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Sección I Aquí, la pared del fondo mide 1,30 m de alto por más de 3 m de ancho; la roca es de grano fino y superficie suave, pero tiene irregularidades que dividen la sección naturalmente en varias partes. En la primera de ellas las figuras están pintadas en gris (Gardner 1931: fig.74, pl. XXIX): A 1. Figura solar con disco central. 2. Una figura humana (?) convencional. 3-9. Siete animales, probablemente llamas, acollaradas. 10. Una figura humana con arco y flecha, como apuntando hacia el grupo de llamas; no es seguro que sea un indio. 11. Caballo y jinete, el último en color gris muy oscuro; las riendas están dibujadas a continuación del brazo. 12. Hombre de a pie, con casco puntiagudo, sosteniendo una espada en su mano izquierda. 13. Caballo y jinete; las riendas están dibujadas a continuación del brazo. 14-15. Vestigios de figuras de jinetes. 16. Indio con ornamentos de plumas en la cabeza y la espalda; sostiene arco y flecha. 17. Infante que mira hacia el espectador, tiene el brazo derecho levantado y sostiene con el izquierdo un objeto irreconocible. 18-28. Once indios en hilera, con plumas en la cabeza; parecieran estar tomados de las manos, o atados juntos. 29. Caballo y jinete. A espaldas de cada hombre sobresale un objeto que se podría interpretar como un arma defensiva o la parte posterior de una silla de montar militar. Son notables las llamas unidas por una cuerda. Cuatro de los jinetes miran a la derecha y uno a izquierda, en tanto que los infantes europeos y la hilera de indios miran al observador. Figura 19. "Fig.74. Clave de la lámina XXIX (Grupo I A)", según Gardner 1931: 58. B Las siguientes figuras están pintadas en gris, o blanco sucio (Gardner 1931: fig.75; Pl. XXIX): 1. Una figura de “sol”. 2-3. Animales pequeños, uno de ellos posiblemente una cabra. 4-6. Jinetes. 7. Infante sosteniendo en una lanza en su mano izquierda. 8-9. Animales, uno de ellos parecido a una mula y el otro tal vez una cabra. 10-13. Jinetes. 14-15. Indios con arcos y flechas, uno de ellos tiene un ornamento de plumas. 16-17. Animales, uno de ellos es un caballo. Casi todas las representaciones son de europeos; están detallados los cascos y riendas y, en un caso, se muestra con diferencia de color cómo las riendas cruzan sobre el pescuezo del caballo. Cinco de los jinetes miraban a la derecha y dos a la izquierda. Figura 20. "Figura 75. Clave de la lámina XXIX (Grupo I B), según Gardner 1931: 59. C Las figuras de este grupo están pintadas en blanco y gris (Gardner 1931: fig.76) (Plate XI, 2; XXX). 1. Jinete parcialmente borrado. 2-3. Jinetes. 4. Jinete; el caballo está medio borrado. La roca aquí está cubierta por una eflorescencia color blanco grisáceo que abarca varias figuras. 5. Infante con lanza en la mano izquierda. 6-7. Jinetes. 8. Hombre sosteniendo una lanza en la mano izquierda. 9-10. Animales semejantes a perros. 11. Jinete. 12. Infante con una lanza en la mano izquierda. 13-24. Once indios en fila; llevan plumas en la cabeza. 25. Un pájaro. 26. Un caballo (?). 27. Un animal indefinido. 28. Figura como una cruz. 29. Jinete. 30. Un hombre sosteniendo una lanza. 31-32. Dos personas, como luchando cuerpo a cuerpo. 33. Jinete. 34-35. Dos infantes, cada uno sosteniendo una lanza en la mano izquierda, y uno de ellos con la mano derecha extendida. 36. Infante. 37. Una figura incomprensible. 38. Infante. 39-40. Dos personas agarrándose de las manos o luchando. 41-43. Jinetes. 44. Animal pequeño, probablemente un perro. 45. Figura incomprensible. 46-48. Jinetes, uno de ellos sosteniendo una lanza. 49. Pequeña figura humana. 50. Un perro. 51. Jinete. 52. Figura humana. 53. Un hombre con las manos en alto, la izquierda sostiene una lanza. 54- 55. Animales, posiblemente llamas. 56-59. Jinetes. 60-61. Figuras incomprensibles. 62. Figura de un perro, en color originalmente negro, con manchas blancas. 63-69. Siete indios, en fila, con plumas en la cabeza. 70. Jinete. 71. Infante sosteniendo un objeto indistinguible en la mano derecha y una lanza en la izquierda. 77-91. Quince infantes, con espadas a sus costados, los brazos en jarra, formados en dos hileras. 92-93. Figuras confusas; probablemente son los dos extremos de las figuras de la derecha, de la fila doble de hombres. 94. Animal semejante a un perro. 95. Jinete. 96. Pequeña figura humana. 97. Un animal indescriptible. 98. Infante con una lanza en su mano izquierda. 99. Jinete. Las figuras estaban representadas con bastante detalle, y algunas de ellas con diferencias de color. Figura 21. Sector central del Alero de los Jinetes. "Figura 76. Clave de la lámina XXX", según Gardner 1931: 61 D Las figuras de esta sección estaban pintadas en blanco, y blanco y gris (Gardner 1931: Plate XXIX). 1. Vestigios de una figura de animal. 2. Jinete. 3-13. Once indios emplumados, en fila. 14. Figura incomprensible. 15. Jinete; esta figura es llamativa por el cuidado con que se distinguió al jinete del caballo, no solamente las riendas cruzando por el pescuezo del animal sino que las piernas del jinete también están indicadas. E Las figuras de este grupo forman una banda continua pero muchas no están demasiado visibles, entre ellas las de los jinetes. Se copiaron las mejor conservadas; los colores son blanco, y blanco con dos tonos de gris (Gardner 1931: fig.78, Plate XXXI). 1. Infante sosteniendo la lanza en la mano derecha. 2. Jinete que viste un yelmo o cubrecabezas puntiagudo; mira hacia la izquierda. Las riendas están cruzadas sobre el pescuezo del caballo y agita uno de sus brazos en el aire; sobre su espalda hay una protección semicircular. El caballo está pintado en blanco grisáceo y se ven claramente doce puntos blancos bajo el punto donde el cuerpo del jinete se apoya en el caballo. 3. Círculo con disco central. 4. Llama. 5. Indio con arco y flecha 6. Figura como un peine. 7. Jinete sosteniendo una espada en la mano derecha; la izquierda continúa en las riendas. Toda la figura está pintada en gris oscuro mientras que el rostro está pintado en color blanco. Sobre su espalda aparece la usual protección triangular, adornada, en este caso, con tres puntos blancos. Un círculo de doce puntos blancos se ve sobre la pierna, que está apoyada en el cuerpo del caballo, y tres puntos blancos se ven en el borde de lo que probablemente es la representación de una casa pintada en gris claro; el resto del cuerpo del caballo es de color gris oscuro. Hay una pluma o un ornamento de alguna clase en la cabeza del animal, al costado del cual hay dos puntos blancos, uno bajo el otro. Uno de ellos puede representar un ojo, si bien esta forma no se ve en ninguna de las otras representaciones de caballos. Las cuatro patas tienen terminaciones en color blanco. 