Investigando con y para la gente.
Memorias y aprendizajes en torno a la gestión del arte rupestre colombiano

Diego Martínez Celis. Mgter. en Patrimonio Cultural y Territorio ciudadanomartinez@yahoo.com


Ponencia presentada durante las Primeras jornadas de arqueología colombiana: resultados y debates recientes, Universidad Externado de Colombia, Bogotá, 22 y 23 de noviembre de 2016.

 

Vine a saber de la existencia de arte rupestre en Colombia apenas durante el último semestre del pregrado en la Universidad. A pesar de haber cursado la primaria, el bachillerato y 9 semestres en la facultad de artes, y haber tenido acceso a bibliotecas y documentales de televisión, o estar expuesto a la omnipresente cultura popular, las referencias a los vestigios pictóricos más antiguos de la humanidad siempre eran las mismas: milenarias pinturas que representaban bisontes y mamuts plasmadas en las paredes de cuevas Europeas. Nunca imaginé que nuestro propio territorio albergara también evidencias únicas de aquellas primeras manifestaciones de la necesidad humana de expresarse, transmitir mensajes y consignar su memoria a través de lo que hoy llamamos “arte rupestre” y que hemos llegado a valorar como “patrimonio arqueológico”.

Lo conocí gracias a una materia electiva que inscribí a última hora para cumplir con el requisito de graduarme, llamada “Arte rupestre en Colombia”, que entonces dictaban en la Universidad Nacional de Colombia (1992). A partir de allí encontré no solo un tema para mi tesis de pregrado sino todo un verdadero campo de investigación que se encontraba (y creo que aún lo está) apenas en gestación.

Apostaba a que, quizás, con este aporte algún día, al mencionar el arte rupestre los colombianos pensaríamos más en indígenas, rombos y espirales que en Los Picapiedra, bisontes, y mamuts.

La tesis (Guía de documentación de arte rupestre en Colombia, 1993) se presentó y perfeccionó unos años después gracias a una beca de investigación (Modelo metodológico para rescatar y documentar el patrimonio rupestre inmueble colombiano, 1997-1998) que nos otorgó el recién creado Ministerio de Cultura al equipo que conformamos junto con Guillermo Muñoz y Judith Trujillo. A pesar de que el Estado invirtió en esta 30 millones de pesos, su resultado nunca fue acogido ni publicado, ni por el Ministerio ni por el ICANH, y sus 13 volúmenes terminaron, al igual que el sueño de aquel gran archivo nacional estandarizado, olvidados en algún estante del Ministerio.

 

Investigando con y para los investigadores

En esos años (1992-2000) conformamos un grupo de investigación y el plan de los fines de semana era ir a municipios cercanos a Bogotá a “descubrir”, literalmente, piedras pintadas y grabadas. La metodología consistía en recorrer las veredas, indagarle a los lugareños y treparnos a las piedras para tratar de identificar si presentaban pinturas, oquedades o surcos grabados. De resultar positivo procedíamos a limpiar la roca utilizando Clorox y cepillos, hasta no dejar elemento orgánico o inorgánico que obstruyera la toma de fotografías y la elaboración de calcos mediante frottage. (Todo lo cual, hoy día, reconozco, atenta gravemente contra su conservación).

La piedra seleccionada como modelo para mi tesis de pregrado (1993) fue uno de aquellos “descubrimientos” en la vereda Tocarema del municipio de Cachipay. Recuerdo con emoción que, encaramado en la piedra, removí la gruesa capa de una especie de manto fibroso conformado por raíces, las cuales permitían la conformación de un sustrato sobre el que crecían variadas especies vegetales, que sin duda llevaba décadas, si no siglos, consolidándose. Con sorpresa fui identificando puntos, líneas y luego conjuntos de formas más complejas que ningún investigador había referido antes. Di por hecho de que se trataba de un verdadero “descubrimiento” pues, incluso la gente del lugar, que sabía de la existencia de otros petroglifos, nunca habían visto este. Su documentación fue todo un suceso para los habitantes del predio, en especial para los niños que se acercaron con curiosidad y empezaron a jugar a reconocer las figuras con sus manos. (Aclaro que la eliminación de dicho sustrato de manera no controlada también la considero hoy día perjudicial, pues no solo expone el arte rupestre al intemperismo, sino que destruye evidencia que puede dar cuenta de los procesos de deposición del sitio).

Regresé a esta misma piedra 5 años después y advertí con sorpresa que había sido explotada en uno de sus costados y habían excavado el suelo circundante. Varios fragmentos de la piedra se encontraban in situ, por lo que deduje que no había sido utilizada necesariamente como material de construcción. Me pregunté entonces por qué habían escogido precisamente esta piedra si en los alrededores existían muchas más que no tenían grabados indígenas. Indagué a la gente del lugar y no me supieron responder.

