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A estos esfuerzos le sigue por su importancia la documentación morfológica realizada por el Dr. René Herrera Fritot, también en la Cueva No. 1 de Punta del Este, elementos de la cual se publicaron de forma sistemática durante los años 1938 y 1939 (Fritot, 1938a, 1938b, 1938c y 1939). Tanto la documentación de Ortiz como la
de Fritot presentan rasgos propios que las confrontan; sin embargo, hoy no es
posible realizar ninguna acción para conciliar datos y rasgos de este
patrimonio, debido a la controversial restauración realizada en los años 60 del
siglo pasado a la inmensa mayoría de los diseños de esta localidad. Tan es así,
que el famoso diseño laberíntico (figura 2), descrito por Ortiz, nunca ha sido
encontrado en la localidad: ¿nunca existió o fue mal interpretado y destruido
antes o durante la restauración? Interrogantes como estas son ya en la
actualidad imposibles de esclarecer.
1.En algunos de
estos trabajos han participado fotógrafos de la talla de Raúl Corrales y Alberto
Korda.
Figura
4. Aplicación del método de calco directo sobre las imágenes rupestres
utilizando
En 1986, se celebró en la Habana el
Primer Simposio Mundial de Arte Rupestre. En esa oportunidad visitó nuestro
país el destacado investigador y profesor uruguayo Mario Consens, que en una de
sus varias intervenciones durante las sesiones del evento presentó a los
delegados los resultados por él obtenidos en la documentación gráfica de
diseños rupestres por medio de la toma fotográfica de imágenes estáticas con
película diapositiva (slider), donde cada exposición se toma con un filtro de
color distinto, seleccionado según las características de cada diseño rupestre.
Con posterioridad, cada slider es proyectado consecutivamente sobre una
superficie de papel, donde se va copiando la imagen obtenida con cada filtro,
dando por resultado una figura compleja y detallada del diseño que en ocasiones
no es ya perceptible al ojo humano.
Dicho método se conoció en nuestro país
como el “Método Consens”, y un grupo importante de investigadores lo utilizó en
sus trabajos de campo. Desgraciadamente, pocos dejaron evidencia de su manejo, entre
ellos dos casos en los que fueron presentados resultados obtenidos por este
método: primero, un compendio de trabajos realizados por el Grupo Espeleológico
“Norbert Casteret”, publicados en el número tres del Boletín NC, del año 1986;
y el trabajo “Los petroglifos sobre ahumado. Contraposición de cuatro técnicas
en el Sistema Cavernario de Constantino, Viñales, Pinar del Rio” (Gutiérrez, et.
al., 1995), presentado al Congreso Internacional 55 Aniversario de la Sociedad
Espeleológica de Cuba.
Hasta
aquí los hitos más importantes en la de documentación y recuperación gráfica
del arte rupestre cubano durante el siglo XX. En general, se puede decir que se
caracterizó por el uso de la técnica del dibujo, primero a mano alzada y luego
por medio del calco; y la fotografía –que en principio fue solo
testimonio gráfico y con posterioridad se convirtió en herramienta de registro–.
No es hasta principios de los años 80 de ese siglo, con la introducción del
método Consens, que la documentación del arte rupestre cubano se realiza a
partir de criterios técnicos que permiten mejorar la calidad de la información
visual que se obtiene. Por su parte, la selección de datos en el entorno se
limitó en la mayoría de los casos a la determinación del sustrato de realización,
la altura sobre el piso y las distancias entre signos vecinos.
Con ese antecedente como motor impulsor –de
una visión mucho más abarcadora que la sostenida durante toda la centuria
anterior–, se produce la entrada de los años 2000, momento idóneo para
que un grupo no despreciable de noveles y no tan noveles investigadores trabajen
en la revisión de esquemas teóricos, conceptos, métodos y procedimientos de los
estudios del arte rupestre cubano; generando una corriente teórica que
considera, entre otras líneas: que el arte rupestre constituye una parte
inseparable del registro arqueológico, por lo que forma parte de la base o
evidencia material asociada; que el simbolismo presente en nuestra gráfica
rupestre es un elemento dependiente de la estructura de la sociedad que lo
ejecutó, lo que nos asegura poder realizarnos preguntas relacionadas con la
utilidad social del arte rupestre y su ejecución como actividad social
(Fernández, et. al., 2009: 117).
