Diferenciación
técnica como diferenciador cultural: el caso del arte rupestre
del suroccidente de Cundinamarca
Pedro
María Arguello García pedroarguello@mixmail.com Departamento
de antropologia. Universidad Nacional de Colombia.
Ponencia presentada en el Congreso
internacional de arte rupestre, IRAC 99, Ripon, Wisconsin (USA),
1999
I. INTRODUCCIÓN
Una de las formas mas recurrentes
para asociar el arte rupestre de una zona con contextos arqueológicos
es enmarcar este tipo de manifestaciones a partir de la relación
de cercanía espacial. Dicha asociación ha sido facilitada
por la construcción que los arqueólogos han hecho
de las llamadas areas culturales, las cuales permiten la clara
delimitación y diferenciación de culturas arqueológicas
con base en un cúmulo de elementos caracteristicós,
generalmente la cerámica. Para el caso colombiano una de
estas diferenciaciones clásicas es el area ocupada por
las llamadas tribus panches y muiscas y su relación con
la distinción entre petroglifos y pinturas; en terminos
generales, se acepta que los petroglifos corresponden a los panches
y las pinturas a los muiscas (Triana 1922; 1924; Silva 1961; Arango
1974). Esta asociación, nunca comprobada, se ha hecho conforme
a la premisa segun la cual los petroglifos se encuentran en el
area etnohistoricamente definida para los Panches y las pinturas
en el area ocupada por los Muiscas en el siglo XVI. Aunque en
general se observa una distribución preferencial de los
petroglifos hacia la vertiente occidental de la cordillera Oriental
en el departamento de Cundinamarca y de las pinturas en el altiplano
cundiboyacense, la complejidad del registro arqueológico
no permite trazar facilmente lineas divisorias. Asi mismo, la
premisa anteriormente mencionada olvida el proceso mismo de ocupación
del area en cuestión, proceso histórico que la arqueología
ha explicado segun ciertos criterios clásicos como son
la delimitación de areas culturales y los postulados difusionistas.
Una revisión de estos criterios y de sus implicaciones
asi como de los datos en los que se sustenta la asignación
de petroglifos y pinturas a grupos Panches y Muiscas es el objetivo
del presente escrito. Con ello se busca mostrar que la diferenciación
técnica no debe ser tomada indiscriminadamente como criterio
de diferenciacion cultural en el arte rupestre.
II. EL MARCO ARQUEOLÓGICO
Desde las primeras síntesis
de la historia prehispánica colombiana se ha enfatizado
el papel de la difusión como elemento desencadenador del
cambio cultural (Uricoechea 1854; Restrepo 1895; Triana 1922).
Esta idea, como se sabe, implica la existencia de un foco de difusión,
unas vias de migración y una invención que se difunde.
A partir de alli, la arqueología ha podido construir el
concepto de una cultura enmarcada dentro de un área específica
y un periodo de tiempo específico; los criterios, generalmente
tecnológicos, permiten de esta manera establecer comparaciones
diferenciales que generan, en términos espaciales, areas
culturales y, en términos cronológicos, horizontes,
resultando en la formación de unidades homogéneas
(Rouse 1986). La más importante síntesis de la arqueología
colombiana, la llevada a cabo por Reichel-Dolmatoff, enfatiza
precisamente éstos puntos. Metodológicamente Reichel-Dolmatoff
muestra la sucesión de los llamados horizontes incisos
y los horizontes pintados para presentar la sucesión cronológica
y la ruptura presente entre el llamado período formativo
y los desarrollo locales y posteriores cacicazgos (Reichel-Dolmatoff
1986). Aunque Reichel-Dolmatoff no delimita culturas arqueológicas
es evidente que la colonización por él propuesta
implica la delimitación de areas claramente definidas tipológicamente,
lo cual permite la definición de unidades segun criterios
ambientales y tecnoeconómicos para explicar el cambio y
la relación entre invención y difusión. Este
marco general por medio del cual se explica la colonización
de las tierras altas es utilizado para mostrar el proceso histórico
propio de la cordillera Oriental.
