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Por su parte, las estaciones petroglíficas, con un total de 76, representan el 31%, mientras las estaciones mixtas o combinadas son solo 16, para un 6% del total.
Figura 3. Composición porcentual de los tipos de estaciones del arte rupestre cubano Composición y distribución del uso de los colores en las pictografías El análisis de los colores utilizados en las 170 estaciones que presentan pictografías en el país nos ha permitido identificar el uso de cinco colores, a saber: negro, rojo, blanco, gris y sepia (tabla II). La intensidad de su uso está caracterizada por el predominio del negro, utilizado en 148 estaciones, lo que representa un 77% del total del país; seguido por el rojo, presente en 36 estaciones, para un 19%. A continuación aparecen, en orden descendente, el sepia, el blanco y el gris; pero la presencia de ninguno de ellos constituye más del 2% del total nacional (tabla II). Tabla II. Distribución de los colores de las pictografías por provincias (Fuente: datos de los autores)
Los análisis de laboratorio para la determinación de los componentes de los colorantes o pinturas presentes en las pictografías cubanas han sido sumamente escasos (Fernández, Inédito: 76; Fernández, González y Gutiérrez, 2009: 38); los acercamientos de este tipo en el país no llegan a cinco. Sin embargo, la mayoría de los investigadores concuerdan con que el negro está asociado al carbón vegetal; mientras que el rojo fue obtenido a base de diferentes variantes de la hematites u oxido de hierro; el blanco parece provenir de la caliza blanda y margosa; el gris está elaborado a partir de la ceniza por la combustión de diversos materiales. Finalmente, el sepia –acerca de cuya composición no se han emitido opiniones en la literatura rupestrológica cubana–, en nuestro criterio, puede ser la consecuencia de dos causas: es también el resultado del uso de la hematites, solo que en menores proporciones, durante la preparación de la mezcla con los aglutinantes, o está motivado por el envejecimiento propio y natural de pigmentos rojos (fig. 4). Figura 4. Ejemplos del uso de los colores en el arte rupestre cubano. (A) Cueva de María Teresa, Sierra de Cubitas, Camagüey; (B) Cueva No. 2 de Punta del Este, Isla de la Juventud; (C, D y E) Cueva del Cura, Viñales, Pinar del Río; (F) Cueva de Ramos, Caguanes, Santi Spíritus; (G) Cueva de García Robiou, Diago, Habana; (H) Cueva de los Estratos, Viñales, Pinar del Río; (I) Cueva de Ambrosio, Varadero, Matanzas (Fuente: archivos del GCIAR) El examen de esta problemática desde una perspectiva macroregional nos permite identificar que en toda Cuba oriental hay un dominio absoluto del negro; mientras que el rojo aparece en Cuba central y occidental, con un 26% y un 18%, respectivamente. Por su parte, el color blanco es privativo del territorio de Cuba occidental, mientras el gris lo es de Cuba central. El análisis concluye que es el negro el color predominante en todo el territorio cubano (fig. 5). Figura 5. Composición porcentual de los colores utilizados en
las pictografías Composición y distribución de las técnicas de ejecución de los petroglifos En el archipiélago cubano se han localizado hasta el momento 92 estaciones donde existen petroglifos (tabla III). Estos diseños se pueden clasificar de manera genérica en dos grandes grupos, según la técnica de ejecución utilizada: los petroglifos elaborados mediante el rayado y los elaborados por percusión - abrasión. En los primeros se utilizaron instrumentos filosos, de dureza mayor que el sustrato de realización, donde se rayaron generalmente líneas de grosores que varían entre 1 y 3 mm. y 0.5 a 1.5 mm. de profundidad (fig. 6). Figura 6. Ejemplos de las técnicas de ejecución de los petroglifos cubanos. Entre estos instrumentos se encuentran los de madera, lascas de sílex, cuchillos y puntas de rocas y conchas; también parece haberse utilizado en algunas ocasiones las propias uñas del “artista”. En el segundo grupo se incluyen aquellos diseños que se realizaron por medio de la percusión, la abrasión o la combinación de ambas técnicas (fig. 6). En estos casos los instrumentos utilizados fueron aquellos que permitían cortar, cortar por percusión y desbastar, entre estos se encuentra el buril, las hachas petaloides, los pulidores, los cuchillos de sílex, etc. (Gutiérrez, Fernández y González, 2003: 98). El análisis de la distribución de estas técnicas refleja que, del total de las estaciones en el país, en 29 se utilizó la técnica del rayado y en 63 la percusión - abrasión (tabla III), lo que representa un 33% para las primeras y un 67% para las segundas (fig. 7). Tabla III. Distribución del tipo de técnica de ejecución de los petroglifos por provincias