Es sin duda la era digital la que mayor impacto ha tenido en el
desarrollo de métodos, procedimientos y técnicas de observación, documentación
y recuperación gráfica del arte rupestre en la última década del siglo XX y la
primera del XXI. La aparición de la fotografía digital y de sus posibilidades
tecnológicas ha permitido ir mucho más allá y superar sustancialmente los
exámenes visuales y la fotografía convencional del arte rupestre. De hecho, el
manejo de las imágenes ha permitido la lectura de códigos digitales; la
realización de calcos electrónicos; la identificación de detalles que no son
detectables visualmente; o elaborar cálculos algorítmicos que, sobre lenguajes
automatizados, son capaces de reconocer los códigos digitales que ofrecen los diferentes
tipos de colorantes y tonos empleados en un diseño rupestre, y realizar, por
ejemplo, evaluaciones de tonos, faces, superposiciones, etc. Tales datos tienen
grandes implicaciones en la recuperación de información gráfica o morfológica,
dando importantes elementos para la reconstrucción arqueológica; pero que sobre
todo, al ser estos datos recuperados y analizados, permiten, entre otros elementos,
una correcta interpretación de los grados de afectación, niveles de
conservación e inmediatez de las acciones de protección y conservación en los
distintos yacimientos o estaciones. Un ejemplo mundialmente famoso del
desarrollo de los procesos de documentación gráfica lo constituyó el resultado
obtenido en la estación española Cueva de Maltravieso, donde la supuesta
mutilación de las manos representadas –hipótesis
aceptada históricamente– tuvo que ser desestimada, al demostrarse que no
era más que el resultado del proceso de cubrir con pintura el espacio que
habían ocupado en el dibujo original algunos de sus dedos (Sanchidrian-Torti,
1988-89: 127).
En
general, se puede establecer que los procedimientos observacionales de documentación
y recuperación gráfica en el arte rupestre cubano comenzaron a insertarse en
las tendencias contemporáneas a partir del procesamiento digital de la
fotografías obtenidas en las décadas de los años 60 y 70 del siglo XX, que
fueron sometidas a un escaneo de alta resolución, para luego ser filtradas bajo
un criterio de texturizado, mediante el programa Acrobat Fotoshop 7.0. Los
primeros resultados en este sentido trataron sobre el arte rupestre de la Cueva
de Matías, Sierra de Cubitas, Camagüey, y fueron presentados en el Congreso de
Antropología y Arqueología Fernando Luna Calderón, celebrado en la ciudad de
Santo Domingo, del 10 al 14 de octubre del 2006 (Fernández, et. al., 2008).
Este
procedimiento pionero para Cuba, aplicado en la Cueva de Matías –donde, según
las reproducciones de Núñez (1975: 412-421) y Guarch (1987: Lám. 11), existían varios
diseños antropomorfos con colas, interpretados por ellos y otros autores como
un símbolo totémico de nuestros
aborígenes, algo repetido durante 30 años por todos los investigadores
nacionales–, permitió
demostrar, mediante el procesamiento digital de las imágenes, que en el dibujo
rupestre de dicha cueva es imposible identificar la presencia de colas en
ninguno de los diseños antropomorfos (Fernández, et. al., 2008: 364).
Más recientemente, fue introducido en
nuestro país el módulo o extensión de aplicación Decorrelación Stretch
(DStretch), para el software ImageJ; herramienta desarrollada y descrita por el
Dr. John Harman, para uso exclusivo sobre pinturas rupestres, que permite que
se manejen imágenes de alta resolución con una fluidez de trabajo que opera
cualquier archivo de imágenes, como JPG, TIF, PNG, RAW, por medio de la extensión
GIF. Además, tiene la particularidad de correr en cualquier sistema operativo:
Linux, Windows, Mac OS X, y por otra parte, al estar ImageJ y su código en
lenguaje Java, disponible de manera gratuita en Internet, sin requerir de
licencia para su uso, está garantizado el acceso de los investigadores a la
herramienta base del sistema. Estas características hacen del software un instrumento
muy conveniente para el usuario (Gutiérrez, et. al., 2009: 2).
