Expresiones rupestres:
su relación con la astronomía y otras disciplinas
La observación de la naturaleza fue indispensable para lograr la sobrevivencia de todos los grupos humanos en cualquier parte del mundo. Desde los albores de la civilización los antiguos pobladores se hicieron expertos en diversas disciplinas como la astronomía, botánica y cacería. Tras una breve investigación en algunos sitios del municipio de General Cepeda, Coahuila se concluye que: Las rocas indican que los periodos equinocciales o de solsticio duran alrededor de 93 días; las formas de expresión dominantes son astronómicas; las representaciones de plantas forrajeras y de partes botánicas es significativa, y posiblemente practicaron siembras de vegetales incipientemente en forma estacional o periódica.
La
información de este documento está enfocada a las localidades "El Gabillero"
y "El Mogote", comunicadas por una terracería y con una distancia
entre ambas de 9 kilómetros, en el municipio de General Cepeda, en Coahuila,
México. Sus pobladores se dedican, entre otras actividades, a la agricultura de
temporal, huertos de nogal y vid, caprinocultura, elaboración de ladrillos de
adobe, y a la extracción de la fibra de la lechuguilla. En las cercanías
adyacentes de estos pueblos existe un alto contenido de arte rupestre, donde
hasta la fecha no se han efectuado investigaciones científicas, como en el caso
de Boca de Potrerillos, en Mina, Nuevo León.
En “El
Gabillero” está la terminación de una loma baja con alturas variables entre 2 y
5 metros, con ubicación oriente-poniente, compuesta de sobresalientes rocas;
algunas de dimensiones considerables en tamaño y peso; existiendo en ellas
evidencia de arte rupestre que se extiende en un área de alrededor de un
kilómetro. Dicha loma es componente geológica y geográfica de la Sierra de la
Lagunilla, de 1600 metros sobre el nivel del mar, extendida a kilómetros al
poniente y comunicada con la Sierra de la Cuchilla y, en frente al norte de
ésta elevación, separada a 2 kilómetros de distancia, está la Sierra de
Narigua, dividida por un puerto o boca donde existen impresionantes
concentraciones de petroglifos en ambos lados de ésta sierra. Ahí están
asentados los pueblos de “El Mogote” y “Narigua”.
EL GABILLERO
La mayor
parte de las rocas de esta zona están decoradas con diversos motivos de interés
cultural, indispensables para los antiguos pobladores. Tales motivos formaron
parte de su cosmovisión y fueron esenciales para su supervivencia. Además,
estos tableros, tenían su función como métodos de comunicación en general para
atender a la población, y fueron “escuelas” arcaicas donde se transmitían los
conocimientos de generación en generación.
Los
motivos rupestres de ésta zona son figuras geométricas abstractas, difíciles de
entender para nosotros, de tendencia naturalista, relacionados con la flora,
donde aparecen plantas cactáceas como el peyote, de uso ritual; y figuras
esquematizadas de pitayas columnares de porte bajo, usadas como alimento;
además de dibujos de la fauna con la que estaban en contacto, pues hay huellas
de oso, venado, y figuras de serpientes (Fig. 1); dibujos antropomórficos
relacionados con el chamanismo; tinajas trabajadas que funcionaban para captar
agua del cielo que, según Álvarez Asomoza1, al considerarse agua
“virgen” por no estar en contacto con el suelo, era empleada por los curanderos
en sus rituales. Otra función de éstas tinajas era la de procesar plantas,
moliendo sus granos, frutos y semillas. Cabe mencionar la reducida existencia
de imágenes de puntas de flecha.
1. Carlos Álvarez Asomoza, Los hongos
sagrados de Teotenango, Estado de México, Revista Arqueología Mexicana, N°59,
Editorial Raíces/Instituto Nacional De Antropología e Historia, 2003.
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Figura 1.- Motivos de Fauna.
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“La
descripción simbólica de ciertas plantas y animales era sagrado en una sociedad
arcaica, distinguiéndolos como energías específicas y diferenciadas de las
otras. El hombre antiguo no se siente aislado en la naturaleza, ni pretende ser
su propietario. La fauna, flora, piedras, ríos, lagos, lluvias constituyen
parte de su ser. Igualmente lo es el firmamento, sus épocas y los ciclos
naturales de vida, muerte, y resurrección ejemplificados por las estaciones”.
Federico
González2
2. Federico González, Símbolos
precolombinos: Plantas y animales sagrados, Cap. XVI, Ed. Obelisco, Barcelona,
1989.
