Colombia


Petroglifos en el paisaje o paisaje en los petroglifos. Propuesta para analizar la apropiación cultural del paisaje desde el arte rupestre en la vertiente occidental de Cundinamarca.

Guillermo Ramírez C. archeos@gmail.com

Ver localización aproximada en Google Maps.


INTRODUCCIÓN

Los análisis de distribución de arte rupestre para la zona central de Colombia generalmente han abordado la presencia de grupos culturales a lo largo del tiempo con base a la presencia o ausencia de piezas de cultura material típicas que permitirían delimitar territorios y establecer relaciones interculturales (comercio, guerras, movilización, etc.). Es claro que hay un patrón diferenciado en la distribución de petroglifos y pictografías tanto en las tierras frías del altiplano como en la vertiente cálida del valle medio del río Magdalena, lo cual ha motivado a varios investigadores a plantear explicaciones a esta distribución.

Tal y como lo propone Franco, a partir del arte rupestre se podría ver la estructura tecnológica regional (entendida como los patrones de distribución de artefactos y rasgos o estructuras), como constituyente de una vía de acceso útil para entender la forma en que los grupos humanos organizan y existen en el paisaje (Franco 2008).

Partiendo de lo anterior, en el presente trabajo se busca hacer un análisis de la distribución del arte rupestre en el espacio exponiendo la forma en la que el paisaje puede llegar a jugar un papel clave en la ubicación de las evidencias materiales y cómo estas mismas pueden ser percibidas desde el presente.


CONTEXTO GEOGRÁFICO

En el extremo norte de la cordillera de los Andes, en el actual territorio Colombiano, esta formación montañosa se divide en tres subcordilleras. El área sobre la que desarrollaremos este texto es la Cordillera Oriental, una cadena montañosa con alturas de hasta 5000 m.s.n.m. en las partes más elevadas, pero que también presenta tierras bajas en sus límites oriental y occidental que apenas sobrepasan los 400 m.s.n.m. (Imagen 1). Estas áreas con condiciones climáticas tan opuestas fueron habitadas por grupos de filiaciones lingüísticas y culturales igualmente diferentes, pero que mantenían entre sí una serie de relaciones sociopolíticas y comerciales registradas tanto en las crónicas del siglo XVI como en los resultados de investigaciones arqueológicas.

Hacia la parte central de esta Cordillera, en las tierras altas centrales, se encuentra el altiplano cundiboyacense, presentando un relieve llano y ondulado compuesto de laderas montañosas y abundantes fuentes de aguas; ubicado entre los 2.400 y 3.000 m de altitud, donde predomina un clima frío y semihúmedo (Botiva et al 1989). A su vez, al occidente del altiplano, en sentido sur – norte, corre el río Magdalena; su valle está constituido por un relieve de piedemonte cordillerano de laderas surcadas por los múltiples afluentes del Magdalena y cobertura vegetal de bosque húmedo tropical que presenta climas cálidos y templados (Rodríguez y Cifuentes 2004).

Imagen 1. Área de estudio. Cordillera oriental (tierras altas -altiplano-
en su sector central y valle del río Magdalena en su vertiente occidental).

CONTEXTO HISTÓRICO

Para el siglo XVI, el actual territorio de Colombia estaba ocupado por grupos que han sido considerados sociedades cacicales complejas, concentrados en algunas regiones como el altiplano cundiboyacense en el centro de la Cordillera Oriental, entre otras. Así mismo, en otras áreas como el valle medio del río Magdalena, los españoles encontraron sociedades que no habían alcanzado el nivel sociopolítico de una organización cacical; estos grupos generalmente se encontraban en las tierras bajas y húmedas desarrollando estrategias adaptativas que les permitían establecer una relación de equilibrio con entornos naturales más frágiles (homeóstasis).

A la llegada de los españoles, encontraron la región del altiplano ocupada por pueblos de la macrofamilia lingüística Chibcha (Muiscas, Sutagaos, Tunebos, Laches, Guanes y Chitareros), agrupados en confederaciones cacicales, dentro de las cuales las más poderosas eran las de los caciques muiscas Zipa (de Bacatá) y Zaque (de Tunja). La sociedad muisca fundaba su economía en la agricultura, explotando gran variedad de productos de clima frío y algunos de pisos térmicos templados en los límites de su territorio; así mismo, la acumulación de excedentes agrícolas y el comercio de sal, vasijas de barro y mantas de algodón a largas distancias permitían el sostenimiento de una élite religiosa, especialistas orfebres, alfareros y tejedores (Botiva et al 1989, Langebaek 1987).