Es significativa la distribución que de este a oeste tienen estas técnicas, pues la percusión - abrasión está presente en el 94% de la estaciones de la macroregión Cuba oriental, reduciéndose esta cifra al 21% en Cuba central, donde predominan los petroglifos rayados, mientras que en Cuba occidental la presencia de estas técnicas es bastante pareja, con un 45% para los percutidos y un 55% para los rayados (fig. 7). Figura 7. Composición porcentual de las técnicas de ejecución de los petroglifos La asignación de los espacios geomorfológicos En la actualidad, numerosos estudios funcionales del arte rupestre basan sus resultados en la relación de este con los accidentes geomomorfológicos del lugar donde se encuentra, lo que ha determinado que las investigaciones encaminadas al registro y documentación de los sitios presten un interés fundamental a estos y otros aspectos de la interrelación arte rupestre - paisaje. Como quiera que en este trabajo el enfoque es nacional, nos limitaremos a dejar establecidas las relaciones existentes entre estas manifestaciones y las macro-formas del relieve, estas asociaciones, como es lógico, a nivel de sitios o estaciones pueden ser relativamente más precisas. De hecho, en nuestro país se da una característica que de forma general no es lo común para el Caribe insular, y es que el 98% de las estaciones se encuentra en cuevas o solapas, mientras que las ubicadas a cielo abierto (rocas, monolitos, etc.) están limitadas a seis casos que representan solo el 2.5% (fig. 8). Figura 8. Distribución de las estaciones a cielo abierto y su relación porcentual Por su parte, el análisis de la distribución del arte rupestre en las diferentes morfoestructuras del paisaje cubano nos permite llegar a algunas relaciones. Por ejemplo, son las llanuras costeras los paisajes más utilizados, en estas geoformas se encuentran 137 de las 246 estaciones, lo que representa el 56% del total nacional; las alturas y montañas constituyen el segundo paisaje con mayor presencia, con otras 77, para el 31%; seguidas de las mesetas, con el 8%, y las llanuras interiores, con el 5% del total (fig. 9). Las relaciones antes planteadas también permiten la evaluación de qué tipo de estaciones está presente y su interrelación con los paisajes: tanto en las llanuras costeras como en las alturas y montañas son las estaciones pictográficas las que representan los valores de presencia mayoritarios; en las primeras estas ocupan el 67%, mientras que en las segundas representan el 74% (fig. 9). En el caso de las mesetas y las llanuras interiores, esta relación cambia considerablemente, predominando en ambos paisajes las estaciones petroglíficas, con valores del 69% para las llanuras interiores y del 74% para las mesetas. Un caso peculiar es el de las estaciones combinadas o mixtas que, sin tener un alto peso porcentual en ninguna de las geoformas, se destacan en las llanuras costeras, donde se ubican 10 estaciones de este tipo, de las 16 existentes en el país, para el 62% (fig. 9). Otra relación de interés surge del hecho de que las estaciones petroglíficas, aunque representan el 26% de las presentes en las llanuras costeras, se localizan en mayor número precisamente en este paisaje, con un total de 35, lo que representa el 46% de todas las estaciones petroglíficas del país (fig. 9). Figura 9. Composición porcentual de las relaciones entre el arte rupestre y La regionalización del arte rupestre cubano Todos los elementos acumulados durante nuestro proyecto de trabajo han permitido superar, en alguna medida, los criterios de regionalización propuestos en los trabajos que sobre esta temática desarrollara el Dr. Antonio Núñez Jiménez, (1975: 69; 1985: 2; s/a: 81; 1995: 73) que, desde el punto de vista actual de la geografía como ciencia social, presentan algunas limitaciones teóricas, conceptuales y metodológicas; amen de que al ampliarse el conocimiento a nivel nacional, muchas de las expresiones rupestres incluidas en las propuestas de aquel entonces rebasan ahora los límites de las zonas establecidas. En estas propuestas no se asumían unidades socio-geográficas o categorías geográficas debidamente identificadas; tampoco se dio a conocer una cartografía