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GRACILIANO
ARCILA VÉLEZ (q.e.p.d), Primer
arqueólogo de los petroglifos de Itagüí
David Mejía Peláez. diporys@epm.net.co,
LA PERSONA
Para conocer y ampliar el significado de los petroglifos
y ahondar en la necesidad de conservarlos, es útil tener
en extenso una voz autorizada al respecto; para esto, hemos entrevistado
al primer investigador de los petroglifos de Itagüí;
con el propósito de conocer aspectos de su trabajo y poder
plantear acciones que hay que llevar a cabo con los petroglifos,
tendientes a su recuperación y salvamento. Para realizar
esta entrevista tuvimos en cuenta la lectura de su libro "Introducción
a la Arqueología del Valle de Aburrá", publicada
por la Universidad de Antioquia de la ciudad de Medellín,
en 1971. Las consideraciones y comentarios están organizados
con base al diálogo sostenido con el maestro y las ideas
contenidas en esta obra. Esperamos que con este trabajo se contribuya
al patrimonio cultural de Itagüí.
Cabe mencionar que consultamos además, una
excelente compilación de textos de Graciliano Arcila Vélez
que la antropóloga Neyla Castillo Espitia recuperara en 1995,
a propósito de los 50 años de vinculación con
el Alma Mater y con la cual se le homenajeaba institucionalmente
de manera bien especial, con la publicación del libro Memorias
de un Origen, Caminos y vestiguios, Medellín: UdeA, marzo
1996. Obra clave para el estudio de un antioqueño que ha
dejado huella.
Ha sido maravilloso conversar con Graciliano Arcila
Vélez, de noventa años y quién aspira a vivir
diez años más. Persona que disfruta de múltiples
temas y asuntos disímiles. Por su inteligencia discurren
recuerdos memorables de toda su existencia, hábitos alimentarios
mientras hacía sus labores, aspectos de su vida sencilla
y descomplicada, de su increíble labor de investigador con
machete en mano mientras creaba la gran obra intelectual recorriendo
el país en busca de huellas y evidencias antiguas y significativas.
Ver y oír recordando anécdotas pasadas en las que
con una gran habilidad mental va detallando aspectos y precisiones
de las aventuras, francamente es admirable. Buen conversador, simpático
y sobre todo, muy generoso, que sin avaricias va otorgando y compartiendo
cuanto ha vivido y estudiado. No sólo estaba informando sobre
el trabajo de las piedras, también sobre el itinerario del
trabajo intelectual que le correspondió llevar a cabo en
un país que está por investigarse y estudiarse.
Con el propósito de reconstruir páginas
de la historia del terruño, tratamos el asunto arqueológico
de las piedras olvidadas como importante insumo para comprender
territorio, destino y por supuesto, historia. Trayendo sin dudas
una consideración clave de nuestra tierra y nuestra sociedad:
unas piedras a la vista, y especiales testigos de prehistoria; y
así constatamos en varias lecturas que el aspecto de los
petroglifos no ha sido asunto de especial tratamiento. Las monografías
de Itagüí sí acaso lo mencionan y las del Valle
de Aburrá ni siquiera estudian huellas arqueológicas.
Consideramos que la comunidad itagüiseña en general
ignora esta materia y ni que decir de los habitantes del Valle de
Aburrá. Ignorancia que convendría atacar al menos
con estas notas, que pretenden que sean de utilidad y al menos permitan
que no se olvide lo que Arcila Vélez avanzó en su
estudio y para que los ciudadanos y el sistema pedagógico
local hagan cátedra de este patrimonio, o por lo pronto repasen
con amor e interés en sus lecciones.
Arcila Vélez nació en Amagá
el 25 de Febrero de 1912, descendiente de arriero Itagüiseño,
quien fue a probar suerte en Amagá a principio del siglo
XX, para sacar adelante el proyecto de vida personal y de familia,
al administrar una finca. Ello sucedía justamente en las
postrimerías de la Ferias de Ganados de Itagüí,
y en dónde su papá se ocupó por un tiempo,
(no sobra mentar que nuestra Feria llegó a ser la más
grande y concurrida en el Occidente Colombiano durante el último
cuarto del siglo XIX y en los primeros años del siglo XX).
Arcila formó parte de una familia que por su apego
a la tierra, hizo del recio trabajo de labranza su heredad.