En la vertiente occidental de la Cordillera Oriental, los españoles encontraron pueblos de lengua Caribe (o Karib ) asentados en los valles intercordilleranos de los ríos (Aguado 1955). Dentro de estos pueblos “Caribes”, los panches eran los grupos que se encontraban en el límite occidental de los grupos muiscas (Imagen 2). Eran comunidades dispersas y exógamas que no habían alcanzado el nivel de cacicazgo, en las que se accedía al poder por méritos adquiridos en las guerras, las cuales parecen haber sido una práctica cultural muy común (así como el canibalismo ritual) ya fuese en contra de otras parcialidades caribes o en contra de grupos extraregionales como los muiscas (Rodríguez y Cifuentes 2004, Cifuentes 2004, Rodríguez 2006).

Imagen 2. Territorios culturales encontrados por los españoles
en el siglo XVI en el valle medio del río Magdalena y en el altiplano.

CULTURA MATERIAL

Las diferentes investigaciones arqueológicas realizadas desde los años 40 del siglo pasado así como los reportes de hallazgos fortuitos o producto de la guaquería realizada desde el mismo siglo XVI, han reportado la presencia de vestigios culturales en ambos territorios.

El marcado interés por la investigación de los muiscas (vistos como el grupo cultural que aparentemente presentaba una mayor organización sociopolítica a la llegada de los españoles al territorio colombiano), ha sustentado un mayor número de estudios en esta zona. Estas investigaciones han profundizado notablemente en el reporte y análisis de materiales cerámicos, líticos, textiles, rupestres, metalúrgicos, así como restos biológicos encontrados en este territorio.

Por el contrario, las investigaciones en el área que se encontraba ocupada por los panches han sido más escasas y han estado determinadas por la menor cantidad de sitios arqueológicos. Esto, aunado a unas condiciones de conservación más desfavorables para los materiales orgánicos (como la elevada acidez de los suelos, la alta humedad y ausencia de abrigos naturales como cuevas) ha conllevado a que la información más completa de materiales arqueológicos se limite a la cerámica y las estaciones con “arte rupestre” .

De esta forma, nos concentraremos en las estaciones con manifestaciones rupestres que se encuentran tanto en el altiplano como en la vertiente del Magdalena, y que al parecer presentan una serie de diferencias que han sido explicadas y sustentadas según diversas interpretaciones.

PETROGLIFOS Y PINTURAS RUPESTRES

Antes de hacer una aproximación a los tipos de estaciones rupestres y la variedad en motivos y técnicas expuestas, es crucial partir de dos paradigmas:

1. Hay evidencias arqueológicas tempranas de ocupaciones humanas en el altiplano (11000 AP ) y en el valle del Magdalena (16000 AP ) de grupos cazadores recolectores. Estos grupos ocuparon los abrigos rocosos en el altiplano y las terrazas asociadas al río Magdalena; estos mismos sitios de habitación fueron reocupados posteriormente (así como otros concentrados en las áreas con suelos más fértiles) por grupos agroalfareros que alternaban la cacería con la domesticación de plantas y pequeños animales, la alfarería y la explotación de fuentes de sal (Cardale 1976, 1981, Ardila 1984, Peña 1987, Argüello 2003, Rodríguez 2006) y que posteriormente implementaron tecnologías textiles, metalúrgicas, de producción agrícola y alfarera a gran escala, así como comercio interregional (Langebaek 1987, Botiva et al 1989).

2. En Colombia no se han podido realizar fechaciones de estaciones de arte rupestre por asociaciones directas, lo que conlleva a que se desconozca el periodo histórico en el que fueron realizadas, así como el grupo cultural que las creó (Argüello 2000 [1999]).

Como conclusión de lo anterior, nos encontramos frente a un área geográfica ocupada durante mucho más de 10000 años, que exhibe manifestaciones rupestres que pudieron ser producto de cualquiera de los diversos grupos humanos que ocupó estos territorios durante este lapso de tiempo.

No obstante, se han hecho asociaciones directas entre el tipo de arte rupestre presente en cada uno de estos territorios y los pobladores que encontraron los españoles en el siglo XVI. Si siguiéramos estas asociaciones, la presencia de diseños grabados en las rocas del valle del Magdalena correspondería a los panches, mientras que las pinturas (en ocre rojo y en contadas excepciones en pigmentos blancos y negros) habrían sido producto de los muiscas (Triana 1924, 1970; Silva 1961; Arango 1974).