Figura 5. Pictografías realizadas en rojo en la Solapa
de la Vaquería, Pinar del Rio.
Los trabajos realizados en la primera de
estas estaciones, para la recuperación gráfica de su arte rupestre bajo este
método, demostraron su eficiencia y eficacia en las condiciones de Cuba, al
permitir identificar un importante número de irregularidades en los registros
gráficos que existían de sus diseños, y trayendo por consecuencia su extensión
a las otras localidades mencionadas. También son significativos los resultados
de la Cueva de la Pluma, en Matanzas, donde además se desarrolló todo un
proyecto de recuperación por medio de la fotografía y su estructuración para el
DStrech, lo que significó la colaboración de un grupo importante de colegas de
reconocido prestigio en fotonaturaleza, con el propósito de lograr la
calibración de las tomas, lo más cercanas a la iluminación natural, condición
idónea para la aplicación del método según recomendaciones de su autor, que han
sido comprobadas por nosotros en su aplicación. Los trabajos han permitido,
entre otros resultados, la identificación de dibujos de manos en color rojo, en
su forma positiva (figura 6), tema desconocido para esta estación y muy poco
recurrente para el arte rupestre cubano (Gutiérrez, González, Crespo y
Hernández, en preparación).
Figura 6. Pictografía realizada en color rojo por la
impresión positiva de una mano,
Dentro de todo este proceso de desarrollo, el año 2009 jugó un papel
importante en la revisión de procedimientos anteriores, mediante el uso de
tecnologías de avanzada. Un caso singular en este sentido son los resultados
obtenidos por investigadores del Grupo Cubano de Investigaciones del Arte Rupestre
(GCIAR), en la definición correcta de la morfología del petroglifo de la Cueva
de Waldo Mesa, Holguín, publicados recientemente (Fernández, et. al., 2010).
Este diseño del arte rupestre cubano había sido reproducido gráficamente en
seis oportunidades, cuatro de las cuales no se ajustaban en absoluto a la morfología
original de la pieza (figura 7), llegando en ocasiones hasta asignarle rasgos
totalmente ausentes (ojos grano de café), pero con una importante implicación
estilística y cultural.
Figura 7. Imagines publicadas hasta hoy del
Petroglifo de la Cueva de Waldo Mesa, Banes, Holguín, Cuba. (A) García (1941:
21) y Rouse (1942: 91); (B) Núñez (1975: 303);
Finalmente, el último intento de desarrollar procedimientos
observacionales de documentación y recuperación gráfica para el arte rupestre
cubano, abarcadores tanto en la praxis como en la teoría, es el trabajo “Por la
ruta del agua en la Punta de Maisí, Guantánamo, Cuba. Un estudio de
funcionalidad en el arte rupestre” (Fernández, et. al., 2009). Esta
investigación logró interrelacionar y cohesionar resultados disímiles,
obtenidos por documentación fotográfica, fotointerpretación aérea, sistemas de
información geográfica (SIGs), sistema de posicionamiento cartográfico digital,
cálculos algorítmicos de mapas y modelo de fisiología humana en ambientes extremos. Todos estos
resultados, llevados al plano de la observación e interacción con la morfología
de los diseños y los datos del conjunto, permitieron a sus autores exponer que el
arte rupestre en Punta de Maisí surgió como una respuesta a problemas sociales
objetivos, sin respuestas en el mundo de las comunidades que lo ejecutaron:
como vía para luchar contra las adversidades naturales que el entorno imponía y
así asegurar mejores condiciones climáticas, garantizando la lluvia y la
abundancia de agua como recurso natural indispensable, asegurando también el
desplazamiento entre aquellos lugares que ofrecían fuentes de agua
relativamente permanentes en el tiempo (figura 8), o que formaron parte de un
proceso mágico que garantizara la protección de estas estaciones (Fernández, et.
al., 2009: 136).