8. Infante con lanza en la mano derecha. 9. Figura rectangular encerrando una cruz. 10. Círculo con disco central. Todas estas figuras están ubicadas bajo las del grupo D, y para verlas fue necesario tirarse al suelo. A pesar tanto de su torpeza como de su ubicación poco iluminada, los jinetes representados aquí fueron el intento más elaborado de reproducir con fidelidad la apariencia de caballos y jinetes, y debe de haber costado mucho obtener ese resultado usando diferentes tonos de color. En el techo, frente a estos grupos, había una incomprensible figura formada con puntos ovales (impresiones de dedos) pintadas en blanco. Figura 22. "Figura 77. Clave de la lámina XXXIII", según Gardner 1931: 64. Sección II En esta parte del alero, el techo está a 2 m sobre el piso, pero después de extenderse hacia adentro más de un metro, cae abruptamente, formando la cara perpendicular de la roca, desde el borde más bajo del cual sube otro metro hacia la pared del fondo. Aquí hay figuras pintadas en negro, incluidos algunos jinetes, en la parte más exterior del techo, pero c. 1920 están enteramente destruidas por la caida de la superficie de la roca, la cual está muy oscurecida por el humo. La cara perpendicular de la roca, que divide el techo en dos partes, forma una especie de friso, de 59 cm de profundidad, sobre el cual se pintaron las siguientes figuras en blanco (Plate XXXII): A 1-10. Tropilla de llamas, en blanco y gris claro. 11. Pájaro. 12. Huanaco. 13. Un indio con arco y flecha. 14. En blanco y rojo, una llama amamantando a su cria. 15-16. Llamas en blanco y gris. 17. Figura incomprensible. 18. Figura humana? 19. Círculos concéntricos. B Sobre la roca suave de la parte interior del techo, están las siguientes figuras (figs. 77, 79, 80, 82; Plate XXXIII): 1-10. Animales, en general llamas, en blanco, y blanco y gris. El grupo es similar al de uno de los frisos, pero el dibujo no es bueno. 11. Dos series de pinceladas en blanco, representando las plumas blancas de las alas de un cóndor, cuyo cuerpo negro y la gola blanca pueden verse tenuemente a la luz de la mañana temprano. 12. Lineas curvas y en zig-zag, color blanco. 13. Figura incomprensible, en blanco, posiblemente una representación altamente convencionalizada de un grupo de animales. 14. Un felino, o un cánido, en blanco con puntos grises. 15. Figura color blanco, incomprensible. 16. Caballo y jinete, pintados en negro, con una figura de caballo, superpuesta, color blanco. 17. Animal desconocido, en negro y blanco. 18-21. Hilera de cuatro animales, tal vez ciervos, el cuerpo de cada uno pintado en gris claro, delineado en gris oscuro, con un gran punto blanco, oval, en el costado. 22. Un pequeño y desconocido animal, en negro. 23-28. Seis óvalos blancos, todos recuerdan las figuras de animales similares a los nros.18 a 21. 29-31. Pinceladas blancas, dispuestas en círculos y óvalos. 32-33. Jinetes, en negro. 34. Pequeño animal desconocido, pintado en blanco. 35. Representación, en negro, de un hombre sosteniendo un bastón de mando en la mano izquierda. 36-37. Figuras incomprensibles pintadas en blanco. 38-44. Figuras geométricas, incomprensibles, pintadas en blanco. Algunas son probablemente restos de figuras de indios con plumas y cuerpos negros, ahora medio borrados, mientras otras representarían huellas de pies. 45-47. Indios, en gris y blanco; blanco, y negro; y blanco. Dos de ellos excepcionalmente naturalistas. 48-49. Pinceladas blancas. El color gris fue usado solamente para la silla de montar de los animales; la parte delantera y trasera, junto con la parte de abajo de la panza, son blancas. En algunas figuras, eso desapareció completamente dejando, en el caso de la figura grande, solamente el blanco de la parte delantera; y en las figuras chicas un hueco dibujado que tenía en sí la apariencia de una completa pero grotesca figura de un animal. Esto explica la presencia de figuras similares, que, encontradas entre representaciones realistas de La Casa del Sol, fueron en su tiempo bastante difíciles de comprender. Hay restos de figuras de animales pintados en dos colores, de los cuales solamente uno, el blanco, quedó visible. Solamente se ven tres óvalos o puntos blancos en la lámina, pero hay por lo menos seis, alineados, a intervalos iguales detrás del número 22; son idénticos en forma y tamaño con los de los cuerpos de los animales números 18 a 21 y podrían ser vestigios de figuras similares. Hay representaciones de europeos, montados y a pie en ese grupo de figuras, pero están poco elaborados, y fueron evidentemente hechos por un pintor distinto del de la primera sección del abrigo. C En la pared del fondo, que tiene solamente 18 cm de alto, había numerosas figuras, muchas de ellas incompletas; entre ellas, un caballo con, aparentemente, patas blancas. Las más claras se copiaron aquí (Plate XXXIV): 1-2. Vacas, en gris oscuro. 3. Figura humana pintada en negro. 4-5. Pequeños animales, probablemente perros, en negro. 6. Un pájaro pintado en blanco y negro. Las cinco primeras figuras forman un grupo que, sin ningún esfuerzo de imaginación, pueden ser interpretadas como un soldado con yelmo y coraza acompañado por dos perros, cuidando el ganado en el campamento español.
Sección III En el extremo oeste del alero el techo cae hacia atrás curvándose en dos huecos, dentro de los cuales están pintadas figuras geométricas, animales e indios en negro, blanco, y negro y blanco (Plates XXXV y XXXVI). En esta parte, el color de la roca es muy oscuro. A 1. Cóndor, en blanco y negro, muy bien dibujado; los colores están alternados en las plumas de las alas extendidas; tiene un collar blanco alrededor del cuello. 2. Figura triangular, en blanco. 3. Figura negra, tal vez los restos de una representación de animal. 4-6. Llamas, en blanco, una de ellas muy pequeña. 7. Restos de una figura en negro, como una rueda. 8. Ondas, líneas como una serpiente pintadas en negro. 9. Una llama, en blanco y negro. 10. Figura circular, en negro y blanco, con rayos. B Las siguientes figuras, excepto las números 27 y 29, están pintadas de negro: 1-3. Animales, dos de ellos posiblemente ciervos. 4. Figura de contorno oval, rayada. 5-23. Hilera de 19 indios emplumados, todos juntos, superpuestos a la figura anterior. 24. Un animal desconocido. 25-26. Vestigios de figuras. 27. Un animal, posiblemente un perro, en negro con puntos blancos. 28. Un animal no identificado. 29. Figura oval, rayada, en negro con puntos y barras en blanco amarillento claro. 