resultante, donde se precisaran límites de las unidades socio-naturales; se utilizaban criterios como “Región pictográfica de Guara”, topónimo sin valor regional o geosistémico. Todo ello, y sobre todo la ausencia cartográfica, limita de manera significativa su uso en la actualidad. Ante esta realidad consideramos, como hemos expresado con anterioridad (Gutiérrez, et al., Inédito), que la región en el arte rupestre implica un espacio acotado, donde elementos físicos y humanos, dotados de ciertas peculiaridades, guardan estrechas interrelaciones que generan una jerarquización, a través de la cual se pueden definir las categorías del sistema, lo cual no significa que estas no puedan tener vinculaciones con sus espacios periféricos a través de flujos de entradas y salidas, que podrían servir igualmente para diferenciar regiones entre sí. Indudablemente, la región rupestrológica así concebida, y su proceso de evolución, está determinada por el desarrollo económico producido y alcanzado por los grupos culturales que la habitaron, aunque este no tiene que ser lineal, pues debe haber tenido evoluciones y/o fluctuaciones, tanto en el tiempo como en el espacio, motivados por los adelantos y retrocesos provocados por los procesos de aprehensión, adaptación, modificación y dominio sostenible del ecosistema circundante. La afirmación anterior, con un fuerte peso en nuestros criterios teóricos, no implica que no reconozcamos que el acercamiento que proponemos es solo un punto de partida, en el cual quedan muchos obstáculos por superar. Aunque tratamos de ir más allá de la mera yuxtaposición de elementos físicos y humanos, para buscar la funcionalidad integral del sistema, no creemos que el resultado sea aún todo lo rico en variables como podrá serlo con el desarrollo y la madurez futura de nuestras concepciones, la riqueza de las bases de datos que se manejan y las propias investigaciones. En definitiva, las regiones geo-arqueológicas del arte rupestre cubano no responden a características físicas inmutables, sino que deben entenderse como el resultado de la interacción entre las estructuras y las ideologías de las sociedades del pasado y los diferentes paisajes en los que estas se asentaron y desarrollaron. Ello dependió en alguna medida de otros muchos procesos sociales y naturales que formaron parte de la organización sociocultural, por lo que la región, así entendida, como espacio producto del desarrollo ideológico y social de estas comunidades, es una elaboración teórica y, por tanto, variable en sus límites y en su propia estructura. Si las investigaciones o simplemente los hallazgos futuros así lo demuestran, pues muy probablemente las regiones y su estatus o caracteres actuales serán modificados según la evolución de los estudios rupestrológicos y arqueológicos en nuestro país. Asumiendo estos elementos teóricos, se han podido determinar 18 regiones geo-arqueológicas del arte rupestre donde se distribuyen 239 estaciones, lo que representa algo más del 97% del total nacional (tabla IV). Estas regiones han sido identificadas según la comunidad de tipos de estaciones existentes en ellas. Así, tenemos regiones con estaciones pictográficas solamente, con estaciones petroglíficas solamente, con estaciones tanto pictográficas como petroglíficas, con estaciones petroglíficas y combinadas o mixtas y, finalmente, regiones con estaciones pictográficas, petroglíficas y combinadas o mixtas. Estas cinco variantes de combinaciones están representadas por el 22%, 11%, 34%, 11% y 22%, respectivamente, del total de regiones rupestrológicas del país (fig. 10). La relación entre estos rasgos ideológico-sociales y las regiones naturales está mayormente relacionada con la vinculación directa entre el arte rupestre cubano y la carsogénesis subterránea, lo que ya expusimos cuando tratamos la asignación de los espacios geomorfológicos. No es casual que tres de las estaciones rupestres localizadas a cielo abierto en el país formen también parte de las siete estaciones que quedan aisladas, fuera de los límites regionales que aquí se consideran. Tabla IV. Regiones geo-arqueológicas del arte rupestre cubano (Fuente: datos de los autores)