Sin embargo, de ahí a considerar estos procedimientos como imprescindibles para todos y cada uno de los procesos analíticos o teóricos que puede desarrollar un proyecto de investigación, es una posición muy alejada de los criterios teórico-metodológicos de la rupestrología contemporánea. Por
solo poner un ejemplo, baste señalar que no pocos estudios enfocados en la
elaboración de bases de datos de la arqueología del paisaje y su observación
detallada han admitido mantener la recuperación morfológica
en un segundo plano dentro de la reconstrucción teórica y funcional; este
procedimiento ha permitiendo en muchos casos la construcción de verdaderos esquemas
teóricos, basados en los
principios de la hierofanía y pareidolia; de ahí que cada día es más claro en rupestrología
que la interpretación morfológica no es, ni fue nunca, la llave milagrosa para
llegar a certeras reconstrucciones del pasado.
Afirmamos
lo anterior, considerando que no puede seguir siendo el análisis y la
recuperación morfológica el fin en sí mismo de la interpretación y la reconstrucción
en arte rupestre, por más que nos lo hayan repetido en el pasado. Pongamos un
ejemplo: en un trabajo relativamente reciente del colega Daniel Torres Etayo,
se cuestiona la validez de la propuesta estilística elaborada para el arte
rupestre de la región de Maisí, Guantánamo, Cuba; considerando que:
En el mismo se propone el
establecimiento de un estilo de arte rupestre, utilizando, entre otros
parámetros, los rasgos formales fundamentales de los petroglifos de la zona de
Maisí, mayormente, los que se ubican en la Caverna de La Patana.
En nuestra opinión, un rasgo tan importante y básico para el establecimiento de un estilo artístico, como la forma misma de la representación, merece mayor detenimiento (Torres, 2004: 5). En este planteamiento se asume la recuperación morfológica como elemento básico en la formación y propuesta de un estilo como unidad de síntesis cultural. Apartando otros errores conceptuales que se pueden apreciar en el discurso crítico del trabajo citado, dicha propuesta estilística está conformada sobre el análisis y observación de la mayoría de los atributos medibles del 100% de los diseños del arte rupestre que se conocían en Maisí hasta el momento de su elaboración, y no de “…los rasgos formales fundamentales de los petroglifos de la zona de Maisí, mayormente, los que se ubican en la Caverna de La Patana”, como puede apreciar el lector con la simple lectura de dicha propuesta (Gutiérrez, et. al., 2003 y 2007). Sin embargo, lo más importante del párrafo que analizamos es la supuesta necesidad –según Torres Etayo– de prestar mayor atención a “la forma misma de la representación”, “para el establecimiento de un estilo artístico”. En esta frase es distinguible un deformado laberinto teórico, pues para nada fue nuestra intención establecer un “estilo artístico”: nada más distante de nuestro propósito que considerar la ejecución y estructura ideológica que determina la ejecución del arte rupestre como un proceso artístico, y eso lo debía saber este investigador. Pues
bien, ante semejante crítica, es nuestra opinión que una de las grandes
limitaciones que han presentado las propuestas estilísticas elaboradas en el
arte rupestre cubano es, precisamente, la dependencia que de la “forma” han
tenido estas contracciones teóricas. Así, propuestas como “estilo naturalista”,
o “estilo inconexo”, o “estilo caótico”, o “estilo figurativo”, etc., carecen
de la más mínima solidez teórica. Como ya hemos dicho con anterioridad, para
nosotros estilo mide variabilidad, aceptando que la variabilidad no es morfológica, pues un mismo signo
puede poseer más de una categoría funcional o semántica en diferentes grupos o
estadios. Dicha modificación no está reflejada morfológicamente, es ideológica
y no se simboliza icónicamente.