La sucesión tipológica
de las tradiciones cerámicas incisa y pintada aparentemente
mostraban la sucesión de dos grandes grupos. La migración
del primero de ellos proveniente del valle del Magdalena traia
muy probablemente la cerámica, incisa, y la agricultura;
y el segundo, con cerámica pintada, desencadenaría
el surgimiento de las sociedades complejas (Boada 1987; Cardale
1987; Lleras 1989). La completa diferencia tipológica de
la cerámica Muisca con la encontrada por Sylvia Broadbent
en 1970 mostraba la sucesión de dos grupos distintos el
primero de los cuales se denominó Herrera. Así mismo,
por medio de la llamada migración de los grupos Caribe
se explica la aparición de los grupos que se asentaron
en el occidente de la cordillera oriental, entre ellos los Panches
(Rivet 1943; Burcher 1987). No obstante, la construcción
tipológica diferencial, que permite la tajante disimilitud
de los grupos Herrera y Muisca, parte de criterios rigidos que
no se compadecen con el carácter de los datos. Según
algunos investigadores como Castillo (1984) y Peña (1988)
la forma en que se da la sucesión estratigráfica
de dichos tipos explica un cambio gradual que no necesariamente
se relaciona con la idea de la migración. Por otra parte,
los estudios genéticos comparativos de las osamentas de
algunos individuos pertenecientes a grupos de cazadores recolectores
de hace 11.000 años y los de osamentas de individuos Muiscas
no muestran ninguna variación importante que permita suponer
que se trata de grupos distintos (Rodríguez 1992; 1998).
La tradicional seguridad en la sucesión de grupos a partir
de la migración es puesta en duda para el caso de la cordillera
Oriental y ello se suma a las nuevas investigaciones que para
otras areas de pais muestran que el cambio cultural no necesariamente
responde a la llegada de nuevas poblaciones (Langebaek 1995; Drennan
y Quattrin 1996). No menos problemática es la situación
de los llamados grupos panches. Casi la totalidad de información
que sobre ellos existe proviene de la utilización acrítica
de la fuente etnohistórica y en general, lo que sobre ellos
se ha postulado es incomprobable arqueológicamente (Burcher
1987).
Las contadas excavaciones arqueológicas
llevadas a cabo en su aparente área de asentamiento son
confusas en cuanto a la definición de los tipos cerámicos
y en la mayoría de los casos no se tiene en cuenta la posible
existencia de otros grupos bien sea contemporáneos o anteriores;
en términos generales la definición de la cerámica
Panche se basa en la constatación etnohistórica
de que ellos habitaron en dicho lugar (Herrera 1972; Arango 1974;
Perdomo 1975). De igual manera, otros rasgos difrenciadores de
los Panches, como lo es la deformación craneana, también
han sido comprobados para los Muiscas (Boada 1995). Por tal razón,
mientras no se tenga claridad acerca de qué elementos indican
la presencia en un lugar de los grupos panches no se puede establecer
un área de ocupación y mucho menos una frontera.
El análisis de la cerámica, elemento diferenciador
por excelencia, debe ser abordado con precaución ya que
recientes investigaciones en el municipio de Tibacuy han mostrado
importantes sincretismos estilísticos en los cuales confluyen
tradiciones cerámicas distintas (Salaz y Tapias: Comunicación
personal, 1999). El panorama general que se puede esbozar para
el área en cuestión muestra una ocupación
humana que se inicia hace 12.000 años; estos primeros grupos
de cazadores-recolectores mantenían contacto con el Valle
del Magdalena que se manifiesta en la adquisición de materia
prima para la elaboración del utillaje lítico, aunque
no se sabe si por constantes desplazamientos o por intercambio
(Correal & Van Der Hammen 1977).