Años después en un paraje solitario de Ciudad Bolívar, aquí en las goteras de Bogotá, identifiqué otro gran conjunto de piedras, todas intactas, con excepción de la única que poseía pinturas rupestres pero también presentaba evidencias de haber sido explotada con dinamita. Deduje entonces que lo que había motivado la destrucción de estas piedras era el imaginario del tesoro o “guaca” que se supone esconden, no solo en el suelo circundante sino incluso en su interior.

Como investigador y habitante de ciudad, consideraba un disparate y una manifestación de “ignorancia” que la gente del campo, en pleno siglo XX, siguiera creyendo en historias de guacas y que por ello dañaran estas rocas grabadas que se habían conservado intactas por siglos. Sin embargo con el tiempo fui reconociendo que el culpable, en gran parte, podría ser yo mismo. ¿Por qué?


Desde la misma llegada de los españoles en el siglo XVI, las piedras pintadas y grabadas por los indígenas han sido motivo de curiosidad, sospecha, admiración, elucubración o interés científico (e incluso político), pero siempre a partir de una relación dual y asimétrica, es decir desde la imposición de la mirada que se hace desde “afuera” sobre aquellas cosas que hizo o se encuentran en territorio de un “otro” que no se suele reconocer como interlocutor válido, pues, o no habla español, o no es descendiente directo de los indígenas, o no es cristiano (o sí lo es), o no entiende el lenguaje científico, o en pocas palabras, es ignorante y no puede dar cuenta del pasado o, más bien, de la versión del pasado que “al de afuera” le interesa construir a partir de su estudio.

De esta manera conquistadores, cronistas, clérigos, viajeros, aventureros, académicos o científicos, han dejado por escrito y con ello aportado a la construcción de las versiones que hoy tenemos sobre estas manifestaciones pétreas, las cuales pueden ser consultadas en bibliotecas, centros de documentación y archivos físicos o electrónicos.

Pero y ¿qué pasa con aquellas versiones de esos “otros”, de los indígenas, los mestizos, los campesinos, los niños, la gente “común”, los que no escriben ni documentan, pero también se relacionan con estas piedras, también las piensan y se han hecho las mismas preguntas que nos hacemos los investigadores?: ¿qué significan, cuándo o quién las hizo, por qué o para qué? De aquellos otros que creen que estas piedras tienen alma, que las habitan espíritus, que asustan, que es mejor no acercarse, mejor dejarlas quietas; o que las ven como el indicador del tesoro, el contenedor de la guaca, de aquellos que consideran que son vestigios de extraterrestres, portales a otras dimensiones, lugares sagrados; o de los que ven en sus murales un lienzo para sus graffitis o potenciales y lucrativos atractivos turísticos?

Cuando “descubrí” la piedra de Cachipay y de repente se hizo visible a los habitantes del lugar, pareció haberse activado una suerte de imaginario atávico; la aparición en su paisaje de una nueva piedrapintada podría ser una oportunidad, una señal para el rescate de una potencial “guaca”.

Empecé a considerar que algo estaba haciendo mal. Si la comunidad de dicha vereda venía relacionándose con estas piedras grabadas durante décadas, en un territorio con tradición de siglos de ocupación y muchas aún seguían intactas, ¿por qué intentaron destruir precisamente la que había sido destapada, limpiada, medida y fotografiada por un grupo de investigadores de la ciudad?

Mi conclusión –confirmada por lo sucedido con otro “descubrimiento” similar que con el grupo de investigación realizamos en el Municipio de El Colegio y que también resultó afectado (ver foto abajo)–, fue que con nuestras actividades habíamos irrumpido en su territorio con un imaginario ajeno al suyo: el de la valoración académica o científica. Quizás los lugareños se preguntaron “¿para qué la gente de la ciudad viene hasta aquí y dedica tiempo, dinero y esfuerzo en estas piedras?… algo de valor deben tener, algo más deben estar buscando...” De cualquier manera, lo cierto es que en esos años poco nos interesaba la gente, nos eran útiles como informantes y guías, para permitirnos entrar en sus predios, pero una vez realizado el trabajo nada les dejábamos … y allí quedaban las piedras, ahora limpias y a la vez expuestas al sol, al agua, al viento, y a nuevas valoraciones de la gente, como quizás no lo habían estado en décadas o siglos.

Me pregunté ¿qué sentido tenía esta manera de investigar si al obtener los datos dejábamos la roca expuesta y condenada a su destrucción? ¿Acaso ¿importaban más nuestras fotos, calcos y mediciones que la roca misma? ¿Y ¿qué pasaba con la gente?, ¿por qué, si obtuvimos algo de ellos, no les retornábamos nada?

