Arqueología del arte: el imaginario formativo en la Sierra de Comechingones (Córdoba, Argentina)
Ana Rocchietti anaau2002@yahoo.com.ar Programa Formación del territorio surcodobés (Secretaría de Ciencia y Técnica, Universidad Nacional de Río Cuarto). Programa de Transferencia de resultados de la Investigación (PROTRI). Ministerio de Ciencia y Tecnología de la Provincia de Córdoba. MINCYT.
Resumen
Este estudio presenta como tesis central el carácter Formativo de uno de los sitios rupestres ubicados en las montañas de las denominadas Sierra Pampeanas Orientales, en el centro de la Argentina. Se basa en el carácter de sus diseños, los cuales ofrecen una expresión de la estética fundante de las sociedades andinas en proceso de transformación social en el seno de un modo de vida agrario de baja escala para el cual la arqueología de los depósitos estratificados no tiene todavía respuestas seguras.
Palabras-clave: Ideología Formativa – Topografía sagrada – Modelo de sitio rupestre – ambiente litológico – discurso visual
Abstract
This study presents, as central thesis, a Formative character of one of the rock sites located in the mountains of the Sierra Pampeanas Orientales, in central Argentina. It is based on the character of their designs, which offer aesthetic expression founding of Andean societies in the process of social transformation within a lifestyle of small-scale agriculture for which the archeology of the layered deposits has not certain answers yet.
Key-words: Formative Ideology – Sacred Topography - Rock art model – Visual speech
Introducción
En la Provincia de Córdoba,
jurisdicción mediterránea de la Argentina, se encuentra un sitio rupestre
singular por su tema y conjunto de signos que habilita para hacer una serie de
consideraciones sobre el arte rupestre de esa región. Se encuentra en los
relieves preándicos desarrollados
sobre el basamento cristalino y sobre formaciones geológicas posteriores que
reflejan los cambios climáticos del Cuaternario (Digiovanni, Doffo y Villegas,
2003), 800 metros sobre el nivel del mar y en la sección final de la Sierra de
Comechingones, en el Departamento de Río Cuarto (figura 1). La hipótesis que
orienta este estudio sostiene que los diseños de esta expresión estética se
vincula a la ideología Formativa -aunque no necesariamente a su cronología- por sus elementos constitutivos y por
el carácter de su composición. Eventualmente, esto habría de permitir hacer
algunas afirmaciones sobre tal cosmovisión en general y sobre el arte rupestre
en particular.
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Figura 1.Ubicación del Cerro Intihuasi
en la Argentina Mediterránea
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La
topografía sagrada
Los sitios rupestres son muchos pero no
tantos como para suponerlo una actividad gráfica habitual en la región
centro-mediterránea argentina. Las rocas con inscripciones indígenas parecen
haber sido seleccionadas con cuidado por alguna cualidad no perceptible o por
un significado encriptado. Posiblemente puedan separarse las ceremonias que los
realizaron de la adoración posterior pero lo cierto es que el espectador actual
tiene ante sí obras que parecen acabadas aún cuando pudieron ser completadas en
distintos momentos, etapas y por uno o varios diseñadores.
La primera aproximación a ellas tiene
lugar a través de su emplazamiento en el paisaje. La topografía está
determinada por el juego geomorfológico de las rocas y el relieve ceremonial
por la proyección tanto conceptual como emocional de las creencias de sus
autores o de sus seguidores. En el caso que se presenta, el paisaje serrano se
desarrolla linealmente de norte a sur, con un perfil suave de montañas viejas
rodeadas de llanura. El Cerro Intihuasi está semi-hundido en una zona de
fallamiento, separado del cordón principal; se divisa perfectamente desde la
ruta provincial 30 que corre de este a oeste uniendo la ciudad de Río Cuarto
con Achiras, hacia la vecina provincia de San Luis, porque tiene una silueta
tronco-cónica. Vista desde el aire, su mole posee un perímetro irregular, con
un frente largo y neto hacia el norte mientras que se pierde suavemente hacia
el sur bajo sedimentos modernos. Dos abras, que buzan hacia el norte como
dirección general, destacan la topografía sagrada formada por las formas
típicas de la geología granítica: bochas y “casas de piedra” o aleros a un lado
y otro de ellas (Figura 2).