30. Figura en forma de cruz. 31. Un indio con arco y flecha. C Hacia la derecha de la última de las figuras del último grupo, la pared sube gradualmente hacia el techo abovedado, formando una pequeña cámara de casi 2 m de alto, la única parte del interior del alero donde era posible estar de pie. Aquí, en la pared del fondo, hay algunas figuras grandes, todas, con una excepción, están pintadas de blanco. Las mejor conservadas son: 1. Figura oval como un escudo, probablemente una tortuga. 2. Un animal no identificado. 3. Figura como un escudo. 4-5. Representaciones humanas convencionales?. 6. Pequeñas figuras de llama pintada en negro. 7. Figura parecida a la letra B. 8. Representación de una serpiente. En este alero los objetos pintados son diferentes de los pintados en otros sitios. Las figuras individuales podrían incluírse en alguno de los tres grupos principales, según sean incomprensibles, geométricas, o representaciones de objetos naturales; éste último grupo está formado por reptiles, pájaros, mamíferos y seres humanos. En este alero se encontraron por primera vez, juntos, representaciones de indios y europeos, lo que permite fecharlo. La mayoría de los caballos, como es usual con las representaciones de los cuadrúpedos, mira a la derecha. Los infantes que acompañan a los jinetes, miran al observador; fue interesante notar que en muchos casos la lanza de la que van armados está sostenida con la mano izquierda, aunque esta debió ser solamente inhabilidad para distinguir, al dibujar, entre la derecha y la izquierda. La excepción a esta regla se encontró en los dos lanceros del grupo I E, quienes sostienen la lanza con la mano derecha. Las figuras pequeñas muestran solamente un brazo, como se ve en el grupo I C; podrían representar un hombre caminando hacia la derecha, frente a un jinete, sosteniendo en alto sus lanzas en la mano derecha. Hasta aquí, Gardner. José Imbelloni: análisis iconográfico El paso siguiente de la propuesta de Erwin Panofsky, aplicado al estudio de las representaciones rupestres del Alero de los Jinetes, consiste en tratar acerca del "asunto o contenido temático secundario o convencional, que constituye el universo de las imágenes, historias y alegorías". En este punto, se da el "análisis iconográfico en el sentido estricto de la palabra"; pero éste conlleva la condición de conocer las fuentes literarias en las que las representaciones se basaron y la historia de los tipos; es decir, el estudio sobre la manera en que, bajo diferentes condiciones históricas, los temas o conceptos fueron expresados mediante objetos y acciones. Antes de continuar, nos parece adecuado notar que en algunos tramos de sus artículos periodísticos, Imbelloni se explayó acerca de lo que luego sería el tercer paso en la propuesta de Panofsky, acerca del "...universo de los valores simbólicos. ... Interpretación iconológica en el sentido más profundo. ...Historia de los síntomas culturales, o símbolos en general (estudio sobre la manera como, en distintas condiciones históricas, las tendencias escenciales de la mente humana fueron expresadas mediante temas y conceptos específicos)". En lo que sigue incluimos esos tramos, porque reflejan el nivel de conocimientos de la época sobre la historia prehispánica y colonial del área andina argentina. Gardner reunió bajo tres categorías a los dibujos de Cerro Colorado Group I; pero Imbelloni, con texto y dibujos de Gardner a mano, siguiendo el mismo criterio en sus artículos periodísticos, se adentró en el análisis iconográfico. Años después, Pedersen retomó idénticas categorías (1959, 1998). Las mismas eran: - objetos naturales (seres humanos, animales y plantas) - signos y figuras geométricas - incomprensibles (Imbelloni 1922: 7). En su primer artículo, Imbelloni presentó seis dibujos de figuras humanas seleccionados por Gardner “... con el propósito de evidenciar el perfeccionamiento progresivo de la técnica indígena ...”.(16) Si bien el tercer artículo periodístico estuvo dedicado al alero que nos interesa, ya en el primero de ellos aseguraba que “... Esta vastísima galería de cuadros del arte aborigen forma un “corpus” inapreciable para el estudio de la psiquis y de las habilidades manuales de los habitantes del noroeste de Córdoba.” Y más adelante prometía “... ofreceremos a los lectores la contemplación de unos verdaderos frescos históricos, comparables por la intención que los anima, a las decoraciones murales de palacios del Renacimiento, si se sabe tener en debida cuenta la infantilidad y rudeza espiritual y manual de los artífices.” (1922: 7).(17) No obstante estos defectos, el autor recomendaba en el artículo siguiente que esos “... cuadros de nuestros pintores animalistas de las sierras cordobesas ... se podrían reproducir con notable efecto decorativo y de color local en los frisos de nuestras habitaciones modernas para recrear la vista de los que aman mantenerse en comunión espiritual con los habitadores prehistóricos de las tierras argentinas.” (La Prensa, 24-12-1922). La palabra “cuadros” le permitió describir un grupo de llamas bicromas de este alero como si las mismas estuvieran enmarcadas en un rectángulo que, implícitamente era el rectángulo áureo. Pero su opinión acerca de las pinturas indígenas no mejoró por eso, porque este fresco que líneas arriba mereció ser reproducido en una casa actual, debía su calidad a “... unas disposiciones fortuitas de los varios elementos del dibujo.”, entre ellas, una de las formas de perspectiva que combinaba tamaño con desplazamiento vertical. En el tercer artículo (1923), Imbelloni se ocupó exclusivamente de los “frescos históricos”; decía que en ellos “Más que una batalla, está figurado todo un período de empresas militares con sus aspectos cruentos y pacíficos: marchas, revistas, luchas armadas y hasta el problema logístico”. El combate era entre indios y soldados españoles conquistadores. Hasta ese momento, las únicas pinturas rupestres que se conocían con representaciones de jinetes eran las de Chulín y Huachichocana (norte argentino) y Garecoa (Bolivia); las del Cerro Colorado pasaban a ser el cuarto hallazgo en territorio andino. En cuanto a la fecha de realización, Gardner (1931:131) decía que las pinturas que él relevó habían sido hechas por los comechingones(18), durante un lapso desconocido pero bajo la ocupación de su territorio por los españoles; Imbelloni, sin tanta precisión, consideraba que databan de 1572, cuando las avanzadas de Cabrera recorrieron la región, pero a las pinturas que no tenían jinetes les asignó una antigüedad mayor basándose en las cronologías establecidas para las europeas(19). Según Imbelloni, en Cerro Colorado los jinetes iban acompañados de infantes que llevaban espadas y lanzas altísimas “mientras que los indianos cubren la cabeza con el característico adorno de plumas (“ttica”), dividido en dos bandas, que les confiere el