En la macroregión Cuba occidental –donde se agrupan las provincias de Pinar del Río, Habana, Ciudad de la Habana y Matanzas–, solo están presentes dos tipos de regiones, a saber: las que presentan estaciones pictográficas y petroglíficas y las que muestran, además de esta composición, estaciones mixtas o combinadas. Sin embargo, esta relativa homogeneidad es alterada al formar parte integrante de esta macroregión la Isla de la Juventud, pues en este territorio meridional del archipiélago cubano existen dos regiones rupestrológicas en las que solo aparecen estaciones pictográficas (fig. 10). En sentido general, se puede decir que la macroregión Cuba occidental se caracteriza por el predominio de las regiones con estaciones pictográficas y petroglíficas, teniendo un peso significativo las estaciones pictográficas, en las que el negro aparece como color mayoritario. Los petroglifos, por su parte, son escasos y las técnicas de ejecución han sido tanto el rayado como la percusión-abrasión. Este territorio es mayormente considerado como un área donde predominaron los grupos aborígenes apropiadores. El censo más actualizado(2) del potencial arqueológico del archipiélago cubano (Departamento de Arqueología, 2003: 96-97) establece que, del total de los yacimientos de la macroregión Cuba occidental, el 92% pertenece a los grupos apropiadores (fig. 10); aunque el registro arqueológico va desde las comunidades cazadoras-recolectoras de los sitios Cuevas del Perico I y del Infierno –al norte de las provincias de Pinar del Río y Habana, respectivamente–; pasando por evidencias de las comunidades pescadoras-cazadoras-recolectoras y de otras con posible agricultura esporádica –como el residuario de Punta del Macao, en Ciudad de La Habana–; hasta las comunidades agricultoras del sitio El Morrillo, al norte de Matanzas (Moreira, 1999). Por su parte, la macrorregión Cuba central –que comprende las provincias de Villa Clara, Cienfuegos, Sancti Spíritus, Ciego de Ávila, Camagüey y Las Tunas–, con 43 estaciones, presenta un predominio espacial de las regiones con estaciones pictográficas solamente; no así desde el punto de vista cuantitativo, pues la región Llanura Cársica Costera Judas - Aguada, al norte de Sancti Spíritus, con estaciones pictográficas, petroglíficas y combinadas o mixtas (20 estaciones), representa la de mayor peso informativo y porcentual, con el 57% de toda el área (fig. 10). Un rasgo característico de esta macroregión es el hecho de ser el territorio con mayor variabilidad, tanto por el tipo de estaciones, como por los colores de las pictografías. Aunque existe predominio de las estaciones pictográficas, y del negro como color de ejecución, ambos rasgos son menos intensos cuantitativamente que en Cuba occidental. Por su parte, la técnica de ejecución de los petroglifos en Cuba central es mayoritariamente el rayado, el cual está presente en el 79% de las estaciones, elemento que la distingue dentro de la regionalización rupestrológica. Figura 10. Mapa de regionalización geo-arqueológica En cuanto al material arqueológico, también nos indica una mayoritaria presencia de comunidades apropiadoras, las que representan un 82% del total de los sitios (Departamento de Arqueología, 2003: 96-97) aunque, como es sabido, las evidencias del poblamiento de este territorio van desde grupos o comunidades cazadoras-recolectoras –como es el caso de los yacimientos El Charcón y la Solapa del Megalocnus, en el norte de Villa Clara, o la Cueva de los Cuchillos en Cayo Salinas, Sancti Spíritus–; hasta grupos productores (agricultores), como el conocido sitio Los Buchillones, al norte de la provincia Ciego de Ávila (Moreira, 1999). Es en este territorio donde se ha realizado, quizás, el estudio más afortunado de correspondencia entre arte rupestre y grupo de filiación cultural, de los elaborados hasta hoy en nuestro país (Calvera y Funes, 1991). En el se demostró, por el método de interpretación arqueológica, la vinculación entre los diseños de algunas estaciones de la región Sierra de Cubitas y la cerámica de los sitios Saimi I y II, al norte de Camagüey; lo que sugiere que la manufactura de esta manifestación fue realizada por grupos agricultores de la región. No obstante, no es la Sierra de Cubitas la única región de Cuba central y, en general, en este gran territorio la mayoría de los sitios arqueológicos pertenecen a los grupos apropiadores (fig. 10). La macroregión Cuba oriental –que incluye a los territorios de las provincias de Holguín, Granma, Santiago de Cuba y Guantánamo, con 63 estaciones, está caracterizada por el predominio de las regiones con estaciones pictográficas y petroglíficas, las cuales alcanzan el 68% del total de la macroregión, seguidas de las regiones con estaciones petroglíficas y