Lo anterior y otras circunstancias me llevaron a abandonar la pretensión de seguir investigando de esta manera.

Pasaban los años y se acumulaban datos, fotografías o fichas de registro que nadie, más que nosotros mismos, podía consultar; y las escasas oportunidades de divulgar los resultados se reducían a eventos académicos cerrados o a publicaciones de corto tiraje y restringida distribución. En pocas palabras había entrado en esa suerte de tautología en la que suele caer la investigación académica o científica, la cual termina sirviéndose sólo a sí misma, entablando un monólogo en leguaje tan propio y arcano que la mayoría de las veces resulta excluyente para los “no iniciados”.

 

Divulgando

Decidí dejar el grupo de investigación y parar de hacer trabajo de campo, asi que aprovechando Internet y su promesa de acceso abierto, me dediqué a sacar a la luz parte del material que había recopilado en esos 10 años; creé Rupestreweb.info (2000) y a través de esta plataforma nos conocimos y apoyamos entre cientos de investigadores de todo el continente que sentimos la misma necesidad de compartir el resultado de nuestras investigaciones sin las restricciones de la lógica de las publicaciones académicas formales, sin buscar puntuación para escalafones docentes, motivados simplemente por el gusto de escribir, de compartir conocimiento, de asumir la responsabilidad de retornar a la sociedad, y en especial a las comunidades locales, algo de lo que nos habíamos aprovechado al acceder a sus territorios y a sus piedraspintadas que tan bien conocen y con las que han convivido por siglos.

También por esos años coincidí con el arqueólogo Álvaro Botiva, entonces funcionario del ICANH, en la necesidad de encarar la divulgación masiva del arte rupestre, para que en especial los estudiantes no salieran del colegio creyendo, como lo afirman la mayoría de textos escolares (y lo llegué a creer yo mismo), que sólo en Europa se habían conservado este tipo de evidencias del pasado. Tras ese objetivo desarrollamos la campaña de arte rupestre de Cundinamarca, con la producción de diverso material didáctico (1.000 libros, 1.000 CDs, 10.000 cartillas en 2 ediciones, y 7.000 plegables) distribuidos durante 5 años en más de 100 talleres impartidos por todo el departamento y otras ciudades del país.

 

Investigando con y para la gente

En la Constitución de 1991 se reconoció que Colombia es una nación pluriétnica y multicultural y que el patrimonio cultural, y en especial el denominado “arqueológico”, se constituye en testimonio de su identidad; pero no sería el testimonio de una identidad única, sino el de una identidad diversa. Desde allí ha emanado todo un Régimen legal que propende por el reconocimiento, protección, valoración, conservación y divulgación, es decir la gestión de dicho patrimonio con el fin último de hacerlo útil y disfrutable para toda la nación y asegurar su transmisión a las futuras generaciones a través de estrategias de apropiación social, lo cual se constituye en el objetivo principal de la política pública para la gestión y protección del patrimonio cultural colombiano. Por lo tanto, el patrimonio arqueológico, y por ende los sitios con arte rupestre, no se pueden seguir considerando como meros objetos arqueológicos, pues su valoración social trasciende el ámbito académico o científico. El arte rupestre es una evidencia del pasado que, como pocas, aún permanece en el mismo sitio en el que fue elaborado y hace parte de las prácticas cotidianas de diversas comunidades en el presente, por lo tanto es susceptible también de diversas interpretaciones, valoraciones y usos.

En 2010 algunos miembros de la comunidad de Sutatausa me contactaron preocupados por la desprotección de las piedras pintadas de su municipio, el cual, como muchos en la región, se encuentra cada vez más presionado por las crecientes dinámicas de urbanización, minería, turismo sin control y, en general, por los cambios en los usos tradicionales del suelo. Por primera vez advertí que no irrumpía yo en un territorio motivado por mi interés particular, sino que era la comunidad local la que me invitaba para apoyarlos en la solución de una problemática en torno a lo que consideraban suyo y por lo que se sentían responsables, es decir, su patrimonio cultural.

En respuesta, se acordó como primera medida la realización de un inventario para dar cuenta de la cantidad y características de los sitios con arte rupestre del municipio, pero no como un fin en sí mismo, sino como un instrumento para ser incluido en el Plan de Ordenamiento Territorial y desde allí formular y hacer efectiva la normativa de protección que tanto se promulga desde la constitución y legislación colombianas. Se acogió la propuesta pero teníamos dos problemas, 1) no se contaba con un grupo de investigación, y 2) no había dinero, pues en esos años ni la alcaldía ni la gobernación destinaban rubros para este tipo de proyectos. Decidimos entonces encararlo por nuestra cuenta.