curioso aspecto de conejos” En cuanto a la “fila misteriosa” de indios reunidos, Imbelloni lo tomó como “un problema que da mucho que pensar” y no aceptó la sugerencia de que fueran prisioneros atados(20); en cambio propuso que se trataba de “...una formación militar característica del “orden cerrado”, una especie de “falange” indiana ...” porque le parecía poco probable que un pueblo representara en un monumento su propia derrota. Pero agregaba: “...no quiero atribuir a este argumento nacionalista una fuerza absoluta, porque habría que probar ante todo que pudiese hablarse seriamente de “naciones”. Admito al contrario como muy probable que los últimos artistas del Cerro Colorado fuesen indianos “reducidos” e “hispanizados”, quienes no tuviesen inconvenientes al representar en cadenas a los indios guerreros, sus hermanos de sangre, pero no de intereses.” De esta manera, luego de contradecir su propio argumento de la falange dedicó varios renglones a los “indígenas reducidos y esclavos espartaquistas” cerrando su artículo con la repetición del socorrido texto de 1572 que describía los indígenas de Córdoba según los vieron los primeros conquisadores españoles. Muchos años después, Asbjörn Pedersen relevó el mismo alero con técnicas basadas en el uso de luz infrarroja. Hasta donde sabemos, ni describió este alero ni comentó sus dibujos. Publicó artículos breves, centrados en unas pocas figuras. Pero, basándose en análisis comparativos de pigmentos y crónicas coloniales determinó que las figuras de los conquistadores españoles databan de 1545, en tanto que otras pinturas en otros aleros databan de 500 d.C. y 175 d.C. (Pedersen 1961: 232). Aunque Alberto R. González no concretó un estudio pormenorizado de las pinturas de ninguno de los aleros, coincidió con Gardner e Imbelloni en lo que hacía a la clasificación de las figuras y al carácter de representación de un hecho histórico tanto del alero que nos interesa como de otros en los que también estaban representados jinetes (González 1977, 1998). No obstante lo que ya se sabía, desde principios del siglo XX, qué habían sido las avanzadas de la Conquista en el NOA, González aún afirmaba que los naturales se sorprendieron frente a las “...extrañas bestias y feroces perros ... que contemplaban por primera vez, ...”. (González 1998: 38). Ubicó la realización de este panel a mediados del siglo XVI, como los autores que venimos citando; acerca de lo que él llamó “pictografías más antiguas”, es decir, las que no incluían jinetes, agregó que el “grupo principal” era aquel que tenía una escena de lucha entre indígenas con atuendos de plumas, ubicado al sur del Cerro Colorado y que esas figuras eran “... de la típica “escuela pictográfica del Cerro Colorado”. Tomando en cuenta que dichos indígenas usaban arcos y flechas, dedujo(22) que podrían haber sido pintados durante los primeros quinientos años de la Era, aunque los hallazgos de alfarería “de la llamada civilización chaco-santiagueña”(23) podría ayudar a fecharlas alrededor del año 1000 d. C. (González 1998: 39). Asbjörn Pedersen: alcance de sus aportes La aplicación de la técnica de visión al infrarrojo primero, y la fotografía con luz infrarroja después, permitió a este autor registrar las pinturas de los aleros del Cerro Colorado en las partes que no eran visibles a ojo desnudo. Pedersen trasladó a pinturas(24) sobre papel estos registros fotográficos, algunos de los cuales fueron publicados (1953-1954); otros quedaron expuestos en el Museo de Sitio, a la entrada del Parque Arqueológico y Natural que él contribuyó a fundar en 1957; en 1984 se realizó una exposición en el Museo Nacional de Bellas Artes, en Buenos Aires(25). En 2001 pudimos ver muchos de ellos en la reserva del Museo Arqueológico del Río Seco, en Villa de María. En el caso del Alero de los Jinetes, mediante esta forma de registro, las personas y animales que Gardner había reconocido en su descripción y entrevisto a la luz de la mañana, que Imbelloni había comentado y de Aparicio registrado en su fotografía de 1936, resultaron ubicadas en una geografía compuesta por campos de cultivo, caminos entrecruzados, un horizonte de cerros y el plano del cerro Colorado. Este aporte no tuvo repercusión práctica, es decir, no se publicitaron otros intentos de registro con luz o película infrarroja. Sin embargo, en 1980, L.C.Alfaro de Lanzone intentó un registro similar en cuevas de Doncellas, en la puna de Jujuy(26). Las fotografías no mostraron más dibujos de los que se podían ver a ojo desnudo. La razón la supimos muchos años después cuando, frente al panel del Alero de los Jinetes, la luz del sol de la mañana rozó la superficie en un ángulo tal que permitió ver brevemente algunos de los dibujos captados por Pedersen(27). Es decir, en las cuevas del entorno del yacimiento del río Doncellas no se había producido la decoloración, para expresarlo de alguna manera, de las pinturas antiguas, y solamente se veía lo que había, con o sin infrarrojo. Pero las técnicas utilizadas por Pedersen en Cerro Colorado tampoco tuvieron repercusión en otros aspectos, es decir, la mayor cantidad de información gráfica no amplió la interpretación del panel del Alero de los Jinetes. La falta de discusión acerca del aspecto técnico dejó ver que no se lo cuestionaba y, excepto el intento de Alfaro de Lanzone, no conocemos que se haya aplicado en nuestro país la visión al infrarrojo o la fotografía infrarroja con relación al arte rupestre. Asimismo, la publicación de Gardner fue el punto de partida de todos los registros fotográficos siguientes y sus agrupaciones interpretación de los dibujos de este alero, aceptada sin matices ni posibilidad de ampliación. A lo sabido, se destacó lo dicho ya por Boman, a quien siguió Gardner, de que los autores de las pinturas de los aleros del Cerro Colorado fueron los indios llamados comechingones; en este caso, la publicación de Waldemar Espinoza Soriano (1973) sobre el grupo comechingón en territorio de la actual República de Ecuador tampoco generó preguntas acerca de traslados de mitmacuna durante el Tahuantinsuyu, entre otras posibilidades. Cuando, a fines de los ´90, conocimos las representaciones rupestres del Cerro Colorado y nos llamó la atención el panel del Alero de los Jinetes, el estado de la cuestión no había sobrepasado las generalidades planteadas hasta la primera mitad del siglo XX, reiteradas en publicaciones posteriores por varios autores. Pedersen había sido el último autor en agregar algo a lo que se sabía desde Gardner. Representación rupestre de la maloca Los datos sobre la maloca que se leen en documentos coloniales dicen que era un grupo de gente armada liderado por un español, que irrumpía en un poblado