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Figura 2. Cerro Intihuasi, laderas
norte y sur. Vista aérea ySistema de
fallas geológicas que definen el ambiente granítico. Fragmento tomado de
Vázquez et al. 1979 (Apéndice)
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En este ambiente litológico, existen
catorce sitios rupestres: cinco en la ladera norte, nueve en la ladera sur y es
posible que queden algunos por descubrir (Rocchietti, 2012). No obstante, todos
se caracterizan por ser visibles como geoforma y también lo son las pinturas
que contienen. Se hallan notablemente apareadas: en la ladera norte: dos sitios
separados por pocos metros en el extremo noreste a los que, en esta
investigación, se les ha dado el nombre de Alero del Norte y Alero de la Coral
y dos tafones paralelos en el extremo noroeste. Hay un sitio oculto en la
ladera oeste, cuatro muy próximos en la ladera sudeste y cinco contiguos en la ladera
sudoeste. Parecen posiciones aleatorias, que no tienen en cuenta la cumbre del
cerro pero sí las características de los aleros y bochas de granito.
La Sierra de Comechingones, en esta
latitud, tiene una litología formada por rocas metamórficas intruidas por
granitos. Las primeras son esquistos,
gneisses, anfibolitas y mármoles o calizas metamórficas. Los segundos son rocas
de grano mediano y grueso, de color blanco-rosado con estructura de cuarzo,
feldespato potásico, plagioclasa y biotita. Sus geoformas son producto de una
alta erosión meteórica. El Cerro Intihuasi tiene una altura de 798 metros sobre
el nivel del mar y está rodeado por sedimentos cuaternarios con excepción de su
extremo noroeste donde limita con una falla que marca el límite con la
formación Monte Guazú de litología metamórfica (Fagiano et al 1996) (figura 3).
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Figura 3. Esquema del Cerro Intihuasi y
sus ambientes litológicos. |
La presencia de una superficie continua
de granito hace disminuir la cubierta vegetal pero no la anula. El bosque
arraiga en los suelos con que culminan los depósitos sedimentarios
cuaternarios, especialmente en las abras. Abundan los espinillos pero los árboles
de porte son escasos (básicamente, cocos);
existen sectores con romerillal predominante y en las grietas de las rocas
crecen el pasto puna y las cactáceas.
El sitio estudiado (33003’ 42.00 LS y 640 51’
11.1’’ LW) se encuentra entre los de la ladera sudoeste, integrando un conjunto
compacto de rocas contiguas montadas sobre una superficie extensa de granito
desnudo que buza hacia el norte (Figura 3). Se ha conservado el nombre que le
diera Hebe Gay (1957) “Alero del Cáliz” fundado en el signo más grande y más
sorprendente que exhibe: un laberinto rojo.
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Figura 4. Sitios rupestres contiguos en
la ladera sudoeste del Cerro Intihuasi. Alero del Cáliz es IW 1
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Este conjunto de sitios es realmente
singular. Se trata de cinco estructuras de granito bajas –probablemente
por subsidencia producida en algún momento -ya que la zona reacciona a
movimientos tectónicos andinos.- contiguas, sobre un planchón de granito
desnudo muy extenso que interrumpido por un sistema de tres abras que cruzan al
cerro, de noroeste a sudeste. El terreno del planchón sobresale sobre el de las
abras con una diferencia de un metro y más según las secciones.
