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En algunas cuevas podemos encontrar muchos petroglifos distintos entre los que a veces difieren mucho, tanto la técnica de fabricación de las piezas como el tipo de representación que se crea con ellas. Lo mismo se puede decir de las pinturas, que generalmente vienen precedidas de petroglifos en la geografía de las cuevas. Hasta ahora queda en el baúl de lo desconocido la fecha de fabricación de cada tipo de diseño, qué grupo humano realizó cada uno de ellos y cuál era el significado preciso de todas las imágenes inmortalizadas en la roca, ya fueran pintadas, grabadas o incluso en algunas ocasiones, esculpidas. El gran reto que afrontamos los arqueólogos dedicados al estudio del arte rupestre es, precisamente, contestar a estas preguntas básicas. En este libro vamos a reflejar simplemente lo que a priori, pero a lo largo de muchos años y muchas cuevas visitadas, hemos podido observar acerca del arte rupestre de la República Dominicana. Además, vamos a centrarnos en una zona que destaca por la increíble riqueza que posee en el campo artístico rupestre: el Parque Nacional del Este y su zona de amortiguamiento. Durante el transcurso de estas páginas intentaremos dar al lector una visión lo más amplia posible de la belleza de los diseños que los antiguos habitantes de la vieja Quisqueya nos legaron en esta parte del país. Para ello hemos reproducido centenares de fotografías y las hemos acompañado de un texto sencillo donde modestamente pretendemos tratar de buscar algunas respuestas a las difíciles preguntas que nos sugiere el espectáculo del arte rupestre. Este trabajo no es un árido estudio científico. Es absolutamente un libro de divulgación, pero eso sí, novedoso en su contenido y muy serio y documentado en sus aseveraciones. En cualquier caso, como la mayor parte de lo que se dice está relatado sobre la base de las fotografías que se muestran reproducidas en estas páginas, cada cual puede jugar con sus conocimientos y su imaginación, y sacar las conclusiones que más apropiadas le parezcan. Nadie está en posesión de la verdad absoluta y los que nos consideramos arqueólogos, tampoco. En este libro no encontrareis notas al margen ni referencias directas sobre muchas de las aseveraciones que se incluyen. Esto se debe al carácter divulgativo del trabajo, ya que de estructurar el texto al modo de los estudios científicos, se perdería el ritmo y el carácter que mantiene el escrito. Espero contar con la confianza de quienes lo lean para que acepten que lo que se relata cuenta con el adecuado respaldo científico, tal como es la realidad. También debo hacer referencia al caso de que en una buena parte de las fotografías que se incluyen, los petroglifos están evidenciados mediante el uso de tiza, talco o harina. Esta técnica, según el actual sentir de la comunidad de estudiosos del arte rupestre, ya no se considera ortodoxa. Por ello debo advertir que la mayoría de los petroglifos que se muestran evidenciados ya fueron alterados en años pasados, y que otros se trabajaron en un momento en que este sistema se consideraba aceptable por los investigadores. Mi opinión al respecto en la actualidad coincide con el sentir general, y debo advertir a los lectores que si observan petroglifos no deben alterarlos de ninguna manera, ya que se ha comprobado que en el surco de los diseños se pueden encontrar partículas microscópicas, que son útiles para obtener fechas y otros datos que se perderían irremisiblemente si se remarcaran con tiza, carbón u otros métodos similares. Para quienes se sientan atraídos por el arte rupestre va también la advertencia de que las pictografías son sumamente sensibles y nunca deben ser manipuladas. Tocar una pintura es ponerla en grave riesgo de que desaparezca: tan frágiles son estas muestras del arte de nuestros ancestros. Si se han conservado hasta ahora se debe a que las condiciones de humedad y temperatura de las cavernas no han sido nunca alteradas y a que sobre ellas, debido a su aislamiento en recónditas paredes, no se han efectuado acciones que pudiesen destruirlas. Por ello es de la máxima importancia abstenerse de grabar inscripciones cerca de las pinturas, tocarlas o mojarlas con líquidos para hacerlas más visibles. Ni que decir tiene que el sustrato cultural que reposa enterrado en el suelo de las cuevas debe ser igualmente respetado, ya que es allí donde se halla la información que nos puede ofrecer datos sobre los autores de las representaciones de arte rupestre, su forma de