indígena para llevar a los indios a trabajar; ante su resistencia, se consideraba que estaban en guerra y entonces algunos eran muertos, otros capturados y llevados en calidad de esclavos, los pueblos quemados y las chacras arrasadas. El grueso del grupo atacante eran indios amigos; iban a caballo, tenían (o pretendían tener) un solar en la ciudad donde vivían, y legaban en sus testamentos animales, aperos y perro; también reclamaban entierro con ciertas ceremonias y educación para su hijo (Uzcollo). Las actas de cabildo, los testigos en pleitos y los testamentos de indios dan detalles de las malocas sucedidas en los alrededores de la ciudad de Córdoba(28); y a la vera del camino que la unía a Santiago del Estero se encuentra el Alero de los Jinetes, que describe gráficamente lo escrito en papel. Aceptando que esos documentos y esta representación rupestre se corresponden directamente, datamos la realización de estas pinturas entre la fundación de Córdoba de la Nueva Andalucía (1573) y principios del siglo XVII. En cuanto a los tipos de maloca que pudimos discernir mediante la confrontación de documentos, las representaciones rupestres del Alero de los Jinetes corresponde al cuarto tipo. Sin perder de vista las opiniones de los distintos autores y los relevamientos previos de Gardner, de de Aparicio y Pedersen, observamos en el lugar que el fondo del alero fue considerado como un solo espacio pictórico aunque la roca esté fisurada naturalmente en tres partes; en los lugares donde el plano de la masa rocosa pasa de vertical a horizontal, en dirección al fondo del alero y por debajo del panel frontal, los dibujos ubicados allí continúan la escena que se desarrolla en el plano vertical superior. Lo mismo con relación a los planos del extremo Oeste donde se elevan hasta formar parte del techo mientras el "piso" asciende en la misma proporción; a continuación hay una profunda canaleta vertical que no interrumpió el discurso gráfico. Es decir, la concepción de la escena fue previa a su realización, y su finalidad era ser apreciada en su totalidad, aunque desde el punto de vista de Gardner, por ejemplo, era posible agrupar personas o animales que interactuaban. La foto de Francisco de Aparicio(29) fue, en nuestra opinión, el primer registro que se acercó a recuperar lo que entendemos que fue el propósito del artista artesano, es decir, realizar una escena compleja. Yendo hacia lo particular de estas representaciones, la descripción de Gerónimo Luis de Cabrera decía que los indios del entorno de la futura ciudad de Córdoba "...tienen los pueblos puestos en redondo y cercados con cardones y otras arboledas espinosas que sirven de fuerza y esto por las guerras que entre ellos..." (Levillier 1930 II: 323). Notemos que en las cartas a las autoridades peninsulares, los conquistadores solían presentarse a sí mismos como los adalides de la defensa de los indios que eran atacados por otros indios depredadores, y no solamente por animales salvajes y abundantes como los grandes felinos. Varios pueblos similares a los descritos se ven a ambos lados del Alero, todos en perspectiva rebatida, vistos desde arriba, y uno de ellos mientras se incendia ("sol") en tanto otros son, todavía, "círculos concéntricos", es decir, poblaciones aún en pie. En el diseño total del panel se observa el uso por parte del artista artesano de varios tipos de perspectiva: la del grupo de camélidos que observó Imbelloni, y la rebatida aplicada a la representación de los pueblos y del mismo cerro Colorado, que en los dibujos de Pedersen adopta la forma con que se lo ve hoy en la cartografía, aunque este autor no lo comentó.
Figura 25 a. Representación en plano del cerro Colorado. Dibujo de A. Pedersen en el Museo de Sitio. Foto H.A.P.C.. Además de este alero en el cerro Colorado, hay en otros aleros de Casa del Sol y cerro Veladero representaciones de círculos concéntricos y otras similares a los "soles" de Gardner, y figuras de jinetes; todas ellas muy perjudicadas por la humedad del ambiente ya en 1920, y por los animales que buscaban refugio en las cuevas más grandes, que no tenían bloques caídos del techo; así, no le fue posible a Gardner obtener escenas, aunque en nuestra opinión es muy probable que hayan existido, según nuestras observaciones en estos lugares. En esta representación, alrededor del cerro hay chacras con sus canales de riego, junto a uno de los pueblos. Es un dato comprobado que cada población (a partir de la Era) solía tener acceso a un recurso agrario (recolección o cultivo); pero que el cuadrángulo cortado por líneas verticales es el dibujo de un campo de cultivo lo sabemos porque en el abrigo Choq´e, en la puna de Jujuy, un dibujo similar en la pared representa las chacras que se ven enfrente. En cerro Colorado, se repite el diseño en varios aleros; Gardner lo llamó "enrejados". En el momento en que la escena quedó plasmada en la pared de roca, ya no había gente armada con lanzas o espadas, ni quienes se defendiesen de las flechas con escudos. Sí había arqueros que llevaban sus armas a un costado (las protecciones de Gardner), y van de a pie y a caballo, siguen los caminos o cruzan por las chacras, como se ve en el dibujo complementado con las observaciones de Pedersen. Es decir, ya había sucedido el ataque, los pueblos ardían, el ganado y los hombres estaban siendo arreados. En plan de tratar de discernir si las figuras correspondían a indígenas o españoles, notemos que usan arco y flecha, y que éstas no eran armas de caballeros (Llull 1281), no por lo menos en la Edad Media(30). Pero en el ámbito hispanoamericano todavía estaban vigentes algunos valores antiguos; en las probanzas por la muerte de algún español, el haber sido flechado era signo indudable de que lo habían matado los indios, aunque en el caso de Juan Gregorio Bazán no parece que haya sido así (Gentile 2010 a). Otra particularidad de estos dibujos son los personajes representados de espalda; con la mano derecha revolean una bola perdida, o un zumbador (cuyo ruido hubiera servido para atemorizar y reunir a la gente y el ganado); no eran "lanzas", como se decía a partir de Gardner, porque no las hubiesen podido sostener eficazmente sujetándolas por un extremo. En cuanto a los caballos, éstos están representados con patas cortas, es decir, tapadas por la nube de tierra que levantan al correr, la que oculta la parte que apoya en el suelo. Algunos mastines también corren para juntar el ganado y atemorizar a los cuatro grupos de indios atados en collera que van en fila. Antes, los dibujos del abrigo Choq´e ayudaron a discernir las chacras y ahora estos indios en collera indican que un grupo similar en la Cueva B de Castillo (puna de Jujuy) no eran "danzantes". Gardner describió a los perros con piel manchada, lo que correspondería al tipo de perro peruano prehispánico, como se lo representaba en la alfarería mochica. Como venimos de decir, el paisaje donde transcurre la escena abarca el cerro Colorado y las sendas que lo rodean, de manera muy similar a cómo se lo puede ver en un mapa moderno. Como punto de referencia, en cuanto a escala, indicaría que esta representación rupestre tiene su horizonte en los algarrobales y las salinas que rodeaban Córdoba por el norte y el oeste. Esta limitación a una región refuerza lo que decíamos antes respecto de la correlación entre la documentación regional y estos dibujos.