Y justo en estas labores encontramos a nuestro personaje
cuando el papá viendo que la contribución económica
a la familia por parte del hijo no era necesaria, y considerando
que aún estaba en edad de estudiar, a los 19 años
inicia el bachillerato en su pueblo y luego estudiando en Medellín.
Lo vemos saliendo luego del Liceo de la Universidad de Antioquia
y posteriormente, viajando a estudiar a Bogotá, ya que por
ser destacado estudiante como bachiller de Antioquia, se gana una
beca en la extraordinaria Escuela Normal Superior de Colombia, que
Eduardo Santos, el presidente en aquella época había
otorgado para llevar a cabo un ambicioso plan de estudios superiores,
para cimentar el desarrollo del espíritu humanista, científico
y técnico de los jóvenes colombianos. Allí
obtuvo los títulos de Arqueólogo y Licenciado en Ciencias
Sociales y Económicas. Regresó a Medellín a
finales de 1.943 recomendado por Paul Rivet, el sabio francés
asilado en Colombia después de la invasión Nazi a
París.
Itagüí fue explorado arqueológicamente
a finales de la década del sesenta y treinta años
posteriormente con la tesis de grado de Diana M. Herández
U., en la UdeA. También, con Neyla Castillo, profesora de
la UdeA, cuando realizó algunas prospecciones en la finca
El Ranchito, (propiedad que fuera de la familia Ospina Pérez).
Sitio que recientemente despierta un serio interés arqueológico
y ambientalista a raíz del hallazgo de importantes vestigios.
A pesar de contar con muchas evidencias y aportes, creemos que muy
poco se ha venido haciendo por el estudio local, tanto para buscar
más huellas de los primeros pobladores del Valle de Aburrá,
como en profundizar en los vestigios estudiados inicialmente. Y
así, a todo esto se suma lo poco que han sido difundidos
este material y estas investigaciones. Pero ahí están:
la declaratoria del sitio de los petroglifos como Parque Arqueológico
en 1971, Finca El Ranchito sitio de interés científico
y ambiental en 1992 y el Pico Manzanillo Parque Ambiental y de
interés arqueológico a partir de 1997-1998.
Lamentablemente esta realidad no ha prosperado en
positivo como es el anhelo del arqueólogo. Por el contrario,
un factor negativo ha ganado ventaja y el tema resulta ya mito,
ya superstición, y gana irrelevancia nuestro patrimonio.
Al punto que una declaratoria oficial que permita resolver el asunto
a favor de lo arqueológico, se requiere y no hacerlo resulta
funesto. Es significativo el hecho que no exista archivo de los
paseos de la escuelas de Itagüí a los Cerros, o de aquellos
que hacíamos las familias y vecindario, o los que hacía
Don Luis Mejía a los Tres Dulces Nombres y al Pico Manzanillo
con algunos miembros de la Sociedad de Mejoras Públicas cada
diciembre a quemar alguna pólvora, como así de las
celebraciones de la misa campal que eran todo un acontecimiento
de romería y procesión, muchas veces pasando por entre
las piedras grabadas y las huellas de los aborígenes que
poblaron estas tierras; a esas caminatas acudíamos con fiambre
envuelto y recogimiento aldeano; qué pesar que se tienen
en el completo olvido y sólo mentes lúcidas como la
de doña Ofelia Múnera Palacio lo recuerdan y dan testimonio
de ello.
El encuentro con el maestro se llevó a cabo
en su oficina 107 del Paraninfo de la Universidad de Antioquia,
el día 29 de julio de 2002, a la hora del almuerzo tomando
un maravilloso café colombiano y de nuevo la primera semana
de noviembre de 2002 en que miramos el borrador del trabajo y se
pudo ultimar algunos detalles de la información.
LA ENTREVISTA
David Mejía: Profesor, ¿Qué
son los petroglifos de Itagüí?