Se ha comprobado arqueológicamente
el paulatino cambio en la dieta de estos cazadores-recolectores;
cambio que concluiría con la adopción de la agricultura
y con el uso de la cerámica, así como con la posible
constitución de aldeas y aumento de la población
hace 3.000 años (Correal y Pinto 1983; Cardale 1987; Correal
1990; Langebaek 1995). No son claras las relaciones entre el altiplano
Cundiboyacense y el flanco occidental de la cordillera Oriental
en el período comprendido entre el a–o 3.000 y el 1.000
A.P; las excavaciones realizadas por Peña únicamente
muestran que efectivamente los grupos Herrera habitaban tierras
templadas sobre éste flanco (Peña 1988; 1991). Esto
es importante porque durante el periodo siguiente denominado Muisca-Panche,
muchas de las áreas Herrera serían aparentemente
descolonizadas o ocupadas por grupos panches, mientras que el
altiplano fue ocupado por los muiscas. En los libros de arqueología
se ha enfatizado el carácter bélico de la relación
entre los muiscas y panches aunque no se aclara plenamente la
razón (Arango 1974; Burcher 1987). Esta permanente confrontación
bélica, que proviene únicamente de la crónica,
se relaciona con el carácter sanguinario y guerrero de
los panches en contraste con el alto grado de civilización
de los muiscas (Duque 1967). Pero hoy día se sabe que la
presentación negativa de algunos grupos guardaba para los
conquistadores españoles un carácter político
y no necesariamente es cierta (Burcher 1987; Caillavet 1996).
Dicha relación bélica, que obviamente debía
impedir el intercambio de artículos, entra en contradicción
con dos formas de acceso a recursos propias de los muiscas; se
sabe que estos grupos accedían a productos tales como el
algodón y el oro por medio del intercambio con grupos del
occidente y que muy posiblemente utilizaban el manejo microvertical
como forma de adquisición de alimentos de distintos medioambientes
(Langebaek 1987; 1996). De ser así, cómo podían
sobrevivir los Muiscas puesto que estaban rodeados al occidente
por un cinturón de grupos enemigos que ocupaban el territorio
a partir de los 2.000 metros de altura? Es por medio de las fuentes
de archivo que se ha delimitado la frontera entre grupos panches
y muiscas, pero ella no ha sido comprobada de ninguna manera por
la arqueología. Incluso aunque se definan claramente los
tipos cerámicos de un grupo y otro, esto no implica que
ellos funcionen como marcador territorial (Cardenas-Arroyo 1995;
1996).
Pueden existir varias razones por
las cuales una vasija se encuentre por fuera del territorio del
grupo al cual pertenece. La búsqueda de líneas divisorias
intergrupales, además de corresponder a un criterio homogenizador
de las culturas no tiene en cuenta la perspectiva histórica,
ya que no incluye el criterio de variación espacial en
el tiempo, y olvida que la elaboración de marcadores territoriales
en forma de línea es un criterio netamente occidental que
raramente se presenta en el mundo real (Caillavet 1996). Hasta
aquí se tiene, pues, un espacio geográfico dividido
arqueológicamente según criterios espaciales y temporales
rígidos que busca mostrar la sucesión de distintos
grupos como forma de explicación del cambio cultural. Sin
embargo, la articulación de estas áreas culturales
y horizontes cronológicos no se compadece con el car‡cter
del registro arqueológico; por un lado, el dato utilizado
para constatar dichas premisas no contiene la posibilidad explicativa
que requieren, por ejemplo área cerámica-área
cultural y, por otro, los datos utilizados presentan serios problemas
de clasificación y son ínfimos en contraste a la
idea que demuestran.