Autoría de los dibujos del Alero de los Jinetes Las representaciones de personas de espaldas, las patas de los caballos ocultas en el terral, el uso de varias perspectivas en una misma representación, distintas formas de pintar en una misma escena, todos ellos no son rasgos de las pinturas prehispánicas; lo mismo se puede decir de la elección y tratamiento del espacio pictórico, y de la disposición de los elementos plásticos. Todo indica que el autor de este mural lo imaginó a partir de un conocimiento técnico que no era el de los artistas artesanos prehispánicos. En nuestra opinión, si fue un indio o un mestizo, aprendió a dibujar al modo europeo, copiando láminas grabadas. Pero nada indica que no pudiese haber sido un español. En cuanto a la razón por la que esos dibujos se realizaron entendemos que fue para conservar el recuerdo de hechos realmente sucedidos y, tal vez presenciados por quien los dibujó. Como los definió Imbelloni: frescos históricos. Si admitimos que dichos dibujos fueron realizados durante la época de la Conquista y Colonización españolas, cabe preguntarse acerca de la identidad del artista artesano. El anonimato cuadra, con relación a nosotros y a los dibujos prehispánicos, porque el concepto del artista o artífice desconocido es europeo medieval; pero al interior de cada grupo indígena, el realizador de dibujos y pinturas, aun manifestándose bajo la figura de una divinidad, no era un desconocido. Y es más que probable que aquí tampoco lo fuera. Si la escena representada grafica algo que realmente sucedió, como lo muestran documentos españoles cercanos en espacio y tiempo, el tema elegido indica que el pintor comprendía el significado del recuerdo histórico y la importancia del dibujo en la conservación de dicho recuerdo. También sabía que quienes pudieran llegar a ver esos dibujos captarían el idioma gráfico aunque no comprendieran el hablado o escrito. Por otra parte, tanto Gardner como Imbelloni reconocieron las molestias por las que tuvo que pasar el pintor para dibujar a ras del suelo, en la estrechez del lugar entre las rocas caídas del techo. De Aparicio hizo desmontar todos los arbustos frente al alero para obtener una foto parcial del mismo, y Pedersen no pudo documentar algunas de esas pinturas por falta de espacio para enfocar su cámara. Giacomo Lo Bue resolvió el asunto registrando los dibujos mejor conservados, aparentemente sin interés por las escenas. Hugo Pérez Campos y yo nos vimos en similares dificultades al tratar de obtener un registro adecuado, aun contando con algunas de las facilidades técnicas actuales y la mucha experiencia del primero para trabajar en situaciones incómodas. Es decir, el artista eligió el sitio para dibujar, planeó su dibujo y lo llevó a cabo sin importarle estos inconvenientes. Tal vez hasta los buscó, en el sentido que si conocía los aleros que tenían pinturas prehispánicas, las cercanas al piso ya estarían medio raspadas o borradas por los hombres y animales que se guarecieran allí, además de perjudicarse por el agua que filtraba por las paredes, y el pintor quería que sus dibujos contaran con cierta protección hacia el futuro. También hay que destacar el sentido de Justicia que lo impulsó a representar plásticamente un hecho con un dramatismo ausente en los documentos de época: recordemos los eufemismos y rodeos de las ordenanzas respecto de la maloca, y al padre Milla hablando de salir de maloca para ir a evangelizar. Con relación al entorno, la escena transcurría en este mundo, en el cay pacha andino, donde no hay seres sobrenaturales. Y tanto aquí como en las escenas históricas pintadas en los queros coloniales, no se encuentran representaciones relacionadas con la Iglesia (cruces, edificios, sacerdotes). En todo caso, parece claro que la intención fue dejar representado "al modo de indios", es decir, en un alero del cerro, el recuerdo de un hecho varias veces repetido, sobre el cual quedó documentación escrita que más de cuatrocientos años después permite reconocer en el mural una maloca con la concurrencia de indios amigos. Otros dos murales, a la vuelta del mismo cerro, frente a la población, muestran una batalla entre dos grupos indígenas, que se reconocen por sus atuendos diferentes, pero sobre este tema aún no hallamos documentación escrita. Sin embargo, el personaje que tensa su arco frente al pueblo que se está incendiando es un indio que luce un atuedo semejante a los de los aleros del Sur del cerro. Es decir, quienes visten estos impresionantes aparejos son los indios amigos, y eso también explicaría que entre sus pertenencias, Uzcollo tuviese un manojo grande de plumas de avestruz (Rhea) y haya legado a su hijo prendas de vestir no comunes (Gentile 2008: 181 y stes.) En diferente estilo está también graficada lo que podría ser una pelea entre jinetes españoles. CONSIDERACIONES FINALES Como venimos de ver, el estudio y análisis de los dibujos del Alero de los Jinetes, lo realizaron parcialmente varios autores. El poeta Leopoldo Lugones (1874-1938), dio a conocer estas representaciones rupestres mediante un artículo periodístico ilustrado, reunió y expuso sus datos con la precisión que lo caracterizaba, siguiendo el modelo del trabajo de J.B. Ambrosetti en la gruta de Carahuasi. Escalonados en los años siguientes, George A. Gardner, José Imbelloni y Asbjörn Pedersen aplicaron los principios correctivos de la interpretación, -según se acostumbraba en la época- que luego fueron reunidos y organizados por Erwin Panofsky. Nuestros autores también tomaron en cuenta la historia regional en términos demasiado amplios, pero suficiente para insertar el tema en un marco histórico. Si bien los dos primeros autores parecieran haber compartido en cierta medida sus datos, Pedersen en cambio solamente se reconoció deudor de Lugones, aunque Gardner figuraba en su bibliografía y repitió tanto sus opiniones como los lugares de registro. Las representaciones rupestres del área andina de nuestro país que representan jinetes también se consideraron realizadas por