combinadas o mixtas, con un 15% (fig. 10). Desde el punto de vista de los caracteres generales, en Cuba oriental existe un predominio de las estaciones petroglíficas, que ocupan el 81% del total. Los petroglifos fueron realizados mayoritariamente por la técnica de la percusión-abrasión (94%), lo cual distingue a Cuba oriental de las otras macroregiones. El negro ha sido el color de ejecución utilizado en el 100% de sus pictografías (fig. 10). Los resultados publicados por el Departamento de Arqueología del Centro de Antropología (2003: 96-97) nos permiten establecer que las evidencias del poblamiento en el área van desde los grupos cazadores-recolectores –como son los casos de los sitios Seboruco, Levisa y Melones, en la provincia de Holguín, hasta los numerosos residuarios representativos de las comunidades productoras de la zona de Banes –también en Holguín, o los territorios de Baracoa y Maisí, en Guantánamo (Moreira, 1999), los que ocupan el 70% del registro arqueológico (fig. 10). Afectaciones o amenazas a la conservación del arte rupestre cubano En general, los rupestrólogos consideran que existen tres grandes grupos de afectaciones para esta manifestación universal, y las han denominado por su tipo como amenazas naturales, industriales y antrópicas. Para algunos especialistas –con mucha razón–, las afectaciones industriales deberían estar incluidas dentro de las antrópicas. Esta línea de pensamiento, sin embargo, no se ajusta a nuestra voluntad de diferenciar marcadamente aquellas amenazas que, a pesar de tener su origen en el actuar del hombre sobre el medio geográfico, repercuten en el arte rupestre de forma indirecta, en contraposición con aquellas causas o afectaciones antrópicas que son producto de la ineficiente interacción directa hombre-arte rupestre (Gutiérrez, Fernández y González, 2007: 110). Son las amenazas naturales, quizás, uno de los problemas más importantes a que se enfrentan los rupestrólogos, debido a la imperiosa necesidad de poder definir cuándo los daños ocasionados pueden ser evitados o pueden ser disminuidos, sin causar peores deterioros. Aunque estos peligros son el resultado de procesos naturales, como consecuencia de las alteraciones geológicas, carsológicas, biológicas, climáticas, etc., los cambios que se originan en las estaciones son considerados como daños, puesto que afectan, o pueden alterar, la integridad del dibujo rupestre. En nuestro país, el más reciente levantamiento de estas amenazas fue elaborado por nosotros en el año 2007, y arrojó que el 100% de las estaciones peligran por factores de tipo natural (tabla V), entre los que se destaca la alta incidencia del crecimiento de líquenes y otros microorganismos directamente sobre el arte rupestre (fig. 11). El incremento industrial en nuestro planeta ha ocasionado, y ocasiona, grandes daños –a veces irreversibles– prácticamente en todos los ecosistemas, y el arte rupestre no ha estado en nada ajeno: las afectaciones que sufre son conocidas y denunciadas casi a diario en los círculos académicos. En Cuba esta situación es absolutamente tangible, como en el caso, por ejemplo, de la estación Cueva Grande de Santa Isabel, en la Isla de la Juventud, que fue prácticamente destruida por la explotación minera en la Sierra de Casas. Este tipo de agresión está presente en un grado significativo en 36 estaciones (tabla V), lo que representa el 17% del total nacional, siendo el caso más representativo el de la provincia de Matanzas, donde 16 estaciones están amenazadas por la acción industrial, en su mayoría asociada a la industria petroquímica. Tabla V. Comportamiento de las afectaciones o amenazas a la
Las acciones realizadas por el hombre moderno en las estaciones rupestres y su entorno son, sin lugar a dudas, los daños más abundantes y devastadores que reciben estas obras en todo el mundo (amenazas antrópicas). Tenemos que admitir que la agresión que más ha afectado al dibujo rupestre en nuestro país, durante siglos, es el conocido “graffiti”, técnica mediante la cual los visitantes, desposeídos totalmente de una cultura de la naturaleza, decoran las paredes de los recintos cavernarios con letreros de todo tipo (fig. 11). Pero no es este el único deterioro que el hombre provoca en su interactuar con las estaciones, además del graffiti, en este grupo de amenazas se incluyen también las sobrecargas, los proyectiles y las amenazas culturales (Fernández y González, 2001: 15; Gutiérrez, Fernández y González, 2007: 115).