Imagen 3. Grabados rupestres típicos de la vertiente occidental de la cordillera,
municipio de Cachipay – Cundinamarca (Tomado de Martínez y Botiva 2002).

Imagen 4. Pictografías en ocre rojo típicas del altiplano, municipio
de Sutatausa - Cundinamarca. (Tomado de Martínez y Botiva 2002).

De esta forma, los exponentes de la tradición histórico-cultural se han encargado de establecer asociaciones tajantes entre las evidencias de cultura material y las áreas geográficas que corresponderían a los grupos que las produjeron. Así, se han establecido las mal llamadas “culturas arqueológicas”: territorios con límites impermeables y bien demarcados en los cuales se encuentran los vestigios “típicos” de cada cultura.

Al hacer un balance del arte rupestre del altiplano, encontramos que la técnica predominante es la pictografía, mientras que en el valle del Magdalena, la mayoría de las estaciones presentan petroglifos grabados. En ambos escenarios se encuentran algunas representaciones del elemento típico del otro, pero la proporción es siempre ínfima con respecto al elemento predominante local (Martínez y Botiva 2002, Argüello y Martínez 2004). De esta forma, vemos como al igual que en otras partes del mundo con un claro elemento natural diferenciador del medio, el repertorio general de motivos presentes marca similitudes y diferencias cualitativas y cuantitativas entre las distintas localidades (Fiore 2006, Fiore y Ocampo 2008, Franco 2008).

Es innegable que existe una relación entre el área del altiplano y el arte rupestre pictográfico encontrado en esa zona, así como la presencia de grabados en la vertiente occidental de la cordillera, convirtiéndose el conocimiento de estas estructuras tecnológicas regionales en una importante herramienta para entender áreas que parecen actuar como puntos de frontera entre poblaciones humanas (Franco 2008).

Imagen 5. Presencia de arte rupestre en Cundinamarca. Los petroglifos aparecen representados
en iconos negros y las pinturas rupestres en rojos o blancos. (Tomado de Martínez y Botiva 2002)

Dado que esta distribución espacial concuerda con los territorios de los grupos humanos encontrados en el siglo XVI, no es de extrañar que en la literatura se hayan asimilado los petroglifos como obra del pueblo panche y las pinturas rupestres producto de los muiscas, funcionando en ambos casos como marcadores territoriales:

“Clasificados estos petroglifos en orden a su localización, he podido establecer como regla general que los que están situados en territorios ocupados antes de la conquista por tribus caribes fueron grabados al parecer con cincel y los que están situados en la altiplanicie ocupada por los chibchas fueron pintados con pintura roja indeleble… se nota que hay aglomeraciones en las regiones de Suacha y Facatativá, que fueron lugares de acceso de los panches... así como en Saboyá y Sáchica, lugares de acceso de los muzos y agataes... como sucede también en Gámeza, boquerón de acceso de los guanes y güicanes... lo cual induce a sospechar que las piedras pintadas servían de mojones de deslinde entre los apacibles súbditos del zipa y del zaque y las tribus guerreras que venían envolviéndolos.” (Triana 1970: 2).

Si tenemos en cuenta que no conocemos el momento de la elaboración del arte rupestre (que pudo haberse desarrollado bien a lo largo de milenios o bien durante un periodo relativamente corto), y que las áreas en mención fueron ocupadas por diversos grupos humanos a lo largo de más de 10000 años, es imposible asignar con certeza la autoría de los grabados y pinturas sobre rocas a determinados grupos humanos y más aún, asociar esta evidencia material a las sociedades que estaban ocupando estos territorios en un momento específico del tiempo (como el siglo XVI).

Así, es posible que otros factores como la influencia del entorno en los comportamientos culturales o las interpretaciones culturales de un medio ambiente determinado, hayan influido en la forma en como se desarrolló el arte rupestre en estos dos paisajes distintos. Este punto ha sido planteado en otras investigaciones en las que también se encuentran elementos diferenciadores en el arte rupestre asociados con áreas igualmente diferenciables (Troncoso 2005, Franco 2008).

Si entendemos el paisaje como la construcción particular que hace cada grupo humano del medio natural en el cual existe y en el que son posibles sus relaciones culturales propias, retroalimentándose la construcción de cultura y la concepción del paisaje y del grupo inmerso en él (Anschuetz et al 2001, Mora 2005, McGlade 1995, Curtoni 1999), podríamos sugerir una explicación alternativa a la distribución espacial del arte rupestre en un territorio.