indígenas quienes, durante la Conquista y Colonización españolas, continuaron usando los mismos materiales (pigmentos), herramientas (hisopos, dedos, plumas) y tipo de espacio (aleros, cuevas) para su expresión. En algunos casos, los jinetes estaban junto a, o encima de, otras pinturas, algunas posiblemente prehispánicas. En el Alero de los Jinetes es notable cómo el dibujante consideró todos los planos que forman la pared del fondo como si fuesen uno solo, de la misma manera como un artista europeo hubiese desatendido las costuras de las telas que formaban la base sobre la que pintaría el tema que ya tenía bocetado. La posibilidad de contar con escritos coloniales que describían la escena dibujada en el Alero de los Jinetes no confirmó del todo las conjeturas de los observadores previos, y más bien le agregó un sujeto social no esperado: los indios amigos. Es que, además de la descripción pormenorizada (Gardner), el registro gráfico (de Aparicio, Pedersen), la adscripción etnográfica (Boman, de Aparicio, Serrano) y el hallazgo de documentación escrita (Gentile), hubo que reconocer –como hacemos aquí- la correspondencia entre lo escrito y lo dibujado, aceptar que los indios amigos existieron, que eran buenos jinetes y arqueros sin desdeñar los zumbadores prehispánicos, y que participaban en las malocas contra otros indios. También hubo que aceptar que la maloca fue una institución, no una queja periódicamente dramatizada por algunos curacas, obispos y vecinos españoles. Para tratar de comprender esta clase de complejas situaciones, es necesario conocer la dinámica de la historia prehispánica, basada en datos de la Arqueología. Si bien la presencia incaica es notable en el área andina argentina (Raffino et al.1983, entre otros autores), no es fácil discernir entre indios originarios y forasteros en los trabajos previos de investigación, en cualquier punto de la cronología que nos situemos porque, a su vez, los españoles llegaron al NOA con la experiencia de otras conquistas (México y Perú), y trayendo indios de los que se iban apropiando en su avance desde Mesoamérica hacia el Sur, además de los negros esclavos. Asi se comprende que en los siglos XVI y XVII los españoles de la gobernación de Tucumán tuviesen indios amigos entre quienes no parecían “tan” originarios, como Uzcollo o Chuca. Por otra parte, vimos cómo la costumbre de maloquear estuvo vigente y podía tener consecuencias jurídicas. La maloca fue una actividad ciertamente rentable ya que la mano de obra conseguida de esa forma era la más barata posible en el mercado de trabajo de la época; esta ventaja no se neutralizó sino que se transformó adaptándose a las circunstancias de cada época y lugar. En el ámbito del virreinato del Río de la Plata la maloca hispano-indígena de los siglos XVI y XVII tuvo su reversa en el malón del siglo XIX dirigido por los indios jinetes de las llanuras contra las poblaciones de criollos e indios amigos. Pero también formaban parte del malón decimonónico algunos criollos, tema sobre el que hay abundante literatura. La impronta de incursiones como la maloca quedó la poesía popular anónima. En 1921, la maestra de la Escuela 103 del pueblo de Anillaco, provincia de La Rioja, transcribió para la Encuesta al Magisterio un canto cuya letra lamentaba la falta de negros esclavos, (habían quedado libres los nacidos a partir de la Asamblea de 1813), y cómo habrían sido reemplazados por niños indígenas a los que se criaba con ese fin; aunque no nos llegó la notación musical, parece que se cantaba a dos voces, una de ellas correspondería a la persona que hacía el encargo y la otra a los indios lamentándose y explicando las razones de su lamento; decía así: [título] “Los indios (canto) [¿primera voz?] Cuando te vais para los indios / Mehas de traer una indiesita / No me traigas una india grande / Traime una india chiquita. [¿segunda voz?] Ay comadre, compadre / Queharemos los indios / Si lo hay ver, si lo hay ver / Ya no hay negra que mande al ver / Ay si, ay si, si. Ay, ay, ay”. Museo de La Plata, febrero de 2011 NOTAS 1. Preferimos esta expresión; "arte rupestre" implica valoración estética. Se entiende por representación a "... toda expresión gráfica que materializa una imágen mental mediante el uso de diversas materias primas y técnicas de manufactura, cuya motivación y contenido significativo es específico de cada caso particular..."; así, las rupestres son "...aquellas representaciones que fueron realizadas sobre superficies naturales elegidas específicamente y, en algunos casos, preparadas intencionalmente." (Hernández Llosas 1985: 51-52). 2. También llamado "Agua Caliente de Rachaite" por las surgentes de agua tibia. 3. Lo denominamos "caligráfico", porque los trazos curvos son fluídos, realizados con pincel fino, o muy fino, generalmente en color negro. 4. Arado de pie prehispánico; aún en uso en sitios andinos donde no es posible utilizar maquinaria agrícola. 5. Thomas B. F. Cummins (2004: 346) describió una escena ritual pintada en un quero, en la que los personajes, hombre y mujer, llevaban máscaras rojas; pero no ilustró dicho quero ni indicó su ubicación. 6. Allí se encuentra, también, "Agua Escondida", una de las residencias del músico y poeta Atahualpa Yupanqui; enterradas al pie de un roble están sus cenizas y las del bailarín Santiago Ayala, "El Chúcaro". 7. Aquí llamamos "murales" a las representaciones rupestres ubicadas en el fondo de algunos aleros, y que conforman una escena. 8. El empleo de un animal cuadrúpedo para transporte de gente cuenta con registros en la alfarería mochica, donde se ven llamas con cabestro y montura cargando una persona tullida. Es decir, la idea estaba; la llegada del caballo vino a complementarla con la posibilidad de su uso en la guerra, tal como hacían los españoles; la ilustración del capítulo 44 de la crónica de Ulrich Schmidel (1534-1554) -un soldado español con su equipo completo jinete en una llama- carece de fundamento. Gardner comparó varios datos antes de refutar el relato del padre Cabrera sobre una pintura de Ischilín (1931: 74). 9. Mar Chiquita y la Laguna de los Porongos se encuentran en la región llamada Curunera o Ansenuza durante la Conquista (Levillier 1930 II: 47 y siguientes). 10. Este capítulo de su Historia Argentina se refiere a la presencia incaica en el NOA, la toponimia quechua y la historia de las conquistas según la crónica de Fernando de Montesinos (1644) cuya primera edición en francés era de 1849, y la primera en español en 1870, según Pease 1995: 450. 11. Dicen en Cerro Colorado que a ese cerro se le llama "Veladero" porque allí solían reunirse los jóvenes durante sus parrandas nocturnas a la luz de las velas. Gardner (1931: 46) identificó unas líneas talladas y relacionadas con hoyitos que, en nuestra opinión, podrían haber sido parte de un tablero de juego. 