De lo anterior se puede entender que la
expresión simbólica no es propiedad del signo, de ahí nuestra oposición a las
lecturas lineales o por medio del empirismo perspectivo, pues para nosotros la
expresión simbólica es un sistema conformado por varios subsistemas y no
dependen de la morfología de los símbolos (Gutiérrez y Fernández, 2005: 91). Por
supuesto, tales posiciones de dependencia morfológica tienen en nuestro país decenas
de años de arraigo, pero no hay que discutir mucho para darnos cuenta que, al
menos para la elaboración de propuestas estilísticas, la recuperación
morfológica es una herramienta de trabajo y no “…un rasgo
tan importante y básico para el establecimiento de un estilo artístico”, pues
aquellos estilos que así lo han considerado no han logrado avanzar en esta
problemática, manteniendo
la indefinición funcional del concepto de estilo.
Pongamos un sencillo ejemplo: aceptemos que se nos está informando que
un determinado grupo de expresiones rupestres pertenecen al “estilo figurativo”. Entonces, al recibirla, nos preguntamos ¿qué nos aporta esta información sobre
las características de dicho conjunto de grafías? Ni siquiera nos
permite ubicarlas geográfica ni cronológicamente, solo nos indica el hecho de
que en los diseños deben figurar objetos con descripción contemporánea. El
problema radica en que grafías figurativas existen en todos los continentes y
en todas las épocas por las que ha transitado el hombre, por lo que dicha
estructura no nos ilustra acerca de las costumbres de la sociedad ejecutora.
Sin lugar a dudas, las bases morfológicas, aunque portadoras de información, no pueden ser consideradas como soluciones divinas para esta problemática, de ahí nuestra inconformidad con los argumentos de Torres. Sobre todo si tenemos en cuenta que este autor pretende ver en la primera fotografía publicada de los petroglifos de Maisí, tomada en 1919 por el arqueólogo norteamericano Mark R. Harrington, “…una fotografía que impresiona por su excelente resolución” (Torres, 2004: 6); cuando en realidad estamos frente a una fotografía tomada con una película de grano grueso, que limita sustancialmente la resolución, e impresa, en su versión de 1921, en papel cromado, que falsifica los brillos originales y, lo más importante, tomada sobre figuras que habían recibido la ya criticada práctica de tizar que, además de dar un falso contraste al conjunto (figura 1A), generó una imagen que no es más que el reflejo de lo que creyó Harrington que formaba el petroglifo. Como bien han señalado otros autores, el marcado de petroglifos con tizado es un método subjetivo, en el cual se tiende a obliterar el significado del diseño, ya que sobrepone la interpretación del investigador (Bednarik, 1990: 30). De todo lo anterior se puede concluir que será siempre más importante para la formulación de estilos en arte rupestre diseñar los procesos y procedimientos de observación dirigidos hacia los subsistemas ideológicos, más que hacia la morfología. Es en estos subsistemas (modo, forma, asignación de espacios, sustrato de realización, signos vecinos, distribución de las estructuras, materiales de ejecución, categoría, dinámica, técnicas de ejecución, función, uso, etc.) donde quedan reflejadas y pueden ser interpretadas las costumbres particulares una región determinada durante un período de su historia. En
definitiva, y para no extendernos más en este problema, pensamos que la
durabilidad, adaptabilidad y abarcabilidad de una propuesta estilística son
indicadores ideales para medir su eficacia y eficiencia en el campo de la
rupestrología como ciencia, lo que, en el caso que nos ocupa, que es el del estilo
Patana (Gutiérrez, et. al., 2003 y 2007), ha permitido –desde su
aparición hasta hoy– asimilar sin dificultad tanto los nuevos diseños y
estaciones que aparecen en el área geográfica por la cual se distribuye el
estilo (Chinique, et. al., 2008; Fernández, et. al., 2009), como los nuevos
estudios de funcionalidad que se han realizado para el arte rupestre de Maisí
(Fernández, et. al., 2009).
—¿Preguntas, comentarios? escriba a: rupestreweb@yahoogroups.com—
Cómo citar este artículo: Gutiérrez Calvache, Divaldo y González Tendero, José B. 2013
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