Figura 11. Ejemplos de estaciones que han recibido el impacto de las agresiones. En Cuba 171 estaciones están afectadas por estos factores, número realmente alarmante si se conoce que representa el 83 % del total de nuestro arte rupestre, y si se tiene en cuenta que esta es una amenaza casi imposible de medir, pues su aumento es impredecible, sobre todo en aquellos lugares que reciben en su entorno el acelerado desarrollo urbanístico e industrial. Podemos entonces resumir que el total de las estaciones del país se encuentra bajo amenazas de tipo natural, grave situación a la que nos enfrentamos y que, sin lugar a dudas, nos impone un importante reto científico y metodológico. Sin embargo, el monitoreo sistemático y la evaluación del problema arroja un importante grado de amenazas industriales y antrópicas, que asciende al 17% y al 83%, respectivamente, lo que demuestra que solo el hombre, y su acción directa, constituye la afectación de mayor incidencia en el deterioro inmediato del arte rupestre cubano. La protección del arte rupestre cubano En la actualidad existen en la legislación cubana dos marcos jurídicos que pueden ser aplicables a la protección de las estaciones del arte rupestre. El primero lo sería logrando alguna de las categorías de monumentos (nacionales, locales o zonas de protección), y el segundo, si el territorio donde se encuentran es considerado dentro de alguna de las categorías de manejo del Sistema Nacional de Áreas Protegidas (Reserva Nacional, Parque Nacional, Reserva Ecológica, Elemento Natural Destacado, Reserva Florística Manejada, Refugio de Fauna, Paisaje Natural Protegido y Área Protegida de Recursos Manejados). En el primero de los casos, el país cuenta hoy con algo más de 175 monumentos nacionales, 190 locales y 70 zonas de protección; sin embargo, solo 10 estaciones rupestres poseen la categoría de Monumento Nacional y 53 la de Monumento Local (tabla VI), lo que representa el 4% y el 21%, respectivamente, del total nacional (fig. 12). Entre las estaciones con categoría de monumento merecen destacarse las cuevas No. 1, 2, 3 y 4 de Punta del Este, en el municipio Isla de la Juventud; las Cavernas de Patana y Perla del Agua, en la provincia de Guantánamo; las espeluncas Ambrosio y Santa Catalina, en la provincia de Matanzas; las grutas Las Mercedes y Pichardo, en la provincia de Camagüey, y las cuevas El Cura y Mesa, en Pinar del Río, por sólo citar algunas del total de 73 que han sido nominadas. Por su parte, el Sistema Nacional de Áreas Protegidas de Cuba (SNAP) está constituido por un total de 253 áreas identificadas, en correspondencia con la Estrategia Ambiental Nacional (EAN) 2007-2010, y el Plan de Acción de la ENBIO 2006-2010. De ellas, un total de 105 cuentan con administración, entre las que se encuentran las 45 aprobadas por el Comité Ejecutivo del Consejo de Ministros (CECM), y las 13 que están en proceso de aprobación (fig. 12). Las 253 áreas del SNAP identificadas representan el 19.95% del territorio nacional, incluyendo la plataforma insular marina. Del total de la superficie terrestre, queda bajo cobertura de áreas protegidas el 16,85% del territorio, y del total de la extensión de la plataforma marina, cuenta con protección el 24,81% (GNDB, 2009: 24). En este sistema se incluyen 45 estaciones rupestres (tabla VI), que representan el 17% del total nacional, lo que ha tenido como resultado una mejor protección y que se haya comprobado una disminución sensible de las afectaciones a las pictografías y petroglifos. Hasta el momento, un reducido grupo de cavidades, como las cuevas de Ambrosio y Los Musulmanes, en Matanzas; María Teresa, Matías, El Indio y Los Portales, en Camagüey, y Las Ceremoniales 1, 2, en la provincia Granma, cuentan con servicio de guía especializado, por encontrarse en territorios del SNAP, donde es obligatorio el acceso a las estaciones a través de los Puestos de Control, sistema que, en alguna medida, ha dado muestras de eficacia y eficiencia en la protección del dibujo rupestre cubano.