Graciliano Arcila: Son testimonios del espíritu
creador primitivo de los aborígenes pobladores del Valle
de Aburrá. Los petroglifos encontrados están en el
barrio Rincón Santo, o Rosario como se llama hoy en día,
y son unas rocas duras, unas rocas andesitas, rocas cristalinas
conformadas de puro batolito de los Andes antioqueños, y
cuya superficie no es absorbente, y que llevan en sus caras visibles
unas incisiones o tallas muy representativas de la cultura aborigen
sobre la que poco o nada se sabe. Esas rocas son un complicado trabajo
de talla especializada, mostrando signos o señales especiales,
que hemos denominado gliptografías y que más bien
poco se han estudiado, y que nuestra hermenéutica supone
inscripciones simbólicas, o probables expresiones de un lenguaje
común que se incorporaba a su desarrollo. El trabajo debió
de ser realizado solo en las caras visibles y planas de estas mismas
rocas y quizás para la contemplación y con un fin
preciso. Generalmente, las piedras tienen una orientación
al oriente y queda mucho por descubrir al respecto. Distantes unas
de otras al punto de que pudimos hallar 8 piedras con símbolos
y descubrir un sendero de piedra pulida cercano muy bien hecho y
seguramente no improvisado. Son rocas que sirvieron para unos fines
que aún ignoramos y suponemos arcaicos.
D.M.: ¿Con qué instrumento debieron
haberse hecho?
G.A.: Creo que es un completo misterio aquello
con que practicaron los aborígenes tan perfecta incisión,
tan admirable talla. Su ancho y su profundidad regulares. Un mismo
acabado. Empleo de materiales especialmente identificados. Repetición
de unas figuras o signos. Debe de haberse empleado un instrumental
mucho más duro que la piedra, quizás la obsidiana.
Debieron haber empleado mucho tiempo y su equipo, andamios, calcamientos
o trazos nos son completamente desconocidos.
D.M.: ¿Qué podría hacer
la arqueología sobre estos vestigios?
G.A.: Estudiar y seguir investigando. Poder
llegar a conocer quiénes y cómo los hicieron, averiguar
qué significado tuvieron. Llegar a saber estas cosas, ninguna
otra ciencia puede lograrlo. Pero ello requiere de mucho apoyo y
financiamiento. Los mensajes que los antiguos pobladores dejaron
allí, en unas rocas, todavía ignoramos qué
significan. Pero ya está el primer paso: descubrirlos y procurar
preservarlos. Qué grado de desarrollo habían alcanzado
sus autores está por revelarse. Ese es el papel de la antropología:
entender los mensajes, las huellas grabadas como evidencias de un
pasado remoto que por fortuna se conservan para nuestra tarea hoy
en día. Huellas para identificar.
D.M.: ¿Podría describir algún
petroglifo?
G.A.: Son huellas incisas dejadas sobre las
caras de grandes piedras. Son líneas, curvilíneas
espiraladas, espirales con estructuras sigmáticas, aún
motivos que se perfilan signos insinuados o casi borrados, círculos
concentricos, rombos, triángulos, líneas curvas. Las
herramientas con las que llevamos a cabo la investigación,
probablemente ya hoy en día están superadas, pero
decir que encontramos 8 petros como material de evidencias del pasado
que subsiste es muy interesante para el mundo científico.
Son prácticamente los únicos vestigios en su género
que hay en el Valle de Aburrá. Creo que entre todas estas
rocas se nos está refiriendo un mensaje, más nuestra
hermenéutica cuando los hizo objeto, no profundizó
suficientemente, creo que por ciertas limitaciones nuestras y de
la Institución Universitaria de entonces. Los grabados de
estas piedras son una expresión simbólica, una lengua
o prelenguaje y signos gráficos que revelan comunidad de
diálogo o de referentes de un pensamiento común, que
trasmiten emociones y conceptos, que por antiguos no dejarán
de ser objeto de la ciencia y de un interés muy grande para
la historia.
Haber hecho los petroglifos implica que un asentamiento
humano adecuado lo hubiera llevado acabo. Por tanto es de suponer
una división del trabajo concreta entre aquellos aborígenes.
Un pueblo nómade, exclusivamente cazador, primero, no podría
haber hecho esta labor, habría requerido de mucho tiempo,
y segundo, cumplir una especie de misión para una comunidad
con un grado de organización básica sin dudas.