Inicialmente fueron relevados por Hebe
Gay hace sesenta años pero la primera publicación científica sobre el cerro fue
hecha por Brackebusch (1875) en la que menciona las pinturas. En este estudio,
de sur a norte, el primer alero (IW1) o del cáliz (figura
5).
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Figura 5. Alero del Cáliz, principal
pared gráfica y perfil
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La roca es maciza y está separada de
las adyacentes por una profunda diaclasa que el agua de lluvia transformó en
pasillo. Su cara mayor, exfoliada, en donde está el arte, mira bien hacia el
norte y, en un costado (el izquierdo cuando se lo mira de frente), existe una
exfoliación escondida, muy esférica y cóncava, ubicada casi a ras del suelo, en
donde fue dibujado un camélido (¿Lama glama?)
sujeto por un humano. Aquélla recibe el nombre de orientación retiniana 1, la
otra, orientación retiniana 2. El alero o bloque no tiene cámaras internas, por
lo tanto, no cabe distinguir orientaciones ambientales. Se extiende
frontalmente en cuatro metros de longitud y un metro setenta de altura.
El panel principal es un verdadero
frente de dibujo, de gran extensión. Los signos que se encuentran en él parecen
dispersos sobre el plano de dibujo, cuyo sentido se lo encuentra después de
observarlo con cuidado.
La escena de la orientación retiniana 1
podría empezar con el cáliz y, por encima de él, una víbora (que el 21 de
diciembre es iluminada por el sol naciente). Esta gran poligonal con
subdivisiones intrincadas está pintada en rojo) y ocupa una gran porción de la
pared; a su derecha sigue una serie de manchas difusas, una de las cuales
corresponde –probablemente- a un animal, huellas de animal –quizá
la repetición de una misma marca de venado- en blanco, una poligonal también en
blanco, cerrada y partida internamente en dos y un extraño animal grabado que podría ser un puma con las fauces
abiertas (figura 6, 7, 8, 9 y 10).
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Figura 6. Escena de la orientación
retiniana 1
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Figura 7. Gran Laberinto rojo (“Cáliz”)
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La escena está travesada por una gran
línea de chorreo, la que no afecta los dibujos. Al pie de la pared no hay
sedimentos sino granito desnudo que sirve de plataforma a los otros sitios
rupestres de esta sección. En la intersección de la pared con el piso arraigan
helechos y sobre ella está adherido un panal de avispas
Las huellas parecen corresponder a un cérvido,
con la particularidad de repetirse en una serie (como si lo que se hubiera
querido interpretar la corrida del
animal).
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Figura 8. Poligonales
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El animal es ambiguo. Puede
interpretarse, con reservas, como un félido con la cola baja (suele tener esa
costumbre) y la boca abierta.
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Figura 10. ¿Víboras?
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En la orientación retiniana 2 (un hueco
lateral del alero, prácticamente invisible), el animal parece tironear de una
cuerda, con la cabeza erguida (figura 11).
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Figura 11. Orientación retiniana 2,
escala 1/3 del tamaño natural
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La figura 12 muestra las líneas de sombra en noviembre. Se puede notar
que durante el día, en el solsticio de verano, los dibujos van quedando en
sombra, en un juego en que mucha luz-ninguna luz puede tener algún
sentido.
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Figura 12. Líneas de sombra en el sitio, solsticio de verano
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El espacio gráfico que brindan las
paredes en este sitio fue ampliamente aprovechado en el sentido de la transversalidad.
Sin tener muchos signos, sin embargo, la escena se despliega a lo ancho y a lo
bajo, pero particularmente hacia la intersección entre la pared y el piso hacia
donde parece perderse el extremo agudo del cáliz.