CONSERVACIÓN Y PROCESOS TAFONÓMICOS

Es necesario mencionar otra relación entre los contextos en que se encuentran los petroglifos y las pictografías; en el altiplano como en el valle del Magdalena se encuentran múltiples formaciones rocosas propicias para la elaboración de arte rupestre, pero tanto en uno como en otro, fueron escogidos ciertos lugares específicos.

En las tierras del altiplano, las pictografías se localizan en abrigos rocosos, bajo aleros naturales y en grutas o cuevas (Imagen 4). Esta ubicación (sitios protegidos de las condiciones medioambientales que pueden destruir las pinturas rupestres) ha favorecido la conservación de las pictografías, incluso en algunos casos, ha propiciado la conservación de algunas pinturas más susceptibles a la destrucción, como el caso de las realizadas con pigmentos blancos y negros (Argüello y Martínez 2004).

No ha sido posible determinar si las rocas expuestas a la intemperie también presentaban pictografías (que habrían sido arruinadas por procesos naturales), es decir, determinar si la localización actual de las pinturas rupestres corresponde a un sesgo marcado por procesos tafonómicos o a los intereses y selección de los (as) autores (as).

Por otro lado, en el valle del río Magdalena, los grabados no enfrentan las mismas condiciones, pues estos resisten mucho mejor la exposición a la intemperie. De esta forma, se encuentran rocas a cielo abierto con petroglifos que aún son evidentes (Imagen 3) y que al parecer no se vieron muy afectados por las condiciones medioambientales (si diéramos por sentado que en ningún momento presentaron pigmentos que en la actualidad hayan desaparecido).

El hecho que la presencia de pictografías en el área sea mínima y que estas estén escasamente representadas (y confinadas a algunos sectores específicos como el área sur del departamento de Cundinamarca -Imagen 5-), ha llevado a pensar que estas no se implementaron. Sería posible plantear la hipótesis que hayan existido pero las condiciones medioambientales las hayan borrado del registro (en las áreas desprotegidas), pero una inspección de las grutas, cuevas y abrigos en las que se pudieron conservar mejor no ha reportado la presencia de estas. Lo anterior nos lleva a pensar de nuevo en una escasez de pinturas rupestres en el área en que predominan los petroglifos.

Igualmente, hay que considerar alternativas como que los factores relativos a las cualidades de las técnicas (disponibiliadad de materias primas, dureza de los soportes, cantidad de cadenas operativas, pedurabilidad) pueden haber influido sobre los costos de producción de las imágenes y sobre su distribución temporo-espacial (Fiore 2006), lo que sería un elemento determinante de la presencia o ausencia de estaciones de arte rupestre en el espacio.

EL CASO DE LOS PETROGLIFOS EN ANOLAIMA



Imagen 6. Ubicación de los petroglifos registrados en el municipio de
Anolaima y las pictografías en las áreas más cercanas (Zipacón y Facatativa).

Para abordar un caso particular, se registraron las manifestaciones rupestres del municipio de Anolaima. Tomamos esta zona, teniendo en cuenta su relieve bastante quebrado (en contraste con las tierras relativamente llanas del altiplano), su cercanía con las áreas del altiplano en que se encuentran abundantes manifestaciones de pictografías (a 14 kilómetros lineales y 25 por carreteables, de las estaciones rupestres de Zipacón y Facatativá), y finalmente el hecho que en esta zona se registren abundantes grabados en rocas y estén ausentes las pinturas (Imagen 6).

En esta zona, visitamos 4 estaciones rupestres, las cuales presentan una distancia entre sí que va desde los 500 metros hasta los 3 kilómetros. Cada estación consiste en una roca de entre 4 m. 2 y 6 m. 2 de forma triangular, es decir con dos caras expuestas, formando ángulos cercanos a los 60 grados con respecto al suelo (Imágenes 7 y 8).

Imagen 7

Imagen 8

Estas rocas, generalmente se encuentran rodeadas en sus cercanías, de otras rocas de la misma conformación petrográfica, pero en ellas se encuentra ausente cualquier manifestación cultural.

Los petroglifos documentados para esta zona, al presentar una serie de similitudes estilísticas y tecnológicas, permiten establecer una relación o asociación entre las personas que los crearon, llevándonos a pensar que fueron hechos por gentes de un mismo grupo cultural; esto, si consideramos que tal patrón implica el desarrollo de una tecnología de producción de imágenes y un consecuente manejo específico de recursos y conocimientos comunes a gentes emparentadas socialmente (Fiore 2006).