No son arte figurativo natural. A pesar de insinuar
figuras antropomorfas y zoomorfas como así líneas
curvas para representar movimiento, los petroglifos de Itagüí,
son posiblemente signos mnemónicos, marcas de territorios,
relojes de sol, mapas, y entre otras cosas signos de categorías
sociales que sugieren signos de losanges o sea rombos invertidos,
y cuyo significado ignoramos considerablemente. Como hemos observado
en la investigación en arte rupestre en el contexto de los
petroglifos de Itagüí el mensaje y las diversas piedras,
contienen una misma identidad de los autores. Valga observar que
estos signos nos permiten relacionarlos con signos antillanos, que
en la figura del huracán, hicieron de la espiral sigmática
un mito que se refiere a deidades, pensamientos, marcas y simbología
que quizás aluda a la fuerza de la lluvia y del viento. Idea
que aún hay que profundizar más. Estos petroglifos
tienen identidad con los que se encuentran ubicados en las poblaciones
de Antioquia, en dirección de sur a norte: Supía,
Nariño, Valparaíso, Támesis, Pueblo Rico, Tarso,
Jericó, La Pintada, Fredonia, Venecia, Titiribí, Itagüí,
Girardota, Barbosa, Cocorná, Yolombó, Gómez
Plata, Amalfí. (Es notable la ausencia de estudios aplicados
a este camino de petroglifos y de yacimientos de arte rupestre en
nuestro territorio).
D.M.: ¿Cuándo se enteró
de la existencia de estos vestigios precolombinos en Itagüí?
G.A.: De esto tuvimos noticia porque Alonso
Escobar Montoya (Aloncito, otro amagueño y quién había
sido nombrado Alcalde por aquellos años) se acercó
al Museo Etnológico y nos sirvió de guía hacia
este yacimiento. Esto a mediados de 1954. A esta inspección
vine acompañado de Alfonso Peláez y José Henao,
bibliotecario de la Universidad y un excapitán del ejercito
respectivamente, (de Henao, llamado Henaito, cabe destacar que por
aquella época hacía parte del Círculo Bolivariano
que funcionó por muchos años y se reunía con
Don Diego Echavarría Misas en la Biblioteca de Itagüí,
y no sobra advertir que llegó a la Alcaldía a finales
de los años 50). Pero una década después, con
unos colegas, Jairo Estrada Ruiz y Marco Aurelio Toro, volvimos
a hacer una inspección más, para informarnos de la
autenticidad y antigüedad de las piedras, y de ahí,
de esa labor, se llegó a la producción de un documento
que da cuenta por primera vez de los petros de Itagüí
y que se encuentra en el Boletín del Instituto de Antropología:
UdeA, Vol. III, N°12, diciembre de 1970.
En esa ocasión a estas rocas talladas y únicas
en todo el Valle de Aburrá le practicamos un estudio fotográfico.
Con tiza trazamos las líneas incisas y luego, nos dedicamos
a hacer toda la labor científica del caso en el laboratorio
y en nuestros grupos de discusión de colegas y participantes
de la academia.
D.M.: ¿Usted cree qué entre estos
petroglifos hay una simbólica religiosa?
G.A.: Efectivamente, creo que acá
en medio del sitio de los petroglifos de Itagüí tenemos
un centro de ceremonias religiosas. Las figuras geométricas
y de animales estilizados, signos abstractos y uno que otro signo
naturalista, y particularmente, la espiral como motivo frecuente
en esta rupestrería, se refiere a signos de categoría
mítica y de una relevancia tal, que la piedra de por si aseguraba
una larga durabilidad. Y no veo porque no vaya a ser el sitio, un
sitio de ritualidad aborigen a unas fuerzas o unos dioses, (de la
lluvia, o la serpiente poderosa que gobierna la tierra) y que ello
produjera un concepto de la ascendencia y la trascendencia. El círculo,
empleado mucho en estas grafías, debe sugerirnos la simbolización
de un pensamiento sin dudas bien avanzado en el desarrollo de los
pueblos, algo que nosotros hoy debemos declarar trascendental. Un
hilo que conduce después de varias vueltas a un punto que
bien puede ser externo o interno y el sendero de su hilo un camino
que deberíamos recorrer.
D.M.: ¿Cómo podríamos
llegar a saber más al respecto?
G.A.: Permítame terminar una cuestión:
sinceramente creo que acá no hay inventos de antropólogo.
Hay elementos de religión y esto está por investigarse
aún mucho más. Veo un pueblo tallador de piedra que
de pronto desaparece, y nos deja sus huellas visibles. De modo que
hay que andar detrás de estas huellas para llegar a la debida
representación de una cultura primitiva cuyos únicos
vestigios son estos, y ahí están esperando el reto
de la antropología y de las nuevas generaciones que se interesen
por ello. No pierdo las esperanzas de que algún día
se pueda tener más vestigios, y por tanto, mejores posibilidades
de conocer nuestra prehistoria. Siglos de cultura prehispánica.