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Los motivos
dominantes de este sitio son los relacionados con fines astronómicos. La
ciencia de la astronomía es tan antigua como la misma humanidad y, desde
tiempos remotos, el hombre se especializó en la observación del cielo, así como
en otras disciplinas, alcanzando resultados altamente satisfactorios. Los
eventos astronómicos fueron registrados a través del tiempo, producto de miles
de años de observación, estableciendo calendarios regidos en riguroso análisis
de lo que se contemplaba constantemente en el cielo. Tales manifestaciones de
patrones estelares están asociadas a cuentas numéricas. Sobresalen los “soles”
(Fig. 2); concentraciones de círculos sencillos; círculos concéntricos;
círculos en forma de cadena, y otros seccionados a la mitad, formándose en
ellas las fases lunares de cuarto menguante y creciente; figuras en formas de
arcoíris y expresiones de posibles tormentas de lluvia en el horizonte.
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Figura 2.- Enlace de dos conceptos de la naturaleza.
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Destacan dos
conjuntos de rocas, separadas por una distancia de 300 metros, indicadoras de
eventos astronómicos. Ambas muestran una cuenta numérica de 93 puntos,
relacionados con los episodios de los equinoccios y solsticios, donde cada
punto representa un día. Entre equinoccios y solsticios existe una separación
aproximada entre 91 y 93 días. Es decir, los antiguos se daban cuenta, gracias
a la observación de los cambios climáticos y a las reducciones o ampliaciones
de las horas donde el sol ilumina la tierra, que el solsticio de invierno iniciaba
entre el 20 y 22 de diciembre y después de tal cantidad de tiempo sucedía el
equinoccio primaveral.
Éstas rocas fueron
sujetas a transformaciones gracias a un alto grado de creatividad artística,
estableciendo en ellas un observatorio astronómico donde se muestra un
calendario solar con alta funcionalidad, registrando, así, el movimiento
natural del sol, y de esta forma establecían adecuadamente sus movimientos de
sobrevivencia, tales como migraciones, caza, y cosechas; además de regular sus
festividades religiosas. La primer roca (Fig. 3) exhibe dibujos que miran al
oriente, presentando círculos conectados; círculos enlazados en forma de
cadena; y otros seccionados a la mitad, representando las fases lunares; y
otras figuras estilizadas, que bien representan también las fases lunares, pero
asociadas a otras figuras que pueden ser el Arroyo Patos y las serranías, junto
con una cuenta de 93 puntos.
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Figura 3.- Roca decorada con círculos y una cuenta
numérica.
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La segunda
evidencia es un grupo de rocas independientes, amontonadas o unidas entre sí (Fig.
4). Aparentemente, en sus caras, muestran el movimiento de los astros,
principalmente el sol, destacando dos grandes figuras unidas por una línea
labrada en la roca. La distancia entre ambas figuras es de un metro (Fig. 5).
El “sol” superior está tallado en el filo de la roca, abarcando ambos lados de
la misma. Lo interesante de este “sol” es que reproduce lo que un observador
terrestre contemplaría en el horizonte tanto en el amanecer como en el ocaso;
es decir, la parte del dibujo que apunta hacia el oriente es representativo del
sol naciente, mientras la parte occidental de la figura, durante el equinoccio,
es iluminada por los últimos rayos solares del atardecer.
El “sol” que está
en la parte inferior, posiblemente representa el solsticio de invierno. Se
necesita investigación para aclarar esto, ya que éste dibujo solar tiene una
disposición diferente en comparación con su similar. ¿Por qué fue tallado así?
Si los rayos solares señalan directamente a éste dibujo durante el solsticio de
invierno, se tendrán más elementos de juicio.
En ésta segunda
evidencia sobresalen tres cuentas numéricas con longitudes mayores a un metro,
realizadas con puntos de aproximadamente tres centímetros de diámetro, muy
vistosos y bien elaborados. La cuenta ubicada en la parte superior muestra 18
puntos dispuestos en una orientación norte-sur, mientras que en la parte
inferior están dos cuentas horizontales con orientación oriente-poniente. La
mayor de estas líneas horizontales, ubicada debajo de la menor, tiene 43
puntos, mientras la otra tiene 32. La hipótesis planteada es que la línea
ubicada en la parte superior, la de 18 puntos, expresa una función en el
firmamento, donde posiblemente marca el solsticio de verano, en el cual el sol
alcanza su punto más alto durante el medio día sobre el Trópico de Cáncer (en
el hemisferio norte), proyectando, también, su luz sobre la tierra durante más
horas y, a partir de ese punto, hacer su viaje hacia el sur, situación de que
los antiguos pobladores, siendo gente muy observadora, se daban cuenta.