Ejemplo de lo anterior es que los petroglifos parecen haber sido fabricados con la misma técnica, en la que los grabados presentan el mismo grado de profundidad. También encontramos diseños recurrentes en los que se cuentan líneas en espiral, representaciones zoomorfas esquematizadas y figuras antropomorfas guardando del mismo patrón:

Imagen 9. Líneas en espiral y figuras zoomorfas
esquematizadas comunes en los diferentes petroglifos.

En estas rocas, se percibe un tipo de selección por el o la autora de los petroglifos, pues estos se encuentran siempre en sólo una de las dos caras. De la misma forma, parece haber una intencionalidad al haber escogido estas y no otras rocas, pues además de su forma particular, su localización siempre coincide con puntos elevados de la topografía local (Imagen 10) desde los cuales se tiene una amplia visibilidad del entorno (Imagen 11).

Imagen 10

Imagen 11. Panorámica obtenida desde una de las estaciones de arte rupestre.

Finalmente, encontramos otro punto coincidencial en las estaciones registradas y es el hecho que al ubicarse sobre una pendiente con amplia visibilidad del entorno, la cara de la roca que ha sido grabada corresponde siempre a la superficie opuesta a la de la zona visualizada. Es decir, al observar la superficie tallada de las rocas, también se observa un amplio territorio desde el mismo punto (si la cara tallada hubiera sido la opuesta, al situarse frente al petroglifo, el observador - y/o el fabricante - de los grabados, estaría dando la espalda al territorio que se puede visualizar desde allí).

COMENTARIOS FINALES

Tras esta aproximación a la presencia de arte rupestre y su posible relación con el paisaje en que fue creado, nos surgen una serie de interpretaciones que no dejan de ser especulativas en la medida en que están sesgadas por nuestra concepción occidental del entorno.

Aún así, partimos de una evidencia material real, el hecho de encontrarnos frente a dos áreas muy cercanas, enmarcadas en relieves contrastantes en las que se implementaron técnicas de producción de arte rupestre igualmente diferentes (que coincidencialmente corresponden a los mismos territorios ocupados por los grupos muiscas y panches encontrados por los españoles en el siglo XVI). Estos vestigios tangibles conforman dos grupos bien diferenciables, al interior de los cuales comparten una serie de patrones dentro de su mismo entorno, pero que difieren con los estándares encontrados en otras áreas.

Al hacer un análisis de las diferencias en los usos de las técnicas rupestres encontramos que su interpretación no puede centrarse exclusivamente en una variable (como costos de producción, perdurabilidad de las imágenes, asociaciones culturales o procesos tafonómicos sobre las mismas) ni realizarse de manera mecanicista, puesto que las valoraciones y elecciones de cada técnica rupestre variaron de acuerdo a sus contextos de producción y uso (Fiore 2006).

De esta forma, proponemos un modelo interpretativo que tiene en cuenta el paisaje y su construcción cultural en la producción de cultura material, más allá que la presencia de esta como resultado de la delimitación de un territorio físico ocupado por grupos culturales determinados.

A MANERA DE CONCLUSIONES

Podríamos encontrar una relación entre los petroglifos tallados sobre superficies inclinadas de ciertas rocas desde las cuales se tiene un gran control visual del entorno, y el medio montañoso constituido igualmente por superficies inclinadas (laderas de montañas y valles) de este sector de la vertiente occidental de la Cordillera Oriental.

Parece muy probable que estos puntos específicos donde se encuentran las estaciones de arte rupestre hubieran sido utilizados como sitios de observación y/o apreciación de grandes extensiones de tierra. A la vez, es posible que en estos supuestos puntos de observación, se realizaran actividades simbólicas de apropiación, entendimiento y comprensión simbólica del paisaje, quedando plasmadas en las manifestaciones de arte rupestre que seguramente estuvieron acompañadas de otras prácticas de las que no ha quedado vestigio material alguno.

¿Preguntas, comentarios? escriba a: rupestreweb@yahoogroups.com

Cómo citar este artículo:

Ramírez C, Guillermo. Petroglifos en el paisaje o paisaje en los petroglifos.
Propuesta para analizar la apropiación cultural del paisaje desde el
arte rupestre en la vertiente occidental de Cundinamarca.

En Rupestreweb, http://www.rupestreweb.info/anolaima.html

2009

 

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