Esta información se encuentra entre basurales,
entre los restos ocultos de los sitios de asentamiento aborigen,
que cuando se desentierren sin dudas dejarán ver a la luz
de la investigación toda su identidad. Hay que mencionar
el poco cuidado que se ha tenido en la lectura de los cronistas,
esto ha hecho que historiadores de respeto, hayan aceptado sin análisis
hechos históricos, y aún se caiga en omisiones de
gravedad frente al pasado. O en el otro extremo se inventen tesis
sin ningún valor científico. La Arqueología
y una larga actividad de científicos podría ahondar
en muchos aspectos que recién hemos empezado a evaluar. No
olvide que son cientos o miles de años ahí que en
las huellas arqueológicas se encuentran enterrados. Y no
sobra mencionar que si no existen políticas claras de defensa
y cuidado, la guaquería daría al traste con aquella
información de valor cultural y patrimonial que los ancestros
nos legaron.
D.M.: ¿Hizo usted otras investigaciones
de petroglifos?
G.A.: Claro, y muchas. La primera fue la
de Támesis y Titiribí. La Pintada y Venecia. También
en el sur, en Nariño, en el Cauca, y en Boyacá. El
viaje de mi experiencia ha sido largo, ruego que consulte las bibliografías
mías y comprobará. Pero no puedo dejar de mencionar
los trabajos en Urabá, en donde no hay presencia de petroglifos
pero sí una riqueza de evidencias muy importantes. Estas
si que me alegran bastante por el significado histórico a
partir del descubrimiento español de las tierras continentales.
Sobre el Valle de Aburrá he inspeccionado en distintos sitios:
Aranjuez, Santa Elena, Belén, San Javier, El Poblado, Envigado,
e Itagüí por supuesto, y habrán de pasar muchos
años hasta que la investigación sea más enriquecida
y reciba el apoyo y la financiación requeridas. Hay que mencionar
que he estado en todas las partes de Colombia en que ha habido trabajo
de arqueología por más de 50 años.
D.M.: ¿Por qué son tan importantes
los hallazgos de Urabá?
G.A.: Porque fue lo más espectacular
que hice en mi carrera arqueológica, y de lo cual aún
falta por publicar la segunda parte: es el descubrimiento del sitio
de fundación de Santa María de la Antigua del Darién,
primera Ciudad de América con aprobación del Rey Fernando
II el Católico, y a la que llegaron Vasco Núñez
de Balboa, Martín Fernández de Enciso, Alonso de Ojeda
y Francisco Pizarro, entre muchos conquistadores más, y en
donde se sentaron las bases para la primera Gobernación en
América continental, que inicialmente se denominó
Nueva Andalucía y posteriormente, después de Pedro
Arias Dávila, pasó a llamarse Castilla de Oro, y que
llegó a ser el crisol en dónde se preparó la
mayoría de los conquistadores de América en la campaña
de exterminio de los aborígenes de las Antillas, y particularmente
los del norte de Colombia, como así los habitantes de centro
América precolombina. Posteriormente, a Santa María
de la Antigua del Darién que llegaron y permanecieron por
motivo de su empresa: Bernal Díaz del Castillo, Diego de
Almagro, Fernández de Oviedo, Hernando Soto, Pedro de Alvarado
y Ampudia, Juan Sebastián Elcano, Sebastián de Belalcázar,
Hernán Cortés, Enrique de Colmenares, y muchos más,
y a dónde llegó el primer Obispo de Tierra firme,
Juan de Quevedo, incluso el padre de la Casas. Prácticamente
fue allí en donde se consolidó la empresa del inmenso
horror que significó la conquista de América, de sus
aborígenes y de donde salieron los más variados planes
para invadir el nuevo mundo y hacerse a su oro, plata, perlas y
tierras.
D.M. ¿Volviendo a Itagüí,
se dieron a conocer estos avances arqueológicos a la Alcaldía
de este Municipio?
G.A.: Claro. A raíz de aquella prospección
se propuso que la Administración de Itagüí de
aquella época, declarara aquella zona de los petroglifos,
un Parque Arqueológico. Cuestión que se acogió,
incluso se instalo una placa conmemorativa a los primeros pobladores
de este sitio. Además, se determinó dar tratamiento
arqueológico y de patrimonio cultural al sitio del Rincón
Santo. Ahora el asunto es diferente: las autoridades locales deben
intervenir estos patrimonios, deben preocuparse por ellos. Leyes
recientes y Decretos complementarios de la Ley así lo demandan.