III. EL ARTE RUPESTRE
En 1924 Miguel Triana formuló
la teoría según la cual la ubicación de los
petroglifos y las pinturas rupestres obedece a una diferenciación
étnica. Según éste autor, las pinturas, atribuidas
a los chibchas tienen como función la demarcación
territorial y por ende las rocas con pintura se ubican en un corredor
en sentido norte sur áproximadamente sobre la cota de los
2.000 m.s.n.m. y se aglomeran en los lugares de entrada al territorio
Chibcha. La asignación cultural que del arte rupestre hace
Triana es completamente entendible por una razón: en aquella
época no se conocía la profundidad temporal de la
ocupación humana en éste territorio y por tanto
no se concebía la posible existencia de otros grupos humanos
que pudiesen haber elaborado dicho arte. Aunque la investigación
arqueológica se desarrollo mostrando tal profundidad cronológica
y la existencia de diversos grupos humanos en el área en
cuestión, la premisa de Triana nunca fue reconsiderada
y por el contrario, siguió siendo utilizada hasta su petrificación
(Silva 1961; Arango 1974). La relación étnica basada
en criterios tecnológicos, entendidos ellos como el proceso
de elaboración del arte rupestre, se convirtió entonces
en una explicación de facto, incluso circular, que nunca
fue objeto de comprobación real. Debe quedar claro que
hasta la fecha no existe ninguna obra rupestre en todo el territorio
colombiano que haya podido ser datada o asociada a contextos arqueológicos
con algún grado de seguridad. Todas las asignaciones se
basan bien sea en criterios de cercanía, no de asociación,
y en identificación temática o estilística
las cuales no solo son problemáticas en su concepción
sino que carecen de argumentos probatorios. No obstante, es posible
citar algunos elementos de conexión, siempre problemáticos,
que no buscan llevar a cabo asignaciones culturales sino plantear
la posible presencia del arte rupestre en distintos períodos
de ocupación del área. En primer lugar, en los abrigos
rocosos del Tequendama, con evidencia de ocupación precerámica,
se han encontrado cráneos pintados con ocre rojo, el mismo
utilizado en la elaboración de pinturas rupestres presentes
en un alero próximo al abrigo. De tales cráneos
se sabe que por lo menos uno de ellos presenta una fecha anterior
al año 7.000 (Correal & Van Der Hammen 1977). La presencia
de ocre en los ajuares funerarios de los grupos de cazadores-recolectores
asegura por tanto su conocimiento y significación ritual,
posibilitando la existencia del arte rupestre dentro de dichos
grupos. Un segundo ejemplo que se relaciona con el llamado per’odo
Formativo, es la posible representación de una urna funeraria
en un petroglifo en el municipio de Sasaima.
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Fig. 1. Urna Funeraria.Rio La
miel. Reichel Dolmatoff, 1986. |
Fig. 2.Petroglifo (fragmento)
Roca de Sasaima, Cundinamarca.Foto: Diego Martinez
C. |
Esta tradición de enterramiento,
que segœn Reichel-Dolmatoff (1986) es muy antigua, se caracteriza
por la presencia de ollas con tapa rematadas con una figura antropomorfa.
El petroglifo en cuestión, posee una posible representación
humana en la parte interna de la supuesta olla y se caracteriza
por estar rematada con una figura en forma de rana, similar a
algunos tipos descritos por Alicia y Gerardo Reichel-Dolmatoff
(1943). El tercer caso se encuentra en el municipio de Santandercito,
es la probable representación de una nariguera cuya forma
y contexto representativo recuerda a algunas encontradas en la
orfebrería de distintas regiones del país.
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Fig. 4.Pieza de orfebrería
(nariguera) aplicada sobre una pieza ceramica Quimbaya
(Museo del oro) |
Fig. 4.Petroglifo (fragmento)
Piedra de "La risa" San Antonio del Tequendama,
Cundinamarca.Foto: Pedro Arguello G. |
El trabajo de búsqueda y registro
de estaciones rupestres llevado a cabo por diversos investigadores
(Arguello, Botiva, Marriner, Martinez, Muñoz/Trujillo/Rodrigez,
etc.) ha permitido obtener un mapa preliminar de la distribución
de los petroglifos y las pinturas en el occidente de Cundinamarca.
Los petroglifos, se han encontrado en los municipios de Tibacuy,
Viota, El Colegio, San Antonio del Tequendama, Cachipay, Alban,
Sasaima y San Francisco. Las pinturas, se han hallado en Pandi,
Tibacuy, Soacha, Sibaté, Tena, Bojacá, Zipaquirá
y Tabio. En el altiplano Cundiboyacense se encuentran petroglifos
en SibatŽ, Bojacá, Subachoque, Gámeza, Choachí,
Une, Buenavista y Guasca. El ejemplo clásico de las pinturas
en zonas bajas es Pandi, a lo cual se añaden otros sitios
como Nilo.