12. En nuestros recorridos por los mismos aleros, ochenta años después, notamos trazos de lápiz copiador intactos. Tal vez los realizados por la señora Gardner hubiesen desaparecido; pero Pedersen usó un sistema similar en los años ´50, según nos contaron quienes eran niños en esa época, y a quienes les pagaba para que le descubrieran (sic) aleros y repasaran las figuras. 13. Si Gardner estaba en 1923 en plan de editar en Inglaterra, no se comprende que "...tuvo intención de publicar la obra en nuestro país. La incomprensión de quienes pudieron haberlo ayudado, hizo que su obra apareciera con pie de imprenta de la Universidad de Oxford". (González 1977: 85). 14. En enero de 2011 todavía tuvimos oportunidad de oir en Salta el relato de un cordobés acerca del sol de oro, incaico, que estaba incrustado en la pared de una gruta (imprecisa) del Cerro Colorado; en una fecha (también imprecisa), los ingleses se lo llevaron tras cortar la pared con amoladoras, cuyos rastros (del recorte) se veían claramente. 15. En 2004, con este trabajo ya redactado, supimos de la existencia de una traducción parcial del libro de Gardner, en la Biblioteca Mayor de la Universidad Nacional de Córdoba; fue realizada en 1976 por el Servicio de traducciones del Centro de documentación de dicha Biblioteca, en hojas reutilizadas por una cara, copiadas con papel carbónico, tamaño oficio, encuadernadas en cartulina; tiene tachaduras y correciones, como un borrador; su ficha estaba en el "fichero viejo". 16. Este interés por las figuras humanas continuó (Alfaro de Lanzone 1972, entre otros). Para los aleros de Cerro Colorado en particular, Juana A. Martín de Zurita, presentó el resumen de una ponencia sobre el tema al XIV Congreso Nacional de Arqueología (Rosario, 2001). En ella se proponía estudiar la figura humana en su contexto, elementos asociados, composición social de los grupos representados y pertenencia a determinados segmentos comunitarios analizando los módulos gráficos, las estructuras representativas, orientación y relación espacial, emplazamiento de los motivos, vestimenta y materiales utilizados, comparándolos entre sí en tres aleros seleccionados de los cien estudiados. El interés del tema hizo particularmente sensible su ausencia a dicho Congreso. 17. Esta mención a frescos motivó el viaje del crítico de arte José León Pagano al Cerro Colorado, quien luego publicó un artículo en el diario La Nación del 22-4-1923, seguido de una réplica de Imbelloni (1923) y un recuerdo de Vignati (1967). 18. La porción de las sierras Centrales donde está el cerro Colorado se conoce también como sierra de los Comechingones, por el grupo indígena que se creía que habitaba la región; Francisco de Aparicio (1936) y Antonio Serrano (1945), entre otros, no dudaron en adscribir a los comechingones los objetos hallados en excavación. 19. En esa época se creía que la preferencia por ciertos temas y la calidad de representación de los mismos tenía que ver con una escala de valores que iba del salvajismo a la civilización, la cual, a su vez, estaba relacionada con las edades del ser humano, correspondiendo dicho salvajismo a la infancia, o algo así. Con esa base, las figuras geométricas, de animales, plantas y seres humanos encajaban en un momento intermedio pero no demasiado civilizado, en el cual se encontraban, según Imbelloni, los pintores animalistas cordobeses. El tomo I de la Enciclopedia Pijoan (edición 1973) todavía sostenía esa línea de pensamiento. 20. Esto lo decía Gardner con relación a la hilera del grupo I A. 21. Tal vez porque estaba mejor conservado que otros paneles que estaban más expuestos al agua y al viento. 22. En la línea de la escuela histórico-cultural. 23. Parece que se refería al estilo Averías y sus relacionados (Wagner & Wagner, 1934; Lorandi, 1974), tipo de alfarería que, hasta donde sabemos, no se halló en Córdoba. 24. Posiblemente témpera, dada la opacidad de las mismas; como el fondo terracota es similar en todas las láminas, probablemente usó también papel de color. 25. Pedersen decía que, además de ser sobrino nieto de Roald Amundsen, estaba casado con Chela, hija del pintor Emiliano Gómez Clara (1880-1931), "pintora de brillantes dotes" (Pinto 1984), de quien no hemos conseguido más datos. 26. Los fotógrafos encargados de estos registros fueron Hugo A. Pérez Campos y Alfredo Willimburgh. 27. En II B "11. Figure composed of two series of strokes painted in white. They represent the white wing feathers of a condor, whose black and white ruff can be seen faintly in the early morning light." (Gardner 1931: 65). Observaciones similares en p.27 y 67. No pensamos que ochenta años después podríamos tener semejante oportunidad. 28. Chuca debe de haber maloqueado en los alrededores de San Miguel de Tucumán. 29. Francisco de Aparicio registró tempranamente muchos sitios con representaciones rupestres, entre otros los del Cañadón de las Cuevas (1933, 1935), e interpretó sus dibujos. 30. Cuando se pintó la escena en Cerro Colorado ya hacía mucho que la batalla de Crécy (1346) había dejado en claro la ventaja de un ejército ligero, formado con arqueros.
¿Preguntas, comentarios? escriba a: rupestreweb@yahoogroups.com Cómo citar este artículo: Gentile Lafaille,
Margarita E. El Alero de los Jinetes: Iconografía e historia de sus representaciones rupestres (Cerro Colorado, Córdoba, República Argentina). 2011
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Agradecimientos Institucionales: Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), República Argentina. Instituto Universitario Nacional del Arte, Buenos Aires. Fondo Nacional de las Artes, Buenos Aires. Archivo Histórico de la Provincia, Córdoba. Biblioteca Mayor de la Universidad Nacional de Córdoba. Archivo Histórico de la Provincia, San Miguel de Tucumán. Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia, Buenos Aires. Biblioteca del Museo de Ciencias Naturales, La Plata. Archivo del Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano, Buenos Aires. Biblioteca del Museo Etnográfico "Juan B. Ambrosetti", Buenos Aires. Personales: Violeta Antinarelli, Marcela Aspell, Familias Argañaraz, Bustos e Ibarra, Eduardo Gould, Ricardo Lomurno, Alejandro Moyano Aliaga, Hugo A. Pérez Campos, Teresa Piossek Prebisch, Rodolfo A. Raffino, Alberto E. Sorzio, Elsa y Amado Sosa, Enrique Ulla, Pedro Yanzi Ferreira y Luis Zarazaga. Para la finalización de este trabajo fueron imprescindibles las colaboraciones de Daniel Rawsi y Alfredo Reca. [Rupestreweb Inicio] [Introducción] [Artículos] [Noticias] [Mapa] [Investigadores] [Publique] |