A propósito de
este sitio se pueden evocar algunos puntos de la iconografía andina y sus
constantes en su discurso visual. Son recurrentes en ella los antropomorfos con
atributos de animales sagrados, atributos alargados, báculos, falos, varas y
sogas con cabezas ofídicas, así como con tocados. Los seres míticos representan
a los ancestros de los shamanes y de los soberanos. Seres antropomorfos, el
rayo, sol y luna, las montañas tienen poder que anima todo lo existente. En su modelo cosmológico, las fuerzas
de la naturaleza representan los poderes divinos de los otros mundos
superpuestos. El jaguar [en la región, puma] es uno de los personajes de mayor importancia: representa el
poder de las huacas de los ancestros, de los poderosos y los shamanes al morir
se transforman en jaguares (Ruiz Durand, 2004: 37).
En el Alero del
Cáliz es posible que se hallen metafóricamente estos elementos (por ejemplo,
los mundos superpuestos), especialmente en la gran figura roja que nace
–o se pierde- en el fondo de roca y se expande hacia arriba –o se
confina y se empequeñece hacia abajo, para entrar en la piedra- coronada por
una víbora.
Un modelo para sitios rupestres
La
investigación de un arte rupestre regional requiere definir algunas dimensiones
comprometidas tanto en su descripción como en su interpretación. Este trabajo
propone las que siguen:
•
Situación gráfica: aludiendo a la ubicación de los
dibujos en una posición o estación rupestre y las relaciones que se pueden verificar entre ellos.
•
Sistema de signos: conjunto de signos en un sitio y su
interrelación (en espacio gráfico, color, tamaño, etc.)
•
Organización discursiva: forma en que el sitio
presenta su evento enunciativo
•
Escala gráfica: número de signos en un sitio rupestre,
superpuestos o no
•
Escala ambiental: inserción perceptible de un sitio en
su entorno
•
Escala social: nivel de complejidad social verificado
o presumible correspondiente a un sitio rupestre
•
Escala espacial (territorio rupestre): inserción de un
sitio en el inventario de estaciones rupestres de una jurisdicción geográfica
(país, provincia, departamento, pedanía, etc.)
•
Escala técnica y tecnológica: número de acciones o de
instrumentos inferibles o verificables en un sitio rupestre
•
Formación arqueológica: depósitos recurrentes en los
sitios rupestres de una unidad espacial
•
Región rupestre: formaciones ideológicas o
superestructuras simbólicas verificables o inferibles en una unidad espacial
tal que demarcan una afinidad social, histórica y cultural entre sitios
rupestres
La aplicación
de estas dimensiones permite desarrollar una perspectiva escenográfica (todo lo
que “se ve” desde el sitio hacia sus entornos) y prestar atención a su ambiente
litológico, es decir, a la base de roca del sitio y de sus entornos físicos. En
este sentido, estudiar un sitio rupestre como fenómeno semántico e ideológico
comporta registrar la interacción entre litología, vegetación, aguas
corrientes, movilidad del viento, visibilidad del sitio, juegos de luces y de
sombras, sonidos y olores característicos. Su finalidad es producir síntesis en
distintos niveles: documentales y de inventario, de articulación estilística
entre sitios rupestres, de integración ambiental, productiva y semiótica.
Se puede
considerar como seguro que toda estación rupestre exhibe, en plenitud o
parcialmente, un sistema de representación al que se podría denominar estilo aunque la dificultad mayor
respecto a éste es su ambigüedad: no basta con enumerar signos, tamaños,
esquemas en el plano gráfico como para aprehender esta categoría inherente a la
síntesis a la que aspira toda investigación y mucho menos basar sobre ella su
sucesión cronológica. El nihilismo conceptual sobre el estilo es, también, el
nihilismo sobre su temporalidad. Esta cuestión permanece irresuelta.
De todas
maneras aquellas dimensiones se vuelven apenas caminos para explorar tanto la
significación de los sígnos como el carácter general del sistema de
representación social que hizo de las ceremonias rupestres un síntoma tanto de
sociedad como de individuo (el oficiante).