Distribución de pictografías
y petroglifos en relación con el territorio Muisca
y Panche según fuentes etnohistóricas. |
Si al mapa de la distribución
de las pinturas y petroglifos se superpone el de los hallazgos
arqueológicos, haciendo la salvedad de los problemas de
definición mencionados anteriormente, se observa que no
existe correspondencia entre los territorios Muisca y Panche con
los territorios de las pinturas y los petroglifos. En efecto,
los hallazgos de la cerámica Muisca se internan bastante
dentro de las áreas con petroglifos como son los casos
de Apulo y Cachipay (según las excavaciones de Germán
Peña 1988; 1991), El Colegio (según las investigaciones
de Muñoz, Arguello, Rodriguez & Roncancio, 1996-1998)
y Tibacuy (según las informaciones de Salaz y Tapias, comunicación
personal). Tampoco existe relación con la distribución
de la cerámica del per’odo Herrera que se encuentra en
un área igualmente amplia dentro del área de los
petroglifos (de igual manera veanse las investigaciones de Peña;
Muñoz et al, y Salaz y Tapias). En resumen la distribución
de tipos cerámicos como elemento de distinción de
grupos étnicos no se acomoda fácilmente a la distribución
diferencial del arte rupestre. Las características formales
del arte rupestre tampoco apoyan la diferenciación tecnológica
a la que se hace referencia. En efecto, tanto en las pinturas
como en los petroglifos se reœne un sinnúmero de elementos
representados que son comúnes y que además se encuentran
en otros artefactos arqueológicos desdibujando al final
la idea de culturas en términos distintivos. Al respecto
podría ser utilizada la explicación postulada por
Reichel-Dolmatoff (1985; 1997) para explicar la universalidad
de algunas formas rupestres con base en su origen neurofisiológico,
pero no es a dichas formas fosfénicas a las cuales se hace
referencia cuando se alude a similitudes estéticas. Al
respecto se pueden citar algunos ejemplos. Reichel-Dolmatoff (1988)
en un estudio sobre algunas piezas de orfebrería identificó,
entre de las figuras con mayor frecuencia, lo que él llama
la representación del vuelo del chaman; no es momento aquí
de discutir acerca de la validez de su explicación, lo
que interesa desatacar es por un lado la amplia distribución
de esta figura específica, y por otro, su presencia preferencial
en sociedades de carácter jerarquizado (entre ellos los
muiscas, no los Panches cuya forma organizativa es de tipo segmentario)
en donde la institución sacerdotal es un componente fundamental
en términos representacionales.
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Fig.5. Representación de
vuelo chamánico, según Reichel Dolmatoff,
1988. |
Fig.6. Petroglifo (fragmento).
El Colegio, Cundinamarca. Foto: Pedro Arguello G. |
Esta representación de los
vuelos se ha encontrado en por lo menos tres rocas con petroglifos
en el municipio de El Colegio con una impresionante similitud
a las piezas de orfebrería Muisca. En una pequeña
roca, también en el municipio de El Colegio, se halló
una figura con forma similar a las mantas usadas por los muiscas
y guanes. La figura en cuestión presenta una forma rectangular
ataviada hacia afuera con espirales y simetría lateral.
Carl Langebaek (1987; 1996) ha mencionado el intercambio de algodón
proveniente del valle del Magdalena y de mantas en sentido inverso;
lo que no es comprensible es cómo dos pueblos en conflicto
no solo mantienen éste tipo de intercambio sino que uno
de ellos copia los rasgos iconográficos de su enemigo,
cuando lo m‡s lógico sería pensar en la sobrevaloración
de los propios. Esta misma similitud entre figuras rupestres y
figuras en mantas se ha constatado también con una manta
que reposa en el museo de Pasca y una roca con pinturas en Sáchica,
Boyacá.
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Fig. 7.Fragnmento textil procedente
de Belen,Boyaca. Museo arqueologico de Pasca.Foto:
Diego Martinez C. |
Fig. 8. Pictografia. Sachica,
Boyaca. Foto: Diego Martinez C. |
Una de las figuras características
de las pinturas rupestres del altiplano son las llamadas custodias,
figuras compuestas de dos triángulos unidos por sus vértices.