Ya no hay que ir a pedirles a las autoridades que hagan ésto
u aquéllo con el patrimonio cultural. La cultura patrimonial
es de la nación y de los municipios o las ciudades, por tanto
no pueden las autoridades desentenderse de él. La Constitución
Política del 91: en los Art. 63 y 72; y la Ley 397 de 1997
y el Decreto 833 de 2002, reglamentario de la Ley, que dejan dicho
expresamente: "el deber de proteger las riquezas y los patrimonios
culturales". En este sentido, puede consultarse también la
Ley 163 de 1959. El Decreto 264 de 1963 y el Decreto 522 de 1971.
Y aún el Código de Policía. Este edificio de
normas jurídicas compromete a las autoridades civiles y policiales
a niveles municipales, departamentales y nacionales.
D.M.: ¿Los petroglifos están
bajo factores de riesgo?
G.A.: Claro que sí y mucho. Algunos
petroglifos de Itagüí han sufrido el intento de regrabación
cosa funesta, para ello se ha empleado instrumental moderno y con
punta, diferente con el que originalmente se utilizó para
realizarlos, es decir, sin punta, esto es lamentable. Particularmente,
uno de ellos en la Loma de los Zuletas, quizás el más
grande que conocimos por allá en 1968, en algunas partes
evidencia este atentado. Sin embargo, y a pesar de la dureza de
la roca, es claro que así no se deben intervenir. Otro factor
lamentable es el daño que causan los agentes atmosféricos
que también son ocasión para que se afecten. O que
por estar a la intemperie las lluvias los erosione, descascare y
corrompa sus tallas visibles, o que les pongan dinamita, como ya
sucedió a alguno, según cuenta la gente del sector.
Sin unos cuidados a estos petroglifos, creo que no perdurarán
por muchos años más.
Hay que protegerlos de los agentes atmosféricos
que los van borrando o que sobre sus líneas incisas van contribuyendo
a que desaparezcan. Uniendo líneas a otras líneas,
y vayan cambiando lo que originalmente estaba escrito. Este caso
ya se evidencia también; hay una piedra grabada que fue afectada
con pintura de aceite en aerosol; alguien le roció pintura,
ahora retirarla es supremamente delicado. Se tiene siempre el riesgo
de que a cualquier otra persona se le ocurra hacer cualquier cosa
insospechada a una de estas piedras, como llevarse una para la casa
o volverla mercancía para la venta, o viéndola objeto
que estorba para hacer una habitación o un camino, entonces
la destruya a golpe de almádena, como ya ha pasado también.
D.M.: ¿Desde cuando está vinculado
a la Universidad y particularmente a la antropología?
G.A.: Creo que desde finales de la década
de los años treinta. Figúrese que empecé bachillerato
siendo ya un hombre de 19 años, ingresé a estudios
superiores con Paul Rivet, el padre de la Antropología y
desde más o menos desde el 43 empecé a ser profesor
del liceo antioqueño. Y luego de la Universidad, y desde
entonces, ya van a ser 60 años, en que he estado vinculado
con la Universidad de Antioquia, el Museo Arqueológico y
las comunidades científicas de boletines y publicaciones
especializadas que se han propuesto y que por la labor de antropología
uno debe sumarse.
D.M.: ¿Ha realizado otras investigaciones
en el Valle de Aburrá?
G.A.: Por supuesto. Las formidables investigaciones
realizadas en Guayabal. Ha sido fabulosa esta parte del descubrimiento
de buena información prehispánica en nuestro Valle
de Aburrá. Allí se adquirió invaluable evidencia
y reconstrucción de datos de información preciosa
sobre nuestro Valle. Gracias a que un constructor informó
el hallazgo de una tumba por los lados de el Club El Rodeo y de
la cual se sustrajo un muy interesante tesoro arqueológico
para Medellín y para Antioquia. De aquella tumba hay mencionar
algo muy importante: numerosas piezas vieron la luz después
de cientos de años. Evidencias representadas en husos del
arte textil de la época prehispánica, cuantiosos y
bien conservados. En el curso de muchos años no había
existido absolutamente casi nada de evidencias prehistóricas
del Valle de Aburrá. Pero a partir de ese hallazgo, se ha
podido avanzar considerablemente en el estudio de la historia del
Valle, y gracias a la arqueología ya el material va revelando
una información que ignorábamos. Yo ya no estoy participando
de esto por mi edad, pero creo que hay varias personas como instituciones
trabajando en ello seriamente.