El Alero del
Cáliz presenta signos “realistas” pero también otros que, en primera instancia
no lo son: las víboras, el felino, las huellas en el primer caso; las
poligonales y el laberinto en el segundo. Su situación gráfica exhibe una
combinación fantasiosa de signos literales y de otros fantásticos. Esta
cuestión debiera ser discutida, sobre todo lo que se refiere al “realismo” de esta obra y de muchas otras. Ante
todo, se advierte su exposición discursiva lineal (un signo tras otro como
sintagma, sin superposiciones, a lo largo de la pared). No importaría que
hubieran sido dibujados en distintos momentos en el tiempo porque este estudio
prioriza el final perceptivo de la obra ya que el mismo diseñador debió haber
visto los signos anteriores si es que no fue él mismo su autor. Por otra parte
esta situación no debiera separarse de la existencia de los otros cuatro sitios
contiguos pero no será objeto de examen aquí. Todos y cada uno no solamente se
inscriben como objetos de inventario cultural en el territorio cordobés sino
que, en el marco del Cerro, poseen su propio carácter territorial.
El Alero no
tiene depósitos arqueológicos pero se puede inferir con alta probabilidad que
se correspondió con el ceramolítico que es habitual y monótono en los
yacimientos del Cerro y de la Sierra de Comechingones. Esta formación
arqueológica cuenta con expresiones estratigráficas en los aleros y a cielo
abierto y comprende instrumentos líticos en cuarzo predominante (puntas de
proyectil, raspadores, raspadores nucleiformes, lascas con filo cortante,
núcleos y gran cantidad de desechos líticos sumados a una baja fracción de
cerámica lisa y decorada con diseños geométricos someros e impresión de cestas
o de uñas). Las edades radiocarbónicas se dispersan entre 2800 AP y 750 AP
mostrando una larga duración sin cambios importantes en su desarrollo. La
unidad compositiva de la cultura material no tiene correlato en la ideología,
la cual ostenta variación y singularidad.
La
interpretación de este tipo de arte confronta realismo y anti-realismo
explícita o implícitamente. Se debe a que todo ejercicio de interpretación
deviene en una hermenéutica con dispar resultado y siempre en discusión. Quizá
habría que hacer otro tipo de preguntas porque los sitios y sus obras son
prácticamente únicos: cada uno y todos casi no tienen réplica en el inventario
territorial de sitios salvo la semejanza o reproducción fiel de algún tipo de
signos. Esta situación no se verifica a nivel de la composición ya que la
organización discursiva es siempre singular. Este problema no lo logra resolver
el concepto de “estilo”, modalidad estilística u otros semejantes. Es como si
la ideología que generó el arte rupestre se ofreciera de manera fragmentaria.
O, quizá como lógica práctica, ella nunca tuvo la unicidad que busca la investigación.
En el esfuerzo
de ofrecer significados también confrontan el realismo que supone que los
signos expresan “cosas” o “estados de cosas” (el mundo existe de por sí y los
signos se refieren a cosas del mundo) y el anti-realismo (la percepción o el concepto crean las
cosas). Al primero se lo puede calificar de interpretación
figurativa confiada en una correlación ingenua entre signos y cosa (el
felino es un felino, el sol es un sol, etc.) que alcanza para identificar las
metonimias como las “huellas” (humanas o de animales); al segundo se lo puede
caracterizar como “criterio de existencia o de apariencia” de acuerdo con el
cual los signos son un fenómeno y como tal puede ser sujeto de perspectiva del
observador.