Sobresale también,
de manera increíble, el enlace de más conceptos, integrados en total armonía
con todas las observaciones. Es decir, se aplicaron inteligentemente las
simetrías geométricas formadas por los efectos de luz y sombra que se forman en
la oquedad o nicho de la roca, propiciados por el movimiento del sol en la
fecha equinoccial, y los grabados dentro de la misma, pues ambos muestran
similitudes sorprendentes, ya que, al pasar el sol al mediodía, se forma un
efecto de luz, producto de la abertura que está arriba de la formación rocosa,
que aparenta haber sido tomado como modelo para cincelar los puntos y líneas (Fig.
6). El resto de los motivos posiblemente también sean producto de los efectos
de luz y sombra en fechas muy especificas, e igualmente incorporados en los
trazos decorativos de ésta roca.
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Figura 6.- Similitudes geométricas entre los efectos de
luz y sombra, y la figura formada
entre los puntos superiores y la curvatura de
la raya.
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El Mogote
En la Sierra de
Narigua existe un alto caudal informativo de mensajes tallados en las rocas por
la mano del hombre antiguo. La mayoría son de índole astronómico, como soles;
lunas; símbolos de orientación; figuras cruciformes con bordes redondeados,
representativos de Venus; círculos conectados o sencillos; destacando figuras
abstractas, y geométricas, tales como triángulos, cuadros, y rombos. Escasean
las figuras de huellas zoomorfas, distinguiéndose solamente unas pocas huellas
de venado. Existen también cruces cristianas con algunas figuras humanas,
elaboradas por los misioneros españoles en su labor de evangelización.
Existe una
considerable cantidad de figuras relacionadas con el sol. Es notoria la
variabilidad en tamaño, acabado, y técnica. Los círculos concéntricos presentan
las mismas características que el sol, habiendo desde sencillos hasta muy
elaborados, y su abundancia es notable. Aunque predominan los motivos
estelares, existe una gran cantidad de figuras fitomorfas, tales como flores,
tallos, y posiblemente frutos dibujados en forma esquematizada. Los más
realistas exhiben espigas, y otras pueden ser plantas gramíneas por la
disposición de las hojas, y son frecuentes las imágenes del cactus de peyote
(Fig. 7).
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Figura 7.- Motivos fitomorfos.
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Al recorrer éste
amplio entorno, llama la atención la presencia de muchos tableros que muestran
cuentas numéricas de puntos acomodados sistemáticamente, algunos de 29, 30, 58,
66, 92 y 120 unidades, y están correlacionadas con cuentas de un mes sinódico
(o lunar), mes y fracción, o varios meses, según sea el caso o variable (Fig. 8).
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Figura 8.- Rocas talladas con cuentas numéricas. Una de
ellas son 30 flechas estilizadas;
la otra tiene 2 cuentas de 92 y 120 puntos
asociada con otros símbolos.
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La relación con la astronomía y otras disciplinas
El sol es embajador
de luz, calor, y vida en la naturaleza, representando el ciclo de vida, muerte
y resurrección, pues nace cada día al amanecer y muere al atardecer, mismos
eventos que se repiten en una escala mayor en las fechas de cambio estacional:
los equinoccios, y los solsticios. El solsticio de invierno marca el día con
menos horas-luz en el año y, a partir de ahí, se va incrementando gradualmente
la luz, llegando a su máximo en el solsticio de verano. Estos eventos eran
vistos por los antiguos como un renacimiento del sol y la energía vital en la
tierra, dejando atrás el ocaso del otoño. Al empezar la primavera se inicia la
renovación de la naturaleza, tiempo de vida. Los vegetales reviven, floreciendo
y naciendo sus retoños. La recolección de frutos se repetirá, asegurándose la
alimentación y la sobrevivencia. Estos eventos regulaban las fiestas que hacían
estas gentes como agradecimiento a los dioses, reuniones para convivir en
armonía, elevándose el espíritu humano.