Estas custodias aparecen representadas de forma diversa bien sea
rellenas de pintura, con su contorno radiado o con ojos y boca
en el triángulo superior. Dichas custodias, con las variaciones
citadas, se presentan también en los petroglifos en gran
cantidad de rocas.
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Fig. 9. Pictografia. Mongua, Boyacá.Foto:
Diego Martinez C. |
Fig. 10. Petroglifo." La
custodia". El Colegio, Cundinamarca. Nota: El resaltado
es alteracion por vandalismo.Foto: Diego Martinez
C. |
Un posible elemento relacionado
con ellas, las caras triangulares, son asi mismo comunes tanto
en las pinturas como en los petroglifos.
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Fig. 11. Petroglifo.El Colegio,
Cundinamarca.Foto: Pedro Arguello G. |
Fig. 12. Pictografia. Sachica,
Boyaca.Foto: Diego Martinez C. |
Los anteriores ejemplos problematizan
aún más el panorama presentado por la arqueología
ya que el ámbito de las elaboraciones mentales de las comunidades
fácilmente sobrepasa cualquier límite cultural.
Las similitudes iconográficas no contribuyen en lo absoluto
a remarcar las diferencias constatables en la tecnología
de elaboración del arte rupestre. Por el contrario, si
se sigue completamente el carácter de las similitudes estéticas,
el análisis llevaría a pensar en una estructura
simbólica compartida que pondría en serios aprietos
cualquier intento de agrupación diferencial.
IV. CONCLUSIONES
Las conclusiones a las cuales se
puede llegar a partir del breve análisis anterior son:
* La cercanía entre manifestaciones
rupestres y demás elementos arqueológicos no necesariamente
implica asociación. Por tanto la asignación de un
grupo de elementos de éste tipo debe ser medianamente argumentada
y debe tener en cuenta que los espacios pueden ser antropizados
históricamente, lo cual quiere decir que como los grupos
humanos es dinámico.
* La rigidez propia de la tradición
histórico-cultural colombiana representada
en la articulación de areas culturales y horizontes cronológicos,
aunque sirvió en un momento para sistematizar los datos
de la arqueología como bien lo plantea Cardenas-Arroyo
(1996), debe ser considerado críticamente para evaluar
su pertinencia en elementos arqueológicos distintos a la
cerámica como lo es precisamente el arte rupestre. Ello
implica además pensar hasta quŽ punto la cerámica
sirve como marcador territorial.
* La información proporcionada
por las crónicas debe ser igualmente utilizada críticamente;
para el caso particular de los grupos panches es necesario investigar
hasta qué punto su imagen negativa no responde más
bien a una necesidad política y económica de los
españoles. Con esto se podrá sin duda entender con
más claridad la relación que tenían con los
muiscas y por la misma vía generar posibilidades explicativas
en cuanto a la probable asignación del arte rupestre.
* Las interpretaciones que asignan
significado tanto a las pinturas como a los petroglifos basadas
en la asignación cultural en cuestión deben ser
también puestas en duda; cualquier interpretación
del arte rupestre debe tener en cuenta un análisis mínimo
de la configuración propia del grupo al cual se asigna
para no caer en generalizaciones extremas y que en últimas
no solucionan nada.
* La técnica con la cual se
ha elaborado el arte rupestre, pues, no necesariamente implica
diferenciación cultural. Las razones por las cuales en
algunos casos se elaboran petroglifos y en otros pinturas, no
tan disímiles en términos formales, pueden ser variadas
y corresponder a criterios bien sea rituales, estacionales, políticos
o económicos. Mientras no se conozca el verdadero panorama
del occidente de la cordillera Oriental, ni siquiera se puede
hablar con precisión de la existencia de grupos distintos.
—¿Preguntas,
comentarios? escriba a: rupestreweb@yahoogroups.com—
Cómo
citar este artículo:
ARGUELLO
G. Pedro. Diferenciación técnica como diferenciador
cultural: el caso del arte rupestre del suroccidente de Cundinamarca.
en Rupestreweb, http://www.rupestreweb.info/arguello.html
2000
(1999)
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