Figuras
singulares
En este Alero la mayor dramaturgia la
muestran el laberinto y el felino (¿?) en la orientación retiniana 1 y el
hombre que lleva a un camélido con una cuerda o lazo en orientación retiniana
2. El animal y esta escena son aparentemente realistas; el laberinto, no.
El laberinto merece una descripción
extensa. Es una gran mancha roja, aproximadamente triangular que culmina en una
especie de cola que va a terminar en el punto en que la pared se curva hacia
adentro de la mole apoyando sobre la plataforma de roca limpia. Sale de la roca
o penetra en ella: una u otra opción –pese a la gráfica- no es la misma
ya que en la primera el laberinto expresaría una expansión y en el otro una
contracción. Asimilado a la ideología andina ancestral su mensaje es claro: se
trata de un pasaje de un mundo a otro; visto desde el chamanismo, puede ser el diseñador
mismo, transformado, o su rastro en el cosmos. El laberinto rojo desenmascara
el sentido ingenuo del realismo, ya que no se trata de nada que tenga parecido
experimental con excepción de transmutar una experiencia vivida por el propio
dramaturgo.
El animal fue dibujado de perfil; no
solamente su tamaño y posición lo hacen destacable en el conjunto sino
particularmente su técnica de realización ya que es el único signo obtenido por
raspado de la roca.
Laberinto y felino ponen en juego mucho
más que un esfuerzo de comprensión. Sugieren algunos problemas de los estudios
rupestres que no se acaban de solucionar relacionados con el avance de la
interpretación sobre la composición rupestre tratando develar qué significa. Al
respecto quizá sería preferible no preguntarse por el origen de las imágenes
sino de qué originan u originaron una vez que quedaron isncriptas en la piedra.
Una pregunta sin respuesta pero que ofrece alternativas a la descripción pura
evitando caer en la invención. Lo que se puede presumir que originaron fue un
“fondo de imaginación”, un reservorio de imágenes multiformes y plurisémicas en
el seno de un proceso de imaginación continua y fantástica de donde deben haber
salido los dibujos.
La escena del hombre llevando (¿?) un
animal quizá aporta información sobre este fondo imaginativo: si es lo que se
ve, habría de ser una sociedad o una conciencia individual modelada por ella,
de organización excedentaria en lo económico, la que originó y puso en disponibilidad el imaginario. No
por temporalidad sino por ideología se puede presumir que esa sociedad pudo
tener genealogía en el Formativo andino- sudamericano.
El
Formativo
Adoptar el término Formativo tiene
aspectos a favor y en contra, especialmente por la ambigüedad que denota.
En términos generales puede hablarse de
una cronología con variantes regionales, de una etapa de desarrollo social (una
formación social agraria o de campesinado antiguo) y de una ideología dominante
pre, para o totalmente estatal. Para los Andes este proceso social pudo tener
lugar por 1500 años, entre 1700 y 200 AC (14C calibrado) (Kaulicke,
2008: 137) teniendo en cuenta que
para Rowe comprendía el conjunto del Período Inicial y el Horizonte temprano
(típicamente Chavin de Huantar).Por otra parte habría un Formativo temprano,
medio, tardío, final y epiformativo (Kauclicke, 2008: 137-138) siendo sus
indicadores sobresalientes el arte lítico, la arquitectura monumental, los
centros ceremoniales y una cerámica que transponía los símbolos presentes en
aquélla. Fue la base común de la civilización andina. Sus lugares rituales
estuvieron relacionados con los cerros, el agua y las montañas. El denominado “culto
felínico”, de acuerdo con Tello, era el fundamento de una religión animista que
lo hacía interrelacionarse con las cabezas cadavéricas humanas con pelos y
músculos convertidos en serpientes así como la misma cabeza del felino se
convertía en aves y serpientes.
En el noroeste montañoso argentino,
integrante de la diagonal árida de América del Sur y extensa región que estuvo
bajo la influencia de las sociedades andino-altiplánicas, el Formativo tuvo
lugar entre de 4000 a 1000 AP. A partir de 2000 AP
la estrategia agrícola fue creciendo en importancia en las distintas regiones
de los Andes Centro-Sur y en el Noroeste argentino en 2500 AP, consolidándose
hacia 1000 AC. Los patrones arquitectónicos que suelen evocar las sociedades
más complejas posteriores estratificadas surgen hacia los comienzos de la era
cristiana (Olivera, 2008: 32-33).