vida, la edad de las pinturas, la fauna que convivía con aquellos hombres y tantas otras cosas. Solamente arqueólogos titulados pueden realizar excavaciones que sirvan para desvelar estos vestigios. Desgraciadamente, en la actualidad muchos buscadores de tesoros, extractores de murcielaguina y, lo que es peor, aficionados intrusos en el campo de la arqueología, destruyen con mucha frecuencia los estratos arqueológicos de las cuevas. Os exhorto a respetar siempre estos templos de la cultura y el arte que constituyen las cavernas: no hay oro en las cuevas dominicanas, ni siquiera es frecuente encontrar piezas arqueológicas de gran valor monetario, pero sin embargo los restos de huesos o carbón y los trocitos de cerámica son un tesoro de incalculable valor para la ciencia, que quedan completamente invalidados cuando se sacan de su contexto. CONCLUSIÓN La riqueza del arte rupestre de la República Dominicana resulta sorprendente tanto por la cantidad de yacimientos como por su calidad. El área del Parque Nacional del Este es una zona que representa un estilo propio de pintura con un valor simbólico y documental bien diferenciado del resto de los estilos con arte parietal presentes en el país. El centro ritual taíno más importante conocido hasta la fecha es la cueva de José María, la cual es, además, una de las cavernas ceremoniales con arte rupestre más impresionantes de todo el mundo, tanto por su simbolismo como por la cantidad de pinturas que atesora. La cueva de José María contiene más de 1,200 pictografías en su interior, sin contabilizar las manchas ni los trazos que a priori puedan corresponder al mismo diseño. Si los contabilizáramos, la cueva contendría alrededor de 3,000 pictografías. Los petroglifos son quizá los motivos rupestres más misteriosos. Sabemos que algunos de ellos pueden superar los 6,000 años de antigüedad, pues se han encontrado grabados en paredes que posteriormente quedaron cubiertas de sedimentos acumulados debido a la ocupación de las cuevas por grupos humanos, fechados en épocas muy tempranas. El gran enigma está en conocer quién los ejecutó, si fueron los mismos hombres que pintaron en las cuevas o si estos ya encontraron los petroglifos en las bocas de las cavernas cuando decidieron pintar en su interior. Probablemente se den ambos casos simultáneamente. Parte de los petroglifos pudieron realizarlos los mismos pintores y es fácil que se inspiraran en petroglifos muy antiguos que encontraron cuando llegaron a esta isla. En cualquier caso, esperamos que la dedicación de los arqueólogos y el tiempo nos dé la clave que resuelva definitivamente este enigma. Aún queda mucho por estudiar en este apasionante campo de la arqueología. El Parque Nacional del Este se encuentra casi inexplorado, pues la dificultad del acceso a grandes areas en su interior ha mantenido hasta el momento sus secretos celosamente guardados a los investigadores. Posiblemente conforme se avance en el conocimiento de su extensa superficie obtendremos datos que nos sorprenderán, como los que en su día nos ofreció la cueva de José María y más recientemente la de Ramoncito.
EL AUTOR Adolfo López Belando es arqueólogo, licenciado en Geografía e Historia por la Universidad Complutense de Madrid. Desde hace once años reside en República Dominicana, donde ha realizado importantes estudios sobre la cultura taína. Sus trabajos se han centrado principalmente en el arte rupestre localizado en las cavernas del país y en la investigación del antiguo calendario taíno. Su consideración de investigador adscrito al Museo del Hombre Dominicano, asesor honorífico del Faro a Colón y miembro del Patronato del Parque Nacional del Este, avala la categoría de los trabajos que ha realizado durante los diez últimos años en el campo de la arqueología de República Dominicana. También es miembro del ICOMOS, el ICOM y el Instituto de Derecho Ambiental de República Dominicana. Fue responsable de la preparación del documento que el Estado Dominicano remitió a la UNESCO para solicitar la proclamación del Parque Nacional del Este como Patrimonio de la Humanidad, y durante el presente año 2003 ha sido galardonado en Italia con el prestigioso Premio Rotondi a los Salvadores del Arte, en reconocimiento a sus labores de investigación, protección y promoción del arte rupestre del Parque Nacional del Este. Actualmente, realiza las funciones de asesor de cultura, medio ambiente y ecoturismo de la prestigiosa Asociación de Hoteles Romana-Bayahibe.
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