Aprovechando conocimientos, destrezas y recursos propios armamos un grupo de trabajo con niños, jóvenes y adultos, y durante cerca de un año llevamos a cabo talleres de capacitación, salidas de campo, charlas y experiencias pedagógicas. El resultado fue el primer inventario municipal participativo mediante el cual se reconocieron, documentaron y registraron 81 sitios con arte rupestre que se lograron incluir en el POT y en el Atlas Arqueológico del ICANH (ver artículo).

El municipio, a pesar de haber sido anteriormente objeto de investigaciones académicas de arte rupestre, por primera vez contaba con un documento en su archivo municipal y biblioteca, que además había sido elaborado con y para la misma población local y, lo más importante, con ello se aportaba de manera efectiva a la protección normativa y conservación de sus sitios con arte rupestre, al tiempo que se apropiaban de sus contenidos y los aplicaban en proyectos productivos que más tarde pudimos concretar, como el diseño del programa y ruta de interpretación y la señalización de algunos de los sitios inventariados (ver documento).

En los últimos años, y contando con el apoyo de la Gobernación de Cundinamarca, las alcaldías y la Fundación Erigaie, este modelo se ha logrado perfeccionar y replicar, con adaptaciones locales, en otros municipios como Tenjo (ver documento), Bojacá (ver documento) y Soacha (ver documento); aunque esta vez sí contando con financiación gracias a que desde 2011 los municipios cuentan con posibilidad de acceder a recursos públicos para apoyar proyectos de patrimonio cultural.

A la fecha se han identificado, documentado y registrado –es decir presentado como insumo para los POT de estos municipios y el Atlas arqueológico del ICANH–, un total de 260 sitios;

Se han conformado o dinamizado 4 grupos semilleros de investigación o Vigías de Patrimonio;

se han realizado 45 charlas y talleres de capacitación;

se produjeron 13.000 plegables ( Bojacá Rupestre, Soacha Rupestre y Tenjo);

se realizaron 2 videos documentales (Bojacá Rupestre y Xuacha Rupestre) y 1 mapa interactivo (Soacha Rupestre);

se realizó una exposición itinerante (ver paneles de Tenjo Rupestre);

y se han dispuesto de manera pública en la web, en repositorios de cobertura mundial (Icomos Open Archive , Issuu.com) los informes finales, además de varios ensayos y artículos. Es decir, se han potenciado las estrategias y medios de comunicación y divulgación para que un amplio espectro de público tenga acceso a datos e información que de cuenta del patrimonio rupestre con que cuentan los territorios.

Desde la gestión del patrimonio, las labores de investigación no deberían ser consideradas como un fin, sino como un medio para reconocerlo, significarlo y aportar a su valoración social. El patrimonio arqueológico es un conjunto de bienes públicos que adquieren sentido en la medida en que es reconocido y apropiado por las colectividades, pero su valoración académica o científica solo es una más de muchas posibles.

La gestión contemporánea del patrimonio cultural en todos sus ámbitos aboga por el reconocimiento e inclusión de las diversas comunidades, esto implica dejar de considerarlas como meras “convidadas de piedra”, incentivando su participación desde los mismos procesos de investigación, de tal manera que con su aporte se atienda no solo al requerimiento académico, técnico o normativo, sino a suplir las propias necesidades y expectativas que les surgen en torno al patrimonio que yace en sus territorios.

Desde esta perspectiva, gestionar el patrimonio arqueológico rupestre, más que de piedras, es un asunto de gente.

 

REFERENCIAS

Para más información, puede consultar PDF en línea: Martínez Celis, Diego. Lineamientos para la gestión patrimonial de sitio con arte rupestre en Colombia -como insumo para su apropiación social-. Ministerio de Cultura, 2015


¿Preguntas, comentarios? escriba a: rupestreweb@yahoogroups.com


Cómo citar este artículo
:

Martínez Celis, Diego. Investigando con y para la gente. Memorias y aprendizajes en torno a la gestión del arte rupestre colombiano.
En Rupestreweb, http://www.rupestreweb.infoinvestigandoconlagente.html

2017

Los derechos del material aquí publicado pertenecen al autor; puede ser reproducido citando la fuente y con el respectivo permiso de cada autor • Rupestreweb no asume la responsabilidad por la autoría del texto e imágenes, citación de fuentes, referencias o lo expresado por el autor.

©2017 (Autor) Diego Martínez Celis ciudadanomartinez@yahoo.com

©2000-2017 (Editor) Rupestreweb