Olivera precisa:
“El Formativo como
proceso se inicia en varios
lugares de los Andes, con diferencias temporales, aunque tal vez no tan
significativas como parecían hace algunos años, e incluso estos cambios
organizacionales en las sociedades parecen tener un alcance más global para la
especie humana. Esto me lleva a pensar que, tarde o temprano, más allá de las
diferencias regionales se tornó inevitable bajo ciertas circunstancias”
(Olivera, 2008: 38).
Sería improbable que en la Sierra de
Comechingones, las sociedades expresadas por la arqueología del Ceramolítico,
aún con fuerte componente económico de la caza y la recolección, hayan
permanecido ajenas al desarrollo histórico que significó el Formativo en las
tierras altas, por lo menos, en su dimensión ideológica.
La
estética
La estética ha sido presupuesta en las
figuras rupestres pero soslayada por ingresar a un problema mucho mayor a pesar
de la cualidad de arte que se asigna habitualmente a los registros rupestres.
Desde los comienzos mismos de su descubrimiento se planteó su naturaleza
existencial e intencional y desde siempre se ha debatido sobre si incluirlo en
los registros arqueológicos estándares o excluirlo y tratarlo de una manera
independiente. Aún cuando se opte por lo primero persiste un enfoque de
caracterización por singularidad e irreductibilidad.
La organización de su visibilidad es
una condición de la vida social probablemente porque ella misma es intangible
para sus actores a no ser por el vínculo histórico trabajosamente inducido. Si
no fuera así no habría sociedad. El arte rupestre es una de esas formas de lo
social. Si el dramaturgo fue un hombre o una mujer, el fondo imaginario fue la
simiente de continuidad y garantía de perduración. La gravitación de esta
visibilidad es difícil de ponderar.
Un problema adicional, entonces, es
aquel que cuestiona a la estética como antecedente o consecuente del arte. No
se trata de un juicio sobre la belleza sino de la experiencia de lo fantástico
(hermoso o siniestro, realista o surrealista) que sería anterior a la ejecución
misma, sin plan y sin receta pero persistente. Importa mucho más este
antecedente que sus efectos ulteriores a no ser por el fondo de imaginario
existencial que funda. El laberinto rojo y el felino importan por su apelación
cósmica y estética antepuestas a lo que pudieron haber originado después de que
quedaron dibujados.
Se podría afirmar que el laberinto no contradice
al felino, incluso ambos podrían ser “lo mismo” pero transformados. El felino
puede aceptarse como “real” (el animal con sus fauces, etología, etc.) pero con
un plus por cuanto debió ser sagrado y –por eso y hasta cierto punto-
irreal. El laberinto fue irreal desde el momento mismo de su ejecución pero
podría –en su tema- ser intensamente real si es el felino pero bajo otra
forma.
Conclusiones
La roca, la luz, el dibujo en las
paredes permiten, para todos y cada uno de los sitios rupestres y también para
el Alero del Cáliz, percibir e interpretar una totalidad de experiencia
–en este caso- Formativa la cual, puede suponerse, hubo de brindar su
fondo imaginario existencial. Esto permite juzgar las proyecciones que pudieron conducir a la inscripción en
la pared del laberinto, el felino y los demás signos así como la ideología de
convicción que tuvo lugar en su tiempo. Pero es probable que en él se
conjugaran un proceso social todavía indiviso –es decir, sin
diferenciaciones políticas- en una economía agraria de baja escala con una
fantasía cósmica como fondo imaginario y estético históricamente construido.
¿Preguntas,
comentarios? escriba a: rupestreweb@yahoogroups.com
Cómo citar este artículo:
Rocchietti, Ana. Arqueología del arte: el imaginario formativo en la Sierra de Comechingones (Córdoba, Argentina).
En Rupestreweb, http://www.rupestreweb.info/caliz.html
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