D.M.: ¿Ha sido comprobada la información
que usted ha investigado?
G.A.: Considero que sí. No en vano
he sido gestor y promotor de la disciplina científica en
nuestra ciudad y el departamento, y he sido reconocido en el País.
De ello hablan los textos, las conferencias y la infinidad de documentación
elaborada de la cual mucha está publicada. Además,
la existencia de numeroso material listo para publicarse, y que
no puede ser el embeleco de un chiflado o una comunidad de chiflados,
todo esto ha sido una labor lenta y de mucho trabajo siguiendo unos
parámetros científicos establecidos.
D.M.: ¿Volviendo al tema de Urabá,
cómo supo lo de Santa María La Antigua del Darién?
G.A.: Un chalupero, Francisco Mosquera, un
negro de unos cincuenta años de edad, que había estado
observando como realizaba la labor arqueológica de rescate
en un solar de casa de Turbo, me dice: "he oído de mis padres
que a la vez lo escucharon de sus abuelos, y lo mismo que lo oyeron
de los suyos y así de sus abuelos, que cerca del río
Talena, antiguamente hubo una ciudad muy grande, y que se ofrecía
a llevarlo si quería, pero a condición de que le ayudara
a traer unos marranos". Y así se hizo. Cruzamos el Golfo
de Urabá en una chalupa y ahí mismo en medio del sitio
descubrí un basural, cuestión que no fue difícil,
y se encontré artefactos y utensilios hispanos dejados hace
cinco siglos, los cuales puse en la mochila y dando la espalda me
vino con el costeño ayudándole con los marranos. Luego
regresé a la Universidad de Antioquia. Las evidencias fueron
analizadas con otros profesores y constatamos que estos artefactos
efectivamente eran la primera evidencia española dejada en
América, que entre 1510 y 1524, en el sitio exacto en dónde
estuvo la primera ciudad de Tierra Firme, sitio en que levantaron
dicha ciudad. Estos tiestos de vasija y clavos castellanos, hoy
en día reposan en el Museo Arqueológico de la Universidad
de Antioquia y se constituyen en la primera evidencia de Santa María
de la Antigua del Darién. A partir de ese momento con aquel
trabajo se dio inicio a una nueva era de la Antropología
en Colombia.
D. M. ¿Qué lo ha animado a lo
largo de la carrera?
G. A.: Una pasión irresistible por
el estudio, la indagación y el encontrar explicación
adecuada a tanta información oculta en nuestra patria y en
nuestro terruño. Descubrí el estudio ya siendo un
adulto y desde entonces me fue imposible desentenderme de andar
interesado por mi ciencia y la labor que con ella se puede ofrecer
a la sociedad y a la historia. Jamás me ocupé en otra
cosa que no fuera el develar mitos y leyendas, caminos y vestigios,
memoria de los orígenes y el desarrollo del hombre americano
al paso de los siglos. Mire, nunca es tarde para empezar a indagar.
En cuestiones históricas y antropológicas falta pero
mucho por hacer e investigar nuestra patria. Lo más importante
de todo será las ganas de trabajar. Trabajar no sólo
por y para encontrar respuestas, sino para disfrutar el andar buscándolas.
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Al final de la entrevista, el profesor Graciliano
advirtió que algunos antropólogos vienen trabajando
el Valle de Aburrá, así como muchos estudiantes recientemente
graduados y que él quisiera que fueran más. También
celebró que el interés subsista puesto que con ello
se está contribuyendo al patrimonio cultural nacional y al
rescate de la riqueza atávica oculta en evidencias arqueológicas.
Para despedirse dijo: no hay o no conozco Arcilas de arriba, solo
existen los de abajo; hombres y mujeres, sencillos luchadores, que
como yo se han propuesto contribuir al bagaje y riqueza cultural
del absorto país, que aún vaga sin destino por falta
de identidad y pertenencia, de admiración y estima.
Colaboracion especial de David
Mejía Peláez para Rupestreweb, (Itagüí,
Agosto- Noviembre de 2002).
¿Preguntas,
comentarios? escriba a: rupestreweb@yahoogroups.com
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