Figura 12. Composición del Sistema Nacional de Áreas Protegidas Los números y comentarios anteriores no son ni relativamente alentadores, si tenemos en cuenta que más del 68% de nuestras estaciones rupestres no tienen ningún grado o categoría de protección, haciendo sumamente vulnerable mucho más de la mitad de este patrimonio. Tabla VI. Comportamiento de la protección del arte rupestre cubano
En este sentido, es preocupante el volumen de estaciones sin protección que presentan las provincias de Pinar del Río, Habana, Matanzas y Guantánamo (fig. 13). También es un problema a resolver el de aquellos territorios con escasa presencia de este tipo de patrimonio arqueológico, como son las provincias de Villa Clara y Santiago de Cuba, cuyas estaciones, sin embargo, se encuentran sin ningún tipo de protección (fig. 13). Figura 13. Composición de la protección del arte rupestre cubano
En los últimos años se han elaborado algunas propuestas regionales para abordar el arte rupestre caribeño, en las cuales se ha analizado críticamente el estado de las investigaciones y del conocimiento de esta expresión en la región. En el más reciente e importante de estos esfuerzos se ha afirmado que:
El presente trabajo es la muestra más evidente y objetiva de que tal afirmación refleja un criterio bien alejado de la realidad cubana, pues ni en los años más difíciles para la economía nacional, en la década de los años 90 del recién pasado siglo, los estudios rupestrológicos cubanos se “reprimieron”. Todo lo contrario: esos años difíciles generaron la unidad entre los investigadores de diversas instituciones y localidades, creándose el proyecto Cuba: Dibujos Rupestres, embrión del actual Grupo Cubano de Investigaciones del Arte Rupestre (GCIAR). Un problema que sí nos afectó durante este periodo fue la limitada divulgación y difusión de los resultados de las numerosas investigaciones, a través de publicaciones de rigor académico, lo que privó a los interesados de conocer el pensamiento rupestrológico cubano, un pensamiento tan riguroso y sólido como el de otras partes del mundo. Este desconocimiento sobre la obra de los rupestrólogos cubanos ha inspirado en investigadores extranjeros la idea de que los problemas económicos han deprimido nuestra especialidad y, en general, el avance científico del país. A esos investigadores y al ámbito académico internacional van dirigidos los resultados aquí expuestos, con la intención de poner en sus manos un resumen actualizado de la labor sistemática en la investigación, registro y documentación del arte rupestre cubano durante los últimos 15 años. NOTAS 1. Además de las 46 estaciones señaladas, el autor cita dos cuevas con arte rupestre que, según él, estaban reportadas en el siglo XIX para Banes (Holguín) y Tapaste (Habana), pero que hasta el momento de la publicación de esta obra no habían podido ser reubicadas (Núñez, 1975). 2. Según las Cartillas Básicas de Información Arqueológica del Instituto Cubano de Antropología. 3. Traducido del Inglés por D. Gutiérrez. ¿Preguntas, comentarios? escriba a: rupestreweb@yahoogroups.com
Cómo citar este artículo: Gutiérrez C., Divaldo, Fernández O. Racso y González T. José B. 2010 BIBLIOGRAFÍA Calvera J. y R. Funes (1991): Métodos para asignar pictografías a un grupo cultural. En Arqueología de Cuba y de otras áreas antillanas. Ed. Academia, La Habana, pp. 79-93. Departamento de Arqueología, Centro de Antropología (2003): Atlas Arqueológico de Cuba: Una estrategia científica para la investigación y la conservación del patrimonio histórico aborigen. Catauro, 5 (8): 196-202. Fernández, R. y J. B. González (2001): Afectaciones antrópicas al arte rupestre aborigen en Cuba. Revista Rupestre, de Arte Rupestre en Colombia, Año 4, no. 4, Bogotá. Fernández, R. (inédito): El registro gráfico rupestre como fuente de información arqueo-antropológica. Tesis para optar por el grado académico de Master en Antropología, Universidad de La Habana. Fernández, R., J. B. González y D. Gutiérrez (2009): History, Survey, Conservation and Interpretation of Cuban Rock Art [with translation by Michele H. Hayward]. In Rock Art of the Caribbean. Editores Michele H. Hayward, Lesley-Gail Atkinson y Michael A. Cinquino. Alabama Press, Coleccion Caribbean Archaeology and Ethnohistory Series: 22-40. GNDB [Grupo Nacional de Diversidad Biológica] (2009): IV Informe Nacional al Convenio sobre Diversidad Biológica. CITMA-UNESCO-WWF. La Habana, 170 pp.
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