo el terminacho!) de Thomas Kuhn
se escuchan de fondo. En la oooooooootra esquina, el "Moro"
Marx levanta el puño izquierdo y proclama: "los arqueólogos
se la han pasado clasificando objetos, ahora se trata es de interpretar
la sociedad que los produjo y la que los excava y conserva".
Y suena la campana.
O tal vez no. Devolvamos la película un momento.
Velandia basa su argumento en el materialismo dialéctico.
Desde allí batea la propuesta de Hodder de abandonar las
dicotomías procesuales: sujeto/objeto, materialismo/idealismo,
proceso/estructura. Pero tal vez sea más apropiado un round
desde el marxismo analítico que desde el dialéctico,
porque sería preciso apuntarle directamente a las categorías
y juicios mismos que acoge Hodder, y las consecuencias prácticas
que se derivan de ellos.
Tomemos solamente el valor que le da Hodder a la multiculturalidad
(o multivocalidad), en sus recientes excavaciones de Çatalhoyuk.
Velandia trae a cuento una cita que nos pinta un paisaje idílico
de nuestro contextual británico durante su estancia en campo.
Jornaleros, campesinos, desempleados y alguno que otro estudiante
de arqueología (o lo que sea) primer/tercermundista excavan
como les da la gana en la piel de una "especie en peligro de
extinción" (como les decía Kent Flannery, en
su texto de The early mesoamerican village de 1976, a los
sitios arqueológicos que no eran excavados por Kent Flannery
o sus discípulos).
Y agregaba Hodder que "en el futuro" (su texto es de
1998) era posible que hubiera (o haya habido, de hecho) "grupos
como el de la Diosa Madre que quieran rezar en el yacimiento".
A todo esto, Hodder dice que brinda el espacio para que "cada
discurso pueda expresarse", y para que "grupos distintos
con intereses en conflicto se involucren en el proceso arqueológico".
Y este es el hombre que "introdujo" el "sujeto histórico"
en la arqueología (noratlántica)... ¡El mismo
que renuncia a ser sujeto de su propia excavación!
Pero que Hodder se pase de la raya en lo contradictorio no quiere
decir que no exista arqueología "postprocesual"
o "posmoderna", en el sentido en que problematiza las
premisas estructurales que son obviadas por la arqueología
"moderna".
En Colombia, hay experiencias con campesinos mestizos y negros,
indígenas y pobladores urbanos, en las que la gente ha participado
del proceso técnico de la arqueología. Algunas similares
al caso ilustrado por Hodder, otras menos paternalistas. Pero la
diferencia es que en esas experiencias no se buscaba un habermasiano
"diálogo entre discursos", sino que se utilizaba
el espacio creado "en campo" por la arqueología
para cumplir algún requerimiento político o utilitario
en particular (ecoturismo, digamos). Los investigadores que hemos
participado en algunas de esas experiencias "posmodernas"
no acudimos a los textos de Hodder en busca de iluminación.
El autocolonialismo tiene sus límites. Lo que hicimos fue
bajar por un momento la bandera moderna de la Ciencia y levantar
por un momento una bandera local (no nacional, sino local-local).
Lo que no es ni sencillo ni recomendable ni replicable. Pasó
en un momento determinado con cierta gente. No se planeó,
porque ese tipo de relación no se construye desde hipótesis
hipotético-deductivas sino en la práctica. A veces
resulta provechoso para ambas partes, a veces no.
Porque, a mi modo de ver, lo "post" no está tanto
en que uno deje que la gente no especializada en las técnicas
arqueológicas, meterse a la excavación, para tirársela,
como es natural cuando uno no sabe que está pisando el "escenario
del crimen", y trata de reconstruir los últimos momentos
en que estuvo con vida la "víctima". En otras palabras,
el o los contextos en que adquiría sentido el registro arqueológico
transformado por el paso del tiempo.
Lo "post", que no tiene nada de novedoso, es que uno
trate de cambiar por un momento las relaciones de poder que son
inherentes a la realización de un proyecto de investigación
en el que se establece de antemano (desde su planeación,
financiación y ejecución) quién habla, quién
es el que produce conocimiento y quién escucha y es espectador
y consumidor de ese conocimiento. Esto conduce a problemas que poco
y nada revierten en la solución de interrogantes disciplinares,
o el mejoramiento de técnicas de recolección de datos
en campo o de procesamiento de los mismos en laboratorio. Poco y
nada le debieron interesar a Binford las afugias o distracciones
no etnoarqueológicas de los esquimales. Es decir, su vida
en tanto sujetos. Pero también es ilusorio creer que a Hodder
le interesaría mucho inmiscuirse en procesos sociales que
no giren alrededor de sus excavaciones. Los sujetos que busca existen
en relación con lo que encuentre o no excavando. Y viceversa.
Hodder existirá en la medida en que exista registro arqueológico
para "multivocalizar". Más allá de eso es
vender espejitos vestidos con el cuento de un abstracto interés
por el pasado.
Por lo anterior, a diferencia del profesor Velandia, yo no voy
a patear al que venga a rezarle a su Diosa Madre a mi excavación
(si es que vuelvo a hacer alguna), sino al Hodder local que me venga
con el cuento del "compromiso social", mientras ve con
un ojo el fetiche-patrimonio arqueológico y con el otro la
relación social investigador/comunidad.
Julio de 2002
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