El respeto por el
cielo y su contenido son aspectos presentes en todas las civilizaciones en
desarrollo3. El movimiento cíclico del sol, y del nacimiento y ocaso
daba a los antiguos habitantes seguridad y orden, propiciando estabilidad como
apoyo en su inteligencia, rigiendo todos los aspectos culturales. La
recolección de las plantas, la cacería, y festivales importantes se podían
señalar efectivamente por medio de un calendario celeste.
3. Anthony F. Aveni, Observadores del
cielo en el México antiguo, Fondo de Cultura Económica, 1974.
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Una de las
actividades humanas que ha fomentado la curiosidad científica es la observación
del cielo desde tiempos muy remotos4. El sol es el astro más
brillante y más conocido al cual se ha estudiado su movimiento e identificado
como deidad. La luna es el astro más brillante en la noche y no parece haber
alcanzado la misma importancia que el sol; no obstante, también fue deificada,
y fue registrada la observación de sus fases. El tercer objeto celeste de mayor
brillantez es el planeta Venus, tanto que para los mesoamericanos fue de
excepcional importancia y se le llamó “La Gran Estrella”. Cabe mencionar que
éste planeta, bastante luminoso en el firmamento, no fue de devoción exclusiva
de éstas culturas avanzadas, pues es frecuente encontrar cruces enmarcadas con
bordes redondeados en diversas localidades del noreste mexicano y en otros
localidades muy diferentes en tiempo y espacio.
4. Jesús Galindo Trejo, La astronomía
prehispánica en México, Instituto de Astronomía, Universidad Nacional Autónoma
de México, 1976.
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Sobre las líneas y
puntos, Murray5, 6 subraya que fueron empleados como agrupaciones en
las rocas por diversos grupos humanos aclimatados al desierto mexicano
norestense, caracterizados en la producción de petroglifos, y con un gran interés
en el cielo. El punto adquiere el valor de “un día” y expresa mayor frecuencia
en Norteamérica. Estas configuraciones petroglíficas constituyen un medio muy
común en lugares específicos, como las laderas de las montañas. La mayoría
tienen alrededor de 30 unidades y están asociadas con observaciones del
movimiento de la luna, contando los días de una fase a otra, es decir, el
registro de un mes sinódico, el cual tiene la duración de 29.53 días aproximadamente.
La observación de la luna y las estrellas les permitía programar sus
movimientos migratorios en la búsqueda de recursos alimenticios temporales y
aislados.
5. William B. Murray, Arte rupestre en
Nuevo León, Numeración Prehistórica, Cuadernos del Archivo n°13, Gobierno del
Estado de Nuevo León, 1987.
6. William B. Murray, Arte rupestre del
noreste, Colección La Historia en la Ciudad del Conocimiento, Fondo Editorial
de Nuevo León, 2007.
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La sociedad que
trazó estas figuras dejó un gran legado cultural de sus avanzados conocimientos
de la naturaleza, y las rocas dan testimonio de ello. Los eventos que ellos
lograron observar y plasmar fueron los cambios atmosféricos relacionados,
principalmente, con la temperatura y las horas-luz por día, como
identificadores de las estaciones climáticas. El sol, la luna, y las estrellas
son elementos que todos conocemos desde hace miles de años, pero ellos pudieron
entender mejor que nosotros su relevancia en un mundo vivo.
Cómo citar este artículo:
Arizpe Montemayo, Alejandro. Expresiones rupestres:
su relación con la astronomía y otras disciplinas.
En Rupestreweb, http://www.rupestreweb.info/expresionesrupestres.html
2014
REFERENCIAS
Carlos Álvarez Asomoza, Los hongos
sagrados de Teotenango, Estado de México, Revista Arqueología Mexicana, N°59,
Editorial Raíces/Instituto Nacional De Antropología e Historia, 2003.
Federico González, Símbolos
precolombinos: Plantas y animales sagrados, Cap. XVI, Ed. Obelisco, Barcelona,
1989.
Anthony F. Aveni, Observadores del
cielo en el México antiguo, Fondo de Cultura Económica, 1974.
Jesús Galindo Trejo, La astronomía
prehispánica en México, Instituto de Astronomía, Universidad Nacional Autónoma
de México, 1976.
William B. Murray, Arte rupestre en
Nuevo León, Numeración Prehistórica, Cuadernos del Archivo n°13, Gobierno del
Estado de Nuevo León, 1987.
William B. Murray, Arte rupestre del
noreste, Colección La Historia en la Ciudad del Conocimiento, Fondo Editorial
de Nuevo León, 2007.
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